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Las perspectivas del gobierno de Kirchner

El lento declive

Fuentes: Colectivo Editorial de Socialismo Revolucionario

Campaña antipiquetera La derecha local, sus medios de comunicación, sus representantes políticos directos, como López Murphy o Macri, critican a Kirchner por ser permisivo ante los piqueteros y le exigen que ponga orden. Lo pintan de «setentista» y lo asocian al caos y al desgobierno cuando es justamente este gobierno el que se ha colocado […]

Campaña antipiquetera

La derecha local, sus medios de comunicación, sus representantes políticos directos, como López Murphy o Macri, critican a Kirchner por ser permisivo ante los piqueteros y le exigen que ponga orden. Lo pintan de «setentista» y lo asocian al caos y al desgobierno cuando es justamente este gobierno el que se ha colocado a la cabeza de la «lucha antipiquetera». El ministro del Interior Aníbal Fernández repite ahora que las manifestaciones y la ocupación de empresas ahuyentan inversiones y que los piqueteros son vagos y no quieren trabajar. Como gobierno del orden reclama que los espectros de diciembre desaparezcan definitivamente, aunque sea al precio de perder su flanco izquierdo. Se recuesta en la CGT unificada, retorna al PJ e incluso especula con ser su presidente, después de haberlos bautizado «grupo Mausoleo». Luego de la salida de Béliz y del operativo de las SIDE en la legislatura pone en actividades al duhaldista represor Iribarne y «satura» de policías el microcentro. El gobierno «nacional y popular» invoca al viejo régimen para conjurar cualquier peligro de ingobernabilidad.

Códigos y consensos

La derecha agita la necesidad de un nuevo código de convivencia aún más represivo y el gobierno del orden no puede más que ceder. Pero la persecución a la juventud, a los vendedores ambulantes, a los manifestantes, no puede resultar en el retroceso del movimiento popular sino en su desarrollo. Lo demuestran los miles que se movilizan contra el código, por la absolución de los estudiantes procesados y por la libertad de los detenidos del 16 de julio. Por eso, en pos de la prudencia han convencido al macrismo de bajar parte de su programa. La resultante es un acuerdo espurio entre ibarristas, macristas y kirchneristas para votar un Código represivo, ahora «lavado» y digerible al centroizquierda. El papelón del 4 de agosto en la legislatura se cierra como se esperaba: el progresismo, una vez más «haciéndole el juego» a la derecha.

Desigualdades, deuda y hambre

El progresismo acaba de transformar a Kirchner en un Perón resucitado. Todo por llevar la jubilación mínima a 308 pesos. Lavagna tendrá que desembolsar unos 1300 millones de pesos anuales. La cifra es ridícula si se la compara con los más de 20 mil millones de dólares que deberá afrontar como consecuencia del salvataje de las deudas de los bancos y de las corporaciones. Aún así los recursos no saldrán del tesoro nacional, sino del bolsillo de los propios trabajadores, ya que el aumento programado es menor que el monto total de lo recaudado por la Anses. La administración hace proselitismo con el dinero de los mismos trabajadores. Tienen guardado también un nuevo aumento salarial de 50 pesos que compartirán con la CGT unificada. Ese es todo el secreto de la convocatoria al Consejo del Salario Mínimo.

Bajo ningún otro gobierno las desigualdades fueron tan desgarrantes. Kirchner batió el record de polarización de ingresos, superando a Duhalde, De La Rua, Menem o Alfonsín. Hoy los más ricos tienen ingresos 50 veces mayores que los más pobres. Casi el 50% de los trabajadores están en negro, mientras que más del 70% percibe sueldos por debajo de la línea de la pobreza y el desempleo sigue persistente cerca del 20%.

Kirchner pretende la «unidad nacional» para presionar al FMI. Pero ya retrocedió de su oferta a los acreedores privados lanzada en Dubai y ahora el acuerdo asegura una quita menor al 60%. Seguirá pagando hasta fin de año sin chistar unos 2200 millones de dólares, que saldrán de las reservas del Banco Central. En el 2005 comienzan a combinarse las deudas al FMI con los bonos post default y el tramo de los nuevos bonos que serán emitidos para cubrir la deuda a los acreedores privados. Así el superávit fiscal excedente una vez descontado el 3% no será como anunciaron los voceros oficiales para «paliar necesidades sociales» sino para hacer frente al crecimiento exponencial de los vencimientos.

La lucha «antiimperialista» del gobierno «nacional y popular» será la siguiente: pase lo que pase se pagará la deuda con el fondo. Luego de la reestructuración completa de la deuda, Argentina será deudora en más de un 120% de su PBI, un volumen sencillamente insostenible. Y después Verbitsky acusa de «paleolítica» a la izquierda que denuncia esta estafa descomunal.

Desviar el argentinazo

La huida y desintegración de los partidos de la Alianza y la impopularidad de Duhalde que se hizo insostenible luego de la masacre del Puente Pueyrredón, dejaron el poder en manos de un sector marginal del PJ. No es el personal político que las camarillas capitalistas hubieran elegido para gobernar, pero es el único que podía gobernar después del argentinazo. La administración actual recluta gran parte de su personal en las tiendas progresistas de la pequeña burguesía. Es la centroizquierda peronista administrando los negocios conjuntos de Techint y Repsol, asociados a la devaluación competitiva de la moneda y al rescate de sus deudas pesificadas, ahora legalizada por la nueva Corte Suprema «feminista» y «atea».

Las corrientes políticas y de los derechos humanos que lo apoyan no exigen siquiera medidas democráticas elementales, como la revocabilidad de los diputados con sueldo igual al de un obrero, la disolución de la Corte Suprema o el desmantelamiento del aparato represivo empezando por la SIDE. Lo suyo pasa por la integración sin más a un gobierno que no le llega siquiera a los talones a un nacionalismo débil como el de Chávez.

Sin embargo Kirchner no es, como se pretende, la coronación final del argentinazo, sino el intento de su liquidación. Aún la retórica que más cuestiona el establishment, la de no reprimir la protesta social, no nace del carácter progresista de Kirchner sino de los límites que las Jornadas de diciembre impusieron en el país. En definitiva la administración actual tiene razón cuando responde a la derecha de lengua fácil que la mano dura conducirá a la clase capitalista y el régimen de conjunto al abismo. Ya lo vivió Duhalde en el Puente de Avellaneda. El partido del orden no es hoy la derecha con un garrote en la mano, sino la centroizquierda peronista que conspira para aislar a la vanguardia obrera y piquetera.

La transversalidad

La «transversalidad» kirchnerista fue el hijo ilegítimo del «que se vayan todos». Pero el personal político que vino para asegurar la gobernabilidad no puede romper amarras con el viejo régimen. La corporación patagónica no vino para cumplir y terminar las tareas pendientes del argentinazo, incluso por la «vía reformista», sino para terminar con su amenaza. Que vuelva una y otra vez a arrojarse en brazos de Duhalde, Quindimil, Fellner, Alperovich, De la Sota o Reuteman, no se debe a una táctica política como sueña el progresismo, sino una condición de sobrevivencia. Más allá de los zigzag que impongan las distintas coyunturas políticas, la centroizquierda en el poder no puede independizarse de la base política en quien se apoya. Sacando a las masas de la calle cumple con su mandato, aunque al mismo tiempo hace superflua su propia existencia.

El acuerdo con el PJ es la única condición para alcanzar mayoría parlamentaria y asegurar la gobernabilidad todavía en disputa.

El éxito del partido de la gobernabilidad es la liquidación lisa y llana del argentinazo, aunque esto signifique, en acto, la liquidación de las condiciones que lo pusieron en la Casa Rosada.

El triunfo kirchnerista sería traducido en la división definitiva e irreversible de las clases medias empobrecidas con los sectores obreros y populares más explotados, la ruptura de cualquier lazo entre la vanguardia que permanece en las calles y las grandes masas, el retroceso final del movimiento piquetero y de las fábricas ocupadas y la esterilización del amplio sentimiento democrático enraizado en las profundidades del sentimiento popular. Todo esto por supuesto será decidido en el terreno de la lucha de clases. Pero cumplido su papel este gobierno no podría ofrecer otro servicio. Se impondría un personal político más acorde, pagando previamente la indemnización correspondiente a los carreristas políticos de la pequeña burguesía. En esto consiste el carácter «transicional» del gobierno kirchnerista.

Mientras el ciclo económico y las condiciones internacionales sean favorables el gobierno encontrará la suficiente unidad burguesa para sostener la administración y maniobrar a izquierda y derecha. Eso si, seguirá haciéndolo a un precio cada vez mayor, golpeado por ambos flancos. El carácter transicional del gobierno está dado también por el tiempo en que pueda prolongar este difícil equilibrio.

Para el movimiento obrero y popular se trata en primer lugar de sostener una lucha sistemática e independiente del gobierno. Cada demanda democrática planteada se golpea de frente con el viejo régimen que ha sido preservado y las pandillas de un aparato estatal en descomposición. Cada pelea seria que encara la clase trabajadora choca irremediablemente con el carácter rapaz y antinacional del «capitalismo nacional». Así ocurre con la ejemplar lucha de los desocupados de Caleta Olivia, la demanda de reducción de la jornada laboral de los trabajadores del subte o el reclamo de los mineros del Turbio que recuperaron su organización de manos de la burocracia. En estos procesos se está forjando un nuevo programa para el movimiento obrero. Un programa anticapitalista que comience por el combate a la desocupación y a la miseria salarial, por la unidad de las filas obreras y la recuperación de las organizaciones.

Para la izquierda y los sectores avanzados se trata de desarrollar políticamente estas tendencias, que afectan por su naturaleza el desenvolvimiento capitalista, buscando centralizarlas y organizarlas en una herramienta política independiente de la clase trabajadora.