El pasado 11 de abril, Abel Prieto, ministro de Cultura de Cuba, e Iroel Sánchez, presidente del Instituto Cubano del Libro, presentaron en la Casa de América de Madrid el libro Cuba 2005, con la participación de la editora, Eva Forest, y de varios de los coautores (Santiago Alba, Irene Amador, Carlos Fernández Liria, Belén […]
El pasado 11 de abril, Abel Prieto, ministro de Cultura de Cuba, e Iroel Sánchez, presidente del Instituto Cubano del Libro, presentaron en la Casa de América de Madrid el libro Cuba 2005, con la participación de la editora, Eva Forest, y de varios de los coautores (Santiago Alba, Irene Amador, Carlos Fernández Liria, Belén Gopegui y yo mismo; solo faltaban John Brown y el ilustre prologuista, Alfonso Sastre).
Que un ministro extranjero presente en Madrid un libro publicado en el Estado español, es un acontecimiento que, según criterios puramente informativos y al margen de cualquier consideración, merece, cuando menos, ser mencionado por los medios. Pues bien, al día siguiente El País publicaba –cuán curiosa coincidencia– una entrevista a toda página con Raúl Rivero, y El Mundo le dedicaba un amplio artículo al «disidente» cubano; ninguno de los dos periódicos mencionaba siquiera la presentación de Cuba 2005.
Es triste comprobar una vez más que, no ya desde el punto de vista ideológico, sino incluso desde el meramente informativo, El País y El Mundo se han convertido en prensa basura: nada los diferencia, en lo sustancial, de los libelos electrónicos y radiofónicos perpetrados por los periodistas carroñeros de extrema derecha (como los denominó alguien poco respetuoso para con los buitres y las hienas). La lógica neoliberal del máximo provecho (económico, y por ende propagandístico) lleva a la degradación total de la profesión, a la pura aberración deontológica. Si los intereses de una determinada mafia mediático-cultural son contrarios a la revolución cubana, Cuba solo existe para hablar mal de ella: un impresentable poetastro contrarrevolucionario, por el mero hecho de serlo (lo segundo, no lo primero), será premiado con entrevistas a toda plana, y un ministro de Cultura (que además es un excelente novelista) no merecerá ni una nota a pie de página. Lo que significa, al margen de cualquier consideración política o ideológica, escamotearle al público una noticia importante; es decir, mentirle por omisión.
Si el ministro de Cultura de México, pongamos por caso, presentara en la Casa de América una novela de Alfaguara, no es probable que los medios ignoraran el acontecimiento. Sin embargo, si el ministro es cubano y el libro no es de Alfagura, sino de la editorial Hiru (una de las más prestigiosas en su campo a nivel internacional, dicho dea de paso), la presentación, sencillamente, nunca tuvo lugar.
Pero además, tratándose de Cuba, la mera omisión no es suficiente: si es necesario, la censura socialdemócrata, tan eficaz como la neofranquista (puesto que, en esencia, es la misma) entra en acción de forma fulminante. El 13 de abril por la tarde, la Alianza de Intelectuales Antiimperialistas había organizado un encuentro de Abel Prieto e Iroel Sánchez con gente del mundo de la cultura en el salón de actos de la Biblioteca Nacional, gentilmente ofrecido por su directora, Rosa Regàs. Por causas ajenas a la voluntad de Rosa (que fue objeto de un burdo ataque desde las páginas de El Mundo), el acto no pudo celebrarse en el lugar previsto y hubo que trasladarlo in extremis al Club Internacional de Prensa. Una vez más, nuestro Ministerio de Cultura (y, en última instancia, el Gobierno) se ha cubierto de gloria. Quienes reivindicamos (especialmente en estas fechas) la reinstauración de la República, estamos cada vez más cerca de nuestro objetivo, pues esto se parece cada vez más a una república bananera.