En Chaco, Néstor Kirchner reasumió la conducción del PJ. Las primeras crónicas enfatizaron su defensa del gobierno de Cristina Fernández y su voluntad de construir nuevos espacios. Así, Página 12 citó un fragmento más bien transversal de su discurso. «Mi misión es que estemos todos juntos en un espacio nacional, popular y progresista que no […]
En Chaco, Néstor Kirchner reasumió la conducción del PJ. Las primeras crónicas enfatizaron su defensa del gobierno de Cristina Fernández y su voluntad de construir nuevos espacios. Así, Página 12 citó un fragmento más bien transversal de su discurso.
«Mi misión es que estemos todos juntos en un espacio nacional, popular y progresista que no estén sólo peronistas para construir un proyecto de pluralidad absoluta, sin hegemonías.»
Tres días después, el mismo matutino reconocía destinatarios más concretos y conocidos:
«No importa que hayamos estado separados en una elección. Este partido les abre los brazos.»
La prolija crónica de La Nación también se hizo eco de ambas voces, pero en la misma nota. Quien ya se habría anotado, dicen por ahí, es José Manuel De la Sota, interesado en volver a ser gobernador. Felipe Solá y Carlos Reutemann, en cambio, lo rechazaron de plano. Todo parece indicar que Francisco De Narváez probará sus fuerzas por adentro, aunque todavía no tenga el aval legal que necesita -y que creemos que no conseguirá: es parte de su propia jugada-.
Kirchner, como todos sabemos, había ensayado una fórmula similar luego de su resonante victoria de 2005 en la Provincia de Buenos Aires. El escenario, con todo, no es el mismo, y no sólo por el hecho de que no se trata, ya, de una estrella ascendente.
Pesa, también, una escisión que muestra a las claras el complejo legado de la década previa . Desde 2005 a la fecha, buena parte de la dirigencia peronista se ha embarcado en distintos proyectos opositores -por lo menos, tres- que difícilmente abandone. La aparición de una corriente nacional de inspiración duhaldista, la consolidación del espacio de Unión – PRO, la emigración de dirigentes al macrismo, son señales inequívocas de caminos que se han vuelto casi irreconciliables. Del lado del kirchnerismo, la consolidación de la Corriente Nacional del Sindicalismo Peronista y el ascenso de los movimientos sociales como corriente interna tampoco es un buen presagio para quienes anhelan la unidad.
El año pasado, nosotros tendimos a afirmar que tal unidad es fácticamente imposible: que el peronismo, que siempre fue más un plural que un singular, hoy se enfrenta al escenario que lo sincera: » no quedan ideas en común, ni proyectos, ni una identidad inmune a esos cambios. La lucha por el peronismo, en definitiva, ya no tendrá un ganador que unifique las banderas del movimiento. Nos guste más o menos, Menem fue el último dirigente peronista capaz de encolumnar detrás de sí al grueso del movimiento, agitando el recuerdo vivo del 89, para desarmar pieza por pieza el país del peronismo .»
En palabras de Artemio López , que me permito citar extensamente,
«La pregunta que aparece es: ¿Puede el peronismo reconstituir el tipo de unidad que fue su característica hasta el post menemismo donde estalló en mil pedazos? ¿ Puede saldar con un efecto de corte jurídico como la Interna Abierta Simultánea y Obligatoria el problema político que impidió explícitamente desde el año 1999 la unidad real de peronismo?
Cierto es que la lectura setentista dominante desde y del peronismo las de Cooke inicialmente y las regionales luego, siempre lo observó a punto de estallar y fracturado de manera inexorable, una restrictiva interpretación del laclausiano » significante vacío» diríamos hoy, perspectiva teórico política que sobrevivió a la experiencia histórica concreta de las regionales y mostró finalmente grandes debilidades conceptuales y políticas.
Sin embargo una visión movimientista – institucionalista del peronismo dominante en las experiencias previas y posteriores a las setentistas antes mencionadas, mediante un cierto abuso del concepto de «significante vacío», tampoco pudo saldar en la práctica la conflictividad interna de aquello que el peronismo constituyó como unidad y su punto de arribo fueron primero la disputa Menem – Duhalde en el año 1999 que habilitó el triunfo de la Alianza, y finalmente las tres listas de 2003, las dos listas provinciales de 2005, etc.
La ilusión del pensamiento progresista, el menos gorila incluso, es que finalmente el peronismo se partirá y los más o menos buenos y más o menos malos aparecerán con nitidez para establecer otro tipo de unidad político electoral. Tal cosa jamás sucedió y probablemente nunca lo hará.
Las críticas al «recostarse en el PJ» del kirchnerismo por parte de cierta progresía hoy desilusionada, desconoce que el kirchnerismo ab initio fue una experiencia «recostada» en el PJ, es en todo caso una modalidad histórico concreta diferente a las anteriores de «recostarse» en el PJ, pero es puro PJ, en y desde sus orígenes.»
Artemio concluye , en otra entrada, que está «anulada definitivamente la reconstrucción de la unidad político-electoral del peronismo en los términos conocidos hasta la experiencia menemista.»
Desde otro registro, el compañero Abel Fernández -uno de los pocos dirigentes experimentados que se había mostrado optimista en el sentido de la unidad como asunto factible hasta inicios de año- concluyó, de modo similar, que no existen condiciones para la resolución de los diferendos propios del peronismo en el corto plazo. Según Abel ,
«Tampoco nosotros tenemos mecanismos, instituciones que puedan, respetando la necesaria autoridad del que dirige, dar lugar a nuevos proyectos y nuevos liderazgos. Crearlas, me parece, es la tarea fundamental de la política. No es una tarea que va a dar resultados en lo inmediato, me temo. En mi evaluación, y más allá de si Néstor Kirchner desee «realmente» la unidad del Partido Justicialista a través de internas abiertas – aclaro, yo lo deseo – no lo considero posible en este etapa. Un año – lo mencionan, en privado, todos los dirigentes con experiencia – es muy poco tiempo para preparar una interna abierta de esa magnitud. Y todavía no se ha hecho nada. Ojalá nos equivoquemos. Pero el elemento de hostilidad, de bronca con los Kirchner en buena parte de la sociedad, hace muy tentador el construir poder político a partir del enfrentamiento con ellos. Carrió, Solá y, sobre todo, Duhalde, evidentemente han elegido hoy ese camino. Habrá otros.»
Mi diferencia con Abel reside en que no creo que el asunto se resuelva tampoco a largo plazo, a menos que alguna de las expresiones desaparezca. Eso, con todo, es menor.
Pero si no es factible la unidad de todos, ni tampoco la razonable mayoría, tampoco creo que el peronismo -mejor dicho, los peronismos – vaya a perder su potencial de fuego electoral. Al contrario, éste se verá potenciado por la escisión, que le permite alcanzar sociedades imposibles de reducir a la unidad. Y menos factible, aún, resulta la idea, muy propia de algunos editores progresistas, de un mapa político reordenado en dos campos -tres, a lo sumo- según líneas ideológicas correctamente definidas. Como señala acertadamente Marcos Novaro ,
«La idea subyacente a esta pretensión es bastante más antigua que esos líderes. Es casi tan vieja como esos mismos partidos que se busca descomponer y recomponer en nuevas formaciones: parte del supuesto (que por cierto no carece de asidero), de que los intereses y las ideologías están mal agrupados dentro de los partidos argentinos (los obreros están con los conservadores, las clases medias acomodadas con los reformistas sociales y cosas por el estilo), y que esa es una causa fundamental de nuestra inestabilidad política. Para tener una mejor política, hay por tanto que empezar por agruparlos «bien», antes de empezar a preocuparse por cuestiones más instrumentales y secundarias, como el Estado, las políticas públicas, y cosas por el estilo.»
No, el panorama va a seguir «desordenado» y «fragmentado», «disperso»: en pocas palabras, complejo. La política suele ser así, y no tanto como nos gustaría que fuera, según enseña el maestro florentino . Así y todo, yo no pienso que sea ingrato pensarla, menos aún hacerla. Si el hombre es un animal político -definición aristotélica que traductores preocupados por aclaraciones no solicitadas hoy traducen como «cívico», «social», etc.-, el peronista es un animal de gestión, un hecho de gobierno. Y mientras haya gobierno, habrá peronistas, de todo color y forma.
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