Hay crónicas que también deberían ponerse en manos de un forense para que les practique su correspondiente autopsia. Crónicas muertas que, aun siendo recientes, ya revelan desde la redacción en que fueron urdidas su acusada descomposición. Y no basta que el forense use guantes higiénicos y sanitaria mascarilla porque no hay pituitaria que resista semejante […]
Hay crónicas que también deberían ponerse en manos de un forense para que les practique su correspondiente autopsia. Crónicas muertas que, aun siendo recientes, ya revelan desde la redacción en que fueron urdidas su acusada descomposición. Y no basta que el forense use guantes higiénicos y sanitaria mascarilla porque no hay pituitaria que resista semejante hedor.
En El País digital de ayer jueves, una vez uno se entera de la crisis en Grecia, de que Messi no marcó, de que el Vaticano encubre abusos sexuales, de que la Cámara Baja estadounidense volverá a votar la reforma sanitaria, del sueño americano de Gerard Portier, del caso Gürtel, de que el FBI interroga a un «hacker» francés, de que se despide al fotógrafo de las estrellas del rock, de que una inmobiliaria de Dubai pagará sus deudas, de que California votará la legalización de la marihuana, de que Matas vuelve a encontrarse con el juez, de que muere el actor Robert Culp, de que el alcalde de Parla charlará con los lectores, de que la Liga Norte se expande en Italia, de que hay jóvenes rebeldes con ritos sexistas, de que Blackberry resiste, de que se vampiriza Youtube, de que se reinventa el váter, de la autoestima del futbolista Gago, del cerdito de «La Niñera», de que un televisor puede ser la próxima sorpresa de Apple… y conoce las cotizaciones de la Bolsa, y revisa los vídeos de fútbol y los chistes y los anuncios… más abajo, allá donde se confinan «más noticias», en el apartado español, aparece la crónica que demanda la autopsia.
Hasta su titular exigiría el bisturí: «Defensa investiga la muerte de un civil afgano al paso de un convoy español».
Nunca me han gustado los desfiles militares pero ignoraba que, además de ser un coñazo, como afirmara Rajoy, también fueran peligrosos.
El titular, en cualquier caso, no habla de un civil afgano muerto a manos del ejército español, sino de que su ministerio va a investigar la muerte de ese afgano que, curiosamente, como el equinoccio de marzo coincide con la primavera, ha coincido con el paso de un convoy militar español.
Superada la fetidez del titular uno se adentra en el resto del cadáver para encontrar más órganos descompuestos.
Ya en su primer párrafo la crónica apunta la posibilidad, lo que explica la investigación del Estado Mayor de la Defensa, de que «la muerte de un ciudadano afgano en las proximidades de Herat, al paso de un convoy militar español, podría haberse producido coincidiendo con el paso de un convoy de ISAF, según las versiones de algunos testigos».
Tras deducción tan sesuda, en el segundo párrafo se confirma la posibilidad que se abría en el primero: «Los mandos de la Base de Apoyo Avanzado de Herat tuvieron conocimiento de los hechos y, tras recabar el testimonio de testigos presenciales, (es decir, que los testigos estaban presentes) se comprobó que dos equipos militares españoles encargados de instruir batallones afganos transitaban en el lugar en el momento del fallecimiento.»
Para la lectura del tercer párrafo casi es inevitable hacer una breve pausa, salir a coger aire y proveerse, a la vuelta, de más guantes y mascarillas: «El convoy se encontraba realizando una misión de adiestramiento del ejército afgano durante la que no se produjo ningún incidente que implicara el uso de la fuerza por parte de los militares españoles, aunque sí se observaron hasta tres choques de vehículos y motocicletas en los que podrían haberse producido víctimas».
Por lo que se deduce de la crónica, no sólo los desfiles y los paseos de los convoyes militares españoles entrañan peligros mortales para quienes coincidan con los mismos, también los adiestramientos, las bélicas clases que imparten los soldados españoles a sus alumnos afganos pueden provocar incidentes que impliquen el uso de la fuerza por parte de los instructores, que inevitable es recordar que la letra con sangre entra, aunque se confirma que no ha sido el caso y que no ha habido incidentes que lamentar, al margen de algunos choques de vehículos y motocicletas que podrían, sólo podrían, haber producido víctimas.
En el cuarto párrafo se concluye la investigación al determinarse que «no se descarta un disparo accidental procedente del primer vehículo del convoy ya que en el diario de operaciones de la misión se recoge un desmayo del tirador de ese vehículo durante el que pudo accionarse accidentalmente el mecanismo de tiro.»
O lo que es lo mismo, que al presuntamente desmayarse, siempre accidentalmente, el tirador del primer vehículo, pudo, concomitantemente a la referida y accidental pérdida de la consciencia, activarse el mecanismo regulador de su utensilio de trabajo, de tal suerte que, sin poder determinar si el hecho acaeció antes o después de los extravíos sensoriales del manipulador del instrumento y sin que tampoco pueda concretarse la dirección que tomara el resultado, resultó afectado un civil afgano que, al parecer, se hallaba en las inmediaciones del incidente accidental.
Apunta la crónica que «según afirma el Ministerio de Defensa, cuando el jefe del vehículo se percató del desmayo del soldado procedió a su reemplazo, lo que también quedó reflejado en el diario de operaciones», sabia medida del oficial al mando que el cronista destaca, aunque nada aclare sobre el posible reemplazo del civil afgano.
En el quinto párrafo, por suerte el último, se refiere el hecho de que «las autoridades españolas en la zona han colaborado en todo momento con las autoridades locales afganas en el esclarecimiento de estos hechos» lo que sin duda queda fehacientemente demostrado en el comunicado del Ministerio de Defensa y la crónica de El País, que casi vienen a ser la misma historia.
Es el momento de quitarse guantes y mascarillas, y desahogar la urgencia en una solidaria bacinilla.
Al menos, a este civil afgano, desprovisto de nombre y de rostro, le quedará el triste consuelo de su fúnebre y anónima crónica. La misma que no tuvieron en El País el profesor hondureño José Manuel Flores, asesinado el mismo día por los golpistas reconocidos como gobierno en Honduras, o el periodista colombiano Clodomiro Castilla, asesinado por los sicarios de Uribe.
Y todo por no haber sido cubanos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.