Traducido por Manuel Talens
Hay vocablos que se utilizan para desencadenar emociones y ofuscar la mente. Han sido diseñados para embrutecer de forma transitoria las facultades críticas del intelecto, pues aunque permanecen fonéticamente vívidos y capaces de despertar una respuesta emocional en quienes los escuchan, sus connotaciones semánticas han sido parcial o totalmente modificadas por quien las propaga como emisor del mensaje. Nuestro léxico actual incluye muchas palabras y locuciones especialmente diseñadas para inspirar opiniones y obtener un apoyo «moral» a proyectos políticos o ideológicos específicos. Su objetivo último es la creación de consenso, el requisito indispensable de la «democracia».
El uso de herramientas lingüísticas de persuasión es uno de los aspectos más sofisticados de la denominada «guerra psicológica», a saber, las operaciones de orden psíquico puestas en marcha por los gobiernos, particularmente en tiempos de guerra o de crisis [1]. Pero la guerra psicológica también forma parte de la comunicación periodística básica y del «discurso público». Dado que todos utilizamos la herramienta del lenguaje, su codificación es esencial para que no sea necesario definir todos sus fonemas, lo cual facilita el intercambio de ideas. Sin embargo, hay individuos cuya única tarea consiste en convertir las palabras en armas e instrumentos funcionales de propaganda. Sabemos por experiencia que la Hasbará israelí está organizada de tal manera que crea consenso mediante la continua reiteración retórica de su indiscriminado y tendencioso apoyo a Israel [2].
Big Brother, de Abbé Nozal (Tlaxcala)
Este lenguaje, artificialmente modificado, está imbuido de forma tan meticulosa en el pensamiento occidental contemporáneo que el orwelliano Ministerio de la Verdad se ha convertido en la predicción novelística de lo que en Israel hacen a diario el Ministerio de la Hasbará y todas sus ramificaciones más o menos oficiales distribuidas por el mundo. Cuando uno mira las noticias por la noche, ya prácticamente ni se extraña al enterarse de los actos cometidos contra poblaciones civiles que viven bajo ocupación militar: crímenes de guerra bajo cualquier circunstancia se comunican como si fuesen actos legítimos e indispensables o incluso realizados con fines humanitarios. Esas mismas atrocidades circulan camufladas como pasos imprescindibles para la paz y la coexistencia, mientras que el sufrimiento humano que provocan permanece oculto o desmentido. Sin embargo, cuando la víctima del sufrimiento es un occidental o pertenece «al mismo campo democrático», se pone en marcha el mecanismo opuesto, que desencadena nuestra indignación moral. Somos la clientela sumisa de los medios occidentales, cuyas informaciones ya totalmente digeridas nos parecerían repugnantes si se cambiasen las tornas y, en vez de ser los verdugos, fuésemos las víctimas.
Quienes escriben y compilan sus informes prestan más valor intrínseco a las vidas de los de su bando y ensamblan la información de manera que refuerce este sesgo tendencioso y lo convierta en pensamiento normativo. Cuando muere un soldado occidental se lo glorifica como héroe, sin que importe dónde estaba o lo que hacía en el momento de morir, y lo mismo sucede con los israelíes que ocupan territorios sometidos a la «limpieza étnica» de la población que no es judía. Cuando se nos explicita el objetivo de cualquier acción violenta, la estatura moral que se le otorga es proporcional a su cercanía con la imagen que tenemos de nosotros mismos. Si las víctimas pertenecen a los «malos», casi se espera que sintamos alivio y una descarga de patriotismo con el mensaje implícito de que «el bien ha prevalecido». A la par, se espera de nosotros que nos pongamos del lado de quienes viven en Sderot, que sintamos como si sus dificultades, su actitud «altiva» o el nerviosismo de sus gatos fuesen naturalmente nuestra principal preocupación. Durante el cerco de Gaza, los medios de masas concedieron el mismo espacio informativo y otorgaron la misma gravitas a un grupo de adolescentes que se quejaban de su confinamiento entre la escuela, el hogar y los refugios antibombas que a los padres palestinos desesperados ante la destrucción de sus hogares y el asesinato de sus hijos por parte de los soldados y las bombas israelíes. Una equivalencia entre sufrimientos tan desproporcionados como éstos sería absurda en cualquier contexto, pero lo que pretenden tales reportajes es que no parpadeemos al contemplarlos.
De igual manera, se espera que aceptemos las justificaciones israelíes, según las cuales su ejército es «el más moral de todo el mundo», y ello con independencia de las fotografías que se fueron filtrando desde el infierno de Gaza. El primer ministro de Israel trató de acallar las quejas internacionales con las siguientes palabras: «El ejército israelí, de una moralidad sin parangón alguno, se ha preocupado celosamente de actuar de acuerdo con el Derecho internacional y ha hecho todo lo posible para impedir cualquier daño a la población civil que no estuviese implicada en el combate, así como a sus propiedades. Con este fin, entre otras cosas lanzó desde el aire muchas hojas explicativas y utilizó los medios de comunicación y la red telefónica local [3] para advertir de antemano y con todo detalle a la población civil. El ejército israelí también se ha ocupado de cubrir las necesidades humanitarias de la población civil durante los combates en la Franja de Gaza.» [4]
Si dejamos de lado el juicio de valor inherente a dicha afirmación, según la cual el ejército israelí es de una moralidad sin parangón alguno, el comunicado de prensa oculta el contenido de las hojas explicativas «humanitarias» y elude cualquier explicación sobre «uso» de los medios y de la red telefónica locales. Las hojas advertían a la gente -que estaba en una ratonera y sin posibilidad de escapar- de la destrucción a la que se expondrían «si no se iban». Esto demuestra la intención premeditada de causar daño y la amenaza de muerte y destrucción de propiedades civiles. Con respecto a las llamadas telefónicas, un artículo publicado en USA Today afirmó que los palestinos recibieron llamadas tanto a sus teléfonos celulares como a los fijos, en las cuales se les advertía que sus hogares iban a ser bombardeados. Era imposible rastrear o bloquear tales llamadas, porque provenían de compañías telefónicas internacionales. Según los funcionarios israelíes, fue este un servicio que prestaron a los palestinos (antes del auténtico «servicio», es obvio), pero el comandante Jacob Dallal, portavoz del ejército, se negó a revelar cómo habían obtenido los números de los teléfonos celulares de Gaza (no existe un listín telefónico de tales números).
El «uso» de los medios locales se debió a la efracción del ejército israelí en las imágenes de Al Aqsa TV y en la sintonía de las emisoras de radio, entre ellas las de Hamás, el FPLP y la Jihad Islámica. Según Kamal Abu Nasser, durante las retransmisiones de la Voice of Jerusalem, al ejército israelí interrumpía la señal a lo largo de una hora cada día para emitir mensajes en los que acusaba a Hamás de todos los problemas de Gaza. Estas afirmaciones han sido corroboradas por muchos gazanos que dependían de la radio como única conexión con el mundo exterior y que, a su pesar, se veían bombardeados con propaganda por los mismos que lanzaban bombas sobre sus cabezas.
Las detalladas advertencias y la ayuda humanitaria también son fáciles de refutar. El ejército israelí ni siquiera comunicó a los médicos el tipo de armas que estaba utilizando ni cómo tratar las extrañas heridas que éstas producían, típicas de los explosivos de metal inerte denso y del fósforo blanco. Como todo el mundo sabe en la actualidad, la Franja de Gaza sufrió un bloqueo total por tierra mar y aire y únicamente permanecieron permeables los túneles subterráneos bajo la frontera con el Sinaí. Tanto los israelíes como los usamericanos no tardaron en denunciar que estaban siendo utilizados para «la introducción ilegal de armas», no como la única vía accesible a productos necesarios, toda vez que los pasos fronterizos habían sido sellados por Israel y Egipto y en ellos permanecían estacionadas las fuerzas de seguridad leales a Fatá. La lectura de cualquier declaración de Israel exige siempre un gran esfuerzo. La verdad está en ellas, pero falseada por lo que expresan sus palabras. Y, sin embargo, tales declaraciones se aceptan sin rechistar e incluso alcanzan un estatus humanitario.
¿Nos toman por ciegos, sordos y estúpidos quienes las escriben y difunden o es que somos todo eso y mucho más? ¿Acaso el hecho de vivir como seres privilegiados en este planeta, «fuera del eje del mal», nos impide vernos tal como otros nos ven y nos exime de sentirnos asqueados ante la importancia que creemos tener y el desprecio que mostramos a los demás? ¿Nos hemos convertido en los monstruos insensibles que seguramente parecemos o sólo hemos sido adoctrinados y nos lavaron el cerebro hasta bloquear nuestras facultades críticas?
Dado que los medios de masas no pueden censurar ni impedir que todo salga a la superficie, quienes los controlan se cubren la espalda ofreciendo la interpretación canónica de los acontecimientos, que nosotros hemos de aceptar como si fuese «factual» o incluso como la «verdad». Si todavía somos capaces de ver, el objetivo de los expertos de la Hasbará es impedir que pensemos. Por eso, los mensajes que despiertan el miedo y las frases fabricadas a modo de eslogan están siempre a mano. Le ahorran ese esfuerzo a nuestro cerebro. Hemos de sentirnos «informados», pero sin discurrir ni pensar (de hecho, sería perjudicial para ellos). Y, cuando hayamos cesado de pensar, guardaremos silencio frente a la violencia utilizada para oprimir al débil.
Los regímenes totalitarios han dependido siempre de la ignorancia o el miedo para establecer, consolidar y mantener su dominio sobre quienes, de otra manera, se sublevarían contra ellos. Lo mismo parece ser verdad en las «democracias» actuales. Se presiona a organizaciones benéficas islámicas y se tacha de terrorismo a grupos que combaten la ocupación, mientras que las relaciones diplomáticas dependen del beneplácito de quienes controlan los hilos del dinero. Se establecen condiciones que prohíben explícitamente el apoyo a movimientos políticos o a gobiernos que mantienen una postura crítica con respecto al Estado sionista, como si ése fuese el criterio que inhabilita a toda una nación en el ámbito mundial. En pocas palabras, incluso las democracias (¿demonocracias?) practican un poderoso adoctrinamiento destinado a inculcar su ventaja desde los puntos de vista hegemónico, económico o incluso moral. Se utilizan los medios, tanto en su vertiente informativa como de entretenimiento, para lavar el cerebro y configurar un modelo de «buen ciudadano», con el fin de que la sociedad apoye mayoritariamente cualquier plan político que el gobierno defienda. Los efectos se hacen sentir de arriba abajo en todos los estratos sociales, incluso en nuestros hijos, de quienes se espera que aclamen acríticamente a «héroes de la paz» armados hasta los dientes en Afganistán e Iraq. A fin de cuentas, parece ser que Orwell tenía razón.
La lucha contra la retórica vacía, la deconstrucción de las mentiras y la reconquista de nuestro sentido crítico han dejado de ser un lujo para convertirse en una absoluta necesidad. Con el objetivo de contribuir a esta toma de conciencia, Palestine Think Tank y Tlaxcala lanzan hoy una campaña internacional de ensayos centrados en la deconstrucción analítica de muchos de esos términos y locuciones, como paso inicial para construir un lexicón alternativo con una lectura más cabal de las palabras que, en estos momentos, ejercen su asedio contra nosotros como instrumentos emocionales de propaganda. Pedimos a nuestros autores asociados, miembros y afiliados que reflexionen y escriban sobre estos asuntos e invitamos también a nuestros lectores a que colaboren con ensayos originales para su publicación, su traducción y su difusión.
¿Que vocablos nos interesan? Hay muchos para escoger, así que dejamos la elección al criterio de los escritores. De ninguna manera deseamos limitar los ensayos a uno solo por tema elegido, pues podría ser que otros autores deseasen aportar puntos de vista o argumentos adicionales. Esperamos que este esfuerzo de colaboración internacional pueda contribuir a una mejor comprensión de los asuntos mundiales y a una mayor conciencia de cómo podríamos incidir de forma activa en este empeño, no meramente con el rechazo de las definiciones viciadas que pretenden imponernos, sino llenando las palabras de contenido y desentrañando sus dimensiones de verdad.
Notas
[1] Véase http://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_psicol%C3%B3gica
[2] Véase http://es.wikipedia.org/wiki/Hasbar%C3%A1
[3] Véase http://www.mfa.gov.il/MFA/Government/Communiques/2009/IDF_warns_Gaza_population_7-Jan-2009.htm
La Primera guerra mundial de las palabras es una iniciativa de Palestine Think Tank y Tlaxcala. Los autores que deseen participar pueden enviar sus textos a [email protected] y a [email protected]. Para leer otras entradas de esta Primera guerra mundial de las palabras, pinche aquí
Manuel Talens es miembro de Rebelión y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar a la autora, al traductor y la fuente.
La imagen Big Brother, de Abbé Nozal, está inspirada en una ilustración anónima del artículo Brainwashing and 911, de Terry Morrone.
Fuente en Palestine Think Tank : http://palestinethinktank.com/2009/10/02/the-first-word-war-palestine-think-tank-and-tlaxcala-declare-war-against-disinformation/
Fuente en Tlaxcala: http://www.tlaxcala.es/pp.asp?reference=8844&lg=es