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Del informe MacBride a Telesur

Fuentes: Rebelión

Como todo dentro de la esfera del capitalismo, también la producción cultural en su sentido más amplio es una mercadería, un negocio. Y de hecho, un negocio nada despreciable: para el año 2004 esta poderosa industria (periódicos, libros, radio, cine, televisión, discos, videojuegos) facturó más de 400.000 millones de dólares. Como todo también dentro del […]

Como todo dentro de la esfera del capitalismo, también la producción cultural en su sentido más amplio es una mercadería, un negocio. Y de hecho, un negocio nada despreciable: para el año 2004 esta poderosa industria (periódicos, libros, radio, cine, televisión, discos, videojuegos) facturó más de 400.000 millones de dólares. Como todo también dentro del capitalismo desarrollado, en tanto gran negocio está controlado por pocos gigantes transnacionales.

En otros términos: la producción cultural actual (la comunicación, la información), en vez de ser liberadora de la humanidad, dentro de los parámetros con que viene desplegándose en forma creciente no sólo es un fabuloso negocio monopolizado sino que se ha transformado en una poderosa arma de control social uniformando sociedades e imponiendo un discurso único, favorable obviamente a los cada vez más reconcentrados grupos de poder. La información pública y la comunicación social (la superestructura cultural, diría Gramsci) han pasado a ser con el capitalismo, y más aún en estos años de triunfo neoliberal, quizá el más poderoso medio de sujeción de las poblaciones por parte de las élites, tanto o más que los ejércitos, los misiles o las cámaras de tortura.

Este desproporcionado e injusto desbalance en el ámbito cultural que sufrimos hoy, entrado ya el siglo XXI, que beneficia a unos pocos del Norte en detrimento de las grandes mayorías tanto en el mismo Norte como en el Sur, se prefiguraba en las primeras décadas posteriores al fin de la Segunda Guerra Mundial. En plena Guerra Fría y con un efervescente campo de países no alineados, el tema de la producción cultural, de su inequitativa circulación y de lo que ya se denunciaba como imperiosamente necesario cambiar hacía 30 años, surge la idea desde el Tercer Mundo -idea apoyada por la Unión Soviética- de un «nuevo orden internacional de la información y la comunicación», que de hecho correspondía en este ámbito al llamado por un «nuevo orden económico internacional».

Sabemos que ese debate llegó al seno de la organización ad hoc: la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura -UNESCO-, la cual estableció una «Comisión Internacional para el Estudio de los Problemas de Comunicación» hacia fines de los 70. Este grupo multinacional y pluralista de expertos, comúnmente conocido por el apellido de su presidente, el irlandés Sean MacBride -único galardonado con el Premio Nobel de La Paz (1974) y el Premio Lenin de la Paz (1977, equivalente soviético del Nobel)-, presentó el informe final de su trabajo en la Conferencia General de la UNESCO en Belgrado, en 1980. El mismo -«Un solo mundo, voces múltiples. Comunicación e información en nuestro tiempo», más conocido como Informe MacBride-, del que ahora se conmemoran sus 25 años, hacía importantes observaciones y recomendaciones, tan válidas entonces como ahora: «En resumen, la industria de la comunicación está dominada por un número relativamente pequeño de empresas que engloban todos los aspectos de la producción y la distribución, las cuales están situadas en los principales países desarrollados y cuyas actividades son transnacionales. La concentración y la transnacionalización son consecuencias, quizá inevitables, de la interdependencia de las diferentes tecnologías y de los diversos medios de comunicación, del costo elevado de la labor de investigación y desarrollo, y de la aptitud de las firmas más poderosas cuando tratan de introducirse en cualquier mercado.»Entre sus más importantes recomendaciones pueden citarse: «Las necesidades de una sociedad democrática en materia de comunicación deberían quedar satisfechas mediante la formulación de derechos específicos tales como el derecho de ser informado, el derecho a informar, el derecho a la protección de la vida privada y el derecho a participar en la comunicación pública, que encajan todos ellos en ese nuevo concepto que es el derecho a comunicar.» (…) «Todos los países deberían adoptar medidas encaminadas a ampliar las fuentes de información que necesitan los ciudadanos en su vida cotidiana. Procede emprender un examen minucioso de las leyes y reglamentos vigentes para reducir las limitaciones, las cláusulas secretas y las restricciones de diversos tipos en las prácticas de información.» (…) «Con harta frecuencia se trata a los lectores, oyentes y los espectadores como si fueran receptores pasivos de información. Los responsables de los medios de comunicación social deberían incitar a su público a desempeñar un papel más activo en la comunicación, al concederle un lugar más importante en sus periódicos o en sus programas de radiodifusión con objeto de que los miembros de la sociedad y los grupos sociales organizados puedan expresar su opinión.»

Como parte también de la Guerra Fría, el Informe produjo la salida de Estados Unidos de la organización; luego de algunos pocos años de fricciones, para 1984 Washington abandona la UNESCO alegando que «La politización externa fuera de las atribuciones continúa, y esto es lamentable, igual que la hostilidad endémica hacia las instituciones de base de una sociedad libre; en particular, una prensa libre, mercados libres y por encima de todo, los derechos del individuo». Tal vez ni siquiera sea necesario aclarar que cuando Estados Unidos habla de «libertad», se refiere lisa y llanamente a «libertad de empresa». Que se cuestione su hegemonía lo llaman «falta de libertad». Gracioso, ¿no?

Hoy, 25 años después de presentado el Informe MacBride, la tendencia denunciada dos décadas y media atrás se mantiene, acrecentándose. Es por eso que se torna impostergable la creación de alternativas a esta injusticia flagrante. La creación del canal televisivo TeleSur es, en la actualidad, la iniciativa que mejor rescata las recomendaciones hechas en su momento por UNESCO. «Frente al discurso único sostenido por las grandes corporaciones, que deliberadamente niegan, coartan o ignoran el derecho a la información, se hace imprescindible una alternativa capaz de representar los principios fundamentales de un auténtico medio de comunicación: veracidad, justicia, respeto y solidaridad. Esa alternativa es TeleSur» (www.telesurtv.net), puede leerse en su página de presentación.

La idea de «darle voz a los que no tienen voz», de «un solo mundo con voces múltiples» que levantara ese organismo internacional -hoy día, con el regreso de Estados Unidos a su seno luego del derrumbe del campo socialista, en retroceso en su agenda institucional- no está muerta. TeleSur es una clara demostración que «otro mundo es posible» y que el Informe MacBride no se equivocaba.