El recuerdo de 2001 en la mirada de un periodista alemán
En 2001, la economía argentina estaba en ruinas, víctima de una enorme deuda soberana, con una moneda – el peso- atada al dólar y a las rígidas medidas de austeridad del Fondo Monetario Internacional (FMI). Una década después, Europa enfrenta muchos de los mismos problemas. En su edición de esta semana, Der Spiegel incluye este artículo que aquí se reproduce completo.
A pesar de ser un político retirado, Roberto Lavagna, de 69 años, es un hombre muy ocupado. En pleno centro de Buenos Aires, el teléfono de su oficina suena constantemente, ya que recibe llamadas de España de banqueros preocupados y de inversores portugueses en busca de consejos. El propio Banco Mundial, hace poco, lo invitó a Madrid a dar un seminario sobre la crisis del euro.
La mañosa Argentina es considerada una especialista en el manejo de la bancarrota nacional. Lavagna negoció la reestructuración de la deuda externa argentina durante su período como ministro de Economía, entre 2002 y 2005.
Justo hace diez años, la segunda mayor economía de Sudamérica estuvo al borde del colapso. El Gobierno restringió el acceso de los ciudadanos a sus cuentas bancarias y anunció la cesación de los pagos de la deuda. Cientos de miles de personas salieron a las calles a protestar, y treinta personas murieron como consecuencia de la represión policial. El presidente Fernando de la Rúa renunció el 20 de diciembre de 2001, y huyó en helicóptero para escapar de la muchedumbre agraviada. Roberto Lavagna fue uno de los que ayudaron para que el país se pusiera nuevamente de pie.
El precio que debió pagar la Argentina fue alto: los acreedores privados tuvieron que cancelar cerca del setenta por ciento de sus inversiones. Los furiosos inversores extranjeros intentaron embargar el avión presidencial y nuestro país pasó a ser el paria de los mercados financieros de todo el mundo. Para que la economía pisara fuerte de nuevo, fue necesaria la devaluación de la moneda y la reestructuración de la deuda.
Pero, hoy, este mercado emergente se levanta como un faro brillante en comparación con los países europeos atormentados por la crisis. En el pasado, los políticos europeos y norteamericanos estaban encantados con enseñarles a los países latinoamericanos el manejo apropiado del Presupuesto y del control de la deuda. Ahora, cuando los diplomáticos europeos visitan Buenos Aires la situación es completamente opuesta: ¿Puede Europa aprender de la Argentina?
Dos economistas norteamericanos, el Premio Nobel Paul Krugman y el profeta de la crisis Nouriel Roubini, han recomendado a Europa que mire con atención el caso argentino en relación a la crisis de la deuda. «Parece que todavía no aprendieron nada de nuestra quiebra», dice Lavagna, y señala que Europa ha recetado a los países hostigados por la deuda las mismas medidas de austeridad que hundieron a la Argentina. «Eso crea una recesión permanente», dice, «y dispara más y más la crisis de la región».
Pocos países tienen tanta experiencia con las crisis financieras como la Argentina, un país que sufrió tres colapsos en sólo veinte años. Hiperinflación, caos en los bancos, deudas en moratoria y reestructuración de la deuda: las mismas escenas se repitieron. Los argentinos vieron tres monedas diferentes en un período de diez años, y el país era un cliente regular del Fondo Monetario Internacional (FMI). «Somos especialistas en crisis», confirma José Luis Machinea. Ministro de Economía durante la presidencia de Fernando de la Rúa, ocupó un asiento en primera fila mientras la crisis se desarrollaba. Machinea traza paralelos con la crisis en Grecia: la moneda de la Argentina también cayó en una trampa, con el peso atado, por ley, al dólar estadounidense.
Como resultado, el gobierno argentino tuvo que pagar cada vez mayores tasas de interés sobre los préstamos tomados en dólares. Para mediados de los noventa, no cabía duda de que el país se dirigía a una crisis financiera. El FMI ató el rescate a un profundo programa de austeridad, y el Gobierno recortó las pensiones y los salarios de los empleados públicos. En lugar de estimular la economía, los líderes se preocupaban por luchar contra el déficit del país.
Cuando el FMI, finalmente, aprobó la primera inyección de capital luego de meses de negociaciones, ya era demasiado tarde. «Si hubieran tomado cartas en el asunto dos años antes, podríamos haber evitado la bancarrota de 2001», dice Machinea, quien cree que Europa podría aprender de esa experiencia: «Cuanto más se resistan a salvar a Grecia, mayor será el costo».
Las consecuencias políticas de aquellos hechos todavía se pueden sentir en la Argentina de hoy. Luego de la caída de De la Rúa, el país vio pasar cinco presidentes en tan sólo dos semanas, le siguió Eduardo Duhalde con un gobierno manchado de sangre, y la situación recién se normalizó con la elección de Néstor Kirchner.
El partido político de De la Rúa, el radicalismo, con adeptos provenientes en su mayoría de la clase media, cayó en la crisis más profunda de su historia, y el ex presidente se volvió una figura trágica, insultado por cualquiera que lo veía cada vez que se atrevía a aparecer en público. Hoy vive recluido en un departamento de Recoleta, el barrio de clase alta de Buenos Aires. Los guardias de seguridad vigilan la entrada del edificio y la puerta del ascensor está cerrada con llave.
El ex presidente abre la puerta él mismo, con una cara signada por la amargura. De la Rúa se considera víctima del FMI y de los gurúes neoliberales de Washington. «El FMI quería que la Argentina fuera un ejemplo», dice. De la Rúa culpa, en especial, a Horst Köhler -director titular del FMI en ese entonces- por el crac, porque creó «una tormenta perfecta» con sus condiciones de línea dura. «Nos dejó solos en el momento más difícil», dice el ex presidente. Köhler, que fue presidente de Alemania hasta su renuncia en mayo del último año, sigue siendo una figura despreciada en la Argentina. Todavía hoy los diplomáticos le recomiendan que no visite Buenos Aires.
Por otro lado, De la Rúa, poco a poco, comenzó a incursionar nuevamente en la vida pública. El ex vicedirector del FMI Stanley Fischer le escribió una carta para darle ánimos y, de repente, en los restaurantes la gente quiere sacarse fotos con él otra vez, mientras que sus amigos europeos lo llaman para que les dé consejos para superar la crisis del euro. «La mayoría de las llamadas que recibo -agrega De la Rúa- son de Grecia».
Fuente: http://www.revistadebate.com.ar//2011/12/23/4851.php
Traducción: Ignacio Mackinze