Todos aquellos que siguen la situación argentina sabían, desde hace por lo menos un año y medio, que el gobierno de Cristina Kirchner había recuperado un gran apoyo popular y tendría continuidad, sea en la presidencia de Néstor, sea en la de ella. Solo podía ser «sorpresa» para aquellos que fueron víctimas de sus propios […]
Todos aquellos que siguen la situación argentina sabían, desde hace por lo menos un año y medio, que el gobierno de Cristina Kirchner había recuperado un gran apoyo popular y tendría continuidad, sea en la presidencia de Néstor, sea en la de ella. Solo podía ser «sorpresa» para aquellos que fueron víctimas de sus propios clichés, denigrando la imagen de la Argentina y de su gobierno. Ahora no saben cómo explicar una victoria tan contundente, en la primera ronda, con una diferencia de más de 8 millones de votos en relación al segundo candidato que le sigue.
La victoria de Cristina tiene el mismo sentido que la victoria de Dilma. Por primera vez, en los dos países, una misma corriente obtiene, por voto popular, un tercer mandato. Victorias fundadas en políticas económicas que permitieron la reanudación del crecimiento de la economía – tras las recesiones provocadas por gobiernos neoliberales, Menem en Argentina, Fernando Henrique Cardoso (FHC) en Brasil – articuladas estructuralmente con políticas sociales de distribución de la renta.
En el caso argentino, la crisis de 2005 aquí (en Brasil), fue la de 2008 allá, con la reacción violenta de los productores rurales al proyecto de ley de elevación del impuesto a la exportación. En alianza con la conservadora clase medía de Buenos Aires, hicieron que el gobierno perdiera parte sustancial de su apoyo y terminara derrotado en la votación del Congreso. Esta derrota se tradujo en una derrota electoral, cuando ya se sentían los efectos de la crisis internacional.
Tal como en Brasil, la oposición creyó que había asestado un golpe mortal a los Kirchner y se preparaba ya para volver al gobierno, en medio de las disputas enormes entre todas sus tendencias, unidas en la oposición y en la ambición de sucederlos en el gobierno. Para sorpresa de la oposición, el gobierno reaccionó positivamente -como en Brasil- frente a los efectos de la crisis, con políticas anticíclicas y renovando sus políticas sociales. Los reflejos no tardaron en surgir y el gobierno pasó a reconquistar el apoyo popular, hasta que, a partir del año pasado, habiendo recuperado la iniciativa, volvió a aparecer como el gran agente nacional contra la crisis.
Dos factores vinieron a consolidar esa reacción. El primero, las conmemoraciones del bicentenario de la independencia argentina, que despertó un gran fervor popular, especialmente en amplios sectores de la juventud, capitalizados evidentemente por el peronismo, con su tradicional marca nacionalista.
El otro, fue la súbita muerte de Néstor Kirchner, que algunos previeron -allá y acá- sería un golpe definitivo al kirchnerismo. En ese momento Cristina, se reveló como estadista y se colocó a la altura de aquel momento crucial de la historia argentina, dado que Néstor era el candidato a su sucesión y el mayor dirigente político del proceso que él mismo había iniciado.
Cristina hizo de aquella pérdida un momento de afirmación del proceso político protagonizado por Néstor y por ella, recuperando el apoyo popular que tenía su fundamento en el éxito de las nuevas iniciativas de las políticas sociales: bonos para la infancia, para la tercera edad, para los desempleados, entre otras iniciativas.
Mientras tanto, la oposición, en la disputa por la sucesión presidencial, se desgastaba en un proceso suicida, viendo la recuperación del prestigio del gobierno, que vino a complementar el escenario político que cada vez más fue convirtiendo a Cristina en la favorita para triunfar, incluso en la primera vuelta.
Las elecciones previas de agosto, finalmente, cristalizaron todas esas tendencias, permitiendo prever las mejores perspectivas para Cristina, que se confirmaron plenamente en las elecciones de ayer. Cristina obtuvo un triunfo indiscutible, además de recuperar la mayoría en la Cámara y aumentar escaños en el Senado, y elegir ocho de los nueve gobiernos estaduales en juego.
Ella triunfa y la oposición, dividida entre varios candidatos, sufre su mayor derrota, dejando el campo abierto para nuevos y grandes avances del gobierno. En Argentina como en Brasil, la segunda década del siglo XXI extiende la vigencia de un gobierno que busca alternativas de superación del neoliberalismo, en las condiciones de la herencia pesada que ambos recibieron, avanzando en la dirección del posneoliberalismo.
Se consolida el campo progresista latinoamericano, confirmando que esa es la vía de las fuerzas populares para la superación de las desigualdades e injusticias, para el fortalecimiento de la integración regional y para la afirmación de una América Latina soberana. (Traducción ALAI).
Emir Sader, sociólogo y cientista brasileño, es secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
Fuente: http://alainet.org/active/50388