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En la muerte de un periodista que nunca claudicó

Fuentes: Rebelión

No sabía nada de su enfermedad. No llegué a conocerle personalmente. No asistí a ninguna de sus conferencias ni tampoco a la presentación de algún libro que contara con su presencia. Dudo si alguna vez escuché su voz en alguna intervención radiofónica. Sin embargo, le conocía desde hacía 35 años. Empecé a leerle en Servir […]

No sabía nada de su enfermedad. No llegué a conocerle personalmente. No asistí a ninguna de sus conferencias ni tampoco a la presentación de algún libro que contara con su presencia. Dudo si alguna vez escuché su voz en alguna intervención radiofónica.

Sin embargo, le conocía desde hacía 35 años. Empecé a leerle en Servir al pueblo, el periódico que publicó el Movimiento Comunista, una organización de izquierda comunista donde él militaba y yo hacía lo que podía cuando podía.

Me sorprendió que años más tarde colaborara en El Mundo. No entendí durante tiempo, sin duda por falta de información o acaso obnubilado por las proclamas de los medios de PRISA, que un resistente como él colaborara en un diario que tuviera que ver con Pedro J. Ramírez, uno de los dirigentes falsarios de la derecha neoliberal que más daño ha causado -y causa- en las mentes y sensibilidades de millones de ciudadanos hispánicos.

Volví a leerle con atención, e incluso con ansia, con la salida de Público. Como hiciera durante años con Eduardo Haro Tecglen y su columna en El País, abría el diario por la página de su artículo. Hasta hoy mismo, hasta esta misma mañana.

A veces no estaba de acuerdo con algunas de sus afirmaciones y, en algún caso, su columna me parecía poco trabajaba. Fueron muy pocas veces. En la mayoría de las ocasiones, en casi todas ellas, aprendí de él, aprendí de sus análisis y, sobre todo, de su mirada, de su enrojecido punto de vista. Nunca claudicó. Nunca dijo: no puedo más, aquí me quedo, y que otros levanten la antorcha.

Entre los numerosos detalles que tuvo con nosotros, sus lectores, desde la dirección de Ediciones FOCA, es necesario destacar la traducción castellana de las memorias de Tariq Alí y Rossana Rossanda. Como ellos, como Alí y como Rossanda, también Javier Ortiz fue un comunista revolucionario que nunca fue cegado por el socialismo real y que jamás confundió críticas con apologías de la sinrazón imperial y de la civilización de la codicia y el desarrollismo impío.

Ni que decir tiene que ni en él ni en su obra habitara nuestro olvido. Ha fallecido, si no ando errado, este 28 de abril, tres días después del aniversario de aquella revolución de los claveles que también fue la suya. Un clavel rojo intenso vuela hacia él.