Nuestra Bandera, publicación de debate político editada por el Partido Comunista de España, acaba de publicar un monográfico dedicado a la comunicación y la cultura. La industria cultural y su poder de manipulación al servicio del capital se convierte en un arma lenta y silenciosa de destrucción masiva en la lucha de clases y en […]
Nuestra Bandera, publicación de debate político editada por el Partido Comunista de España, acaba de publicar un monográfico dedicado a la comunicación y la cultura. La industria cultural y su poder de manipulación al servicio del capital se convierte en un arma lenta y silenciosa de destrucción masiva en la lucha de clases y en la muerte de la inteligencia y la conciencia. En este número de Nuestra Bandera, Vicente Romano, Pascual Serrano, Francisco Fernández Buey, Armando López Salinas y Julián Marcelo, entre otros, nos dan las claves para desentrañar el control social de la industria cultural dominante y de cómo hacer de la Cultura una de las herramientas más eficaces de nuestra acción revolucionaria. Este artículo es un extracto del editorial con el que Pedro Marset inicia el monográfico.
Se señala muchas veces que lo que se conoce como industria de la cultura en un sentido amplio de la palabra se ha convertido en uno de los sectores más voluminosos en la esfera de la producción y consumo capitalista, por detrás sólo del negocio de las armas o del narcotráfico y tráfico de mujeres. Sin embargo dejando de lado de momento este aspecto cuantitativo lo que si es cierto es que la importancia del sector cultural no es sólo una cuestión de rentabilidad de las inversiones sino sobre todo del papel que desempeña en la configuración de la conciencia de la población. El ejemplo más claro de este hecho lo tenemos en la historia de la primera mitad del siglo XX en los Estados Unidos de Norteamérica. Se da toda una primera etapa en la lucha de clases en la que el surgimiento de los gansters alrededor de la segunda y tercera década tiene como objetivo, al ser mercenarios de los grandes empresarios, en colusión con las mafias policiales, descabezar, eliminándolos (liquidándolos) los líderes sindicales y políticos de la izquierda norteamericana. Sólo hay que recordar que en las dos primeras décadas del siglo XX el Partido Socialista Norteamericano era uno de los más potentes del mundo occidental. La acción criminal de los gansters con el marco protector del aparato policial y judicial deja a la izquierda, efectívamente, sin los miles de dirigentes sindicales y políticos que tenía. No bastaba esa masacre colectiva realizada y cuando a partir de la importancia adquirida por Hollywood como centro de difusión cultural y creador de opinión pública de primera magnitud, sobre todo tras la Segunda Guerra Mundial, por reflejar y suscitar crítica respecto al tipo de sociedad que Norteamérica impulsaba, se desencadena la tristemente famosa caza de brujas, el macartismo, como segunda masacre, esta de índole cultural.
El avance de la democracia representativa a lo largo del siglo XX como fórmula de solución no del todo violenta de conflictos de intereses, a la vez que como cauce de presencia de la soberanía popular, convierte a la cultura, mejor dicho a la industria de la cultura y a su poder manipulador y a su control en el arma más decisiva de la lucha de clases, al lado o por encima de la violencia. Precisamente el logro más importante del capitalismo en este terreno es haber situado en el primer plano, en lugar de la «conciencia de clase» la llamada «sociedad de la opinión pública» como fórmula para desplazar la identificación de los trabajadores con sus objetivos y en su lugar aparecer cuestiones pretendídamente interclasistas. La cultura, todo el universo que gira alrededor de la actividad cultural, se convierte cada vez con más intensidad en la clave para mantener el capitalismo con el consentimiento y apoyo de los que lo sufren, el conjunto de la sociedad.
En la época que rodea la Segunda Guerra Mundial, cuando el auge de las ideas socialistas y comunistas, con su primacía y hegemonía cultural, son más influyentes, en la lucha contra el fascismo, con el ejemplo de las conquistas del socialismo, con reflexiones y obras como las de Lukacs, Gramsci o la de Brecht, por ejemplo, es cuando se lanza la «guerra fría» como cruzada anticomunista en todo Occidente a partir de la presidencia de Truman en Estados Unidos. Precisamente es en ese ambiente cuando se da la Revolución Cubana y la ulterior gesta del Che. La respuesta de Estados Unidos no puede ser más sangrante y violenta, por una parte intensificando la represión contrarrevolucionaria con la complicidad y connivencia de los gobiernos títeres, con el asesinato del Che en 1967, y por otra impidiendo la consolidación de conquistas democráticas hacia el socialismo, como en 1973 en Chile con el golpe de Estado contra Salvador Allende a través de Pinochet. La época de las dictaduras latinoamericanas promovidas por Estados Unidos se convierte por una parte en un horror y por otra, paradójicamente en un cantera de cultura y pensamiento revolucionario, que es ahora cuando fructifica en medio de la recuperación de la democracia y su profundización.
Como insiste nuestro Secretario General, Francisco Frutos, uno de los núcleos de nuestra acción revolucionaria es la lucha cultural. No en el sentido de mera confianza en la fuerza de progreso que le dieron nuestros hombres y mujeres de la Institución Libre de Enseñanza, pensando que sólo a través de la enseñanza y la cultura se puede mejorar el panorama patrio, tan atrasado, sino como emancipación de la humanidad y adquisición de conciencia de clase, para la que la cultura es un componente de primera magnitud al lado de las movilizaciones y luchas sociales. El complemento normal de una experiencia de confrontación con el «sistema», con la estructura dominante, da lugar a una exigencia de interpretación para la acción que la cultura emancipadora ofrece.
Es comúnmente aceptado que en 1973 con la llamada «Crisis Fiscal del Estado» (del Bienestar) termina la era de la Modernidad para entrar en el Postmodernismo, en la desesperanza sobre la capacidad social y colectiva en una solución favorable y racional a los problemas y necesidades de la sociedad. También se reconoce que desde 1990 se instaura la globalización neoliberal con sus efectos terribles sobre toda la humanidad, es la época en que difunde la mediocre obra de Francis Fukuyama, sobre el «Fin de la Historia», en la que se anuncia el fin de la lucha de clases y la eternidad del capitalismo como única estructura eficaz de la sociedad. Precisamente la década ominosa del neoliberalismo termina en el año 2001 con la puesta en marcha del Foro Social Mundial en Porto Alegre. Se pueden reconocer en el panorama desolador que ha dejado la globalización neoliberal estragos semejantes a los que rodearon la Primera Guerra Mundial, donde las obras de Spengler, pasando por las de Freud con «El malestar de la cultura», Ortega y Gasset, Kafka, Thomas Mann, Walter Benjamin, Lukacs o Bloch denuncian la inviabilidad del modelo imperante. La evidencia del fracaso de del modelo neoliberal, amenaza terrible a toda la humanidad, pide a gritos una alternativa. Por ello es toda una declaración de voluntad de emancipación y libertad la respuesta que desde todos los puntos del globo terráqueo se dio el 15 de febrero del año 2003 a la voluntad de atacar Iraq por parte de Bush, apoyado incondicionalmente por Blair y Aznar. Ese nacimiento, como le llamó el New York Times, de una «Opinión Pública Mundial» como opuesta al imperialismo norteamericano y occidental es recordada de forma eficaz e inteligente por Ignacio Ramonet al situar en esta toma de conciencia colectiva que atraviesa fronteras, el camino a seguir y la esperanza de una transformación social en la que la cultura desempeña un papel de primara importancia.
La alienación colectiva que intenta y en parte consigue la industria de la cultura actualmente pretende alejar a la ciudadanía mundial sobre la causa y los remedios para esta situación, sin embargo en todos sitios surgen iniciativas ya locales o de mayor ambición contestando tal pretensión y creando conciencia colectiva.
En este número de Nuestra Bandera Utopías presentamos un conjunto de contribuciones que repasan los diferentes aspectos y componentes de esta cuestión. Por una parte los lúcidos artículos de Vicente Romano, maestro de todos nosotros, recordando a Brecht, analizando el uso perverso de la lengua así como el papel de las nuevas tecnologías de la información; por otra las igualmente valiosas reflexiones de Francisco Fernández Buey sobre la feria del Libro de Venezuela, las del especialista y buen conocedor de todo tipo de iniciativas y medios alternativos de comunicación Pascual Serrano, las interesantes contribuciones del profesor de La Habana, Amaury E. Del Valle sobre la guerra informativa de Estados Unidos contra la revolución cubana, así mismo las del profesor vienés Peter Fleissner acerca de la Unión Europea, las del especialista en cuestiones de información y tecnología Julián Marcelo acerca de las naturaleza de las relaciones de producción en la sociedad de la información, y por último una contribución especial procedente de una iniciativa a destacar, la que en la región de Murcia se ha hecho para oponerse y contrarrestar el imperio del modelo del ladrillo y de la corrupción que el gobierno regional del PP lleva a cabo. Se trata del Foro Ciudadano de la Región de Murcia que ya va por la segunda edición de un Informe sobre «El otro estado de la Región» que se acaba de publicar repasando los distintos aspectos, desde la economía y la salud hasta la justicia y el medio ambiente, pasando por la cultura o los medios de comunicación, o la situación de las mujeres. Deseamos agradecer la absoluta disposición tanto del Foro Ciudadano con su Presidente, el profesor Antonio Campillo, como la de los autores del capítulo sobre la cultura, la especialista Caridad de Santiago, el especialista Patricio Hernández y el profesor de filosofía Francisco Jarauta, para la reproducción de su contribución.
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