A la memoria de Aníbal (Oscar Antinori), Jefe de mi padre, combatiente de varias guerras. Obrero, tenía tercer grado de primaria. Gracias Aníbal por regalarme tus libros de Lenin. Las marcas mugrientas de esta fecha emblemática las llevamos en el cuerpo y en el corazón. No hay jabón ni detergente que pueda borrarlas. No […]
Jefe de mi padre, combatiente de varias guerras.
Obrero, tenía tercer grado de primaria.
Gracias Aníbal por regalarme tus libros de Lenin.
Las marcas mugrientas de esta fecha emblemática las llevamos en el cuerpo y en el corazón. No hay jabón ni detergente que pueda borrarlas. No hay esponja que las deteriore. En el cuerpo, en el corazón y en la memoria, sí. Por lo que hemos leído, por lo que hemos visto en películas, por lo que nos contaron, por lo que estudiamos.
Pero también por las marcas personales de nuestra pequeña infancia. En la memoria de mi padre huyendo de su casa amenazado de muerte, escondido, sin ver a sus dos hijos pequeños (uno bebé). En mi escuela, frente al fanatismo delirante y militarista que nos inculcaban las maestras (que personalmente no eran malas, sino simplemente parte de un andamiaje que las excedía y no controlaban). En esos recuerdos nauseabundos y bizarros de mi niñez marchando como un soldado por las calles de mi barrio de la periferia de la provincia de Buenos Aires junto con mis compañeritos, en una edad donde deberíamos haber estado jugando con figuritas y no marchando como si fuéramos militares. En mi adolescencia trunca, mochada, frustrante, que todavía hoy, varias décadas después, me sigue generando angustia en la garganta y ahogo en el pecho de tan solo rememorarla. En el recuerdo de escuchar a mi padre, sin que él se diera cuenta ni lo registrara, contar a sus amigos las torturas militares, las violaciones, el arrojar viva a la gente desde los aviones.
¿Quién dijo que «nadie sabía nada«? Si yo lo escuché muy clarito en mi casa y en la casa de los amigos de mi padre cuando todavía se me caían los mocos de la nariz y tenía las rodillas lastimadas de jugar a la pelota. Si todo mi barrio sabía que la hija de la directora de mi escuela primaria, pública y estatal, con paredes de madera y calle de tierra, estaba desaparecida. ¡Todo el barrio lo sabía! Hasta el más tonto, hasta el más «gil», hasta el más distraído.
Cuarenta años después… y con tanta agua bajo el puente, ¡cuantos mitos debemos todavía remover!
– «Estados Unidos sabía que se gestaba el golpe«, tituló hace unos años una conocida periodista de medios masivos, ex militante (renegada) del PRT-ERP. ¿EEUU «sabía»? ¡No! Por favor. No seamos hipócritas. ¡EEUU dirigía! El imperialismo no «sabía» ni «estaba enterado». ¡Organizaban, financiaban y decidían! Dirigían el golpe, dirigían la campaña de terror previa que lo posibilitó y lo preparó. Dirigían y enseñaban la tortura. Y dirigían la internacionalización de las dictaduras, principalmente de la argentina y la chilena, por lo menos hasta la guerra de Malvinas (1982), cuando las Fuerzas Armadas (con escarapela argentina pero netamente internacionalistas) dejaron de participar en las torturas y los entrenamientos de la contrarrevolución centroamericana destinada a derrotar la revolución sandinista [Véase Ariel C. Armony: La Argentina, los Estados Unidos y la cruzada anticomunista en América Central, 1977-1984. Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 1999].
– «Fue sólo un golpe militar, de tres generales borrachos y cuatro sargentos violadores«. No señor, no señora. Según un informe que el diario La Nación, vocero orgánico de la dictadura y de todo extremismo de derecha hasta el día de hoy, publica en aquella época nefasta, basado en un estudio de la propia inteligencia militar de la SIDE de 1978, en el cual se informa que los 23 gobernadores militares de la dictadura militar contaban con un 35% de intendentes de la Union Cívica Radical [UCR] (310 intendentes); 20% del Partido Justicialista [PJ] (169 intendentes); 12% del Partido Demócrata Progresista [PDP] (109 intendentes); 10% del MID – liderado por Frondizi y Frigerio (94 intendentes); 9% Fuerza Federalista Popular – liderado por Manrique (78 intendentes); Partidos Conservadores provinciales 8% (72 intendentes); Neoperonistas 3% (23 intendentes); Demócrata Cristianos [DC, fuerza dirigida por el Vaticano] 2% (16 intendentes); Partido Intransigente de Oscar Alende 0.5% (4 intendentes). [Véase Diario La Nación, 25 de marzo de 1979, sección «Semana política», titulada «La participación Civil» ]. Si a eso le sumamos la activa participación de la burocracia sindical (todavía hoy con juicios pendientes por complicidad en los secuestros de comisiones internas, como en la empresa Mercedes Benz o Ford) y el apoyo de las altas jerarquías eclesiásticas a la dictadura… el golpe está armado desde una estrategia político-militar, pero acompañada de un apoyo y sustento también financiero, civil, mediático y eclesiástico. Su finalidad fue reordenar de raíz el capitalismo argentino.
– «La revista Humor [de signo político radical] encabezó la resistencia cultural en medio de la oscuridad«. No es cierto. El periódico judío de izquierda, Nueva Presencia, dirigido por Herman Schiller, loco de la guerra que en plena dictadura publicaba a las madres de plaza de mayo, al PRT, a los Montoneros y a cuanto militante revolucionario anduviera sobreviviente por allí, fue muchísimo más opositor y jugado en el campo cultural que la revista Humor. ¿Hasta cuándo vamos a seguir repitiendo el mito de los radicales y la autoapología de la clase media -hoy macrista- «paladín de los derechos humanos»? ¿Ernesto Sábato y Magdalena Ruiz Guiñazú encabezaron la resistencia? Aflojemos con el humor. No le quitemos el empleo a Capussoto.
– «La culpa del golpe y los desaparecidos corresponde a la ultraizquierda, a los foquistas, a los guerrilleros«. Patético análisis repetido ya no sólo por los más derechosos y apologistas de la dictadura, sino incluso por algunos segmentos de la izquierda institucional. ¡Todavía hoy! Ese diagnóstico unilateral «se olvida» de dos libros fundamentales que confirman aquel viejo refrán de abogado «A confesión de parte, relevo de pruebas«.
Uno de ellos, escrito por el principal o uno de los principales estrategas de las Fuerzas Armadas, el general Osiris G. Villegas. Cuando ni el PRT ni los Montoneros habían nacido, este general proponía matar y asesinar en masa, revivir la inquisición y las cruzadas (sic), a través de la guerra contrarrevolucionaria, siguiendo el ejemplo de Francia y sus campos de tortura en Argelia y Estados Unidos en Vietnam. Había que aplastar al comunismo y comenzar por la cultura. [Véase General Osiris G. Villegas: Guerra revolucionaria comunista (1962 Biblioteca del oficial), Buenos Aires, Pleamar, 1963].
La otra prueba contundente fue redactada por el padre ideológico del proyecto socio económico y cultural de Macri, Menem y Cavallo: el capitán-ingeniero y aprendiz de economista neoclásico, Álvaro Alsogaray. Este espécimen integrante del género porcino, ya en 1962 (no existían ni Montoneros ni PRT-ERP) le recomendaba a su hermano el general Julio Alsogaray, subsecretario de guerra, comprar armas para la guerra interna, pues lo que se venía en Argentina era la guerra insurgente y comunista y había que matar y asesinar en masa para frenar a la «subversión» [Véase Álvaro Alsogaray: Experiencias de 50 años de política y economía argentina. Buenos Aires, Planeta, 1993. p.117].
Después de las confesiones anticipadas de Osiris Villegas (corazón de la estrategia político-militar) y Alsogaray (cerebro del capital financiero, incluso antes que Martínez de Hoz) ¿como seguir repitiendo semejante disparate contra la insurgencia?
Y los mitos siguen y siguen. Imposible abordarlos todos en tan pocas líneas.
En este pequeño espacio quisiera dejar sentado al menos dos preocupaciones, de ayer y de hoy.
Una es la dificultad que tenemos quienes pertenecemos a la izquierda roja en aceptar que las confrontaciones sociales se dan, como nos enseñara Lenin, no entre un pueblo virgen, bondadoso y puro (el 99% de la población) versus el 1% malo, vendido y perverso. Todo simple y sencillo, sin grises, contradicciones ni matices, como en los cuentos infantiles. No. La lucha de clases en sus niveles más altos de confrontación se produce entre dos partes del pueblo. Del otro lado de la barricada y la pólvora (o las herramientas técnicas que sean) también habrá pueblo, lamentablemente poniendo el pecho a favor de un proyecto ajeno. Así fue en España, así fue en El Salvador, así es en Colombia. Así fue, es y será en Argentina.
Hasta que no aprendamos y no aceptemos, incluso de mala gana, que un segmento de nuestro pueblo está largamente trabajado por la ideología, la cultura y las tradiciones sedimentadas del enemigo, patinaremos en el pasto, en la nieve, en el barro, incluso en el asfalto. Dar una batalla por disputar y dividir ese campo es fundamental. La «independencia de clase», solita y bonita, no alcanza. Tener al mismo tiempo y en el mismo espacio (o sea en la misma situación histórica) un proyecto de hegemonía es imprescindible. Pero para tenerlo hay que comprender algo previo. La hegemonía se ejerce también sobre gente que no comparte el 100% de nuestras ideas. Quien no pelee ni dispute en ese campo, perdió de antemano. Tiene un rey caído y un jaque mate asegurado antes de mover un simple peón.
El otro punto pendiente es la estrategia. El golpe de 1976 vino porque se había conformado (por lo menos desde 1969) una fuerza social que unía diversas fracciones de clase hegemonizada por la clase trabajadora dispuestas al enfrentamiento con la burguesía y sus instituciones, y que en términos generales, más allá de sus matices, compartía una estrategia de toma del poder mediante el ejercicio de la fuerza material y por el socialismo. Para aniquilarla se preparó y realizó el golpe, no nos confundamos, intentando reordenar las relaciones sociales capitalistas. Sacarle el agua al pez y atacar su base social. Ni generales borrachos, ni «autoritarismo» ni «falta de republicanismo». Todo eso es verso y de la peor calaña. Verso, no poesía, verso, en el sentido específicamente argentino que tiene esta expresión peyorativa del argot popular.
En términos de estrategia: ¿Por qué fue tan débil la resistencia? La pregunta del millón. Quizás porque el marxismo revolucionario estuvo pensado siempre, en la inmensa mayoría de sus clásicos -sean de la tribu que fueran- para períodos de ofensiva. Nos resulta muy difícil plantarnos en tiempos de reflujo. Nos descoloca. No sabemos para donde enfilar. Nos dispersamos, nos dividimos, nos enfrentamos entre nosotros. Porque nuestro mismo cuerpo teórico nos impulsa a la ofensiva, pero todavía falta mucho por masticar sobre el «¿qué hacer?» en tiempos de reflujo (Gramsci algo aportó al respecto pero falta mucho por pensar todavía). Quizás Rodolfo Walsh -más allá del folclore mediático y la manipulación que se pretendió hacer sobre su figura emblemática- dio en el clavo cuando intentó que la dirección guerrillera se refugiara y replegara hacia el pueblo para organizar la resistencia.
Aparato versus aparato, perdemos, al menos por ahora y así ha sido durante el último medio siglo o quizás durante todo el siglo. Guerra revolucionaria que no está llevada adelante por el pueblo como protagonista central, cae inexorablemente derrotada (lo escribió Giap, lo subrayó el Che, lo demostró la historia). Cuando se limitan a la confrontación exclusiva dos aparatos, esas derrotas populares involucran centralmente a las instituciones de inteligencia y contrainteligencia, donde el estado burgués suele ser más poderoso porque además cuenta con el asesoramiento del imperialismo, yanqui, israelí, de donde sea [Véase Capitán (r) Héctor Vergez: Yo fui Vargas. El antiterrorismo por dentro. Buenos Aires, edición del autor, 1995. p.210. Libro no apto para quienes tienen problemas digestivos o debilidades con el vómito].
Ese tipo de confrontaciones con aspiraciones revolucionarias se deben hacer a largo plazo, si pretenden triunfar. La palabra «popular» y el término «prolongada» deberían ser tomados juntos y en serio. No como consignas de ocasión ni para decorar el salón, el volante o el periódico. Quizás allí reside una de nuestras principales falencias. Que no opaca ni medio milímetro el heroísmo de nuestros entrañables compañeros y compañeras que lo dieron todo por la causa del pueblo, por la revolución, por la patria grande y el socialismo. Por eso los queremos, los llevamos en la piel y jamás los vamos a olvidar.
El desafío es a largo plazo, con paciencia, con tenacidad y con el pueblo. Sin poner jamás la otra mejilla… Sin olvidar, sin renegar, sin perdonar. Estoy absolutamente convencido que ninguna lucha fue en vano. Alguna vez hasta el más mínimo gesto de resistencia, hoy «olvidado», denostado, insultado, recobrará su sentido y recién allí nos reencontraremos con nuestros muertos, nuestros caídos, nuestros torturados y torturadas, nuestros desaparecidos. Simplemente me despido con un deseo, tonto, infantil, insignificante y pequeño, pero irrenunciable porque seguimos amando la vida: quisiera estar vivo para verlo. O alguna vez tener hijos para que ellos o ellas lo vean.
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