Éste es un artículo de opinión sobre la IX Asamblea Federal de Izquierda Unida. Sin embargo, no se van a tratar aquí asuntos de índole político. Esto a mí no me compete, sino a otros compañeros que poseen mejores aptitudes que yo para el análisis político. Lo que sí considero de mi competencia son aquellos […]
Éste es un artículo de opinión sobre la IX Asamblea Federal de Izquierda Unida. Sin embargo, no se van a tratar aquí asuntos de índole político. Esto a mí no me compete, sino a otros compañeros que poseen mejores aptitudes que yo para el análisis político. Lo que sí considero de mi competencia son aquellos temas que, de una forma u otra, conciernen a la cultura, en general, o a la literatura, en concreto.
El caso es que el plenario de la Asamblea ha votado, entre otras muchas resoluciones, la adhesión de Izquierda Unida a la Plataforma de Apoyo a Luis García Montero. El poeta y profesor merece el apoyo, según manifiesta IU, por su «amplia trayectoria en la defensa de una IU como instrumento de servicio a la ciudadanía». Esto no se pone en duda, como tampoco es posible cuestionar la admirable trayectoria literaria de Luis García Montero. Sin embargo esto no es motivo suficiente para eximirle.
Porque García Montero no ha sido condenado por defender a Lorca, como anuncia al unísono e interesadamente la prensa nacional, sino por injurias graves con publicidad a su compañero de Departamento, de la Universidad de Granada, José Antonio Fortes. Todo empezó la mañana del 14 de octubre de 2006, cuando la edición andaluza del diario El País amanecía con una columna de título inusual de Luis García Montero. Bajo el titular de «Lorca es un fascista», Montero se dedicó a despotricar y a desprestigiar la labor académica e investigadora de su compañero José Antonio Fortes, refiriéndose a él como «profesor perturbado» y «tonto indecente», a la vez que exigía que fuera expulsado de la Universidad. Además trató de desacreditar sus presupuestos teóricos al plantearlos de forma harto simplificada y manipulada con el propósito de mostrar que las tesis de Fortes conducen a lo que anunciaba el título de su columna: que Lorca era un fascista.
Sin embargo José Antonio Fortes no ha dicho -ni ha escrito- en ninguna ocasión que Lorca fuera fascista. Sus investigaciones, lejos del revisionismo que se le ha atribuido en la prensa, se centran, desde el ámbito de la crítica literaria marxista, en la posición de clase de los intelectuales republicanos. Tras años de trabajo, Fortes concluye que la estética populista que practica Lorca y los temas que recogen sus obras -la madre, el pueblo, la raza, la sangre, la sexualidad reproductora, el irracionalismo- se inscriben dentro de este marco populista antimarxista cuyo objetivo es derrotar ideológicamente a la clase obrera. Son conclusiones, basadas en un rigor académico intachable, pero no por ello exentas de polémica. Se pueden cuestionar las tesis de Fortes en los espacios habilitados para ello, como es la Universidad o las revistas especializadas, pero no debe utilizarse la tribuna mediática, privilegio de unos pocos, como es una columna de opinión, porque de este modo se está promocionando el ejercicio de la autoridad que le atribuye su posición de clase.
El lector curioso e interesado puede acudir al artículo escrito por Matías Escalera Cordero, «Luis García Montero y José Antonio Fortes: información contra manipulación (o el insulto justificado)», publicado en Rebelión el 3 de noviembre, y el artículo titulado «Fortes-García Montero: los hechos son los siguientes», publicado asimismo en Rebelión el 18 de noviembre y firmado -ni más ni menos- por autores tan capacitados para ello como Pascual Serrano, Belén Gopegui, Constantino Bértolo, César de Vicente, Santiago Alba e Ignacio Echevarría. Los enlaces de sendos artículos son los siguientes:
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=75355
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=76086.
Es probable que aquéllos que votaran a favor de la adhesión de Izquierda Unida a la Plataforma de Apoyo a Luis García Montero ignoraran los hechos del caso. La democracia pierde su eficacia cuando se hace un uso irresponsable de ella. El voto tiene que ser ante todo bien meditado y no hay mayor muestra de inconsciente precipitación que ejercer el derecho a voto sin conocimiento de causa. Y sin tener en cuenta las consecuencias y las repercusiones que conlleva nuestra elección.
Sócrates fue condenado al suicidio -a ingerir cicuta- por no reconocer a los dioses atenienses. Tuvo la posibilidad de eludir la condena pero consideró que la sentencia era irrevocable y decidió acatarla, puesto que se trataba de una decisión democrática. Nuestra decisión irresponsable puede condenar a la muerte mediática a José Antonio Fortes, cuya dignidad personal y académica se ha visto gravemente dañada con todo lo que sobre él ha salpicado la prensa. Nosotros no debemos participar en todo esto. Ni siquiera por nuestros dioses -o por su «capital simbólico», diríamos, después de Bourdieu.