La sociedad argentina se encuentra atravesada por los debates en torno a la inseguridad. Numerosos opinólogos, especialistas y políticos esbozan sus teorías y profetizan soluciones a una problemática estructural que afecta, no sólo a nuestro país, sino a toda la región con variada intensidad. Mientras tanto, los medios de comunicación juegan su propio partido. Alzando […]
La sociedad argentina se encuentra atravesada por los debates en torno a la inseguridad. Numerosos opinólogos, especialistas y políticos esbozan sus teorías y profetizan soluciones a una problemática estructural que afecta, no sólo a nuestro país, sino a toda la región con variada intensidad. Mientras tanto, los medios de comunicación juegan su propio partido. Alzando la bandera de «voceros populares», se encargan de transmitir sensaciones apocalípticas y pretenden extender una atmósfera de agitación social desde la cuál legitiman, soslayadamente, acontecimientos que transgreden las normativas constitucionales.
Los intereses políticos y económicos que determinan el funcionamiento de muchos medios en la Argentina trascienden ampliamente la tensión que genera la competencia del mercado. Llegado este nivel de abandono de la información y de simbiosis entre actividad periodística y proselitismo político, la romántica ley de oferta y demanda en pos de rentabilidades económicas resulta una quimera. El objeto de disputa es el poder. Como lo demuestra la historia reciente, las corporaciones mediáticas adoptan una supuesta postura de «trasparencia y objetividad» insostenible en la actualidad.
El discurso mediático, que se reproduce con la lógica monopólica de quienes ostentan la potestad de diversas estaciones de radio, canales de televisión, periódicos, y revistas, revela subrepticiamente otra problemática. Los medios hegemónicos pretenden discutir la tutela de los consumidores/ciudadanos impregnando la sensación de «orfandad» ante la «ausencia estatal». En 1991, la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas confirmaba lo que en algunos de sus países satélites se iba evidenciando en años anteriores. Las superpotencias occidentales se lanzaron a la caza, a través de sus tentáculos económicos, de los pequeños Estados que veían derrumbarse a su núcleo tutelar. El agotamiento del «socialismo real» se evidenciaba desde hacía tiempo con signos bien concretos. Ahí radica la diferencia con la coyuntura argentina, «la ausencia del gobierno» es una de esas «verdades» que, con lógica goebbeliana, se pretende construir siempre que se encuentre un resquicio facilitador. «¿Qué le diría a los funcionarios que hablan de «sensación de inseguridad?» interpelan a quién sea que haya sufrido la pérdida de un familiar en algún hecho delictivo. Allí subyace la disputa. Cuanto más desoladora se plantea la «realidad» mejores son las posibilidades para reconquistar el rol directivo que pretenden conservar ad eternum los medios hegemónicos en todos los sectores de la sociedad.
El sociólogo Zigmunt Bauman advierte sobre las potencialidades del mercado de la inseguridad. La industria que moviliza su maquinaria productiva usufructúa el humus de miedo y paralización que tanto fomenta el poder mediático. En efecto, si hay una certeza sobre los años transcurridos de este siglo XXI, en los cuáles los tópicos sobre la indefensión individual, la inseguridad global, el terrorismo y demás amenazas proliferaron con una marcada intensidad luego de septiembre de 2001, es la ineficacia para construir una sociedad «más segura». Como el relato de aquella señora que se mudó a un barrio privado para relajarse en la tranquilidad de las fronteras cerradas, pero la noche que, por problemas técnicos, no lograron trabar las rejas circundantes, la encontró desvelada, previniendo desde su ventana alguna «invasión» de los de «afuera». Cuanto más se fomenta el tópico de la inseguridad mayor es la certidumbre sobre el peligro que «acecha».
El poeta Javier Sicilia encabezó en México el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad tras el asesinato de su hijo en manos del narcotráfico en 2011. Las movilizaciones que cuestionaban el accionar de Felipe Calderón en sus políticas contra el crimen organizado siguen reclamando acciones concretas al actual presidente Enrique Peña Nieto. El lema que caracteriza sus manifestaciones es «¡Estamos hasta la madre!». La semántica de la expresión indica más que hartazgo, motiva la sensación de estar en el fondo, de no poder caer más bajo. Al mismo tiempo, representa el llamado a un cambio y evidencia la idea de que «así no se puede seguir». Seguramente, el poder mediático de la Argentina omitió la posibilidad de establecer una vinculación explícita entre la cruzada de Sicilia y la coyuntura social argentina. Empero, aún desconociendo el clamor mexicano, trabajan perseverantemente por desgastar el ánimo de sus consumidores para que se aúnen a sus intereses con un grito al unísono: ¡Estamos hasta la madre!
Matías Emiliano Casas es Profesor Magister en Historia – UNTreF – CONICET
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