Aunque sea innecesario recordarlo, unas pinceladas sobre el contexto. Con palabras de Poch de Feliu [1]: «Desde la firma de la Carta de París para una nueva Europa de noviembre de 1990 […], Occidente ha venido pisoteando el acuerdo general que puso fin a la guerra fría (crear una seguridad continental integrada, no a consta […]
Aunque sea innecesario recordarlo, unas pinceladas sobre el contexto. Con palabras de Poch de Feliu [1]: «Desde la firma de la Carta de París para una nueva Europa de noviembre de 1990 […], Occidente ha venido pisoteando el acuerdo general que puso fin a la guerra fría (crear una seguridad continental integrada, no a consta de la seguridad del otro y renunciando a bloques) y arrinconando a Rusia». Ha ocupado y militarizado todos los espacios que su ejemplar retirada dejó libres: «avanzando la OTAN [¡han ingresado en el club atlántico 12 países de la antigua esfera de influencia de la URSS, incluyendo Polonia, Estonia, Lituania y Letonia], instalando escudos antimisiles de inequívoco sentido estratégico» y, por si faltara algo, «bloqueando y deslegitimando como «intento imperial de reconstruir la URSS» cualquier intento de consolidación de Moscú por crear una gran zona comercial y aduanera». Ha pasado en Europa Oriental, en el Báltico, en Transcaucasia y en Asia Central. Rodeando, avanzando, ahogando.
En Ucrania, señala el imprescindible periodista de La Vanguardia, «ha chocado con una línea roja» (la de Ucrania y Georgia señalada por Putin hace unos años). «Continuamente nos arrinconan porque tenemos una posición independiente (en el mundo) pero todo tiene sus límites y con Ucrania nuestros socios occidentales lo han traspasado de forma grosera e irresponsable», ha manifestado el mandatario ruso. Rusia ha soportado que, violando la promesa de Bush I a Gorbahov, Washington y Bruselas extiendan la OTAN hacia su frontera y «ha visto cómo se despliegan bases aéreas y el escudo antimisiles de EEUU en sus fronteras y la descarada captura por camarillas proyanquis mediante «revoluciones» de colores de los gobiernos de varios de los estados de anterior espacio soviético.»
Veamos ahora las informaciones del global-imperial-telefónico.
Portada del viernes 21 de marzo: «EEUU y la UE amplían las sanciones contra Rusia…. EEUU y la UE redoblaron ayer su ofensiva contra Rusia por la anexión Crimea». Por otra parte, se añade, los veintiocho preparan un pacto comercial con Kiev.
En páginas interiores: «El yugo estratégico lastra a la UE. La crisis ucrania fuerza a Europa a reducir su alta dependencia del exterior». ¿Cómo se efectuará esa reducción? La barbarie medioambiental del gas de esquisto (el fracking) de EEUUU «permitirá reducir los actuales vínculos europeos». Hay más «titulares»: «Ofensiva occidental contra la nueva Rusia». Palabras destacadas por los de global de la canciller Merkel: «Habrá más medidas si sigue la escalada rusa».
Eso si, en la «Cuarta página», el gran articulazo de don Javier OTAN Solana. El título: «Objetivo: estabilizar Ucrania». ¿Estabilizar?
Para Europa, señala el intelectual otánico de ESADE (¡es presidente del Centro de Economía y Geopolítico Global de la escuela de negocios donde se formaron Torres, Urdangarin y la Infanta!), lo más importante, es brindar «apoyo político y económico al gobierno de Kiev». La UE, nos informa, tiene preparado un paquete de 11 mil millones de ayuda económica sometida a reglas y condiciones del FMI (el fondo pondrá la otra parte del total, todo entre colegas).
¿Y de qué gobierno, de qué régimen político está hablando don Sotanlana? Del siguiente (vuelto a tomar pie en Poch de Feliu): «El cambio de régimen inducido en Kíev, aprovechando una legítima revuelta popular y sobre un script de Estados Unidos con protagonismo polaco y acompañamientos europeos, ha sido un exceso». Incluso si la mitad de lo señalado por el ex jefe de los servicios secretos ucranianos, el general Aleksandr Yakimenko, «en materia de financiación, francotiradores, papel de las embajadas, campos de entrenamiento, etc., no fuera cierto, estamos ante un caso de manual». Resultado del exceso: «un gobierno llegado al poder de forma irregular que no es reconocido por la mitad del país, anuncia una larga inestabilidad». Es inadmisible reducir a «agitación moscovita», prosigue Poch de Feliu, «el desagrado que la administración de Kíev siembra con sus torpes decisiones (anulación de la ley sobre cooficialidad de lenguas, introducción de visados con Rusia donde trabajan 3 millones de ucranianos, venganzas y represalias contra los líderes de la disconformidad hacia todo ello) a menudo aplicadas por la fuerza ultraderechista tan bien representada en el gobierno, los ministros de fuerza y la justicia, es una locura.» El gobierno que Occidente acaba de reconocer en Kiev (Obama se entrevistó recientemente con el primer ministro en funciones), incluye seis ministros de partidos neo-nazis como «Svoboda».
Después de Crimea, señala de nuevo Poch de Feliu, cuando todos los indicadores sugieren a cualquier responsable político prudencia y moderación, «todo un ejército de irresponsables está invitando a la bronca, pidiendo mano dura desde los medios de comunicación». Ante tanta ceguera, «hay que tener bien a mano aquellos argumentos contra la guerra de Irak y aquellas voluntades del movimiento por la paz alemán de principios de los ochenta». En tiempos de crisis los generales y los exportadores de armas cotizan al alza también en Europa y la extrema derecha en auge, en Ucrania y en otros países, es particularmente sensible al redoblar de los tambores. Y no podemos permitirlo desde luego. «Ucrania es el terreno perfecto para empujar a la Europa en crisis hacia una dinámica destructiva y militarizada que degenere en serios conflictos armados en Europa y en una nueva guerra fría de ámbito mundial». Para esta opción, concluye Poch de Feliu, «basta con un puñado de cretinos irresponsables en Bruselas, Berlín y Varsovia.» Esta opción sería la continuación «de la indecente y antisocial política que hemos visto en el continente en materia bancaria y monetaria en los últimos años.»
Los del global alimentan ese fuego permanentemente. Son, una y mil veces más, la voz del amo.
Notas:
[1] http://blogs.lavanguardia.com/berlin/?p=689