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A propósito del triunfo de Cambiemos y el ciclo histórico

El orden restablecido

Fuentes: Rebelión

Dos hechos relacionados entre sí, dos elementos con vida propia y a su vez encadenados como causa y consecuencia de factores anteriores. El claro triunfo político de Cambiemos en las elecciones es uno de ellos. El anuncio de un paquete de reformas económicas, el otro. El primero expresa en términos sociales las expectativas y las […]

Dos hechos relacionados entre sí, dos elementos con vida propia y a su vez encadenados como causa y consecuencia de factores anteriores. El claro triunfo político de Cambiemos en las elecciones es uno de ellos. El anuncio de un paquete de reformas económicas, el otro. El primero expresa en términos sociales las expectativas y las ansias de una amplia franja social de recuperar su «normalidad» en el campo de la representación política. ¿Cuál «normalidad»? vaciar los espacios públicos de la política, y dado que es imposible sacarlo del ámbito privado porque allí manda la TV, ésta se encargó de revestir a la política de un duro barniz de judicialización a tono con las necesidades del nuevo poder renacido con Cambiemos. El crítico primer año del gobierno PRO no solo no consiguió ese primer objetivo, sino que además lo exacerbó pero limitado a reclamos gremiales que no lograron hacer recuperar presencia política por parte ni del otrora oficialismo ni de las fuerzas alternativas de izquierda. El repliegue al campo de la resistencia fue el síntoma de una nueva paridad política que se dirimiría en las elecciones de este año. En sintonía los medios de comunicación del «establishment» hacían su jugada apostando al desgaste político del principal espacio de oposición (real o formal) llevando el debate a los fueros judiciales. En ese esquema, el gobierno encontró el terreno libre de obstáculos serios para encarar la primera parte de su proyecto político: el tarifazo masivo y un discurso apuntando (nuevamente) al desprestigio del Estado. La estrategia funcionó y el gobierno salió más que airoso del examen electoral.

En consonancia el gobierno venía trabajando en la preparación de una serie de reformas que tenderán a conformar los pilares del nuevo modelo económico: reforma fiscal, reforma laboral, reforma previsional. Medidas que tienden a liberalizar el mercado y el conjunto de relaciones económicas y laborales. A una semana del triunfo el presidente esbozó en líneas generales los lineamientos de lo que se viene y si algo quedó claro es que ese esbozo no es un plan de gobierno hasta el 2019, sino que deja entrever que está proyectando para el próximo mandato. El PRO llegó para quedarse, la derecha argentina tiene (otra vez) casa propia.

¿Qué pasó, que sucedió con aquella ola progresista que impregnaba el continente en el 2010? Como en los efectos de una película, el «efecto dominó» se revierte y las fichas cambian y vuelven a su postura anterior. Pero esta vez en Argentina se trata de algo mucho más de fondo, cuyas resultas aún son por cierto indefinidas. La etapa abierta a partir del 2015 va mostrando una nueva faceta en la vida política y en el largo proceso histórico de las representaciones políticas con sus cambios y permanencias. El dato excepcional fue la aparición por primera vez en un siglo de una nueva fuerza política netamente de derecha con carácter nacional. Lo que en principio era un partido de distrito mas, aunque se tratase del segundo distrito electoral más importante del país pocos apostaban a una proyección seria por fuera de la General Paz. En el 2015 la alianza PRO – UCR (CAMBIEMOS) triunfa por una combinación de varios ingredientes: el fuerte rechazo y consiguiente polarización a la gestión de CFK, el discurso vacuo de Mauricio Macri en oposición a la racionalidad polítizada del entonces gobierno nacional y el apoyo territorial prestado por el radicalismo para garantizar inserción y presencia política en el resto del país, donde no llegaba la mínima estructura del PRO. Para el 2017 algunas cosas habían cambiado: el PRO ya cuenta con inserción en las provincias y la UCR se convierte en una fuerza secundaria y subalterna por lo que sin muchos prejuicios ni culpas la fuerza dirigente de la alianza desplaza a los radicales que sin entender más nada que poco, lanzan berridos de quejas que mueren el aire del nuevo cielo amarillo.

En 1912 luego de sucesivas crisis políticas inauguradas en 1890 con la Revolución del Parque, que daría lugar al nacimiento épico y mítico de la Unión Cívica Radical, el régimen oligárquico y su partido el PAN ceden a las presiones del radicalismo y sanciona la ley que implementa el voto secreto, universal y obligatorio: la ley Sáenz Peña que permitió en 1916 la UCR derrotar al régimen por primera vez. La oligarquía sin capacidad de imponerse ya por las urnas (vía fraude) perderá a su partido que se extinguirá y con él por cien años la capacidad de conformar una fuerza política propia y menos aún como opción de poder. Lo que sucedió allí explica en parte la recurrencia por parte de las clases dominantes a los golpes de estado y la cooptación – corrupción de los partidos mayoritarios con base popular (la UCR y el PJ). Fue así hasta que la crisis del 2001 abrió compuertas impensadas ante la crisis de representación, tanto como para que aquel partido que había derrotado al régimen ahora le sirva de soporte electoral, entre otras cosas…

Cuando el estallido del neoliberalismo en diciembre del 2001 hubo consenso en torno a identificar en los efectos posteriores a una etapa de «crisis de hegemonía»: incapacidad de las clases dirigentes para sostener y reproducir consenso social en torno a su proyecto político. Esta crisis generalizada ponía en cuestión a nivel general la representación política, por lo que también se hablaba de «crisis de representación». No eran términos ociosos y expresaban miradas políticamente distintas frente a las posibilidades reales del campo popular de constituir una fuerza alternativa autónoma. Se observó el repliegue de la fracción más ortodoxa de las clases dominantes bajo el predominio del capital financiero y la aceptación del ascenso de una fracción heterodoxa vinculada al nuevo esquema económico mundial asentado sobre el boom de los «commodities» y el modelo industrial de ensamble. Esto expresaba ya no solo una cuestión de representación sino también de predominio a nivel de fuerzas productivas. El agotamiento general del neoliberalismo empujó al capitalismo argentino a un modelo mixturado que necesitó de arbitraje del Estado como agente normalizador del conjunto de las relaciones sociales y económicas: actuar de forma perentoria sobre las calamidades que dejaba el neoliberalismo sobre amplias franjas sociales, restaurar la gobernabilidad y generar consenso para las bases del nuevo modelo en ciernes.

Las relaciones de fuerza mostraban una falsa paridad transitoria porque el repliegue de las clases dominantes era objetivamente momentáneo y coyuntural, y las clases subalternas no emergen victoriosas de la crisis del 2001, por lo contrario son víctimas del modelo, sus organizaciones sindicales están debilitadas, la clase obrera golpeada por la desocupación y la precarización, sin fuerzas ni proyectos políticos establecidos emergen desde la resistencia. Esta paridad se reflejó en el modelo kirchnerista hasta el conflicto por la Resolución 125 (retenciones a la agro exportación) donde el sector agro sojero dio por superado el repliegue y pasó a la ofensiva. El kirchnerismo asentado sobre un discurso duro, con medidas reformistas, bonanza económica y redistribucionismo moderado logró apoyo popular y consenso social a su modelo que funcionaba sobre la base del extractivismo y los commodities (soja y minerales). Esto permitió la recomposición de una nueva hegemonía al interior de las clases dirigentes y ante el desgaste del oficialismo y el quiebre interno de su fuerza sostén, el PJ, se abrió una oportunidad inédita. Massa, Scioli, gobernadores pejotistas se postularon como recambio del proyecto K. a su vez el PRO que gobernaba la CABA desde el 2007, aparecía como el partido propio de la derecha argentina aunque ésta y su clase social base no terminaban de darle el voto de confianza amplio, la Unión Cívica Radical nunca recuperada del fiasco del 2001 con frías autocríticas finalmente jugó sus cartas a favor de los intereses del sistema y se pasó a ese campo con todos los bagajes y banderas de forma incondicional. De esta manera el radicalismo cedió su base social representada, la clase media, a una fuerza política más dinámica en formato moderno con el que disimula su ideología liberal conservadora, es igualmente la expresión novísima de esa franja social que adhiere abiertamente a postulados que pregonan a favor de la desigualdad (hecho natural), la supremacía social y cultural sobre las clases bajas (clasismo y racismo justificados por una concepción social darwinista). El PRO desplazó a la UCR y este partido es hoy una expresión residual y marginal subordinado ya al partido de Macri.

Al lunes siguiente de su triunfo, amplificado además por sus voceros mediáticos, el presidente lanzó los ejes generales de las reformas que encarará su gobierno en la nueva etapa. Basta ver la calidad de los proyectos para entender que el gobierno no mira ya el horizonte inmediato del 2019, está planificando reformas para una gestión que supera este mandato y no es exceso de optimismo.

EL ABAJO QUE SE MUEVE

¿Qué nos dicen los números de las elecciones recientes? Por un lado las lecturas estadísticas nos muestran las variaciones en la voluntad y la conciencia ciudadana, una movilidad que se puede leer en clave coyuntural o superestructural (variaciones cuantitativas, partidos, candidatos, etc.) pero tiende a desvirtuar una mirada a fondo y un análisis de las relaciones de fuerzas de las diversas fracciones de las clases sociales.

La crisis del 2001 pudo ser tomada como punto de partida de un nuevo etapa histórica en términos de oportunidad política de revertir la etapa de la derrota iniciada en 1976 con la dictadura cívico militar y consolidada a partir de 1983 sobre la base del consenso democrático y afianzada desde 1991 con el modelo neoliberal. La crisis de representación y de hegemonía que le cupo a todo el arco político nacional fue analizada desde la perspectiva de las clases subalternas con un exceso de optimismo en tanto se miraba la crisis en el lado de las clases dirigentes, pero no se midió el impacto sobre el propio campo. No era un empate hegemónico, era un vacío hegemónico al interior de las clases dirigentes con la consiguiente disputa intraclase, en tanto las clases subalternas solidificaron el entramado defensivo pero no se avanzó en la construcción política orgánica. Toda la primera década del siglo XXI fue de vaivenes entre la discusión del carácter progresista, o no, del kirchnerismo, la disputa al interior de éste entre sus facciones incluida la del PJ (reforma o restauración), la lenta licuación del espacio progresista y el sostenido pero imperceptible avance de la izquierda que en su versión más radical, el trotskismo, desplazó a otras corrientes históricas como el PC.

Los diversos resultados electorales de las últimas elecciones entre 2011 al presente dieron señales inequívocas que el tan temido aparato pejotista se resquebrajaba por todos lados. Aun haciendo ingentes esfuerzos e inversiones de capital económico y humano no pudo revertir el permanente declive hasta llegar a los números paupérrimos de este año, además desgajado en diversos mini partidos que conforman el panpejotismo.

Entre el 2015 y el 2017 se inaugura una nuevo un ciclo histórico, donde además del restablecimiento de un dominio propio de las clases dirigentes, le corresponde la fragmentación plena de las clases populares. El kirchnerismo que mantenía una relación por demás tensa con el PJ fracturó ese frente, ambos han quedado en postura de oposición funcional más que de alternativa real. La izquierda expectante para recoger los pedazos de identidad peronista para reconvertirla en trotskista no alcanza a medir la envergadura de ese desafío y la necesidad perentoria de romper con sus esquemas rígidos que incluso llevan a una convivencia por demás traumática por lo conflictiva entre las fuerzas gemelas del FIT. Volviendo al campo nacional y popular, el kirchnerismo asume que es una fuerza que logró arraigo en una parte de la sociedad y del pueblo argentino, pero el liderazgo monolítico de Cristina Fernández no es garantía de solidez ni opción principal de poder, el PJ desgranado busca reunificarse y sentar las bases de una nueva identidad política; sus opciones no son muchas: refundarse sobre el elemento progresista que le inoculó el periodo K, siendo esta opción la menos posible dada la trayectoria de sus dirigencias provinciales vinculadas a los factores de poder permanentes, mientras la otra opción es constituir una fuerza pragmática (ya tienen experiencia) pero despegados del neoliberalismo puro que hoy encarna el PRO. Es decir proponerse como fuerza de recambio amigable y confiable del sistema, lo que se dice «garantizar la gobernabilidad». Esto generaría una tensión permanente con el kirchnerismo si no se integran: este hacia a la izquierda pero aquel jugando como fuerza centrípeta hacia la bendita gobernabilidad, o sea, nadie saca los pies del plato.

Pequeña referencia a aquellas fuerzas que se postulaban como ocupantes del espacio progresista o de centroizquierda: la mayoría optó por sumarse (entregarse) al espacio más reaccionario que surgió en la vida política democrática. En aras de un republicanismo tan cínico como irreal que levantaba banderas de moralidad política anticorrupción pero dando apoyo y consenso al ajuste más severo descargado sobre los sectores populares desde los noventa. Algunas fuerzas encima siguen siendo parte del negocio político del clientelismo sobre la base de planes sociales: por abajo reclaman por izquierda, por arriba negocian y realizan alianzas con espacios que lejos están de cualquier viso de progresismo ni reformismo popular.

En conclusión esta etapa de crisis política abierta en el 2001 se cierra en el momento que una de las fracciones de las clases dominantes logra: 1º) recuperar el poder político y esto a su vez 2º) con fuerza política propia, decíamos algo inaudito desde 1916. Asistimos desde esta perspectiva a un nuevo ciclo histórico ya que más allá de las contingencias electorales y las alternancias por encima de estos vaivenes concurre otro factor, cual es que entre la primera década y esta se consolidó un modelo productivo acorde a la tendencia mundial capitalista: reprimarización productiva, extractivismo, sistema industrial de ensamble; en esta etapa política actual reaparición del capital financiero especulativo. Es decir, el conjunto de factores de poder de la sociedad civil logró reconstituir su ideología y consecuente elaboración y difusión de su «sentido común», premisa básica para avanzar en la reestructuración económica- social bajo el predominio de una de sus fracciones de clase. De esto se trata de la nueva hegemonía. Las clases subalternas, que vimos una oportunidad histórica en aquel 2001 no supimos conformar una fuerza autónoma, propia, quince años después seguimos con las manos vacías.

ETAPAS Y CICLOS

La inesperada aparición del PRO como partido nacional orgánico de las clases altas es un sacudón que no se termina de aceptar ni digerir. Cambió de manera total el mapa político: representa a los sectores acomodados, al poder económico y social, hunde su lengua en las mentes de las clases medias despojando al moribundo radicalismo de su otrora base electoral y por efecto dominó, como en el caso CABA, llega hasta el mundo popular. Esto representa el inicio de un nuevo ciclo histórico.

Pero es el estado de fuerza propio lo que nos llama a reflexión. Si toda crisis representa una oportunidad, pues esta es una inmejorable. La etapa progresista que atravesó al cono sur tuvo la virtud de saber aprovechar el boom de los commodities para paliar y reducir los altísimos números de pobreza y pobreza extrema, salir del paradigma neoliberal y proponer (parcial, superficial e inconclusamente) un nuevo modelo productivo. Según los países y sus respectivas historias y tradiciones políticas populares estos procesos variaron y marcaron sus propios ritmos e intensidades. En el caso argentino emergió una etapa que arrastraba las consecuencias de las anteriores, el debilitamiento y atomización política de las clases subalternas y en especial la clase obrera, ausencia de proyectos políticos propios alternativos y por consiguiente de fuerzas organizadas y de una fracción con capacidad de imprimir dirección política e ideológica al interior del campo popular. En la tensión «reforma-restauración» en tanto no se resuelve a favor de la primera y esta no se vuelve «revolución», ganará (y ganó) la segunda opción. Esto fue en parte por lo dicho, no hay fuerza social que sea capaz hoy en Argentina de asumir la dirección política del campo popular, este rol lo asumió (nuevamente) el Estado. No obstante, las características políticas de esta etapa mostraron las fisuras de los partidos tradicionales entre ellos el PJ, donde sus dirigentes mantenían una tensa y forzada relación hasta el 2015 con la presidente Cristina Fernández. Tras la derrota la crisis hizo eclosión abierta.

El peronismo como identidad plebeya juega ya sus cartas, carga en sus espaldas nada menos que el sentido histórico de su presencia y el legado no superado de acciones y políticas a favor del pueblo: la mayor experiencia de poder y cambio social. Entonces aunque es evidente la degradación del pejotismo, no desde ahora por supuesto, cualitativa y cuantitativamente, mantiene presencia política territorial y electoral. Trayendo al presente una vieja consigna de los noventa vale remarcar que el peronismo perdió viabilidad política pero ganó jerarquía histórica. El desafío es construir una fuerza, un movimiento sintetizador y superador de esa historia y para esto es necesario entender las actualizaciones y nuevas formas y expresiones, sus carnaduras y símbolos.

El progresismo argentino fue fiel a su esencia, aquella que encarnó por décadas el Partido Socialista: elitista, positivista y liberal envuelto en una bandera roja. Las expresiones de la izquierda y centroizquierda argentina derivaron mayoritariamente en coincidencias, acuerdos y alianzas ya con partidos conservadores ya con los factores de poder. Esta etapa no es la excepción, entonces se vislumbra un momento dicotómico en el campo popular: un espacio popular post-peronista y el espacio de la izquierda trotskista. Aquel concentra una masa considerable de votos pero no tiene ya poder ni capacidad de disputa propia y sigue siendo ideológicamente difuso, reformista y con elementos de las definiciones clásicas del populismo; este es minoritario, pero claramente visible en su discurso e ideología, igualmente sin capacidad de disputa de poder por si mismo. Las lecciones de este periodo van en el sentido del presente: las clases dominantes no perdonan el menor atisbo de insolencia contra sus mandatos, sus intereses, sus valores, su historia, su poder visible u oculto. Indefectiblemente se volverán contra quienes fueron favorecidos para restablecer su orden y a través del disciplinamiento social y político.

ABRIR VENTANAS

Las clases dominantes respiran tranquilas por ahora. Recuperaron su poder, restablecen el orden por vía democrática y con apoyo social, imponen su modelo económico a gusto. Las clases subalternas como en la década del 30 vuelven en la imagen de Scalibrini Ortiz del «hombre que está solo y espera», se trata de reconstituir las experiencias políticas, partidarias, gremiales reivindicativas, los viejos sueños y las nuevas utopías que quizás quien sabe son las mismas pero con otro nombre. Lo que sí es seguro es que hoy no existe ese sujeto político dominante que pueda expresar los intereses colectivos del conjunto popular. He allí el desafío y la riqueza enormes de esta etapa abierta y que precisa habilitar un ciclo histórico distinto, con una construcción política que contenga toda la riqueza y pluralidad de estos tiempos pero con la sustancia ideológica que se precisa para revertir un modelo global que se erige sobre la desigualdad, la deshumanización de las relaciones, la violencia y el desenfreno irracional en la explotación de los recursos naturales.

Daniel Escotorin es historiador

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.