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El buen año político y las necesidades estratégicas de gestión para consolidar una sociedad inclusiva

Fuentes: Debate

Fin del tercer año de Cristina Fernández en el Gobierno. Ya siete años de kirchnerismo en el poder. Y 2010 fue para CFK el año de los desafíos. Desafíos sorteados con éxito, especialmente los políticos. Desafíos que incluyen, nada más ni nada menos que la muerte de Néstor Kirchner; aunque aquí la palabra «desafío» se […]

Fin del tercer año de Cristina Fernández en el Gobierno. Ya siete años de kirchnerismo en el poder. Y 2010 fue para CFK el año de los desafíos. Desafíos sorteados con éxito, especialmente los políticos. Desafíos que incluyen, nada más ni nada menos que la muerte de Néstor Kirchner; aunque aquí la palabra «desafío» se queda evidentemente estrecha para definir todo lo que significa para la Presidenta esa pérdida.

En 2010, CFK tuvo que enfrentar las consecuencias institucionales de la derrota electoral de  2009. Un Congreso que, convertido en opositor neto (según narraban las crónicas) iba a cambiar el «modelo» (según prometían los opositores). La realidad es que sobresalieron más las desavenencias entre las figuras de la oposición que la unidad de acción que consiguieron como «Bloque A» en un puñado de leyes. Sobresalieron la viveza y los ardides del kirchnerismo en ambas cámaras, para empantanar la cancha antes que las propuestas legislativas opositoras.

El Gobierno dividido y bloqueado no fue tal, en primer lugar porque el Poder Ejecutivo conservó los resortes políticos y jurídicos para seguir gobernando. Y, en segundo término, no fue tal por razones de «psicología política»: la oposición prometió a los cuatro vientos pasar a la ofensiva y gobernar desde el Congreso. Una aberración constitucional, pero fundamentalmente política. El Gobierno, que cargaba con la opinión pública en contra por su carácter «conflictivo», terminó demostrando «poder» y no «impotencia» al bloquear los intentos opositores, que desnudaron sus propias debilidades.

Pero, además de todo esto, y mucho más importante, fue el carácter progresista que el gobierno de CFK supo mantener como marca decisiva de su gestión. Un buen ejemplo es la consagración legislativa del matrimonio igualitario, frente a la cual la división de la oposición quedó evidenciada por lo berreta y retrógrado de los argumentos de los que estuvieron en contra.

Ascenso del discurso y simbología «progresista» que tuvo su punto cúlmine en los Festejos del Bicentenario, que permitieron al Gobierno legitimar su particular «relato» de la historia argentina gracias a una participación masiva y desbordante de ciudadanos, en épocas en que se dice que la acción colectiva sólo se sustenta gracias a la «coca y el pancho».

Otra «ley de la política» quedó desmentida por el kirchnerismo, ésa que sentencia que de toda crisis se sale por derecha. La crisis institucional en ciernes -ya que siempre un gobierno dividido en la Argentina fue predictor certero de la ingobernabilidad- fue resuelta acentuándose las decisiones que ubicaron al Gobierno a la izquierda del centro político.

Una cuestión clave fue la tozuda resistencia de la administración de CFK a no ceder frente a los pedidos de las usinas de la derecha de reprimir el conflicto social. Cuestión que, sin embargo, puso sobre el tapete la capacidad de conducción de las fuerzas de seguridad del Gobierno en vida de Néstor Kirchner. Primero fue el asesinato de Mariano Ferreyra. Luego, ya después de la muerte de Kirchner,  los asesinatos durante la fallida represión de la ocupación del Parque Indoamericano, en una extraña maniobra conjunta de la Policía Federal y la Policía Metropolitana al mando de Mauricio Macri.

Mientras los medios opositores difundían profusamente las amenazas de toma a lo largo y a lo ancho del país, CFK decretó el fin de la influencia del jefe de Gabinete Aníbal Fernández sobre las fuerzas policiales, creó el Ministerio de Seguridad y colocó al frente a Nilda Garré, quien había sabido mantener una gestión de corte progresista al frente del Ministerio de Defensa.

La apuesta a no ceder a las provocaciones de grupos con la intencionalidad manifiesta y obvia de crear un clima de ingobernabilidad demostró su efectividad política tanto en las refriegas de Plaza Constitución como en el desalojo del Club Albariño, en Villa Soldati. También, dato no menor, las fuerzas de seguridad acataron las órdenes de Garré.

Mauricio Macri, pero especialmente, Eduardo Duhalde -presentándose «a diestra y a diestra» como el restaurador de la paz- no pudieron escapar indemnes de las denuncias del Gobierno de promover los hechos de violencia para después ofrecerse como los únicos capaces de resolverlos «a palos». Es una sensación que está en el sentido común de los argentinos y que Duhalde, en vez de tratar de neutralizarlo, busca en cambio confirmarlo en cada una de sus declaraciones.

A tal punto que muchos de los problemas de gestión que la administración de CFK enfrenta en este fin de año intentaron ser disimulados cargándoselos a las cuentas de esos personajes públicamente «destituyentes». Algunos de los problemas derivan de pujas con intereses sectoriales que se mueven dentro del universo K, y que aprovechan el contexto para sacar una tajada mayor en la negociación, como en el caso del faltante de nafta. Otros son consecuencias paradojales del nivel galopante de crecimiento y del consumo, que vuelve crítica la provisión de energía ante las altísimas temperaturas registradas.

La lógica mediática de volver una cuestión particular en una causa genérica se desplegó por estos días con toda saña contra el Gobierno: así se pudo constatar la paradoja de vecinos quejándose por la falta de luz que sufrían otros vecinos (situación de la que se estaban enterando a través de una pantalla plana mientras disfrutaban del aire acondicionado, electrodomésticos adquiridos recientemente y en muchas cuotitas).

La operación mediática opositora es muy simple: si antes se pedía que Néstor Kirchner pusiera el café literario que había prometido y «dejara gobernar a su mujer», con su muerte, la crítica está dirigida a demostrar que CFK no tiene capacidad para gobernar, cosa que sólo podía hacer su esposo.

De nuevo, el problema para la oposición es que esa crítica se vuelve un búmeran cuando los problemas son resueltos y, por el otro lado, agiganta la duda acerca de si los propios exponentes de la oposición serían capaces de gobernar el conflictivo sistema político argentino.

El kirchnerismo ha enfrentado siempre con éxito, y como ningún otro, los desafíos a la gobernabilidad que se le fueron presentando, aun cuando la necesidad de encontrar esas respuestas motivó su propia metamorfosis. De la alianza inicial con Duhalde, hasta los amagues «transversales» en la cúspide del Gobierno de la Opinión Pública. De cerrar filas cada vez más estrechas con el aparato peronista, luego del conflicto con el C.A.M.P.O., a la búsqueda de Hugo Moyano como el instrumento para disciplinar al PJ luego de la derrota del 2009.

Y ahora, sin la presencia de Néstor Kirchner, la intención de CFK es la de regresar a ese Gobierno de la Opinión Pública, de trascender los conflictos sectoriales y, apareciendo como la piedra angular que garantiza el triunfo en el 2011, instaurar un sistema de premios a los leales y castigo a los traidores, y así renovar su coalición electoral.
En esa sintonía, hay que entender la  incorporación de un hombre del conurbano, el Dr. Juan José Mussi, intendente a la sazón de Berazategui, al pequeño círculo del Gabinete Nacional. Mussi hizo siempre profesión de fe kirchnerista, en momentos en que algunos de sus colegas bonaerenses coqueteaban con Francisco de Narváez o alentaban movimientos de ruptura.

Pero si de metamorfosis se trata, cada día resulta más evidente que el «modelo» enfrenta la necesidad de un cambio cualitativo que permita trascender las «crisis de crecimiento» que viene incubando. Las tasas chinas de incremento del PBI ya no alcanzan por sí mismas para sacar a más gente de la marginalidad y la exclusión.

El cuello de botella energético y de transporte sólo se resuelve si se entra en otra fase de inversiones. Los problemas educativos demandan políticas públicas que vayan más allá del aumento sensacional que ha tenido el presupuesto educativo en los últimos años.

Frente a una derecha conservadora, que abandona el maquillaje del marketing político y desembozadamente pide ahora excluir definitivamente a los excluidos mediante represión y enfriamiento de la economía, no es opción la vía populista conservadora de la mera contención política y económica de la pobreza.

Sólo un Estado con muchísima más capacidad de gestión y planificación estratégica podrá encarar el anhelo de que la Argentina vuelva a ser una sociedad inclusiva.

Fuente original: http://www.revistadebate.com.ar//2010/12/29/3496.php