John McCain, virtual candidato «republicano» a la presidencia de EE.UU., visitó Irak. Está de acuerdo con la «guerra» -invasión de EE.UU. y un grupo de aliados-. Barack Obama y Hillary Clinton «demócratas» -salvo detalles no demasiado sustanciales-, piensan, en más de una cuestión, como Mac Cain. Unos y otros, y quienes los interpretan política y […]
John McCain, virtual candidato «republicano» a la presidencia de EE.UU., visitó Irak. Está de acuerdo con la «guerra» -invasión de EE.UU. y un grupo de aliados-. Barack Obama y Hillary Clinton «demócratas» -salvo detalles no demasiado sustanciales-, piensan, en más de una cuestión, como Mac Cain. Unos y otros, y quienes los interpretan política y mediaticamente, se desviven apelando a eufemismos para justificar, total o parcialmente, aquello que en la historia de las matanzas contra la humanidad, tiene nombres indisimulables: genocidio, holocausto.
En la ciudad de Rosario, Argentina, un conspicuo hombre de la CIA, Roger Noriega; un «anticastrista», ligado a la mafia-terrorista de Miami, Carlos Alberto Montaner; el perro faldero de George W. Bush, José María Aznar; el opaco vaquero ex presidente de México, Vicente Fox; el escritor de la derecha global, Mario Vargas Llosa; Mauricio Macri, Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y el «apolítico», dueño de Radio Caracas Televisión de Venezuela (RCTV), Marcel Granier, -entre varios más- se dedicaron a reivindicar en un todo el neoliberalismo. Advirtiendo que están en operaciones. En términos políticos: inflamando la contraofensiva frente a la expansión de movimientos progresistas que, por la vía electoral han llegado al gobierno de varios países de la región. Cosa inadmisible para los que se suponen dueños del mundo y de la vida y la muerte de quienes lo habitan.
Luiz Alberto Moniz Bandeira, reconocido historiador sudamericano, fue entrevistado recientemente por la periodista Eleonora Gosman, corresponsal en Brasil del diario Clarín, de la Argentina. En la nota Bandeira dice que el problema suscitado entre Ecuador, Colombia y Venezuela, «no será resuelto porque no interesa en Colombia, y mucho menos al presidente Alvaro Uribe, acabar con la guerra civil que dura más de 50 años. El -por Uribe- y la elite colombiana ganan con los recursos que le proveen Estados Unidos, que a su vez gana con la venta de material bélico y con la asistencia militar en defensa de los oleoductos. Colombia es el tercer mayor exportador latinoamericano de petróleo para los Estados Unidos, debajo de Venezuela y México, y ocupa el sexto lugar en el ranking mundial».
Parece una gran casualidad -que por supuesto no lo es- el hecho de que, por aquí y por allá, se expanda en estos días del siglo XXI, la muerte organizada, con el fin de llevar la guerra donde haya petróleo y en todo rincón del planeta que sirva al desarrollo geoestratégico del proyecto imperialista.
Sólo la ingenuidad plena de ignorancia o la connivencia con el mayor agresor de la humanidad, contribuyen a disimular con eufemismos el holocausto en Irak y los que en ciernes se avizoran en el horizonte de la dominación imperialista: Colombia y el total de América Latina, región rica en recursos naturales y estratégicos. En tal sentido el terrorismo mediático asume un rol primordial, siguiendo -a conciencia y como beneficiario de negocios súper millonarios- el trazado grueso de la estrategia del complejo militar-industrial, con su sede central en Washington: hablar y mostrar, hasta la saciedad, lo secundario. Ocultar y distorsionar, hasta el hartazgo, lo principal. Relatar hechos sin contexto histórico, inventarlos y/o mudarlos de sus escenarios reales a caballo de informes, fotografías y filmaciones trucadas.
Interesante, pues, es comprobar nuevamente, que cuanto más se desnuda el apetito del asesino, más se intensifica la labor del aparato mediático transnacional, y sus ramificaciones, en procura de mantener en vilo la atención sobre la realidad cubana y venezolana. Supuestamente, un despropósito. Sin embargo, no lo es: Cuba debe ser demolida como idea y la República Bolivariana de Venezuela, liderada por Chávez, debe volver a atrás. A los tiempos en que el petróleo y el gas se saqueaba a manos llenas para rendir pleitesías al imperio. A tal punto esa explotación y saqueo que la casi única fuente de recursos de Venezuela era el petróleo, por lo que hoy suena a burda patraña el discurso que acusa a Chávez de no diversificar el aparato productivo, «condenando al país» a vivir del aumento de los precios internacionales del crudo. Los mismos que hablan de diversificar la economía de la República Bolivariana de Venezuela, quieren transformar a la Argentina en un monocultivo de soja. Neoliberalismo: el libre mercado, la ley de la selva, el pez grande se come al chico, siempre ha habido pobres…
Gota a gota, cada día en variados formatos, la prensa mundial machaca con la «transición en Cuba» y alude a Chávez como si se tratara de «un loco», «un payaso», «un irresponsable» que habrá de «llevar a la región a un conflicto bélico de irreparables consecuencias». Tal cual lo aseguró -en el encuentro de la «libertad» y la «democracia»-, el escritor de la derecha criminal, Mario Vargas Llosa.
Contra Cuba y Venezuela, entonces, el empeño por satanizarlos, la sistemática tarea dedicada a esmerilar sus bases de sustentación ideológicas, políticas, sociales y económicas, para que Cuba y Chávez dejen de ser referencias, dejen de ser respetados y, en caso de agresiones directas y armadas por parte de EE.UU., vean melladas sus defensas -terceros países- en el campo diplomático y militar.
Los planes de invasión a la Isla y a la República Bolivariana de Venezuela, no han sido abandonados por el gobierno de Bush. Y, es de elemental deducción, que Mac Cain, Hillary Clinton y Barack Obama, no den por cerrada tal posibilidad, en tanto -más allá de sus diferencias de estilo respecto de cómo el presente siglo «deberá ser norteamericano»- son ellos mismos fichas del intrincado damero capitalista-imperialista. Lo archiconocido: Jefes de gobiernos y de Estados, que obedecen ordenes enmascaradas en las sugerencias de sus cuerpos de asesores, gerentes de una maquinaria que conjuga a un mismo tiempo, y con el único fin de la guerra, el desarrollo de la industria cultural-militar. Ambas, retroalimentándose sin solución de continuidad, en el tendido de las bases que faciliten la cada día mayor naturalización de los crímenes masivos.
En un interesantísimo libro -«Juego de la Mentira»- del belga Michael Collon, se analiza el descuartizamiento de Yugoslavia, a instancias de la iniciativa alemana y «el dejar hacer» de EE.UU. La lupa de Collon se detiene más de una vez en el papel de los medios, a disposición de la invasión, de las invasiones. Primero destaca la sistematicidad del mensaje que sataniza a gobiernos, e incluso a pueblos enteros, para poder justificar ante los ojos del mundo la acción de los depredadores. En este caso señalado, el despedazamiento de Yugoslavia.
En su libro, aparecido en 1999, Collon pregunta: «¿Por qué no han mostrado -los medios- que mientras Europa se estaba unificando, era absurdo trocear Yugoslavia en una serie de pequeños Estados débiles e inviables?
El autor de «Juego de la Mentira» no sólo revela hipocresías, también desmonta mitos, como el que sostenían políticos y empresarios a través de sus aparatos mediáticos y periodistas mercenarios: «Los Balcanes no tienen ningún interés…», es decir, no le interesaban a nadie. Collon explica lo contrario y puntualiza que Yugoslavia «contenía cuatro puntos esenciales para su rivalidad:
1. Las rutas del petróleo.
2. El dominio sobre Europa del este, sus riquezas, su mano de obra y sus mercados.
3. El control sobre Rusia y el petróleo de la ex -URSS.
4. La implantación de bases militares para controlar todas estas regiones».
Collon habla de la carnicería armada en Yugoslavia y de «las guerras que vendrán». Lo hace antes del ataque a las torres gemelas y de las invasiones a Afganistán e Irak. Y, en la suma, podríamos agregar las que ya no tan sórdidamente se preparan a diestra y siniestra.
¿El planteo de las autonomías en Bolivia -país de petróleo y gas- jaqueando a Evo Morales, está creando condiciones para las rupturas, el caos y la exacerbación de una guerra civil, con efectos bélicos multiplicadores hacia los países fronterizos? Sí. Sin lugar a dudas.
¿El bombardeo de Colombia-EE.UU. sobre Ecuador se condice con un plan que apunta también al petróleo ecuatoriano y, por una vía más, al petróleo de la República Bolivariana de Venezuela y a la cabeza de su líder, Hugo Chávez? Sí. Sin lugar a dudas.
¿El sostenido y sofisticado asedio diplomático-militar con que EE.UU. le recuerda a Brasil que el Amazonia -petróleo y biodiversidad- es parte del botín de guerra en la disputa intercapitalista global, nos aproxima a todos a nuevos genocidios? Sí. Sin lugar a dudas.
La disociación informativa -y la desinformación tajante- sobre temas cruciales para la sobrevivencia de la humanidad y la identificación seria de los ideólogos de genocidios, no es un déficit incorregible del periodismo del presente -apenas instrumento-, sino la expresión más brutal y acabada de una política estratégica atada a la concepción guerrerista de EE.UU.. País que, en uno de sus picos más altos de desesperación, ve hundirse, paso a paso, a sus otrora intocables naves insignias: «el sueño americano», «la concreción de un Siglo -el XXI- definitivamente norteamericano» -para el cual se trabajó afanosamente durante el siglo pasado-, y la sentencia pretendidamente incontestable: del «fin de la historia y de las ideologías». Todo, en una profunda crisis sistémica.
La guerra como «única salida» no es más que el fracaso estrepitoso de un sistema esencialmente inhumano, que, todavía, tiene una alta capacidad de daño: no tan sólo por el poderío militar de la potencia hegemónica. Ya los analistas de mercado -voceros de la lógica dominante- hablan de una disminución en la inversión directa de las multinacionales en países de América Latina. Aprietan. Y lo hacen cuando la caída del volumen de remesas que salen de EE.UU. hacia otros países de la región, comienza a resentirse. Aprietan más.
Ajustado a la guerra, como único objetivo, EE.UU. -su complejo industrial-militar-cultural- traza la pauta del terrorismo mediático y la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) obedece, sin que ello implique necesariamente la existencia de una estructura de ordeno y mando. La SIP, como sabemos, nació hace sesenta años de la mano de la CIA. Hoy, SIP y CIA continúan su camino, entre los Rupert Murdocht, el Pentágono y empresarios del petróleo, de medicamentos, armas, productos alimenticios, grandes automotrices…
Moniz Bandeira explicaba, en el reportaje antes mencionado, que cuando Bill Clinton ejercía la presidencia de EE.UU. fue presionado -año 2000-, para invadir Colombia. La idea del operativo se frustró porque Brasil, Venezuela y Panamá, no apoyaron esa «locura». Pero ello no quita que la «locura» no persiga otras fórmulas, ni tampoco que se haya detenido para siempre. En la última reunión del Grupo Rio, en República Dominicana, quedó en claro que los riesgos de invasiones y de guerras siguen creciendo. Alvaro Uribe, presidente de Colombia, no ocultó, en ningún momento, que él es uno de los comisionados por el Pentágono para acercar combustible al incendio. Quizás, el promotor más visible y templado de las guerras que vendrán.
Juan Carlos Camaño es presidente de la Federación Latinoamericana de Periodistas FELAP