La catástrofe nuclear en Japón ha vertido en la atmósfera de los medios de comunicación grandes cantidades de basura informativa. Ello ha puesto en evidencia la falsedad implícita del viejo discurso pronuclear. Tras la primera explosión en la central de Fukushima Agustín Alonso, catedrático en energía nuclear decía «No son fugas, sino emisiones controladas y […]
La catástrofe nuclear en Japón ha vertido en la atmósfera de los medios de comunicación grandes cantidades de basura informativa. Ello ha puesto en evidencia la falsedad implícita del viejo discurso pronuclear. Tras la primera explosión en la central de Fukushima Agustín Alonso, catedrático en energía nuclear decía «No son fugas, sino emisiones controladas y de escasa radiactividad».
Mientras tanto los periodistas jugaban con la información haciendo divertidas cabriolas demagógicas, práctica habitual de la mayoría de medios de comunicación.
En ningún lugar se podía constatar pánico. «En realidad no me preocupa la planta nuclear. ¿De verdad es tan grave?», comentaba Kaji Shimauchi, de 21 años, poco después de volver de sus vacaciones en Filipinas. Y después de leer en su teléfono que no hay peligro tras la línea de evacuación, siguió leyendo su libro.
Párrafo escogido al vuelo, en este caso, del Diario de Navarra, en su edición digital del domingo 13 de marzo.
Para acceder a la basura informativa no hay que hacer ningún esfuerzo, basta conectar el televisor y conformarse con el punto de vista de agencias como Europa Press. Lo cual pone de manifiesto los enormes intereses económicos, políticos y estratégicos que están implicados en la cuestión nuclear.
El lunes 14 de marzo, tras la segunda explosión en Fukushima, María Teresa Domínguez presidenta del Foro de la Industria Nuclear Española declaraba: «a pesar de la magnitud del terremoto, la integridad de todos los edificios de las centrales japonesas se ha mantenido intacta». Entrevista que fue difundida por TV, prensa y radio.
Resulta también muy curioso observar cómo se reproducen masivamente y de manera maniquea expresiones del tipo: «expertos señalan que Fukushima no será Chernóbil», sin explicar quiénes son esos expertos. Al tiempo que minimizan las emisiones radiactivas y el colapso de varias centrales en la costa japonesa.
Por fortuna contamos con otras voces que no resulta tan fácil ocultar, como la de Eduard Rodríguez-Farré, radiobiólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas: «la preocupación es grave. La liberación radioactiva tiene consecuencias a corto y largo plazo que pueden generar tumores, problemas de tiroides o disminución de la inmunidad». Además ha avisado que el mayor problema es que dicha radiación pase a la cadena alimenticia.
Poniendo en contraste las frivolidades informativas con la magnitud de la catástrofe nuclear en Japón, que ha dejado de inmediato en un segundo plano los daños y muertes que ha ocasionado un terremoto de escala 9 y el tsunami más devastador que jamás haya sufrido la isla, se hace evidente que el discurso pronuclear tiene un componente de mentalidad enferma.
Una civilización que se juega todo a la apuesta «lo improbable no puede suceder» – cuando lo improbable es una catástrofe de dimensiones apocalípticas- es una civilización enferma. Apuntaba Jorge Riechmann en el prólogo del libro El espejismo nuclear.
El hechizo nuclear
El período de semidesintegración del americio 243: 7.370 años. El del plutonio 239: 24.110 años. El del protactinio 231: 32.760 años. El del tecnecio 99: 213.000 años. El del plutonio 242: 373. 000 años. El del torio 232: 14.000 millones de años.
Si no queremos dejar un legado envenenado a las generaciones venideras, el problema va más allá del estúpido debate actual «Nucleares Sí o Nucleares No» que los medios alientan de modo tendencioso.
Desde sus orígenes, lo nuclear produjo una fascinación delirante que se asemeja a la fascinación que producía la alianza de J.R.R. Tolkien en El Señor de los Anillos. Con el acceso a una energía inagotable se podría desalinizar toda el agua que se quisiera, era posible conquistar el universo y colonizar planetas. Sin embargo, tal como explica detalladamente Marcel Coderch y Núria Almiron en su libro El espejismo nuclear, la energía nuclear no ha resultado más que una enorme fuente de desastres económicos, únicamente rentable en cortos periodos y principalmente por el hecho de haber sido subvencionada, en la mayoría de casos mostrando su ultimo fin: la industria armamentística.
Caso omiso de todo ello, el hechizo por lo nuclear parece reeditarse una y otra vez con el paso de los años, olvidando rápidamente que los supuestos beneficios de las centrales no llegan ni remotamente a cubrir los desastres que generan de manera creciente año tras año. Nuevas mentes delirantes toman el relevo.
Los nuevos adalides de lo nuclear parecen no tener el tiempo necesario para documentarse lo más mínimo, requeridos como están por partiditas de pádel, paseítos en velero y cócteles de sociedad.
Desde principios de siglo asistimos a una fuerte ofensiva en todo el mundo de los lobbies pronucleares. Ellos apelan a argucias como la defensa del medio ambiente, o el calentamiento global para lanzar sus campañas con el atuendo de moda del momento.
Obviando la larga trayectoria de movimientos antinucleares, en los últimos años muchos países están lanzados a un programa de proliferación nuclear, compitiendo unos contra otros en una vertiginosa carrera por convertirse lo más rápìdo posible en potencia nuclear mundial con derecho a voz y voto en las mesas internacionales de negociación.
Estas campañas han alcanzado un gran apogeo a partir de la crisis económica de 2007, planteando que la energía nuclear puede ser un revulsivo para campear la situación económica sin tener que detener un tipo de crecimiento desaforado y ciego.
Esta actitud inconsciente en el futuro quizá sea considerada como apología del genocidio.
«Quienes hablan, hoy, de seguir construyendo reactores nucleares no han comprendido nada de la tragedia de Chernóbil. Y Chernóbil era, quizá, la última advertencia de la que podíamos aprender, si es que ha de existir en el futuro una humanidad libre sobre una Tierra habitable» dijo Jorge Riechmann.
Es necesario desmantelar el siglo XX.
¿Es posible una lectura positiva de acontecimientos tan dramáticos como lo sucedido en Japón? Quizá sí.
Ahora tras la catástrofe nuclear en Japón tenemos ante nosotros una nueva advertencia definitiva y tajante. Se hace evidente la necesidad de cambiar el rumbo, inventar un nuevo futuro para la humanidad que durante varias décadas pasará necesariamente por la deconstrucción y purificación del pasado.
El planeta Tierra forma parte de un sistema planetario denominado Sistema Solar, que lo incluye y lo determina absolutamente.
Es un hecho constatable por las observaciones de la NASA que el Sol ha entrado en un nuevo ciclo de actividad, aumentando la intensidad de sus explosiones, lo cual ha de seguir generando inestabilidad ambiental en nuestro planeta. El Sol expulsa partículas cargadas de electricidad que causan cambios en el campo magnético de la Tierra. En el año 1859 una de estas emanaciones solares quemó la línea de telégrafo en todo el mundo. Científicos apuntan a la posibilidad de que esto pueda reproducirse sobre las líneas eléctricas de nuestro planeta. ¿Qué pasaría si las 439 centrales esparcidas por el mundo se quedaran de repente sin energía para ser refrigeradas?
«Dado el estado de las cosas, los cuestionables logros obtenidos por nuestra generación en la era de las máquinas son tan peligrosas como una cuchilla de afeitar en manos de un niño de tres años. La posesión de unos medios de producción extraordinarios no ha aportado libertad, sino preocupaciones y hambrunas», reflexionaba Albert Einstein tras ver el destino con que fueron utilizados sus descubrimientos.
A los tres días de la catástrofe, miles de personas se han manifestado al pie de las centrales nucleares europeas. Angela Merkel ha suspendido el plan para alargar la vida a las centrales en Alemania y ha decretado el cierre inmediato de todas las centrales anteriores a 1980, Suiza y Francia anuncian también cierres de centrales. Muchos otros políticos de los países títeres europeos, como España, al menos carraspeaban al referirse a un tema del que antes hablaban con ligereza. Los periodistas japoneses, paradigma de la contención y las formas correctas, increpan a los ministros y portavoces exigiendo la verdad. En los foros y espacios de opinión por internet las voces se levantan en pro de la necesidad de cambiar nuestro sentido evolutivo.
En abril de 2010 Silo hacía referencia al gran susto. Un gran susto que podría generar una respuesta razonable. «Ojalá sea un susto que no genere pérdidas de vidas humanas». Daba el ejemplo de lo que pasó con la bomba atómica, a los científicos les hicieron creer que sólo iba a ser un gran susto en una isla… «Un gran susto que paralice y obligue a la reflexión.»
El uso de la energía nuclear es un camino que hoy sabemos que jamás debería haber sido andado. No, al menos, sin antes comprender nuestro sentido en el Universo. Por ello hoy es un camino a desandar. Se requiere para ello de esfuerzo, de recursos y de una coordinación política a nivel mundial jamás emprendida en nuestra historia. Así las cosas, este es el reto que tenemos por delante.