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El día que murieron las noticias de la televisión

Fuentes: Truthdig

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

No estoy seguro de la fecha exacta en la que tuvo lugar la muerte de las noticias en la televisión. El descenso fue gradual, un deslizamiento hacia lo chabacano, lo trivial y lo fútil, hacia la charada en los canales de noticias por cable como Fox y MSNBC en los cuales los conductores presentan a los títeres políticos de las corporaciones a través de elogios o el ridículo y tratan las debilidades de las celebridades como noticias legítimas. Pero si tuviera que elegir una fecha en la cual la televisión comercial decidió que acumular dinero corporativo y proveer entretenimiento era su misión principal, cuando decidió conscientemente convertirse en un acto carnavalesco, sería probablemente el 25 de febrero de 2003, cuando MSNBC sacó de las ondas a Phil Donahue por su oposición a los llamados a la guerra en Iraq.

Donahue y Bill Moyers, los últimos hombres honrados de la televisión de EE.UU., fueron las únicas personalidades honestas en las noticias estadounidenses que presentaron los puntos de vista de los que cuestionaban la carrera hacia la guerra de Iraq. General Electric y y Microsoft -fundadores de MSNBC y contratistas de la defensa que iban a obtener enormes beneficios de la guerra- no podían tolerar una voz discrepante. Donahue fue despedido y en PBS Moyers fue sometido a una tremenda presión. Un memorando interno de MSNBC filtrado a la prensa señalaba que Donahue perjudicaba la imagen de la red. Sería «una cara pública difícil para NBC en un tiempo de guerra», decía el memorando. Donahue nunca volvió a las ondas.

Las celebridades que actualmente reinan en la televisión comercial, que se presentan como liberales o conservadores, leen los mismos guiones corporativos. Difunden los mismos chismes de la corte. Ignoran lo que el Estado corporativo quiere que ignoren. Defienden lo que el Estado corporativo quiere que defiendan. No cuestionan o reconocen las estructuras del poder corporativo. Su papel es canalizar la energía del televidente hacia nuestro difunto sistema político para hacernos creen que demócratas o republicanos no son peones de las corporaciones. Los shows en el cable, cuyos presentadores hiperbólicos trabajan para infundirnos temor a los liberales o a los conservadores autodeclarados, forman parte de un sistema político amañado, en el cual es imposible votar contra los intereses de Goldman Sachs, Bank of America, General Electric o ExxonMobil. Esas corporaciones, a cambio de la propaganda basada en el miedo, pagan los generosos salarios de las celebridades noticiosas, usualmente millones de dólares. Hacen que sus espectáculos sean lucrativos. Y cuando hay guerra esas personalidades de las noticas asumen sus papeles «patrióticos» como porristas, como hizo Chris Matthews -que gana unos 5 millones de dólares al año- junto con otros presentadores de MSNBC y Fox.

No importa que esas celebridades y sus invitados, usualmente generales retirados o funcionarios del gobierno, hayan interpretado la guerra de manera terriblemente equivocada. Tanto como no importa que Francis Fukuyama y Thomas Friedman se hayan equivocado sobre las maravillas del capitalismo corporativo sin trabas y de la globalización. Lo que importaba entonces y lo que importa ahora es la simpatía -conocida en la televisión y la publicidad como el score Q- no la honestidad y la verdad. Las celebridades de las noticias de la televisión están en el negocio de las ventas, no del periodismo. Trafican con la ideología del Estado corporativo. Y demasiados de nosotros lo aceptamos.

La mentira por omisión sigue siendo una mentira. Lo que saca a la luz su complicidad con el poder corporativo es lo que esas celebridades de las noticias no mencionan. No hablan de la Sección 1021 de la Ley de Autorización de la Defensa Nacional (NDAA), una cláusula que permite que el gobierno utilice a los militares para detener a ciudadanos estadounidenses y despojarlos del debido proceso. No critican la destrucción de nuestras libertades civiles más básicas, permitiendo actos como las escuchas sin mandato judicial y las órdenes ejecutivas de asesinato de ciudadanos estadounidenses. No dedican mucho tiempo a los climatólogos para que expliquen la crisis que se apodera de nuestro planeta. No enfrentan el ataque implacable de la industria de los combustibles fósiles contra el ecosistema. Muy pocas veces presentan documentales o informes noticiosos largos sobre nuestros pobres urbanos y rurales a los que han vuelto invisibles, sobre las guerras de Iraq y Afganistán o la corrupción corporativa en Wall Street. No les pagan para que lo hagan. Les pagan para que impidan un debate significativo. Se les paga para que desacrediten o ignoren a los críticos más astutos del corporativismo, entre ellos Cornel West, Medea Benjamin, Ralph Nader y Noam Chomsky. Se les paga para que parloteen atolondradamente, hora tras hora, llenando nuestras cabezas con el teatro del absurdo. Muestran clips de sus rivales en la televisión que los ridiculizan y a cambio ridiculizan a sus rivales. Las noticias de la televisión parece que se han tomado del retrato de Rudyard Kipling de los monos de Bandar-log en el «Libro de la Selva«. Los Bandar-log, considerados dementes por los otros animales de la selva por su total ensimismamiento, falta de disciplina e ilimitada vanidad, cantan al unísono: «Somos grandes. Somos libres. Somos maravillosos. ¡Somos los más maravillosos de toda la selva! Todos lo decimos y por lo tanto debe de ser verdad».

Cuando hablé con él por teléfono recientemente en Nueva York, Donahue dijo, hablando de la presión a la que la red lo sometió al final: «Se convirtió en algo absurdo». Siguió diciendo: «Nos dijeron que teníamos que tener dos conservadores por cada liberal en el show. Me consideraban liberal. Solo podía presentar a Richard Perle, pero no a Dennis Kucinich. Se sentía el tremendo temor que los medios corporativos tenían de estar del lado impopular durante la preparación de una guerra. Y no olvidemos que el mayor cliente de General Electric entonces era Donald Rumsfeld [el secretario de Defensa de la época]. Los medios elitistas presentan al poder elitista. No se oyen otras voces».

Donahue pasó cuatro años después de abandonar MSNBC haciendo el documental Body of War con otra directora/productora Ellen Spiro, sobre el veterano paralizado de la Guerra de Iraq Tomas Young. La película, financiada por el propio Donahue, comenzó cuando acompañó a Nader a visitar a Young en el Centro Médico Militar Nacional Walter Reed en Washington, D.C.

«Aquí yace este muchacho consumido por la morfina», dijo Donahue. «Su madre, mientras miramos de pie junto a la cama, explica sus heridas. ‘Es un T-4. La bala pasó por la clavícula y salió entre los omóplatos. Está paralizado de las tetillas hacia abajo’. Estaba demacrado. Sus pómulos sobresalían. Estaba tan blanco como las sábanas en las que reposaba. Tenía 24 años… Pensé: ‘La gente debería ver esto. Es terrible'»

Donahue señaló que solo un mínimo porcentaje de estadounidenses tiene un pariente cercano que haya combatido en Iraq o Afganistán y una cantidad aún más pequeña hizo el sacrificio personal de un Tomas Young. «Nadie ve el dolor», dijo. «La guerra se ha esterilizado».

«Dije: ‘Tomas, quiero hacer una película que muestre el dolor. Quiero hacer una película que muestre de cerca lo que significa realmente la guerra, pero no puedo hacerla sin su permiso'» recordó Donahue. «Tomas dijo: ‘Yo también'».

Pero una vez más Donahue chocó contra el monolito corporativo: Los distribuidores comerciales fueron renuentes a aceptar la película. A Donahue le dijeron que el filme, aunque había recibido muchos elogios de la crítica, era demasiado deprimente y desmoralizador. Los distribuidores le preguntaron quién iba a ver una película sobre alguien en una silla de ruedas. Donahue logró conseguir estrenos en Chicago, Seattle, Palm Springs, Nueva York, Washington y Boston, pero duró muy poco en cartelera.

«No tenía el dinero necesario para publicar anuncios de página completa», dijo. «Hollywood gasta a menudo más en pla romoción que en la película. Y por lo tanto fracasamos. Lo que pasa ahora es que los grupos por la paz la están proyectando. Abrimos la convención de Veteranos por la Paz en Miami. El fracaso no es nada nuevo para mí. Y sin embargo, me sorprende cuántos estadounidenses guardan silencio».

Chris Hedges, pasó casi dos décadas como corresponsal extranjero en Centroamérica, Medio Oriente, África y los Balcanes. Ha informado desde más de 50 países y ha trabajado para The Christian Science Monitor, National Public Radio, The Dallas Morning News y The New York Times, para el cual fue corresponsal extranjero durante 15 años.

Fuente: http://www.truthdig.com/report/item/the_day_that_tv_news_died_20130324/

rCR