Participar en una tertulia es comprobar de modo empírico lo que Michel Houellebecq denominaba «inteligencia de la escalera». Siempre se te ocurre el comentario brillante cuando las cámaras han dejado de grabar. Eso mismo me sucedió el otro día durante un debate en «Fort Apache», en HispanTV. Hablábamos sobre medios de comunicación. Después del programa […]
Participar en una tertulia es comprobar de modo empírico lo que Michel Houellebecq denominaba «inteligencia de la escalera». Siempre se te ocurre el comentario brillante cuando las cámaras han dejado de grabar. Eso mismo me sucedió el otro día durante un debate en «Fort Apache», en HispanTV. Hablábamos sobre medios de comunicación. Después del programa me quedé dándole vueltas y llegué a la conclusión de que, para discutir sobre periodismo, siguen sirviéndome las mismas bases que me empujaron a iniciarme en esta defenestrada profesión. Leer con devoción los libros de Pepe Rei en Txalaparta o acordarme de cuando compré el primer «Euskadi Información» después de la garzonada contra «Egin». Aunque también habrá quien diga que la serie «Periodistas», esa en la que José Coronado convirtió en ciencia ficción las visicitudes de una rotativa, contribuyó a llenar las facultades.
El otro día hablábamos de medios públicos, de privados, de las dificultades para sacar adelante un día a día condicionado o de las rutinas adquiridas de tiempos que no volverán, que ya son siglo XX. Y entre tanta teorización, me doy cuenta de que se nos olvida lo principal: que la información debe estar al servicio del cambio, de la gente, de los que siempre tienen las de perder. Y me acuerdo de porqué nos hicimos periodistas. La voz de los sin voz, eso que tantas veces hemos repetido. Tan básico como lo que decía Malcom X sobre los riesgos de los medios de comunicación.
En la práctica, de lo que hablamos es de tomar partido. De responder con honestidad cuando te sueltan el cuento de la objetividad. Con nuestros errores también, que no nos los quita nadie. Pero entre el desahuciador y el desahuciado, entre Botín y el parado, entre el policía y el torturado, es imprescindible saber cuál es nuestro sitio. Y hacia dónde apuntar el micrófono.
Decía Tom Wolfe en su obra «El nuevo periodismo», «dejemos que el caos reine… más alta la música, más vino… al diablo con las categorias». ¡Claro! ¡Eso también! Entre tanta comunicación institucional y mantel puesto, a veces olvidamos que las calles y las tabernas siguen siendo refugio de grandes historias. El sitio donde deberíamos de estar. En el fondo no invento nada nuevo. Salir a la calle, contar historias, denunciar injusticias e intentar apuntar hacia las alternativas. Y entre tantas grandes palabras, escribir y tratar de contarlo.
Fuente original: http://gara.naiz.info/paperezkoa/20130128/385012/es/El-porque-periodismo