Argentina es sinónimo de fragmentación, y desde esa realidad histórica, social y política, es desde donde tenemos que pensar quienes queremos aportar en la construcción de un cambio profundo y revolucionario de nuestra patria. Cuando desde abajo y a la izquierda se intenta pensar un bloque social de los oprimidos, un pueblo posible, que avance […]
Argentina es sinónimo de fragmentación, y desde esa realidad histórica, social y política, es desde donde tenemos que pensar quienes queremos aportar en la construcción de un cambio profundo y revolucionario de nuestra patria. Cuando desde abajo y a la izquierda se intenta pensar un bloque social de los oprimidos, un pueblo posible, que avance hacia la liberación económica y social, nos encontramos siempre con un gran e inmenso escollo: dos países (ambos oprimidos) que conviven en un mismo territorio desde hace algo más de 150 años, y que jamás han logrado entenderse.
«Ambos países» que comparten territorio, tienen su sector de derecha y conservador, pero ambos poseen también su bloque progresista y combativo. Sólo nos vamos a centrar en la historia del bloque social progresista de «ambos países». Podemos decir que uno es el país que más sabe a pueblo, a los de abajo, es el de las montoneras, el de los cabecitas negras, el de los descamisados, el del 17 de octubre, de la resistencia peronista, el de los piqueteros, en fin: el de los negros de mierda, según el leal saber y entender de nuestra rancia oligarquía.
El otro es de tez más clara, con ansias de progreso, que «vino en barco», que fueron laburantes y comerciantes, y hoy algunos son profesionales, ese que también tuvo sus gestas históricas, sus luchas por la liberación: tuvo su federación obrera anarquista a principio de siglo XX, tuvo la creación de los primeros periódicos obreros, tuvo la organización de los primeros partidos liberales u obreros, tuvo y tiene su defensa de la democracia y los derechos humanos, tuvo su guerrilla, sus movimientos estudiantiles, sus universidades combativas, sus intelectuales.
En este punto sería importante realizar una aclaración: si bien el segundo «país» del que hablamos, está casi en su totalidad integrado por trabajadores, su conciencia (incluso política, pero sobre todo cultural) le indica que pertenece a lo que cotidianamente se conoce como «clase media». Casi ningún trabajador de este país se considera a sí mismo obrero, concepto ligado en el imaginario social, al morocho albañil con el sándwich de mortadela en la mano. Este «extraño» fenómeno, además de ser una inteligentísima y muy efectiva maniobra del poder para dividir al pueblo, es producto del profundo racismo existente en nuestra sociedad.
El mito de la argentina tolerante y diversa no resiste ningún análisis serio. La historia argentina es profundamente racista, es un hecho que debemos asumir de una buena vez, para poder comenzar a buscarle una solución. Ni siquiera la izquierda asume concienzudamente el hecho de militar en una sociedad profundamente racista, y por esa misma razón, no son pocas las veces que esa misma izquierda se ve arrastrada hacia actitudes de este tipo. No es casualidad que gran parte del progresismo y la izquierda argentina posea una historia descaradamente gorila. El gorilismo es por estas tierras, de alguna manera, la expresión social y política del racismo.
Dos países entonces: uno popular y otro de «clase media» (trabajador). A lo largo de la historia (lamentablemente) estos «dos países» que comparten el mismo territorio del sur del continente americano, y casi idéntico destino, no han entablado diálogo alguno, no se han cruzado en la calle, ni en las asambleas, ni en el barrio (porque viven en distintas calles, obviamente). Pocos fueron los momentos donde las manos, las miradas, los vinos y las conversaciones han unido a unos con otros.
Esos pocos momentos bastaron para llenar de esperanzas a los de abajo y de temor a los de arriba: La insurrección que se conoce como «Patagonia Rebelde» en las mesetas santacruceñas; luego, la militancia que se formó en las lecturas de los intelectuales de FORJA; también, el clasismo cordobés de fines de los ´60 y principio de los ´70, cuando la unión obrero-estudiantil; sumado, algún sector de la izquierda peronista, del peronismo de base; la experiencia no menos trascendente en la cultura política de izquierdas, de algún sector de militantes ligados a los movimientos agrarios del noreste o la experiencia del PRT en los ingenios tucumanos; y por último, todo lo que de algún modo se vio reflejado en algunos de los «azos» setentistas. Esos fueron quizás, las pocas y cortas experiencias excepcionales, donde los bloques oprimidos y progresistas de los «dos países» que conviven en Argentina, dialogaron, se encontraron, construyeron.
Algún tiempo después, eso que algunos llaman neoliberalismo (pero que nosotros preferimos nominar como hegemonía del Capital Financiero), de algún modo abrió un espacio de encuentro nuevo. No fueron pocas las familias de clase media que en estas más de tres década de capitalismo financiero, han caído del cielo del medio pelo argentino hacia la pobreza de la desocupación y la desesperanza. La lucha piquetera parece haber sido un primer canal de diálogo entre muchos trabajadores (o incluso algunos con aspiraciones a profesionales liberales) con desocupados (pobres), espacio al que posteriormente se sumó parte de la militancia estudiantil. Para algunxs de nosotrxs, las luchas que vieron la luz hacia finales del siglo XX y principios del siglo XXI, nos animan a pensar la posibilidad de un futuro más rico para el proyecto de una patria nuestramericana justa, libre, digna, igualitaria y socialista.; sin embargo queda aún mucho por hacer.
En la actualidad, luego del vaciamiento del PJ, fuerza política que de algún modo hegemonizó la representación política del sector popular durante el siglo XX, conducción que decayó luego de la montaña de promesas y traiciones por parte de la dirigencia peronista (sobre todo durante el menemismo, pero no sólo), sumado a más de dos décadas de trabajo de base continuado por parte de algunos sectores de la Izquierda Popular, las subjetividades políticas de los sectores populares parecen ser otras, y no son pocos quienes desde abajo levantan orgullosos las banderas del Che, o se organizan para luchar por el socialismo, critican al oficialismo o la verticalidad de los partidos del régimen.
En la actualidad se puede hablar de la existencia de subjetividades de izquierdas entre el pueblo pobre argentino. Por si quedan dudas, basta mirar hacia donde dirige los insultos el enemigo más recalcitrante del pueblo argentino, es decir la oligarquía terrateniente, para identificar claramente donde está puesto su miedo: el piquetero, el negro de mierda.
Es, sin embargo, en el otro integrante del polo «progresista», es decir en su clase media, donde la tarea parece ser aún muy incipiente. Toda una gama de personas, profesionales, académicos e incluso militantes con ideas «progresistas», sigue sin entender absolutamente nada sobre lo que sucede ahí abajo. Desde el tibio (pero en algunos casos honesto) reformismo que habita las filas del Partido Socialista o algunas ONG´s, hasta el izquierdismo (muchas veces quirúrgicamente revolucionario) de muchos partidos marxistas, pasando por algún anarquismo individualista, juvenil y contestatario; sumando docentes de todos los niveles; y cátedras universitarias, académicos de todo tipo y color; obreros de cuello blanco. Existe todo un arco político y social de las clases medias, que en sus proyectos de cambio sinceramente reformistas ¡y hasta revolucionarios! jamás se baja del caballo vanguardista o paternalista, para preguntarse qué piensa, qué siente, ni cómo lo hace, ni por qué, aquél que no entiende (porque no le interesan tampoco) absolutamente ninguna de las discusiones o soluciones de las que él se cree dueño.
Y si se insiste una y otra vez sobre este aspecto es porque se entiende que en Argentina, la revolución social no será posible jamás mientras estos dos países no puedan entablar un diálogo que permita compartir experiencias, saberes, sueños, alegrías y dolores.
No se dice con esto, bajo ningún punto de vista (y no se confunda) que la contradicción principal en estas tierras sea la de pueblo pobre contra clases medias y su cultura, que no se confunda su incomprensión de lo popular con un apoyo activo al conservadurismo, racismo y autoritarismo de la oligarquía.
Lo que sí se está intentando decir es que esa incomprensión, temor y hasta desdén del sector que se cree «ilustrado» hacia el sector popular, es quizá el hecho más trágico de nuestra historia, y el cimiento de las tiranías que asolaron nuestra patria. Tiranías sangrientas que poblaron esta guerra civil (por momentos apaciguada) en que está sumergida Argentina, quizás desde que Lavalle en 1828 llevó adelante el primer golpe de estado, y fusiló sin más a Dorrego, «el padrecito de los pobres». A partir de allí la violencia social y política fue una constante. Quizás es desde antes, y el fusilamiento de Manuel Dorrego fue sólo un mojón más en una historia que ya precedía ese fatídico 13 de diciembre.
Esta contradicción es estructurante, pero debe ser resuelta al interior de los bloques progresistas, no con enfrentamiento entre sectores populares y clase media, sino con una construcción democrática que ponga en diálogo a las dos argentinas.
Consideramos que sostener que el enfrentamiento entre pueblo y sectores medios (muchas veces gorilas) es un error estratégico, en el que caen muchos sectores militantes provenientes de la clase media, los que ante el rechazo que les produce su propio origen social, buscan rápidamente un lugar que los cobije entre las filas «del pueblo», uniéndose a estructuras vetustas y funcionales como el Partido Justicialista. Prefieren «comerse un sapo» de derecha, que uno de clase media (gorila). Desde ese lugar, estos nuevos militantes «populares» comienzan a dirigir todos sus dardos contra la militancia de izquierda tradicional, y olvidan por completo al enemigo.
Luego el camino a seguir es historia conocida: la disputa hacia dentro precisa su autoafirmación como peronistas auténticos, cada vez más lejos de las «inmaduras» lógicas izquierdistas de organización democrática de base y movilización. Para ganar la disputa «hacia dentro» deben diferenciarse del afuera, y eso los lleva cada vez más a dirigir sus críticas a la cultura política a la cual pertenecían, mientras aceptan cada vez con menos asco sostener a impresentables derechistas, los que con suerte podrán cederles un oscuro despacho en uno de los tantos ministerios del gobierno, preferentemente el de acción social. He ahí la construcción de poder «popular» de quienes huyeron desaforados del gorilismo para caer en los brazos siempre dispuestos del sistema político capitalista tradicional.
Insistiremos aquí en que la contradicción principal que atraviesa el sistema de dominación por estas tierras no es el de pueblo-clases medias, sino que tiene dos ejes claros: imperialismo-independencia por un lado, y por otro: capital-trabajo. Siguiendo a Dussel podemos decir entonces, que la contradicción absoluta y concreta en el sistema capitalista mundial es la de «capital mundial vs. trabajo vivo periférico».
Dicho así, la fórmula parece no presentar mayores problemas para la militancia de izquierda, los que identifican analíticamente de modo claro al capitalismo mundial como el enemigo. Sin embargo, la categoría «trabajo vivo periférico» no es un sujeto político, sino una categoría económica. Es entonces cuando como Dussel, insistimos en que son los pueblos de los países periféricos quienes pueden enfrentar con éxito al capitalismo mundial, y avanzar en la liberación social y económica de nuestras sociedades.
Y es allí donde reside el gran problema para pensar y construir un proyecto que avance en el cambio social en nuestra patria. En Argentina, a lo largo de la historia, no existió (excepto contadísimas excepciones ya mencionadas) un pueblo en lucha, un bloque social de los oprimidos, sino dos. El bloque social pobre y morocho que llenó la plaza el 17 de octubre de 1945, y otro que fundó los sindicatos e integró las guerrillas. Nuestras simpatías pueden estar puestas en uno o en otro (en nuestro caso quizás más por el primero, aunque el respeto y la hermandad estratégica con el segundo está fuera de toda discusión) pero lo que no podemos ignorar es que para avanzar en la revolución social tenemos como desafío construir un bloque social de los oprimidos que incluya a ambos, no en un amontonamiento ecléctico, sino en una síntesis popular, en un espacio desde abajo y a la izquierda, que nos permita encontrar un lenguaje y un proyecto en común.
Una izquierda tradicional que desconoce por completo la historia nacional, la historia de nuestro pueblo, del pueblo del que somos parte, tiene (y tendrá) serios problemas para comprender los procesos de subjetivación política que permiten construir un proyecto que contenga y abrace a «los dos países» que conviven en Argentina. Pensar y construir el cambio social en estas tierras del sur del continente americano, obliga necesariamente a forjar un lenguaje común entre dos países que no se conocen, ni se comprenden. Para enfrentar la contradicción principal del sistema, debemos solucionar la contradicción cultural, social y racial que existe hacia el interior del bloque social de los oprimidos. Caso contrario todos nuestros esfuerzos están condenados al fracaso una y otra vez.
Consideramos que la construcción de ese lenguaje y proyecto común no es posible sino desde la militancia, desde el encuentro solidario, con una fuerte dimensión «experiencial» de un «hacer concreto» entre ambos sectores. En un diálogo entre Sartre y Cohn Bendit mientras sucedía el mayo francés, analizaban que luego de más de 50 años de desconfianza de obreros hacia los estudiantes, la única solución posible era la generación de espacios que permitieran encontrarse en un hacer concreto y no en discusiones donde ninguno de los grupos tenía nada que decirle al otro. Años más tarde, Sartre consideró que esos espacios llamados «grupos conjuntos de acción revolucionaria», habían sido lo más valioso que dejó aquella conmoción social. A diferencia de esa propuesta cortoplacista y coyuntural, nosotros sostenemos que luego de más de 150 años, no sólo de desconfianza sino de absoluto desconocimiento y enfrentamientos entre los «dos países» que conforman la Argentina, quienes apostamos en avanzar por los senderos del cambio social, debemos generar espacios que a largo plazo permitan ese encuentro y construcción cotidiana. Sólo en esa enorme tarea los abismos y las heridas pueden comenzar a cerrarse y suturar lentamente.
En ese caminar se irá construyendo un lenguaje común, lo que permitirá además que lentamente quienes provienen de la clase media dejen de sentir esa «exterioridad» con respecto «al pueblo» con el cual se organizan diariamente. Mientras existan dos bloques sociales oprimidos, será muy difícil que un compañero proveniente de la clase media pueda sentirse parte del pueblo organizado, y no alguien que se organiza con el pueblo. Mientras la raza y la cultura nos impidan reconocernos como parte del mismo bloque social oprimido, mientras los agonismos internos del campo popular sigan sin resolverse, el antagonista, el enemigo principal, seguirá gozando de buena salud.
Esta es la razón por la que insistimos hasta el cansancio en la necesidad de señalar y deconstruir las lógicas propias de la clase media: necesitamos generar el encuentro. Si no resolvemos antes/durante el camino de la lucha de clases, la contradicción hacia el interior del campo popular, no podremos nunca avanzar en la resolución de la contradicción principal del sistema de dominación.
Es tarea de la militancia y movimientos de izquierda, dejar de lado prejuicios y lógicas, suspender lentamente la comodidad de las certezas, para comenzar a caminar los senderos de las incertidumbres y la construcción democrática desde abajo, entre todos. Por eso la insistencia en la crítica, en la organización, en la militancia popular junto/en/desde los barrios. No por capricho. Los compañeros de los barrios populares de Córdoba no pueden ir a las universidades, ¡ni siquiera pueden ir al centro sin ser arrestados!, y por el contrario nada impide que los compañeros de clase media se acerquen y organicen desde las villas y los barrios populares. Por eso señalamos a ese territorio como el espacio de encuentro, el espacio nodal desde donde puede gestarse un nuevo sujeto político con fuerza (experiencia e historia) suficiente como para hacer estallar por los aires el capitalismo y poner en pie una patria justa, libre, digna, igualitaria y socialista.
* El autor es integrante del Colectivo de Investigación «El Llano» y militante del Movimiento Lucha y Dignidad en el Encuentro de Organizaciones de Córdoba.
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