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Entrevista a Pascual Serrano sobre su libro "La comunicación jibarizada"

«Creo que si convencemos a la ciudadanía que debe apoyar otra información, podremos ofrecer proyectos muy valiosos, autogestionados y viables laboralmente»

Fuentes: Mundo Obrero

Periodista especializado en política internacional y en el análisis de los medios de comunicación (e intoxicación cultural e ideológica), asesor editorial de Telesur durante 2006 y 2007, colaborador de numerosas publicaciones españolas y latinoamericanas (rebelión entre ellas), crítico cultural de gran influencia, filósofo-pensador, Pascual Serrano es autor de numerosos libros, prólogos, reseñas y artículos. Entre […]

Periodista especializado en política internacional y en el análisis de los medios de comunicación (e intoxicación cultural e ideológica), asesor editorial de Telesur durante 2006 y 2007, colaborador de numerosas publicaciones españolas y latinoamericanas (rebelión entre ellas), crítico cultural de gran influencia, filósofo-pensador, Pascual Serrano es autor de numerosos libros, prólogos, reseñas y artículos. Entre todo este material, casi inabarcable, cabe citar una pequeña muestra: Medios violentos. Palabras e imágenes para el odio y la guerra (El Viejo Topo, Barcelona, 2008). Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo (Península, Junio, 2009), Traficantes de Información (Foca, 2010), etc. Su último ensayo, base de nuestra conversación, ha sido editado por Península.

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Arrancas «La comunicación jibarizada. Cómo la tecnología ha cambiado nuestras mentes», Editorial Península, afirmando que para transmitir informaciones complejas, el emisor necesita tiempo para la exposición y el receptor de esa información concentración exclusiva. ¿Qué espacio le queda al pensamiento crítico cuando se enfrenta a un público/audiencia modelado por el lenguaje audiovisual y por los 140 caracteres de tweeter?

Evidentemente le queda cada vez menos con los nuevos formatos y tecnologías, pero sigue existiendo margen para la iniciativa. Uno puede enviar un tuit diciendo «Qué pena, está hoy nublado» o puede incluir un vínculo a un buen reportaje sobre la corrupción del Partido Popular.

¿Podría incurrir en el elitismo el periodismo/comunicación reflexivo y crítico que propones? ¿Puede pecar de excesivamente denso y complejo hasta el punto de ubicarse en círculos cerrados donde rija un lema como el de la Academia platónica: «Reservado el derecho de admisión: sólo para los especialistas»?

Es que hemos pasado del elitismo al caos. Y eso lo hemos confundido con democratización de los medios y acceso libre. El elitismo mantiene el mensaje de los poderosos, pero en el caos tampoco se logra avanzar.

¿Consideras que caben puntos intermedios? Un periodismo crítico y reflexivo, pero también directo y fácil de entender por el lector/audiencia

Sin duda, y si no, deberíamos inventarlo. Ese ha sido el reto histórico del buen periodismo, ayudar a que los ciudadanos comprendan el mundo. Y con esa compresión se incluye, el rigor, la calidad y la comprensión.

Apuntas en tu libro el problema de la sobresaturación informativa. Pero, ¿cómo escapar a ella en un mundo crecientemente complejo y fragmentado en múltiples campos de conocimiento? (rescates financieros, crisis ecológica, desahucios (¡viva la PAH!), inmigración, América Latina)?

Por un lado es verdad que la complejidad de la ciudadanía actual requiere más capacitación que nunca. Es difícil conocer sobre todas las temáticas que, en democracia, debería manejar el ciudadano informado. Más todavía cuando el periodismo está siendo utilizado como vehículo de todo tipo de intereses y no por propio valor de informar. Como resultado el individuo opta por lo sencillo y superficial, y termina perdiendo todavía más el tiempo y comprobando que sigue sin conocer la realidad. Creo que la opción es aprender a seleccionar y jerarquizar las fuentes de información y conocimiento, precisamente en lo que han fallado los medios de comunicación. De modo que eso lo debe hacer el ciudadano, seleccionar los medios de confianza, los especialistas, los movimientos sociales, los líderes, etc… Tener a todos ellos como referencias para la búsqueda de información y conocimiento.

La oferta informativa en la Red es prácticamente infinita. Pero también es cierto que el internauta (igual que el lector de prensa) selecciona uno o varios medios, los que sigue periódicamente (incluso sigue en la red los medios tradicionales), o que en las redes sociales también se difunden artículos largos y reflexivos. ¿Podrían estos argumentos relativizar la influencia de Internet en nuestros hábitos lectores?

En primer lugar no tengo claro que en la red estemos leyendo textos complejos de diez páginas. Sí, es verdad que están, pero no es fácil que eso se lea en una pantalla de ordenador, o la gente los imprima y se sienta en el sofá a leerlos o mientras viaja en el metro. Por otro lado, los estudios demuestran que el 80% de los contenidos que circulan por las redes remiten a los grandes medios, es decir, siguen dominando.

¿El 80% dices?

Según datos del Instituto Nielsen NetRatings publicados por Le Monde y citados por Ignacio Ramonet, «de entre los doscientos sitios web de información online más visitados de Estados Unidos, los medios tradicionales representan un 67% del tráfico» y «el 80% de los enlaces que encontramos en las webs informativas, los blogs o las redes sociales norteamericanos remiten a medios de comunicación tradicionales».

Se sostiene en ocasiones que Internet y las nuevas tecnologías se expansionan en detrimento de la capacidad de razonamiento, al proponer lenguajes simples y con predominio de la imagen. Pero podría interpretarse que la Red incorpora fórmulas tradicionales sólo que con formatos nuevos. Me refiero a que la prensa del XIX también difundía folletines y se recreaba con los grandes crímenes. Apurando un poco y sin comparar desde luego nudo por nudo, también la propaganda obrera (en el buen sentido de la expresión que lo tiene sin duda) siempre -o en numerosas ocasiones- se ha basado en imágenes y en consignas concentradas. El periodismo sensacionalista, en el que no incluyo por supuesto a la prensa obrera, es algo muy antiguo…

Es verdad eso que dices. La tendencia a la simplificación forma parte del instinto perezoso de las personas. El problema es cuando los formatos y soportes parece que tienden a ser incompatibles con la profundidad y no dejan lugar ni tiempo para ella.

En tu anterior libro, «Contra la neutralidad», planteas ejemplos de periodistas comprometidos, que inyectan pasión en sus textos. ¿No habría aquí inculcación ideológica? ¿Es compatible lo anterior con el rigor de las informaciones y con una información que apele al raciocinio del lector?

Por supuesto. Ese libro tenían como objetivo desautorizar a los dos polos opuestos. Quienes, dejados llevar por la militancia y el panfleto, abandonan el verdadero periodismo. Y a quienes, creyéndose el mito de la imparcialidad, la objetividad y la neutralidad, daban el mismo trato al verdugo y a la víctima. Los cinco periodistas estudiados en Contra la neutralidad muestran que el buen periodismo tenía pasión y que la pasión puede generar buen periodismo.

Dedicas un capítulo de «La comunicación jibarizada» al ritmo trepidante y la inmediatez. Pero, perdona que insista, ¿alguna vez el periodismo ha sido, salvando las tecnologías dominantes en cada periodo histórico, algo diferente? En cualquier película sobre periodistas aparece la obsesión por las primicias y por alcanzar el mito de la información en tiempo real.

Es que ya no se trata de primicias. Es que ahora como toda información es provisional, un recuento urgente del 5% de los votos en las elecciones de Afganistán, cinco horas después del cierre de las urnas, es portada. Y cuando se conoce el escrutinio del cien por cien ya a nadie le interesa. Somos como los niños el día de Reyes: sólo queremos desempaquetar noticias, no conocerlas en profundidad.

La imagen «real» es potente. Afirma Pablo Iglesias, presentador de La Tuerka, que la izquierda se maneja muy bien en el campo del análisis y los diagnósticos de situación, pero que, en cambio, fracasa estrepitosamente a la hora de pasar a la difusión y llegar a la gente. Y esto es así, señala, porque no asume que las reglas del juego las marca el enemigo y, en consecuencia, no incorpora sus formatos (tertulias, lenguaje muy simple y directo, etc.). ¿Qué opinas de esta observación?

Estoy de acuerdo. La izquierda necesitó décadas para comprender que si en una publicación escrita poníamos un margen mayor, un cuerpo de letra mayor y una imagen, resultaría más fácil de leer. Dentro de diez años entenderemos que si los documentos audiovisuales, incorporan una buen ritmo, una buena iluminación y más de una cámara, también mejoran. Luego está el problema de que nos dejamos llevar por la opinión y no aportamos información.

Has afirmado en algunas ocasiones que el periodismo alternativo que se realiza en España es muy deficiente. ¿Observas con el tiempo alguna mejoría? ¿Por qué crees que la militancia de izquierda no considera como «suyos» los medios alternativos e, incluso, confía y atiende muchas veces mejor a los periodistas de medios convencionales?

Es que los medios alternativos siguen teniendo vocación de marginales. Todos colaboran en sus ratos libres, no tienen presupuesto ni lo buscan para enviar un corresponsal a un lugar concreto. Son como una ONG para el voluntariado. Así no podemos desplazar a los dominantes. Hoy el modelo dominante está en crisis empresarial, tenemos una gran oportunidad. Sinceramente, es más difícil conseguir que sea rentable y viable el diario El País que un medio organizado por una cooperativa de periodistas. Porque el primero debe dar beneficios a sus accionistas de Wall Street, mientras que el segundo, para funcionar y ser viable le basta con dar de comer a una docena de periodistas y algún administrativo. No hay más que ver las experiencias que están surgiendo: eldiario.es, La Marea, infolibre, Alternativas Económicas, Mongolia… Pero, ojo, todas ellas necesitan la colaboración económica de los lectores. Hay que explicar que, igual que la sanidad y la educación no es gratuita, sino que la paga alguien (el Estado, es decir, todos los que pagamos impuestos que no somos todos, cuando es pública), la información alguien la debe pagar.

Por último, no abuso más de ti, ¿qué futuro profesional aguarda a los periodistas de izquierda que todavía quedan?

Los que no pretendían ejercer un periodismo desde el compromiso con la izquierda son los que tienen un problema porque su modelo empresarial es el que les está despidiendo. Los de izquierda nunca estuvimos bien, no estamos más en crisis que antes. Al contrario, creo, como ya he dicho antes, que si convencemos a la ciudadanía que debe apoyar otra información, podremos ofrecer proyectos muy valiosos, autogestionados y viables laboralmente.

 

Salvador López Arnal es miembro del Frente Cívico Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.