La dicotomía entre el gobierno como poder formal y las corporaciones de la gran burguesía en su oposición como el poder real, que enunciaba el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (CFK) y reproducían políticos, economistas, periodistas y escritores que lo apoyaban, se ha resuelto con el gobierno encabezado por Mauricio Macri (MM). Ahora el […]
La dicotomía entre el gobierno como poder formal y las corporaciones de la gran burguesía en su oposición como el poder real, que enunciaba el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (CFK) y reproducían políticos, economistas, periodistas y escritores que lo apoyaban, se ha resuelto con el gobierno encabezado por Mauricio Macri (MM). Ahora el poder real, el de los dueños mayoritarios de los medios de producción y cambio están en el gobierno. Y este cambio no ha sido el resultado azaroso de una coyuntura electoral fácilmente reversible sino el resultado de una nueva época del capitalismo periférico en la etapa imperialista del capital. Más aún, el carácter corporativo de este gobierno ejercido por los ceos y los dueños de los grandes bancos y empresas imperialistas no es característico de un nuevo gobierno burgués de la semicolonia argentina. Es el resultado de la nueva economía que instaló en Argentina Brasil, México, la derrota social y política de las clases y las naciones explotadas desde la segunda mitad de los años setenta.
La crisis que el sistema capitalista arrastra desde comienzos de los años setenta con las crisis monetarias, la pérdida del respaldo oro de la moneda de comparación internacional y la consecuente devaluación del dólar que expresaban una nueva crisis cíclica del capitalismo, le abrieron el camino a una financiarización extrema de la economía. El crecimiento del negocio financiero atravesó todo el sistema en busca del restablecimiento de la tasa de ganancia ó de la ganancia máxima. Las empresas capitalistas que tenían el 15 por ciento en las finanzas al comienzo de la posguerra alcanzaron el 55 por ciento en el año 2000. Las acciones bursátiles decidían sobre los gerentes de las sociedades anónimas que se veían obligados a despedir, suspender, flexibilizar el trabajo ó falsificar el balance de las empresas para impedir la caída del valor de las acciones. Con las nuevas libertades, el capital financiero imperialista escaló en su dominación de la economía mundial. El triunfalismo de la burguesía, que alcanzara el cenit con la caída del Muro de Berlín en 1989 y la de la Unión Soviética en 1991, trascendió a los sectores medios de todo el planeta. El capital financiero imperialista compró las principales empresas de servicios estatizadas de las semicolonias y también los sectores claves de la economía de estos países. En particular se apropió del nuevo negocio agropecuario, del comercio exterior de commódities y de la banca. La extranjerización de la economía de estos países a un nivel cualitativamente superior de la economía de Argentina, Brasil ó México, convirtió a las corporaciones multinacionales imperialistas y a los grandes grupos económicos formados durante las dictaduras militares, globalizados por el capital financiero internacional, en la verdadera clase dominante de estos países.
No podemos decir cuánto durará el gobierno Macri, Temer, el gobierno pro-norteamericano de México y el de los demás países de la región. Pero la nueva economía es la base de esta nueva época del capitalismo semicolonial que tiende a formas coloniales más definidas. Globalizadas las burguesías nacionales, la lucha por la independencia del imperialismo tenderá necesariamente a radicalizarse. Cómo lo exigen los fracasos de las direcciones políticas nacional burguesas ó pequeño burguesas nacionalistas y desarrollistas. La clase obrera necesitará reorganizarse y ocupar el proscenio histórico.
El peronismo ha sobrevivido a la derrota atravesado por la nueva profundidad de la dominación imperialista. Está fragmentado, sin centro ni perspectiva. A la contradicción histórica de su base obrera con la dirección burguesa y burocrática, a la derrota que diezmó las agrupaciones fabriles de su vanguardia y la corriente jacobina de las direcciones sindicales sumó la pasividad relativa de la clase obrera. Después del menemismo en los años noventa, el peronismo pequeño burgués del kirchnerismo, que compartió el auge de los gobiernos populares de América Latina luego de la crisis del neoliberalismo, ha sido derrotado. Se debate en minoría frente a los pedazos del aparato peronista en el parlamento, en las gobernaciones, en el Partido Justicialista. Los sectores diversos se proponen una unidad rota históricamente por el carácter antagónico de las clases que le dieron forma a esa alianza durante la guerra hasta 1955, que la lucha de la clase obrera en fábricas y sindicatos prolongó hasta la derrota dictatorial y genocida. La fragmentación actual sirve a la continuidad de este gobierno de MM.
El gobierno corporativo Macri/USA mantiene la iniciativa de un ataque a las conquistas de los trabajadores y de las masas, salarios, despidos, eliminación de retenciones y subsidios, desarticulación de todos los organismos reguladores del Estado, libertad completa a la disputa de la renta por las grandes empresas formadoras de precios y políticas liberales en el comercio exterior. La política exterior se realínea con los EE.UU. La ausencia de una dirección política para organizar la lucha de las masas en defensa de sus reivindicaciones y de la nación contra la entrega al imperialismo hace de la fragmentación peronista en el parlamento una expresión clara de su descomposición. Los peronistas que traicionaron la política con la que se hicieron votar y apoyan al gobierno Macri en su alianza con los buitres, con el partido judicial, con Clarín y su nueva ley de medios monopólicos imperialistas son un hazmerreir.
La excepción del FpV se debate reducido a la minoría. La alta burocracia de las CGTs, fragmentada y repartida, pone nuevos plazos para la organización de su congreso de unidad mientras el gobierno desarticula la vida de las masas y las conquistas nacionales.
La debilidad de las intervenciones de Cristina Fernández de Kirchner cuya popularidad hubieran sido un punto de partida para la protesta popular es continuadora de la elección de Scioli y de sus vacaciones poselectorales. Es el centro del ataque de Obama, Macri, Cambiemos y toda la derecha pero ella no responde con el programa y la política que la situación exige. Más radical que su declarada orientación burguesa.
No creemos que la extranjerización extrema de la economía será un determinante histórico inamovible. Pero la remoción de esa nueva estructura económica exige y exigirá un movimiento social anticapitalista, una revolución social. Toda transformación social, aún de la dependencia del imperialismo necesita de un sujeto social dominante y unificador. El fracaso del sujeto burgués nacional del desarrollismo kirchnerista ya forma parte de esta nueva economía. Los peronistas renovadores que siguen al buchón de la embajada norteamericana Sergio Massa ó De la Sota, que votaron por Macri, también están globalizados.
Se ha abierto un vacío político en la dirección de la lucha obrera y popular. Pero los cambios históricos no son cortes mecánicos. Este vacío de dirección coexiste en la coyuntura con una nueva generación de delegados y dirigentes obreros que se han desarrollado en la crisis y en las luchas contra los patrones, contra el gobierno y contra la alta burocracia dividida y claudicante. Están en las grandes marchas y manifestaciones. Pero además de organizar la lucha en los lugares de trabajo y coordinarla con comités de lucha, de fábrica, interfabriles, intersindicales, regionales, conspirativa y clandestinamente, es necesaria la estructuración de un comité obrero nacional con el programa transitorio, que contenga las soluciones a los principales problemas políticos del momento. ¿Además de luchar contra el tarifazo de los servicios públicos qué oponemos? La reestatización de las empresas eléctricas, casi todas norteamericanas. Las distribuidoras del gas también. La eliminación de las retenciones a las exportaciones de trigo, maíz y la rebaja de las de la soja han significado el aumento de la canasta alimentaria de los trabajadores. Si el trigo se exporta 23 % más caro también se vende más caro a los molinos, estos a la harina y luego al pan. La eliminación del impuesto del 27 % a la exportación del maíz también lo encareció para la industria avícola, de la carne bovina y de muchos alimentos. Hay que restablecerlos e imponer el control estatal del comercio exterior, de la banca, y el desconocimiento de los convenios del gobierno Macri/USA que entrega el control militar, de los satélites, de la ciencia y de la técnica, al imperialismo.
Para unir la defensa de la ocupación, del salario, con toda la problemática nacional es necesaria una nueva dirección política y surgirá de la propia historia de la clase obrera, nacional, latinoamericana y mundial. Empecemos aquí y ahora.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.