El presidente cubano cumplirá ochenta años el 13 de agosto. Se nota que está más viejo pero no más rico como lo calumnió Forbes. Por la respuesta antológica que dio a la provocación, se nota que no tiene dólares y tampoco un pelo de tonto. En EE.UU. pululan las publicaciones especializadas en justipreciar las fortunas […]
El presidente cubano cumplirá ochenta años el 13 de agosto. Se nota que está más viejo pero no más rico como lo calumnió Forbes. Por la respuesta antológica que dio a la provocación, se nota que no tiene dólares y tampoco un pelo de tonto.
En EE.UU. pululan las publicaciones especializadas en justipreciar las fortunas y sus subi-bajas. Una cultura que pone al Dios Dinero en el centro de la ideología, necesita esa prensa que da detalles de los personajes del ranking pero nunca denuncian cómo hicieron para juntar dólares pisando cabezas de otros seres humanos.
Las primicias de Forbes y su competidora Fortune tienen muy pocos efectos positivos en la humanidad. Quizás el único, según mi opinión, es que dan cierto material que permite a la ONU ilustrar sus informes sobre la situación mundial y afirmar, por ejemplo, que cuatro multimillonarios tienen tanta riqueza como los 600 millones de habitantes de los países más pobres del planeta.
Hasta ahora tampoco provocaban mayor polémica. A lo sumo, el ricachón número cinco decía que estaba mal clasificado porque su patrimonio superaba al del ubicado en el escalón superior. Pero si el casillero top es de Bill Gates, de Warren Buffett o de uno de los hermanos Walton, de Wal Mart, no le cambiará la vida a nadie.
Pero hete aquí que la revista Forbes empezó a confeccionar un listado sobre los gobernantes más ricos, no ya sobre empresarios o banqueros. Y allí la traicionó su ideología ultraderechista y anticomunista, pues sin pruebas metió en ese podio al presidente cubano Fidel Castro.
Ya lo había hecho antes, adjudicándole 110 millones de dólares de riqueza personal en 2003 y 550 millones en la actualización de 2005. El 4 de mayo último, Forbes llevó la apuesta a las nubes: Castro tenía supuestamente 900 millones y se ubicaba en el séptimo lugar del ranking, superando al presidente de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang (600 millones), y a las reinas Victoria II de Inglaterra (500) y Beatriz de Holanda (270).
Es posible que -menos la inverosímil de Castro- las demás fortunas sean copiosas, como las de esas monarcas europeas y de quienes encabezan el listado, como el rey de Arabia Saudita, Abadlá Bin Abdulaziz (21.000 millones); el sultán de Brunei, Hassanal Bolkiah (20.000); el jeque de los Emiratos Arabes, Jalifa bin Zayed al Nahyan (19.000) y el emir de Dubai, Mohammad bin Rachid al Maktum (14.000).
Miente, miente…
Se atribuye al jefe de la propaganda nazi, Joseph Goebbels, haber convertido en axioma el «miente, miente, que algo queda». Imitándolo, Steve Forbes, el millonario dueño de la revista y de una cuenta personal de 1.839 millones de dólares, difundió su listado de superricos en la primera semana de mayo. La noticia fue devorada y defecada por la maquinaria mundial adicta a los imperios regidos por el dólar, el euro, el yen y la libra esterlina, con todos los medios gráficos, radiales, televisivos y electrónicos a disposición. El foco fue la supuesta billetera del líder cubano.
La amarillista revista dijo haber calculado como ingresos de aquél un porcentaje de las ganancias del Palacio de las Convenciones, el conglomerado de negocios al por menor llamado Cimex y las ventas de vacunas y productos farmacéuticos de Medicuba.
Esas empresas y tantas otras existentes en Cuba, afortunadamente tienen ingresos con los que el país puede pagar sus importaciones de insumos, equipos, petróleo y maquinaria. Así se financian sus programas sociales y hacen sus ahorros e inversiones. Estas últimas son cuantiosas en la industria de medicamentos y la biotecnología: aproximadamente mil millones de dólares en los últimos años.
Pero que de allí vaya un billete al bolsillo de Castro, ese fue un invento urdido por el Departamento de Estado y la CIA, obsesionados por denigrar a quien mora en el Palacio de la Revolución, en La Habana.
La publicación fue aún más venenosa pues aludió a «rumores» sobre la existencia de cuentas bancarias en Suiza a nombre del mandatario y/o testaferros.
En años anteriores el acusado no contestó pero esta vez su paciencia se colmó o bien consideró políticamente que lo mejor era replicar. Y lo hizo a lo grande, el lunes 15 de mayo, en una comparecencia en la televisión y radio que duró cuatro horas y contó con el testimonio de cinco personalidades que dieron fe de su honestidad.
Luego de desmontar una por una las falacias, el comandante en jefe desafió a George Bush, la CIA y la revista a que demostraran que él tuviera una sola cuenta corriente en el extranjero y en tal caso renunciaría a la presidencia. Textualmente afirmó: «búsquenme una cuenta, un dólar; si prueban que tengo un solo dólar renuncio a mi cargo y a las funciones que estoy desempeñando, ya no le harían falta ni planes, ni transiciones».
Ahora la pelota quedó picando en Wall Street y el Salón Oval. Algunos de los invitados del programa televisivo, como Francisco Soberón, titular del Banco Central de Cuba, se burlaron de la poca profesionalidad y el sesgo oficialista de la revista. Dijo: «Forbes podía atribuir a Bush el 10 por ciento de los 500.000 millones de dólares que anualmente y de manera impune se lavan en bancos norteamericanos procedentes del narcotráfico y el crimen organizado, o idéntico porcentaje de coimas y sobornos de los 280.456 millones de dólares que ha costado al contribuyente estadounidense la agresión contra Irak».
Con esos ingresos, el texano estaría cómodo al tope de los presidentes millonarios sin contar lo que ahorró durante sus dos mandatos en Washington, la venta de sus acciones en Harkem Energy y los vueltos de sus amigos de la energética Enron, autores del mayor fraude financiero en la superpotencia.
¿Por qué lo atacan?
A Fidel Castro no hace falta defenderlo porque en la vida le ha ido bastante bien defendiéndose personalmente, desde su alegato «La historia me absolverá» en el juicio durante la dictadura de Fulgencio Batista por la toma del Cuartel Moncada, en adelante. El hombre está saliendo indemne de este último ataque que quiso presentarlo como un «ladrón» y sobre todo como un «traidor» a los miles de cubanos que dieron sus vidas en la revolución cubana. Entre éstos, los que murieron en el intento de toma de la unidad en el oriente de la isla en 1953 y la represión posterior, los de Playa Girón de 1961, los del avión de Cubana que volaba sobre Barbados en 1976, los caídos en Angola y otras misiones internacionalistas, etc.
Si las autoridades estadounidenses han caído en maniobras tan burdas como las de Forbes, es porque se están quedando sin cartas, perdiendo la partida.
No pudieron matar al personaje pese a los 637 intentos de asesinatos pergeñados por la CIA y desbaratados por la seguridad cubana y del mismo blanco elegido.
Y peor aún para los capos de imperio, la revolución cubana sigue gozando de buena salud, como su casi octogenario jefe al que en 2005 lo dieron por fulminado por la demencia senil de Alzheimer y contestó con un magistral discurso, de memoria y de pie a lo largo de cuatro horas.
¿Por qué la administración Bush se «zarpó» en sus acusaciones? La clave hay que buscarla en las victorias de la isla, entre las que hay que mencionar, sólo en 2006: crecimiento económico del primer trimestre del 11,8 por ciento en cotejo con igual período del año anterior, firma del Tratado de Comercio de los Pueblos y ALBA con Bolivia (ya estaba conformado con Venezuela), confirmación de que la denuncia de Castro era correcta respecto a que el terrorista Luis Posada Carriles había ingresado en marzo de 2005 a EE.UU. con conocimiento del gobierno, votación de 135 países en la ONU para que Cuba integre el Consejo de Derechos Humanos e informe de cinco relatores de la ONU auspiciando el cierre de la prisión de Guantánamo donde 600 prisioneros fueron legalizados después de cuatro años.