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Embeded

Fuentes: Rebelión

Ven la guerra incrustados, empotrados, cobijados en los carros de combate americanos, que avanzan por países extranjeros con olores a muerte. Son los periodistas, mitad soldados mitad sumisos, que luego nos informan masivamente y a grandes titulares de la guerra en Irak. Son, a su manera, soldados invasores, se autotitulan periodistas empotrados, embebed. Los otros, […]

Ven la guerra incrustados, empotrados, cobijados en los carros de combate americanos, que avanzan por países extranjeros con olores a muerte. Son los periodistas, mitad soldados mitad sumisos, que luego nos informan masivamente y a grandes titulares de la guerra en Irak. Son, a su manera, soldados invasores, se autotitulan periodistas empotrados, embebed. Los otros, los reporteros, aquellos a los que no les preocupa tanto el papeleo ni la legalidad de las fronteras y que son algo muy diferente a los trabajadores de las ONG, son los peligrosos y a los que apuntan con sus balas y rayos los invasores; son quienes quieren escribir historias que ayuden a las gentes, son los investigadores del genocidio, llegados para limpiar el país.

Las guerras actuales no quieren ojos ni informadores críticos, son como las televisiones, da casi igual que sean estatales o privadas. Sirven a sus amos, no al pueblo, a la verdad, a los ciudadanos. Israel en su masacre de Gaza prohibió la presencia de los reporteros, el de Euskal Telebista, por ejemplo, informaba del genocidio desde fuera, amparado por Israel. Pero hubo quienes se saltaron la muga, las órdenes de los verdugos y, acusados de ser espías, fotografiaron la muerte del ejército israelita, el horror, la masacre, la bestialidad del gobierno criminal sionista, las cabezas rotas de los niños, a padres con los bebés muertos en brazos sin querer soltarlos, los eternos bombardeos, gente huyendo presas del pánico, gente que piden a gritos ayuda médica que nadie les puede prestar, traductores de gentes que van a dormir con hambre, de mujeres y ancianos que lloran, de niños con angustia en el alma y el horror en el mirar, de hospitales, escuelas y universidades, estructuras básicas, derribadas adrede y de propósito. Perder un hijo es muy duro, no importa en qué lugar del mundo vivas. Daoud Hari, en su libro El traductor, narra que «en Darfur, por lo general, no ponemos un nombre a los niños cuando nacen, porque, sin médicos ni medicamentos, son muchos los que mueren. Los que no viven son considerados aves de paso, que no querían quedarse. Por eso, esperamos a dar nombre al niño hasta que está claro que su espíritu quiere quedarse».

Fotografiaron los campos destruidos y gaseados con productos prohibidos y letales, que queman las carnes y hacen que te duelan los ojos. Una ovación para ellos que, a veces, no ocultan sus lágrimas ante las tragedias que presencian y esconden la cabeza entre las manos ante vidas tan monstruosamente desperdiciadas. Nos presentaron a colores la bestialidad de los gobiernos, a Gaza convertida en campo de concentración, en ghetto de Varsovia, nos mostraron el silencio y la cobardía de nuestros gobiernos, de nuestra justicia, las entrañas pestilentas de partidos, que se denominan democracias cristianas, socialistas, humanistas cuando, en realidad, debieran llamarse cloacas: los partidos y sus dirigentes, sus parlamentos, sus diputados son los embebed, los empotrados en los campos de combate de los invasores, en los medios de comunicación de los señores de la guerra, en las televisiones de unos gobiernos criminales, genocidas y de náusea, representantes sumisos de la ponzoña. Luego, vestidos de traje y vacíos se van a cenar con los señores de la guerra y el negocio, y escriben sobre gaviotas y cielo raso como el parlamentario bizkaíno Josu Montalbán.

A esos periodistas, serviles y sumisos, acurrucados en los carros de combate invasores, los anglosajones les denominan embebed, los germanos eingebettet, encamados. Empotrados se dice en castellano.

Viéndole pasear por la noche de Euskal Herria al siniestro juez Baltasar Garzón, haciéndose acompañar de cámaras de televisión amigas y convocadas para su infame cacería de desatinos y perpetración de atracos, con un fardo de periodistas lameculos siguiendo sus pasos y el derribo de puertas a las dos de la mañana de profesores, que a diario imparten clases en universidades o de gentes que todas las mañanas acuden a sus puestos de trabajo, periodistas que ríen las gracias de este juez medieval y de pasarela, me he acordado de Kurt Tucholsky (1890-1935), alemán de ascendencia judía, que también ejerció en su tiempo de periodista y escritor. Kaspar Hauser, Peter Anter, Theobald Tiger o Ignanz Wrobel son algunos de los sinónimos con los que firmó sus artículos y trabajos. Periodista comprometido políticamente, crítico de su sociedad y que alertó sobre las peligrosas tendencias antidemocráticas de su tiempo, de la amenaza hitleriana. La misma amenaza que en nuestros días recorre la tierra cuando uno observa el bombardeo de Gaza o a jueces que, como en Euskal Herria, tratando de disimular su colaboración con la tortura y el recorte y pisoteo de derechos humanos en sus administraciones acuden a pasarelas de otros países, tratando de esconder sus propias vergüenzas y su sumisión cobarde.

Como a Daoud Hari por su información de lo que ocurre en Darfur y Sudán, al igual que a los periodistas y medios, que nos informan honesta, valientemente y sin sumisiones pagadas de lo que acontece en el mundo, hoy también una ovación larga y sentida por los ocho militantes de la izquierda abertzale, detenidos en la última operación ordenada por el juez Baltasar Garzón, por ser expresión límpida y clara del sentir de mucha gente del pueblo vasco: Eli Zubiaga, Iker Rodrigo, Imanol Nieto, Aranza Urkaregi, Agurtzane Solabarrieta, Hodei Egaña, Iñaki Olalde y Amparo Lasheras.