En Argentina, no pocos compañeros se preocupan por las críticas a ciertas definiciones, acciones u omisiones del gobierno, y suelen anteponer su inquietud al hecho de que quienes las formulan son parte dinámica de quienes lo han votado y apoyan su rumbo.
Algunos incluso toman de los medios hegemónicos el concepto de “fuego amigo”, aunque los reclamos son más amplios: van desde “cerrar filas” para “bancar” o “acompañar” pasivamente, hasta incuestionables llamados para “sumar y no restar”, pasando por advertencias acerca del “narcisismo de las pequeñas diferencias” en las propias filas, lo que creo entender implica una inadecuada “autoafirmación” del yo, cuya búsqueda compulsiva pondría en peligro el objetivo deseado.
Siempre es aconsejable atender la cuota de razón que pueden tener estas recomendaciones, pero a la vez precisar que no es pequeño el erróneo supuesto que “dividen”, o poco y nada aportan las propuestas alternativas desde la base y otros niveles del frente, ya que parecen deberíamos confiar en una suerte de inteligencia superior depositada en unos pocos que ejercen cargos.
No faltan quienes habiendo roto por derecha entre 2003/15, pero ahora nuevamente en posiciones destacadas, consideran que el disenso (el que se produce por izquierda, claro) es sinónimo de “divisionismo” o “canibalismo”, “le hace el juego al enemigo” o con mayor delicadeza es “funcional” al neoliberalismo, particularmente en estos momentos difíciles, con la Patria quebrada por la administración macrista, y encima azotada por la pandemia.
Aunque, en esta ocasión, no pretendo analizar mis coincidencias o diferencias con algunas posturas o propuestas críticas, en general las considero políticamente positivas, siempre y cuando provengan constructivamente de la militancia, la dirigencia o personalidades de los distintos ámbitos del Frente de Todos (FdT).
En estos días se amplió el debate acerca de QUÉ hacer, y en mucho menor medida del CÓMO hacerlo, aunque lamentablemente se reduce casi exclusivamente a las redes sociales, por razones que van mucho más allá de la cuarentena o el entusiasta eco que encuentra para la prédica desestabilizadora de la oposición y sus carapintadas mediáticos.
Lo cierto es que NO hay canales institucionales de participación de la militancia y que tampoco está institucionalizada la intervención de partidos y movimientos que participan de la alianza.
No lo están como necesidad, mucho menos como objetivo, ubicándonos a la defensiva, limitando la iniciativa y aún la respuesta ante una derecha que presiona, busca arrancar concesiones e incluso comienza a disputar un terreno que siempre hemos considerado propio: la calle.
Parece que desde la cúpula no se escucha a nadie que no posea una cuota de poder, y aun así todo indica que lo es más por su capacidad de daño (como es el caso de la centroderecha explícita dentro del gobierno) que por su representatividad o la justeza de las reflexiones.
En política, ningún debate ni confrontación con el adversario, externo u interno, se salda a favor del movimiento popular si NO contribuye a cambiar la correlación de fuerzas, así sea parcial o temporalmente.
“Ellos” tienen todo el poder económico y buena parte del estatal, así como el aparato de construcción de sentido común, la fábrica de consenso antipopular que da la maquinaria cultural hegemónica, de la cual forman parte esencial, aunque no única, los medios masivos de difusión.
“Nosotros” principalmente el poder de la militancia movilizada y su saldo organizativo, por lo que sería un error reducir la disputa a los terrenos que ellos dominan, donde igualmente hay que dar la pelea.
No se trata, entonces, de callarse para apoyar, ni de tan solo plantear la crítica desde el enojo, la frustración o la impotencia, en ocasiones más que comprensible. Tampoco que nos impongan a quienes tienen responsabilidades institucionales como depositarios únicos de la sabiduría popular, en realidad acumulada y transmitida con sacrificio por generaciones de luchadores.
Hoy urge que alianza gobernante supere la etapa de coalición electoral para convertirse en un frente real, por lo que es necesario institucionalizar la presencia y aporte plural de partidos, movimientos y organizaciones que participan en ella.
Los acuerdos superestructurales del FdT se agotan si no van acompañados de la constitución de sus núcleos organizativos de base, con participación y poder de decisión en los territorios, barrios, casas de estudio y lugares de trabajo de la ciudad y el campo.
La historia argentina y de la patria latinoamericana demuestra que la ofensiva del privilegio siempre busca voltear a las administraciones que ponen en mínimo riesgo sus intereses, que desgastan y desestabiliza mediante una fuerte campaña de desprestigio y presionan para arrancar concesión tras concesión, con lo que logran unificar tanto a enemigos como adversarios, a la vez que desgastar y minar la base de sustentación del gobierno.
De esta manera se facilita el desplazamiento mediante golpes de Estado, maniobras parlamentarias, o incluso la creación de un consenso capaz de expresarse en lo electoral.
No es con buenos modales con el establishment, y menos con la pasividad que le deja el campo libre a la presión revanchista, que se mejoran las posibilidades para derrotar la oposición destituyente. No es así que se evita una nueva frustración y se “banca” realmente un rumbo en favor de las mayorías.
Se necesitan objetivos precisos, transformar en patrimonio colectivo el camino a seguir para alcanzarlos, en tanto frente a la resistencia derechista oponer el poder de la calle, un fuerte protagonismo popular y la construcción de la fuerza político-social organizada del pueblo.