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Crisis en los medios de comunicación

Fuentes: Manière de Voir nº 80 – Abril-Mayo 2005

Traducido para Rebelión por Rocío Anguiano

La venta de periódicos cae cada año una media del 2% en todo el mundo. Algunos han llegado a preguntarse si la prensa escrita no será una actividad del pasado, un medio de comunicación de la era industrial en vías de extinción. Las causas externas de esta crisis son notorias. Por una parte, está la devastadora ofensiva de los diarios gratuitos. En Francia, en términos de audiencia, 20 Minutes esta ya a la cabeza y cuenta de media con más de dos millones de lectores diarios, muy por delante de Le Parisien (1,7 millones) y otro periódico gratuito, Metro, que leen cada día 1,6 millones de personas. Estas publicaciones captan importantes flujos publicitarios, ya que los anunciantes no distinguen entre el lector que compra su periódico y el que no lo paga.

Para hacer frente a esta competencia, algunos rotativos proponen, por un pequeño suplemento en el precio, DVDs, cómics, CDs, libros, atlas, enciclopedias, etc. Esto refuerza la confusión entre información y mercadería, con el riesgo de que los lectores ya no sepan lo que compran. Los periódicos alteran su identidad, desprestigian su nombre y ponen en marcha un engranaje diabólico cuyas consecuencias se ignoran.

La otra causa externa es, naturalmente, Internet, que prosigue su fabulosa expansión. Solo durante el primer trimestre de 2004, se crearon más de 4,7 millones de nuevos sitios web. En la actualidad, existen en el mundo unos 70 millones de sitios mientras que la Red cuenta con más de 700 millones de usuarios.

En los países desarrollados, son muchos los que abandonan la lectura de la prensa -e incluso la televisión- por la pantalla del ordenador. El ADSL (Asymetric Digital Subscriber Line) ha cambiado especialmente el panorama. Por precios que varían entre los 10 y los 30 euros al mes, es posible hoy abonarse a una conexión rápida. En Francia, más de 5,5 millones de hogares ya tienen acceso, mediante alta velocidad, a la prensa digital (el 79% de los periódicos del mundo poseen ediciones en línea), a todo tipo de textos, al correo, fotos, música, programas de televisión o de radio, películas, juegos de video, etc.

También está el fenómeno de los «blog», tan característico de la cultura web, que se propagaron por todas partes durante el segundo semestre de 2004, y que, bajo la forma del diario intimo, mezclan a veces, sin complejos, información y opinión, hechos verificados y rumores, análisis documentados e impresiones ficticias. Su éxito es tan grande que actualmente aparecen en la mayoría de los periódicos digitales. Este entusiasmo muestra que muchos lectores prefieren la subjetividad y la parcialidad declaradas de los bloggers a la falsa objetividad e imparcialidad hipócrita de cierta prensa. Y la conexión a la galaxia Internet a través del móvil-que-lo-hace-todo puede acelerar el proceso. La información se hace todavía más dinámica y más nómada y, así, es posible saber en cualquier momento lo que pasa en el mundo.

El resultado es que, al margen de Internet, todos los sectores de la información pierden audiencia, hasta tal punto se ha endurecido la competencia entre los medios de comunicación.

Pero esta crisis tiene también causas internas que se deben, principalmente, a la pérdida de credibilidad de la prensa escrita. En primer lugar, porque, cada vez con mayor frecuencia, esta pertenece a grupos industriales que controlan el poder económico y están, a menudo, en connivencia con el poder político. Y también porque la parcialidad, la falta de objetividad, las mentiras, la manipulación e incluso simplemente las falacias van en continuo aumento. Es cierto que nunca hubo una edad de oro de la información, pero estas aberraciones alcanzan ahora a periódicos de prestigio. En Estados Unidos, el caso Jayson Blair, el periodista estrella que falsificaba hechos, plagiaba artículos sacados de Internet e inventaba decenas de historias ha causado un gran perjuicio al New York Times, que a menudo había publicado en primera página sus fabulaciones. Este periódico, considerado como una referencia por los profesionales, vivió entonces un verdadero seísmo.

A estos desastres, hay que añadir también la asunción por parte de los grandes medios de comunicación transformados en órganos de propaganda, especialmente la cadena Fox News, de las mentiras de la Casa Blanca respecto a Irak. Los periódicos no verificaron ni pusieron en duda las afirmaciones de la administración Bush. Si lo hubieran hecho, un documental como Fahrenheit 9/11, de Michael Moore, no habría tenido tanto éxito, dado que la información que ofrece esta película era pública desde hace mucho tiempo. Pero había sido ocultada por los medios de comunicación.

Un oficial de la CIA, Robert Baer, reveló la forma en que funcionaba este sistema de intoxicación: «El Congreso Nacional iraquí obtenía la información de falsos desertores y la enviaba al Pentágono, a continuación el CNI pasaba esa misma información a los periodistas diciéndoles: ‘Si no se lo creen, llamen al Pentágono’. El resultado era una información circulando en bucle. Así, el New York Times podía decir que tenía dos fuentes sobre las armas de destrucción masiva en Irak. El Washington Post también. Los periodistas no intentaban saber más. Y, además, a menudo los jefes de redacción les pedían que apoyaran al gobierno. Por Patriotismo (1)».

En Francia, los desastres mediáticos no se quedan atrás, como puso de manifiesto el tratamiento de los casos Patrice Alègre, del mozo de equipajes del aeropuerto de Orly, de los «pedófilos» de Outreau y el de Marie L. que aseguraba que había sufrido una agresión antisemita en un tren del extrarradio parisino. El fenómeno es idéntico en otros países. En España, por ejemplo, tras los atentados del 11 de marzo de 2004, los medios de información controlados por el gobierno de José Maria Aznar manipularon la información, intentando imponer una «verdad oficial» al servicio de las ambiciones electorales, ocultando la responsabilidad de la Red Al-Qaeda y atribuyendo el crimen a la organización vasca ETA.

Todos esto casos, así como la alianza cada vez más estrecha con los poderes económico y político, han causado un daño devastador a la credibilidad de los medios de comunicación. Revelan además un inquietante déficit democrático. El periodismo condescendiente se impone, mientras que el periodismo crítico está en retroceso. Incluso nos podríamos preguntar si en la era de la globalización y de los grandes grupos mediáticos, la noción de prensa libre no está en proceso de desaparición.

En este sentido, las declaraciones de Serge Dassault confirman todos los temores. Sus recientes explicaciones sobre las razones que le han llevado a volver a adquirir L’Express y Le Figaro -un periódico, dijo, «permite transmitir cierta cantidad de ideas sanas»- han reforzado la inquietud de los periodistas (2).

Si relacionamos estas declaraciones con las de Patrick Le Lay, propietario de TF1, sobre la verdadera función de su cadena, gigante de los medios de comunicación franceses -«La función de TF1, declaraba, es ayudar a Coca Cola a vender su producto. Lo que le vendemos a Coca Cola es tiempo disponible de cerebro humano (3)»- se aprecia a qué tipo de peligros puede llevar la mezcla de géneros, hasta tal punto resultan contradictorias la obsesión comercial y la ética de la información.

Cada vez son más los ciudadanos que se dan cuenta de estos nuevos peligros, que muestran una extremada sensibilidad frente a la manipulación mediática y que parecen convencidos de que, en esta sociedad hipermediatizada, vivimos paradójicamente en un estado de inseguridad informativa. La información prolifera, pero sin ninguna garantía de fiabilidad. Asistimos al triunfo del periodismo de especulación y de espectáculo, en detrimento del periodismo de información. La puesta en escena (el embalaje) se impone sobre la verificación de los hechos.

En lugar de constituir la última defensa contra esta deriva causada también por la rapidez y la inmediatez, muchos medios de comunicación han faltado a su deber y han contribuido en ocasiones, en nombre de una concepción perezosa o policial del periodismo de investigación, a desacreditar lo que antes se llamaba el «cuarto poder».

(1) En el documental de Robert Greenwald, Uncovered (2003)

(2) Tras la toma de poder de Dassault a la cabeza de Socpresse, 268 periodistas del grupo, o sea cerca del 10% de los efectivos, recurrieron a la cláusula de cese y anunciaron que se iban.

(3) En el libro Les Dirigeants face au changement, Editions du Huitième Jour, Paris, 2004.