Ahora que renace la polémica sobre el papel de los medios de comunicación, y particularmente de la televisión, que aumentan los cuestionamientos a éstos por el sesgo que dan muchas veces a la información y sus vinculaciones con grupos de poder, y que se vuelve a colocar sobre la mesa el nunca concluido debate sobre […]
Ahora que renace la polémica sobre el papel de los medios de comunicación, y particularmente de la televisión, que aumentan los cuestionamientos a éstos por el sesgo que dan muchas veces a la información y sus vinculaciones con grupos de poder, y que se vuelve a colocar sobre la mesa el nunca concluido debate sobre la libertad de expresión es bueno retomar una propuesta hecha hace más de diez años, y que hoy está más vigente que nunca.
En 1994, desde la sección cultural del diario Hoy de Quito, de la cual era editor, ante las quejas reiteradas de los televidentes sobre la mala calidad de la televisión ecuatoriana, lanzamos la propuesta de crear el Defensor del Telespectador. En principio la idea estaba basada en la figura del Defensor del Lector, que mantienen muchos diarios y que podía servir de modelo para que lo asuman los canales que se precien de interactivos.
Sin embargo tiempo después, teniendo en cuenta los intereses que se mueven alrededor de ciertos medios y cadenas de televisión en toda América del Sur, y particularmente en Ecuador, así como la falta de credibilidad de los lectores de periódicos y televidentes en figuras vinculadas a las propias empresas a ser analizadas, creímos que sería mejor que el Defensor del Telespectador fuera una figura pública independiente.
Una figura que pudiese llamar la atención ante la falta de ética de los canales en el tratamiento de los temas; ante la vinculación de estos con grupos de poder e intereses extraños a la comunicación; ante la concentración de frecuencias en grupos de poder; ante el ataque a la libertad de expresión desde los propios medios y desde el Estado; ante la falta de equidad en la distribución de la publicidad estatal del gobierno central, las empresas estatales y los gobiernos locales.
En fin, una figura similar a la del Defensor del Pueblo, pero que debería tener una independencia comprobada, conocimiento de los medios de comunicación y una trayectoria ética ejemplar para que no existan dudas sobre él, y para que no se transforme en ningún momento en un comisario político de los medios de comunicación.
Incluso un cuerpo colegiado de tres o cinco miembros podría dar una posibilidad de mayor independencia. Y tal vez, en lugar de limitarse solo a la televisión se podría dedicar también a la prensa, radio y páginas nacionales de internet.
Pero la independencia es fundamental: independencia de los medios de comunicación, independencia del gobierno central y de los gobiernos locales, independencia de las diferentes entidades estatales que colocan publicidad en los medios, independencia de las agencias de publicidad, independencia total para poder colocarse del lado del consumidor de medios de comunicación.
Vivimos una época en que las personas no solo utilizan la TV como diversión en el hogar, sino que quieren aparecer en ella. Pero más que eso quieren participar con su opinión sobre la realidad del país, y sobre los medios de comunicación que diariamente consumen.
El mundo de la producción televisiva, con la excepción de los países de Europa Occidental, está dominado por Estados Unidos. En América Latina los programas importados representan un alto porcentaje de la programación de los diferentes canales. A pesar de eso, en los últimos años muchos países del continente han desarrollado una producción propia interesante y de buen nivel, como el caso principal de Brasil, Colombia luego y, en menor medida, México, Venezuela, Argentina y Cuba.
En Ecuador, además de los programas de entretenimiento y de humor, la TV intenta algunas producciones de ficción, series de muy bajo nivel sobre casos tomados de la «vida real», programas «faranduleros» de poco calidad, noticieros y ciertos programas periodísticos que tampoco se destacan por su creatividad.
Alguien dijo que en esta época del audiovisual el país que no dispone de la imagen está perdido, porque de alguna forma tampoco dispone de la realidad. La importancia de la producción nacional radica en que puede ayudarnos a rescatar nuestras imágenes, o sea la cotidianidad del país, lo que a la vez ayuda a fortalecer su identidad. Pero cuando la cotidianidad es tergiversada o llevada al escándalo mediante show o series «de la vida real», o llevada hacia lo morboso mediante el tratamiento de la crónica roja, en lugar de aportar al rescate de la identidad de una nación, la televisión apunta a una masificación de la mediocridad y a la burla de los ciudadanos y ciudadanas.
Mientras que en el caso de los noticieros o programas periodísticos cuando ocultan, no son transparentes y responden a intereses extraños a la comunicación, están yendo contra la libertad de expresión que dicen defender.
La producción nacional puede ayudar a realizar una crítica de la realidad, si parte de las experiencias cotidianas que permitan a los telespectadores identificarse y apropiarse de los mensajes. Para eso es necesario tener en cuenta los gestos, los movimientos, los sueños, las pasiones el tiempo y el espacio, propios del país. Pero a veces ocurre que la producción nacional solo valora los aspectos de la vida cotidiana que pueden convertirse en espectáculo, cayendo en el amarillismo o el folklorismo como ciertos programas que se dicen de investigación periodística. De esa forma, el televidente se queda con una mirada fragmentada de nuestra realidad.
Ojalá que algún día los canales ecuatorianos apuesten más a rescatar nuestras imágenes y ayuden a fortalecer una verdadera libertad de expresión.
¿Pero qué puede hacer el telespectador para influir con su opinión en la programación televisiva? Como en todo, participar más. En determinado momento una pequeña salida fue la televisión interactiva, moda que se inició con el programa Usted Decide, que en Brasil batió récord de sintonía. Por primera vez el televidente pudo opinar y sobre todo decidir qué final debía tener la historia. La votación implicaba no solo una opción dentro de la ficción, sino que de hecho era una consulta sobre temas candentes que rozaban con lo cotidiano de la vida real.
Pasó algún tiempo, y los canales ecuatorianos -siguiendo a las radios- intentaron tomar la posta para inter-relacionarse mejor con sus telespectadores. Entonces el teléfono pasó a ser el aliado principal. De esa forma algunos noticieros pasaron a recoger la opinión del público sobre determinado hecho. Un canal seleccionó sus películas a partir de la votación de los televidentes. Otro canal abrió un espacio para consultar la opinión del público en diversos aspectos. Poco, muy poco…
Cuando el programa La Televisión anunció la presentación de una entrevista a un acusado de tres horribles crímenes, las llamadas de protesta al canal no dejaron de escucharse por un tiempo. La entrevista tuvo que ser cortada. Este hecho se tomó como ejemplo de cómo podemos actuar los consumidores de televisión, en perspectivas de conseguir una mejor calidad. Participar, al menos, a través del teléfono, en la programación de los canales indicando qué programa nos gusta, qué tipos de realizaciones serían bien acogidas.
El Defensor del Telespectador, o mejor el Defensor del Consumidor de Medios de Comunicación, puede ser una instancia interesante. Un reto que puede ayudar a mejorar la relación entre el público y un aparato que es, casi, «uno más de la familia. ¿Por qué no? Pero esto va a requerir de la participación activa del televidente…
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Kintto Lucas es escritor y periodista uruguayo radicado en Ecuador. Actual Presidente de la Asociación de Prensa Extranjera en ese país. Autor de varios libros sobre la realidad de América Latina.