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Tras la muerte del fotógrafo Henry Cartier-Bresson

El segundo tren

Fuentes: La Jornada

En todos los cruces ferroviarios en Francia hay un aviso muy tangible, un panel con una frase que dice: «Attention! Un train peut en cacher un autre».* Henry Cartier-Bresson, no importa qué suceso fotografiara, vio el segundo tren y casi siempre pudo incluirlo en su encuadre. No pienso que lo hiciera conscientemente; era un don […]

En todos los cruces ferroviarios en Francia hay un aviso muy tangible, un panel con una frase que dice: «Attention! Un train peut en cacher un autre».* Henry Cartier-Bresson, no importa qué suceso fotografiara, vio el segundo tren y casi siempre pudo incluirlo en su encuadre. No pienso que lo hiciera conscientemente; era un don que le venía, y en la profundidad de su ser sentía que los dones hay que pasarlos a otros, siempre. El fotografiaba lo no contemplado en apariencia. Y al quedar capturado en sus fotos, era más que visible.

El lunes pasado se unió al segundo tren. A la edad de 95 se trepó, con toda su agilidad. Se fundió con su inspiración. Hace seis años escribió algo sobre ésta: «El mundo se colapsa bajo el peso de la búsqueda de ganancias, está invadido por las sirenas insaciables de la tecno-ciencia y la ambición del poder, por la globalización y las nuevas formas de esclavitud; más allá de todo esto, el amor y la amistad existen». Escribió la frase con su propia caligrafía, abierta, como un lente sin obturador.

«¡Patrañas! -le oigo decir-, miren mis dibujos, ahí no hay segundo tren.»

Así que miro las reproducciones de algunos de sus dibujos. Cómo cambian, aun veinticuatro horas después de una muerte: su carácter tentativo desaparece, se tornan definitivos. En sus últimos años dijo en repetidas ocasiones que la fotografía ya no le interesaba tanto como el dibujo. Dibujar, o al menos el dibujo como él lo entendía, guardaba menos relación con el sentido de la vista que con el sentido del tacto, con tocar la sustancia y la energía de las cosas, con rozar el enigma de la vida sin pensar en la eternidad ni en un segundo tren.

Dibujar es un acto privado. No obstante, Cartier-Bresson retornó a éste, sabiendo muy bien que era un acto de solidaridad con quienes ven el segundo tren y con aquellos que no lo ven.

«Eso está mejor», me dice.

¿Un epitafio para él? Sí, una foto que tomó en México en 1963, que muestra a una niña que va por una calle desierta cargando un daguerrotipo enmarcado, el retrato de una bella y serena mujer, casi del tamaño de la niña. Ambas están a punto de desaparecer tras una alta valla. El último segundo de visibilidad, pero la serenidad de la mujer o el anhelo de la niña no terminan.

© John Berger

Traducción: Ramón Vera Herrera

* «¡Cuidado, un tren puede esconder otro!»