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Entrevista a Humberto Coco Martínez, director de teatro, escritor, ensayista, escenógrafo y militante a lo largo de su vida

El viento que sopla en la selva inmensa

Fuentes: Red Latina sin Fronteras

 Director de teatro, escritor, ensayista, escenógrafo y militante, a lo largo de su vida, Coco Martínez, ha sabido llevar su compromiso a disímiles latitudes en donde la clase oprimida necesita una voz y luchar contra el régimen. Ayer fueron Bahía Blanca, Neuquén, California y México. Hoy, su casa, sus sueños y su vida están en […]

 Director de teatro, escritor, ensayista, escenógrafo y militante, a lo largo de su vida, Coco Martínez, ha sabido llevar su compromiso a disímiles latitudes en donde la clase oprimida necesita una voz y luchar contra el régimen. Ayer fueron Bahía Blanca, Neuquén, California y México. Hoy, su casa, sus sueños y su vida están en el medio del monte misionero, en donde abrió una biblioteca y día a día busca resistir pese a la lluvia de desidia y la vergüenza de una clase política ausente.

Desde los origenes

-LM: Humberto ¿Cómo te enamoraste del teatro?

-HM. Mi primera relación, inconsciente, con el teatro debe haber sido, de pibito, al dormir pegado al escenario en los ensayos donde participaba mi viejo, al cual admiraba. Después siendo más consciente en los registros: fui de la comedia al grotesco, al drama y la tragedia. Pero creo que todo el arte contribuyó a mi amor por el teatro, aunque lo que más amé fue la poesía. El teatro le dio forma a mi visión espiritual en una ficción que no era mentira sino otra realidad construida a la medida de mis ideas; una poética.

-LM:¿Cómo fue tu infancia?

-HM: Nací en Carmen de Patagones. Mi padre llegó allí como trabajador del «Ferrocarril del Sud». Antes recorrió el país como trabajador golondrina. Ingresó al ferrocarril como mi abuelo, que fue también anarquista y terminó muerto por una máquina en el puerto de Ingeniero White. Cuando tenía un año, mis viejos se trasladaron a Tandil y allí transcurrió mi infancia en un hermoso clima: un hogar donde se cantaba mucho, se recitaba y narraba. Ese orden se rompió cuando mi padre, también anarco y miembro de la Fraternidad, participó como dirigente de una huelga ferroviaria en el año 1951 contra Perón y quedó cesante. A partir de ese momento tuvimos vigilancia policial ya que mi viejo estaba en algún lugar de las sierras. Eso me marcó mucho, tanto como las charlas de sus compañeros respecto a su pertenencia a la clase trabajadora. Su sentido de justicia, responsabilidad y compañerismo se concretaban en una acción: la huelga. Aquellos relatos se daban en encuentros y también en el grupo de teatro «Alborada», en el salón de la Fraternidad, donde mi viejo actuaba, cantaba y tocaba la guitarra.

-LM: Esa figura de tu viejo anarquista ¿te determinó políticamente?

-HM: A lo largo de mi vida tuve vínculos con compañeros y compañeras que provenían de distintas organizaciones o independientes. Conocí anarquistas, de quienes aprendí lo que practicaban: anticipar la utopía, es decir vivir y luchar como comunistas sin esperar que la sociedad cambie para serlo. Otros fueron marxistas de quienes tuve mucha influencia en su rigor, compromiso y conocimiento. Otros fueron cristianos. Otros, peronistas que lucharon y dieron su vida por la causa del pueblo. Pienso que la historia no es lineal y no hay un solo camino para liberar al ser humano de la opresión. Me defino en mi deseo más profundo, que es una sociedad sin dioses ni patrones: una sociedad sin clases, de hermanos y hermanas.

-LM: Una de tus obras más recordadas fue la Cantata Santa María de Iquique. ¿Cómo se gestó?

-HM: Cuando se dio la experiencia de Allende en Chile viajé con el propósito de conocer y participar en ese proceso. Me inscribí en los trabajos voluntarios y, al enterarse los compañeros de que era un hombre de teatro, me dieron la dirección de un grupo perteneciente a la FECH (Federación de Estudiantes Chilenos). Con ellos, recorrimos tres provincias: Bio Bio, Malleco y Cautín. Entonces escuche el disco de la Cantata Santa María de Iquique por el grupo Quillapayun con textos de Luis Advis. Me conmovió por su paralelismo con las masacres obreras de la Patagonia. Alentado por mi maestra Susana Zimmermann, comencé a trabajar en la idea de la puesta. Decidí que los actores debían ser los protagonistas de la historia: los mismos obreros. Al volver a mi tierra comencé a convocar a obreros de una fábrica textil, obras en construcción, empleadas domésticas y estudiantes (en total unas 60 personas), con quienes concretamos la idea en el Centro Cultural de Viedma a sala llena y con la especial asistencia de Arturo Jauretche. Así comenzó este movimiento, que, incluso aportó al fondo de huelga cuando hubo conflicto en la fábrica y los obreros la cantaban enfrentando a la patronal.

-LM: ¿Se puede reeditar una experiencia de integración actoral como la que hiciste con la Cantata Santa María de Iquique o eso es cosa del pasado?

-HM: El contexto histórico es distinto, pero de hecho, pudimos montarla en Neuquén en el año ’97 con la participación de obreros, niños, estudiantes y actores locales, Villa Regina, Necochea, y la presencia de Luisa Calcumil (actriz mapuche de General Roca). También participaron artistas plásticos y músicos, éramos en total 100 personas. La montamos en el Gimnasio Central a público lleno. Luego de la función a medianoche, inauguramos con el público una escultura de Claudio Carlovich recordando a los desaparecidos.

Destaco también la puesta que hicimos de la obra «La Pasión del Piquetero» de Vicente Zito Lema en el 2006, con el grupo «Contraviento» del Frente Darío Santillán y la participación del actor Ricardo Gil Soria. Sin olvidar el apoyo de los compañeros de las Asambleas y en particular de nuestro compañero Rubén Saboulard. Las funciones se dieron frente a los Tribunales de Lomas de Zamora durante el juicio a Franchiotti con un público de 3000 compañeros piqueteros y bajo el puente Pueyrredón durante la vigilia del 26 de junio. Tenemos a los compañeros, tenemos a Vicente, por lo tanto, «hacer lo imposible» es la consigna.

Teatro y militancia sin fronteras

-LM: ¿Cómo fue tu exilio y en qué circunstancias se produjo?

-HM: Se produjo mientras dirigía el grupo Eva Perón en Bahía Blanca. Corría el año 1973 y tras varias actuaciones con la «Cantata Santa María de Iquique» en los barrios y en la Universidad nacional del Sur, nos propusimos llevarla al Teatro Municipal. Llenamos el teatro con compañeros de los barrios y las villas, ya que los integrantes del grupo venían de allí. Recuerdo que cuando salí a escena, pude ver que al fondo de la sala estaban los compañeros Montoneros cuidando la misma, ya que varios de nosotros militábamos en la Tendencia. En el palco de adelante, cerca de escena, estaban compañeros del ERP con boina y estrella roja y armados, también cuidando la función. En ese momento me estremecí de emoción. Al terminar la obra, -el teatro daba a la avenida Alem, que es la más paqueta de la ciudad- marchamos por la calle: actores, público y organizaciones. Causamos escándalo en la sociedad bahiense donde tienen peso decisivo la Armada, el Ejercito y el reaccionario diario Nueva Provincia. Poco después, durante la presidencia de Isabel se agravó la situación y ganó espacio la CGT local, vinculada a la Triple AAA. En ese clima hostil y con compañeros caídos, se me advirtió que figuraba en una lista y una noche de regreso a casa advertí el peligro. Mi viejo me sacó de la Ciudad con un amigo hasta Tres Arroyos, de allí a Buenos Aires y luego salí del país con la ayuda de la Sociedad Argentina de Actores. Aclaro que mi militancia no se limitaba solamente a la actividad teatral. Con Ángel Cappa, que fue expulsado de La Nueva Provincia, organizamos una actividad periodística con la participación de la gente del barrio y trabajadores, fundando el periódico «La Argentina en patas»  del que aún conservo un ejemplar. Teníamos un espacio, un viejo club de barrio, y nos ayudaba en la manutención Ricardo Carpani, quien nos donaba sus dibujos. Después de pasar una temporada en Buenos Aires donde la situación también era seria, la SADE me proporcionó documentación donde se especificaba que tenía que hacer un curso en Los Ángeles, EE. UU y regresaría. Así conseguí la visa. Mi idea era estar un tiempo en Los Angeles con los grupos chicanos de los que tenía noticias pero no contacto y regresar al país cuando fuera posible.
Llegué con 25 dólares, sin hablar el idioma y con un número telefónico para contactar a un amigo. Los pocos dólares me alcanzaron para una noche de hotel. Por la mañana traté infructuosamente de conectarme y al ver mi dificultad con el teléfono una empleada de la cafetería me ayudó. Ella era ecuatoriana y me ayudó hasta que pude encontrar a mi amigo.

-LM: ¿Cómo fue tu vida en EE. UU. y en qué espacios participaste políticamente?

-HM: Fueron tres años y medio de intensa actividad, de mucho trabajo, de respeto y de reconocimiento; jamás me sentí ajeno a estos compañeros. En esos años llegó a este mundo mi hijo Miguel. Trabajé, sobretodo, en la organización CASA, en los talleres para grupos chicanos y latinos en toda el área de la bahía y Tucson, Arizona, y en el grupo «Libertad». Los grupos de teatro chicano tienen su origen en el «Teatro Campesino» bajo la dirección de Luis Valdez. Este grupo se generó en la Unión de Trabajadores Campesinos, liderada por Cesar Chávez. La mayoría de los actores eran hijos de braceros. También formamos el «Comité de Solidaridad con Argentina» que incluía a compañeros estadounidenses. En esa época recibíamos noticias de la actividad en los centros clandestinos de detención y la usábamos para difundir la situación mediante un periódico. Recuerdo que salía a la calle vendiéndolo, diciendo lo único que pronunciaba fluido en inglés «News from Argentina!». Fueron momentos muy dolorosos que aún me acompañan. En esos años trabajábamos conjuntamente con el Frente Sandinista, lo que nos permitió invitar al poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, quién en un barrio de San Francisco realizó unos bautismos que me sorprendieron: al derramar agua bendita sobre la cabeza de los pequeños decía: «Espíritu del capitalismo, ¡sal de este niño!, espíritu de la propiedad privada, ¡sal de este niño!»

-LM: Luego te fuiste a México…

HM: Si. Con dos integrantes del grupo decidimos irnos para México. Compramos un Ford Galaxy ’70 y pasamos por los estados de California, Arizona, Nueva México y hasta El Paso, Texas. En Tucson el grupo Libertad nos donó cuatro cubiertas nuevas para seguir viaje y así cruzar todo el desierto. En México nos dieron espacio y garantizaron trabajo a todos los exiliados. En mi caso me desempeñé como profesor de teatro en Bellas Artes durante seis años. Viví en Cuernavaca con mi familia, allí nació mi hija Manuela. Trabajaba en el D.F. y siempre traté de vivir en la cultura mexicana comprometido con su realidad social y su historia. Por ello formé en el grupo «El Plan» con trabajadores jóvenes, haciendo referencia al «Plan de Ayala» de Emiliano Zapata. Como vivíamos en Morelos -donde nació, lucho y murió el líder revolucionario- usábamos la modalidad del «corrido», tomando en cuenta el pasado revolucionario y los conflictos actuales. Allí tuve el privilegio de convivir con David Viñas, de quien tanto aprendí y que tanto me ayudó a afirmar mis convicciones. De él tomé y para siempre dos definiciones básicas: «no hay texto sin contexto» y «me interesa todo aquello que cuestione mi  coherencia». Fue un hombre consecuente, lúcido y muy generoso. Después vino la guerra de Malvinas, más tarde la democracia y mi regreso en un avión con todos exiliados. Pero el país no era el mismo y yo tampoco.

Un grito en el monte

-LM: ¿Qué te llevó a vivir y fundar un teatro y una biblioteca en el medio de la selva?

-HM: Estaba viviendo en Buenos Aires con mi compañera Jorgelina y pensamos y sentimos que una experiencia basada en el reencuentro con la tierradesde la vivencia y la producción de nuestros propios alimentos podría ser un camino a seguir para profundizar en nuestra producción artística y de pensamiento. Además, una opción cultural que cuestionaba un modelo de vida. Compramos la tierra con nuestros ahorros y elegimos Misiones por el clima y porque su monte me recordó a México. La biblioteca la construimos con mi hijo Miguel y mi nuera Claudia, que también aportaron con sus ahorros y la llamamos «Primero de Mayo». Luego Miguel y Claudia se fueron, quedando ésta a nuestro cargo y el «teatro de la selva» todavía es un sueño.

-LM: ¿Cómo se hace para seguir construyendo cultura en medio del monte misionero?

-HM: Es muy difícil en el espacio geográfico que habitamos, el monte de la zona centro de la provincia. Estamos a 18 km de Oberá, ciudad que tiene 300 templos de distintas religiones, cristianos de todo pelaje. Los pobladores de nuestro entorno son muy pobres, la mayoría vive de planes sociales. Son parte de la industria del asistencialismo del país, ocupan buena parte de su tiempo, todos los meses, haciendo las largas colas del Banco. Están en situación de supervivencia y no tienen luz ni agua potable ni acceso a la información. Hay mucha ignorancia y resignación y en parte se debe a la influencia de esas iglesias evangélicas. Hay desocupación y alcoholismo, sobre todo en los jóvenes. Creo no haber sentido tanto dolor en mi vida por la situación de otros. En nuestra biblioteca  pudimos formar una asamblea, y luego de dos años de lucha conseguimos tener una perforación de agua y una red. La biblioteca funciona con algunos niños y adultos, muchos vienen a ver videos y algunos de los niños a merendar. El intendente y los concejales de éste municipio, San Martín, nos ignoran por completo, ni siquiera hay caminos en buenas condiciones. Por suerte tenemos el reconocimiento y la amistad de los vecinos por nuestra conducta solidaria. Cuántas veces nuestra camioneta sirvió de ambulancia ante un parto o un accidente, a lo que algunos responden ofreciendo frutos de su producción. Pero sufrimos la imposibilidad de lograr cambios importantes en la gravedad de la situación. Somos empecinados frente al rostro desnudo del «modelo» y construir cultura aquí no es una tarea fácil. Del teatro ni hablemos, nunca vieron una obra y, encima, hay prejuicios religiosos, pero hay que articular nuestra experiencia y voluntad con esta realidad y no bajar los brazos jamás.

-LM:¿Cuál es la situación de los campesinos pobres y los recolectores de yerba mate?

-HM: Las condiciones son precarias, terribles. La mayor parte de los campesinos trabaja en el desmonte y cuidando y regando con agrotóxicos las forestaciones de pino y eucalipto, también en la cosecha de yerba y en los cultivos destinados a la alimentación. Hay desocupación porque los trabajos son temporarios. Esta es la política del gobierno reelecto de Maurice Closs, mimado de los K. El desastre ecológico es profundo: la provincia perdió el 90% del monte nativo para vender su madera y plantar mayormente pino. Cada árbol implantado consume 100 litros de agua por día y es inminente la construcción de la represa Garabí que inundará 35.000 hectáreas de monte nativo. Las zonas desmontadas se están desertificando y casi toda la provincia sufre el cambio climático. Todo da como resultado un tejido social deteriorado con un alto índice de alcoholismo, violaciones, embarazos infantiles e incesto, cultura producida por la ignorancia, indefensión y dependencia para sobrevivir. Pero para «apalear tanto dolor» en gobierno ha construido una inmensa cruz en Santa Ana en la que, hasta ahora, lleva gastados más de 70 millones de pesos.

-LM: Ante los gravísimos hechos de Ledesma hace poco más de un mes, ¿qué opinión tenés acerca del conflicto por la tierra y la vivienda en el interior del país?

-HM: Luego de la Conquista y la «Campaña al desierto» -el despojo de los pueblos originarios-, la propiedad de las grandes extensiones de tierra quedó concentrada en una minoría. El resultado es: somos todos argentinos, pero pocos tienen la tierra. Pienso que no hay sentido de Patria si no hay responsabilidad del pueblo en los destinos de la misma. Considero que es un gran tema a discutir. Para ir parando la mano, por ahora, lo quieren arreglar con algunos terrenos y algún techo. El resto es estratégico para el modelo, ya que su horizonte son el agro negocio y la agro industria. No se discute lo más importante: qué se produce, cómo se produce y qué consecuencias sociales y ambientales conlleva. Ahora están discutiendo la ley para frenar la compra de tierras por extranjeros, pero nadie dice que el agro negocio no necesita la propiedad ya que en su mayoría arriendan, como el vergonzoso contrato de la provincia de Río Negro con China para plantar soja. Tampoco las minas a cielo abierto requieren propiedad. Y en caso de necesitarla, cuentan con traidores que pueden ser sus testaferros. Pienso que la cuestión de la tierra es fundamental para un proyecto de liberación nacional.

Teatro y resistencia: el telón que nunca se cierra

-LM:¿Qué balance hacés de la política cultural del gobierno K?

-HM: El balance es sencillo: es funcional y parte del «modelo» que proponen. Lo deja claro «El fútbol para todos» y otras cuestiones. Lo que no es para todos es la tierra, el trabajo digno, la educación, la salud y el arte. Y para esa tarea cuentan con artistas bien aceitados que funcionan acorde al «modelo». Existe un circo y adherentes incondicionales, pero no dejan muy claro qué es «el modelo».

-LM: CFK está a punto de ser reelecta con índices que superan cualquier comparación, pese a que -como ha señalado Atilio Borón regentea un modelo económico que permanece inalterado desde Menem . ¿Qué opinas de esto?

-HM: No sólo que regentea este modelo económico y social sino que lo va a profundizar, con los agro negocios, agregando la industrialización de la ruralidad -una agricultura sin agricultores-. Esto va a alterar profundamente nuestra cultura y nuestra soberanía alimentaria estará en mano de las empresas que puedan desarrollar biotecnología con cultivos extensivos. Producirán alimentos a los que sólo podremos acceder en las góndolas caras de los supermercados. También extenderán las fronteras agrícolas con más desmonte, concentración y hacinamiento de los pobladores en las villas de las grandes ciudades. Todos estos años de modelo han generado una cultura de clientelismo, punteros y dependencia. Así mismo la participación de una clase media acomodaticia a la que le va esta economía y un progresismo que patea al arco mirando la tribuna y a su bolsillo.

-LM: El gobierno K ha distribuido, profusamente, subsidios para la realización de filmes nacionales, pero, ¿ha hecho algo para fomentar el teatro, para sostener o crear salas y producciones independientes?

-HM: El teatro puede ser masivo o no y ellos no van a aportar a un arte que generalmente no es masivo. El teatro requiere de una construcción grupal, fomentar el teatro – idea, para hacer circular el pensamiento crítico y lograr que el público, si es buen teatro, participe de una reflexión personal y social y eso es ajeno a los intereses del gobierno. La censura en este capitalismo puede ejercerse privándonos de recursos económicos, pero por suerte,  el teatro puede hacerse aún «sin plata». Pasión y convicciones bastan. Para que el teatro sea revolucionario hay que distanciarse de la tradición romántica y hacer «visible lo visible», incluso ser crítico hasta del mismo proceso revolucionario. Hay tantas miradas como directores, actores y público.

-LM: ¿Haber asumido el teatro como un enorme compromiso con la vida y la lucha social te cerró puertas?

-HM: Se me cerraron casi todas las puertas, excepto las de los compañeros, que son las más importantes. Yo nunca viví ni pretendí vivir del teatro, siempre me las arreglé con la docencia y otros oficios y rebusques.

-LM: ¿Qué opina de la vinculación orgánica que muchos intelectuales, algunos amigos suyos, han establecido con el poder?

HM: Opino que estos intelectuales orgánicos negocian a la medida de sus necesidades.. Usan la realidad social como coartada y es tan precaria su verdad como el discurso que la sostiene.  Reemplazan el lenguaje por una especie de jerga y algunos supuestos.  Es imposible macanear en serio, aunque ellos piensen que tienen derechos por lo que hicieron con sus vidas, pero es imposible responder a la memoria de los compañeros caídos desde ese lugar. Frente a este panorama, compañeros como Vicente Zito Lema y otros -en los que me incluyo-, el único derecho que tenemos es el de resistir. Si no perdemos la bronca, si luchamos, si nos organizamos y encarnamos el discurso, tal vez todo cambie.
Si no podemos -pese a todos los esfuerzos- al menos, como señaló Envar El Kadri, «no pudieron convertirnos en ellos».

-LM: ¿Pensás volver a la ciudad?

-HM: Lo que produce dolor, produce arraigo. Aquí, con Jorgelina, tenemos nuestro pedazo de tierra, nuestra huerta, nuestra soledad y la compañía de nuestros vecinos. Quisiéramos regresar a la ciudad para compartir lucha e ideas acordes a nuestro ser, pero sabemos que dejaríamos el país real; el de los que sufren y son ignorados. A veces odiamos tanta resignación y queremos irnos- y creo que algún día nos iremos-, pero sabemos que los rostros de las víctimas más afectadas por este «modelo», los pibes, los ancianos, los desposeídos, los que sólo cuentan con su sola vida, nos acompañarán hasta el final.

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Fuente original: http://red-latina-sin-fronteras.lacoctelera.net/post/2011/10/13/argentina_misiones-entrevista-humberto-coco-martinez