A los 10 años de cometidos, suele suceder que los «crímenes perfectos» comienzan a revelarse nítidamente y los cadáveres ocultos en sótanos, armarios y bohardillas salen a la luz ante el horror de homicidas y encubridores. Esta oscura ley se está cumpliendo, indefectible, en lo que concierne a la causa AMIA, una causa que hiede. […]
A los 10 años de cometidos, suele suceder que los «crímenes perfectos» comienzan a revelarse nítidamente y los cadáveres ocultos en sótanos, armarios y bohardillas salen a la luz ante el horror de homicidas y encubridores. Esta oscura ley se está cumpliendo, indefectible, en lo que concierne a la causa AMIA, una causa que hiede.
Tienen razón quienes dicen que si el ataque a la embajada de Israel se hubiera investigado como era debido, la mutual hebrea jamás hubiera sido atacada. Pero la tienen de una manera un tanto oscura, puesto que a poco que se abocaran al estudio de los hechos se darían cuenta -como se dio cuenta el artificiero Jacob Levi , de la policía de Tel Aviv, el primer experto enviado por Israel- que no había trazas de que hubiera existido una camioneta-bomba que hubiera demolido la embajada y, por el contrario, había centenares de testimonios coincidentes hacían prácticamente imposible su existencia.
Por lo demás, en los primeros días y tal como destacaron los cronistas del diario La Nación (arts.del 21 y 22/3/92), no había cráter alguno: el mismo fue cavado a pico y pala a posteriori, como también sugirió en su informe el perspicaz Levy, atónito ante la negativa que recibió al pretender ver los videos tomados por las cámaras de seguridad colocadas frente a la embajada, sobre el asilo católico de ancianos.
Aquella camioneta que nadie vio era una Ford F-100 verde clara y blanca de propiedad de un fotógrafo de la Policía Federal que supuestamente había sido vendida por un amigo de Alejandro Monjo (el mayor duplicador de coches de la Capital, asociado a la cúpula de la Policía Federal) de nombre Roberto Barlassina, que ocupó respecto a la embajada el mismo lugar que ocuparía Telleldín respecto a la AMIA. Barlassina alegó haberle vendido esa camioneta a un supuesto brasileño que entró a su negocio con una gorra encasquetada y anteojos oscuros, exhibiendo un DNI con una numeración ridículamente alta. El supuesto brasileño (al que muchos medios definieron sin más como el conductor suicida de la F-100 fantasma), dijo, le había pagado 20.500 pesos y pedido que en la factura figuraran 21.000 pesos.
Una pericia de la Corte llegó a la conclusión de que el vehículo no valía más de 14.000 pesos. A pesar de ello, y a diferencia de Telleldín, a Barlassina jamás nadie lo acusó de nada y su foto jamás apareció en los medios.
Que la Embajada (que estaba en refacciones, por lo cual las medidas de seguridad se habían reducido al mínimo) había sido volada por una explosión interna era obvio, pues su fachada había caído hacia afuera, sobre la calle Pasteur.
Cuando la Corte Suprema le encargó tardíamente una pericia a la Academia Nacional de Ingeniería , un panel de tres expertos estableció que, efectivamente, la explosión había sido interna, lo que motivó una insólita campaña de Israel y la DAIA en la que se acusó a los ingenieros de… ¡antisemitas!.
En este contexto, la Corte Suprema convocó para el 15 de mayo de 1997 a una audiencia a los distintos peritos que habían intervenido a fin de intentar determinar en qué lugar había detonado el artefacto explosivo. Si la Policía Federal y Gendarmería sostenían que había habido un coche-bomba y una explosión externa -, los ingenieros de la Academia Nacional de Ingeniería insistían en que la explosión se había producido adentro de la Embajada . La audiencia debió haber sido pública, pero por presiones de Israel y el presidente de la DAIA, Raúl Beraja, terminó siendo tan secreta que ningún medio informó su desarrollo hasta ahora, lo conocido de esta lo ha sido a través de trascendidos. Las actas oficiales de dicha reunión reservada abarcan 77 folios. Y en ellos los ingenieros Rodolfo Danesi, Arturo Bignoli y Alberto Puppo explicaron detalladamente por qué no hay dudas de que la explosión fue interna.
En la reunión participaron los ministros de la Corte, comenzando por su presidente, Julio Nazareno, y con la excepción de Carlos Fayt. También el comandante Osvaldo Laborda y otros peritos de la Gendarmería, y el comisario Carlos López y otros peritos de la Policía Federal. Nazareno destacó de movida que, a pesar de haber sido invitado, Jacob Levi no estaba presente . Todo indica que el gobierno de Israel no le permitió viajar.
Bignoli insistió en aquella reunión en que la explosión había tenido lugar adentro del edificio. Explicó que habían analizado el asunto por dos vías distintas y que afortunadamente los resultados habían sido coincidentes, lo que les había permitido «llegar la conclusión de que la probabilidad, que es lo que nos preguntó la Corte, de que el centro de la explosión estuviese dentro del edificio es tan alta que los peritos tienen la certeza de que así ocurrió». Su colega Danesi destacó que «de haber estado la carga explosiva ubicada en el exterior, hubiera hecho desaparecer el edificio de enfrente». Los tres ingenieros insistieron en que la explosión tuvo su epicentro «en el ambiente llamado vacum», es decir, a poco de haberse transpuesto la puerta principal.
Esto es exactamente, de acuerdo al testimonio de la veterana ascensorista de esta institución Luis Miednik (que salvó su vida milagrosamente) lo que parece haber pasado en la AMIA. Miednik vio seis o siete minutos antes como desde una camioneta blanca, un hombre de unos treinta años, pelirrojo y pecoso, descargaba varias bolsas blancas y limpias como las utilizadas habitualmente para contener cemento, cal y otros materiales de construcción. Esas bolsas fueron ingresadas a la AMIA por los albañiles boliviano de la empresa GPI del arquitecto Malamud (muerto en el atentado) encargado de las refacciones. Los infortunados albañiles (todos murieron en el ataque) dejaron apiladas las bolsas (tal como corroboraron varios testigos más) apenas transpuesta la puerta de entrada y contra la medianera que daba a la calle Tucumán, antes de pasar la puerta de bronce y atravesar la inspección del personal de seguridad.
Nadie sabe quienes eran los que descargaron las bolsas desde una camioneta blanca ni que había en esas bolsas, que estaban en el mismo lugar donde quedó un enorme agujero sobre la medianera. Esta pista jamás fue investigada , y en cambio la «Historia oficial» (hipótesis de la Trafic-bomba) fue sostenida a capa y espada por Israel cuando se derrumbó como un castillo de naipes, al comprobarse que el acta de hallazgo de un trozo de motor correspondiente a una Trafic, pedazo de motor supuestamente hallado entre los escombros pasada una semana de perpetrado el ataque, era rematadamente falsa . Israel envió entonces al general Zeev Livne , quien había sido el jefe del equipo de rescate israelí, a decir, con una década de atraso, que habían sido soldados suyos quienes habían encontrado ese pedazo de motor.
Al mediodía del lunes 25 de julio de 1994 , horas antes de que (supuestamente) se encontrara ese trozo del block de un motor Renault a través de cuya numeración (también supuestamente) se lograría identificar a Telleldín (a quien, sin embargo, el juez Galeano había ordenado intervenir los teléfonos esa misma mañana), el general Livne había anunciado haber encontrado entre los escombros de la AMIA restos del (supuesto) coche-bomba «con un cadáver adentro» que, dijo, «posiblemente sea el suicida que lo conducía». Tal como publicó el diario La Prensa, Livne arriesgó una teoría: «Acá había problemas para estacionar, pero no para pasar. Pienso que el auto se puso de frente y subió hasta el edificio. Allí explotó.»
El hallazgo de parte de la supuesta camioneta-bomba era un soberano bolazo . Para no hablar del «cadáver totalmente destrozado» que tendría adentro, un invento mayor que las ranas peludas. Y quedaba uno más alevoso todavía, ya que Zivne fue el inventor de la Trafic-que-entró-al-edificio. A fin de justificar que la explosión (o la explosión principal) hubiera sido, como fue, adentro del edificio. Ergo: un general israelí aparece como el principal arquitecto del encubrimiento. ¿Alguien puede explicarlo?.
Nueva Sion