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El tropiezo gubernamental en torno del tema de las retenciones es un dato superable

El país de las oportunidades perdidas

Fuentes: Prensared

Está hecho. Una suma de los errores de parte del gobierno y de la autoridad máxima del partido ha llevado a la fractura del peronismo y a una crítica situación respecto de los futuros desarrollos del accionar gubernamental. Una mezcla de voluntarismo político, de autoritarismo sin autoridad y de incapacidad para medir las relaciones de […]

Está hecho. Una suma de los errores de parte del gobierno y de la autoridad máxima del partido ha llevado a la fractura del peronismo y a una crítica situación respecto de los futuros desarrollos del accionar gubernamental. Una mezcla de voluntarismo político, de autoritarismo sin autoridad y de incapacidad para medir las relaciones de fuerza dentro del propio conglomerado partidario, llevaron a Cristina Fernández y a su esposo Néstor Kirchner a una situación incómoda, que desperdicia el abrumador triunfo electoral obtenido por la primera en las recientes elecciones y da alas a la creación de un cambalache opositor en el cual, sin embargo, las fuerzas que realmente lo cohesionan son las mismas que han mantenido al país en la estulticia agrofinanciera.

La coyunda contra natura de la Sociedad Rural, la Federación Agraria y los partidos de oposición informados, no por un proyecto cualquiera, sino por un antiperonismo visceral, con gremialistas como Luis Barrionuevo, y con exponentes de la ultraizquierda como Vilma Ripoll y Raúl Castells, siempre fieles a su vocación de equivocarse, pone en escena a una nueva Unión Democrática. Frente a ella, lamentablemente, no está el por entonces coronel Perón, sino un gobierno que ha especulado con el uso de una mayoría que creía automática y que no se propuso, por temor o por complicidad, promover el cambio de fondo que el país requiere, prefiriendo modificar algunos de los aspectos más nocivos del régimen neoliberal vigente, sin atacar sus raíces y dejando el campo franco para la expresión de un disconformismo transgresor de la autoridad del Estado que fue minándolo en su base y que ahora se le ha prendido al cuello.

Está visto que, de aquí en más, ni siquiera los intentos de reforma tímidos van a ser tolerados por una oposición engolosinada con esta victoria que le regaló el gobierno y que le ha permitido, por primera vez desde la catástrofe del modelo neoliberal, imaginar un retorno al pasado.

Tienen todos los elementos para seguir presionando, incluida la connivencia de la izquierda encarnada en Pino Solanas y Claudio Lozano, dos personalidades en cierto sentido eminentes, pero que en esta circunstancia han apoyado objetivamente el proyecto de una oposición manipulada por la reacción más oscura. El purismo es cosa elegante, pero casa mal con la necesidad de elegir el puesto de combate en un momento de crisis terminal. Se puede criticar al gobierno, con fuerza y sin piedad, señalando sus limitaciones, pero desde la misma vereda, sin favorecer, por acción u omisión -es decir, abstención-, el triunfo de quienes encarnan a la antinación. O, si se quiere, al proyecto de la nación pequeña, excluyente de las mayorías y desprovista de destino histórico.

¿Qué debe hacerse, de aquí en más, para recuperar la iniciativa y no permitir que la morsa neoliberal siga apretando al frente popular? Ante todo, no perder la cabeza. Ceñirse a lo que marca la ley y preparar la batalla en torno de un proyecto de país que puede empezar por la creación de una ley de radiodifusión que rompa el monopolio mediático y brinde una mejor formación e información a los millones de espectadores que hoy deben contentarse con el torrente de inanidades que se les brinda desde la televisión privada -jugada en torno de pautas sólo comerciales, que apuntan bajo para conformar a los gustos más elementales del público y lo aíslan del conocimiento de las otras opciones culturales que, como lo demuestra la experiencia del Canal Encuentro, pueden ser enriquecedoras y entretenidas a la vez.

Por lo demás, al carácter culturalmente deletéreo de la mayor parte de los programas de esparcimiento que ofrece la televisión privada, se suma una desinformación sistemática, vertida a través de canales de noticias que distorsionan y confunden la información a través del planteamiento desjerarquizado y revuelto de sus temas y de una prédica constante articulada en contra del Estado, prédica que recoge los lugares comunes más trillados de la doctrina neoliberal.

La idea de dar una tercera parte del paquete de los medios de comunicación al Estado, otro tanto a la televisión privada y el restante a las Universidades, es un proyecto muy bueno, que podría servir de freno para detener la confusión que crece y de resorte para generar los anticuerpos que el público necesita para defenderse de esa infección publicitaria.

Pero aquí surge la cuestión de quiénes han de ejercer esta función que no vacilamos en calificar como cardinal. Hace falta personal capacitado. ¿Debe buscarse a éste en las filas de los profesionales ya trabajados por la complicidad con el sistema, o ha de hacerse un lugar a los jóvenes que están en disposición de dar lo mucho que saben y lo mucho que están en condiciones de aprender todavía? La respuesta no debería plantear dudas. Las escuelas de periodismo y el campo del cine independiente regurgitan de chicos no contaminados ideológicamente y que arden de deseos por encontrar una desembocadura laboral que atienda a sus intereses intelectuales y a sus posibilidades expresivas.

Pero esto sólo funcionará si se lo pone en función de un proyecto nacional coherente, que tome en cuenta la necesidad de crear un poder popular real, generado desde la persuasión pero también desde la voluntad de ejercer la función de gobierno en su plenitud, dentro de los marcos del sistema institucional que acuerda grandes facultades al Estado. El gobierno ha de negociar, «enfriar la pelota», lamerse las heridas, pero, al mismo tiempo, debe elaborar un plan que hasta aquí ha faltado y que debe pasar, como muchas veces se ha dicho, por una reforma progresiva del sistema fiscal, por una nueva ley de entidades financieras, por el diseño de un programa de desarrollo que atienda a las industrias de punta, a la estructura de las comunicaciones y al nivel educacional, y por una acción bien definida en el sentido de recuperar el control de la exportación de las commodities a través del restablecimiento de algo similar al IAPI, el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio, que canalizó el comercio exterior entre 1946 y 1955.

Suponer que llevar esto adelante será una batalla fácil, sería un error funesto. El aparato reaccionario está recompuesto, los apoyos populares se han diluido en parte y no se cuenta con un instrumento político adecuado para imponer las líneas de acción que se requieren, en razón de que el partido oficialista y sus bancadas en el Congreso están quebrados. La batalla por la opinión debe acompañar a la lucha por la fundación de un nuevo modelo de nación. Y ante todo hacen falta signos que movilicen a esta opinión. Se impone difundir un programa de desarrollo explícito, que no juegue a las escondidas, que no tenga vergüenza de sí mismo y que fije metas netas. Y hacen falta determinaciones que consoliden esta orientación. Los ministros que se han demostrado ineficientes o disfuncionales a un proyecto superador, deben ser relevados. En su lugar deben ingresar figuras que indiquen que se está en camino. Nombres como los de Eric Calcagno o Aldo Ferrer para el ministerio de Economía, y la integración a éste de los miembros del Grupo Fénix, serían señales claras que percibirían todos. Todo pasa ahora por la habilidad y la firmeza con que la Presidenta de la República pueda emprender este camino. Ojalá pueda estar a la altura de este desafío.

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