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Horror, pavor e indignación al leer la página de opinión de Público

Fuentes: Rebelión

Empieza a ser costumbre. Es difícil encontrar una página de opinión en el diario que dice ser de centroizquierda que no escandalice [1]. Otro muestra más, por si fuera necesario: el artículo que Adolfo García Ortega publicó el pasado 27 de enero con el título: «Por qué hay que recordar la ‘Shoá» [2]. No parece […]

Empieza a ser costumbre. Es difícil encontrar una página de opinión en el diario que dice ser de centroizquierda que no escandalice [1]. Otro muestra más, por si fuera necesario: el artículo que Adolfo García Ortega publicó el pasado 27 de enero con el título: «Por qué hay que recordar la ‘Shoá» [2]. No parece contradictorio con lo que se ha señalado en algunos medios alternativos: la anunciada ofensiva político-cultural de Israel y sus amigos y aliados: se trata de proclamar, donde sea y como sea, las bondades del agresivo Estado étnico y apagar todo tipo de críticas creando confusión y desinformaciones en sus alrededores.

El artículo del autor de El mapa de la vida empieza recordando lo que, más allá de algún matiz marginal sobre el por qué ser única y exclusivamente judíos, es aceptado universalmente:

Hay más de un millón de niños judíos que, de no haber existido la Shoah, ni la Solución Final, ni haber sido asesinados industrialmente, hoy tendrían entre 65 y 80 años. Sus vidas habrían estado llenas de cosas buenas o de cosas malas, no se puede saber, porque es absurdo pretender saber cómo habría sido la historia de lo que nunca ocurrió. Lo que sí es cierto es que las vidas que no vivieron, los hijos que no tuvieron, las enseñanzas que no adquirieron, los amores que se perdieron, todo eso es vida que les fue impedida, arrebatada y eliminada por ser única y exclusivamente judíos. Si incluimos a los adultos, podemos elevar el número hasta el conocido referente de los seis millones.

Este, señala, es un hecho sin paliativos, un hecho atroz, remarca. Cada 27 de enero se recuerda la Shoah como la extrema barbarie conscientemente genocida. Es justo que se recuerde, apunta García Ortega:

[…] y que se haga con toda la lucidez y toda la puesta en presente de la memoria, para evitar por encima de todo el olvido, y por tanto la condena a la posible repetición en el futuro.

En los últimos años, denuncia, las aberrantes teorías del negacionismo han cobrado un peso demasiado grande, hasta el punto de dárseles un rango intelectual plausible. En su opinión, se suman a otra corriente «según la cual se abusa de la exhibición del Holocausto, se considera que ha devenido en una mezcla de negocio y espectáculo», como si la Shoah, prosigue, «diera justificación a los judíos, por la vía de la compensación moral, para llevar a cabo, con total impunidad, sus aspiraciones de autoafirmación política». Dicho de otro modo, complementa García Ortega, «como si el Holocausto fuese una tragedia tras de la que se amparan los horrores del actual Israel». Conclusión extraída:

[…] de nuevo se vuelve a censurar a un pueblo, el judío, por el mero hecho de serlo. De nuevo se trata de minimizar su asesinato colectivo por el hecho de ser judías las víctimas.

Veamos, veamos con calma. Aceptemos, sin espacio para la duda, la insensatez y crueldad político-moral del negacionismo. Aceptado está. Pero, dando un paso más, ¿qué problema hay en señalar lo que muchos autores han apuntado con documentación, indignación y rabia sobre la, en ocasiones, exhibición mercantil del Holocausto? ¿Qué hay de falsario en señalar que, en ocasiones, y en coincidencia con lo denunciado por víctimas o familiares de víctimas, se usa la inmensa tragedia del holocausto para justificar prácticas políticas estatales injustificables? Ejemplo: las matanzas de Gaza, el ataque militar a una población desprotegida.

¿Cómo hay que interpretar esas corrientes críticas según el autor? Dentro del actual contexto. ¿Qué contexto? El siguiente:

[…] Es obvio que estas corrientes, más o menos extendidas, totalmente simplistas pero nada inocentes, de minimizar el Holocausto tratando de restarle vigencia y razón a su recuerdo, hay que considerarlas dentro del actual contexto socio-político, marcado por un crecimiento del antisemitismo en todo el mundo bajo capa de antiisraelismo.

¿Cómo? ¿Otra vez? ¿Antisemitismo = antiisraelismo? ¿Y quién ha probado esa igualdad? ¿Quién ha construido un buen argumento que permita pasar de las críticas a las prácticas políticas de un Estado a la animadversión visceral, irracional, inadmisible, hacia todos los pueblos semitas?

Esto es motivo de debate, admite García Ortega, y no significa, admite, «que responda a una generalización sin matices». Pero añade, inconsistentemente,

[…] los intelectuales no dejan de escribir sobre esto en periódicos, foros y ámbitos donde, por desgracia, siempre se acaba coligiendo un desafecto hacia el mundo judío, reproduciéndose los clichés más burdos que, precisamente, condujeron a la Shoah.

¿Periódicos, foros y ámbitos donde siempre se acaba coligiendo un desafecto hacia el mundo judío? ¿Hemos leído bien? ¿Siempre? ¿Periódicos y foros arguyendo contra «el mundo judío»? ¿En qué periódicos? ¿En el NYT? ¿En The WP? ¿En El País? ¿En La República?

García Ortega señala tres razones para seguir recordando la Shoah. La primera: hay que recordarla en sí misma

[…] por el hecho terrible que fue. No es justo compararla con ningún otro hecho, anterior o posterior. Tal vez no se encuentren iguales. Y no debería haber nada que reprochar al hecho de que sus agonistas principales, el pueblo judío, esgriman su derecho al recuerdo.

No acaba de verse por qué es injusto compararla con cualquier hecho anterior o posterior. De hecho, como veremos, el mismo autor parece aventurar a continuación un tratamiento contrapuesto, pero lo importante es que él mismo admite que:

Su voluntad de recordar la Shoah ha de verse, sobre todo, como una magnífica afirmación de vida y de existencia en el concierto de los pueblos y de las naciones. Y aunque algunos, incluidos políticos e intelectuales judíos, israelíes o no, utilicen el Holocausto como argumento de su propia necedad, eso no invalida en absoluto la fuerza moral que el pueblo judío, como colectivo supranacional, tiene para que no se olvide ni uno solo de los nombres de los asesinados.

Así, pues, algunos políticos e intelectuales judíos, vivan o no en Israel, han podido usar «el Holocausto como argumento de su propia necedad». Luego, entonces, ¿a santo de qué vinieron las anteriores descalificaciones sobre toda crítica a cualquier aproximación no cegada a la temática del Holocausto?

La segunda razón que esgrime García Ortega para recordar la Shoah es que es un hecho que excede a los judíos.

El Holocausto, como también las matanzas del estalinismo, o las del genocidio camboyano o el ruandés o cualquier otro de características similares en cuanto a planificación de eliminación de un pueblo, son responsabilidad de toda la humanidad. Son verdadero patrimonio de la historia planetaria. Y debemos recordarlo porque nos implica como cómplices.

Aquí ahora la comparación sí parece posible. Pero lo curioso es que «ese hecho que excede a los judíos» sea leído en la forma en que se hace y se olvide siempre (¡siempre!) otro vértice de esta barbarie: que no solo fueron ciudadanos y ciudadanas judíos, el pueblo judío en general, quien fue asesinado y perseguido por el nazismo, sino también (y sin que ello quite un quark de importancia a la barbarie del holocausto) otros ciudadanos, demócratas, socialistas comunistas, homosexuales, gitanos, etc, que por su condición o por su resistencia fueron también aplastados por las sucias botas nazis.

La tercera razón para el recuerdo:

evitar la ignorancia y la simplicidad con que se analizan los asuntos relativos a una de las consecuencias derivadas justamente de la Shoah, la existencia del Estado de Israel, una existencia que, aunque tuvo que conquistarse por la sangre y el fuego de toda independencia, nació legitimada por la voluntad judía de no tolerar jamás la repetición del Holocausto. Hoy en día la ignorancia procede del desconocimiento. Y el desconocimiento nace de la confusión. [la cursiva es mía]

¿Existencia de un Estado por la sangre y el fuego que exige toda independencia? ¿La limpieza étnica palestina es un proceso necesario de independencia política? ¿Este asesinato masivo no merece ninguna consideración político-moral por parte del autor? ¿Aquí no hay indicios de barbarie? ¿Legitimación de la limpieza étnica por la voluntad de no permitir jamás la repetición del Holocausto? ¿Qué es esto? ¿Una gastada formulación de que el fin justifica cualquier medio? ¿Barato maquiavelismo de dos por cinco? ¿Cómo puede entenderse esa asimetría de juicio político?

García Ortega concluye señalando que en un mundo y un momento histórico de cambio

[…] cuando la ley de la historia dicta el mestizaje y la convivencia de razas y culturas, es necesario que se evite a toda costa la deshumanización de pueblos enteros, la anulación de razas y religiones por el mero hecho de ser lo que son y de ser otros.

No sé si existe realmente alguna ley de la historia pero si fuera así, o aunque no lo fuera, es justa y necesaria la vindicación del combate contra la deshumanización de pueblos enteros, la lucha contra la anulación de razas y religiones por el mero hecho de ser lo que son y de ser otros. ¿En qué pueblos está pensando el autor de El mapa de la vida? ¿Sólo en el pueblo judío? ¿No cabe en su reflexión el maltrato, la persecución, la ocupación y la misma existencia del pueblo palestino por ejemplo? [3]

Notas:

[1] No sólo son las páginas de «Opinión» desde luego. Público, 27 de enero de 2010, cedió toda una página, la 27, a una entrevista a Pilar González de Frutos, la presidenta de la patronal de seguros Unespa. Ideas esenciales de la conversación: «Hay que reformar con urgencia el sistema de pensiones» y «hay que favorecer el sistema privado de complemento de pensiones». Con un añadido: suena raro, señala la señora González de Frutos, pero hay que decir a los ciudadanos que deben trabajar más. ¿A quiénes? ¿A las personas que no pueden trabajar aunque puedan y quieran? ¿A los ciudadanos y ciudadanas que superan las 55 horas semanales por semana?

[2] Adolfo García Ortega, «Por qué hay que recordar la ‘Shoá», Público, 27 de enero d 2010, p. 7.

[3] Definitivamente: Público sigue punto por punto la trayectoria del diario global. ¿Por qué no podrá haber en Sefarad un diario similar a La Jornada o a Il Manifesto? ¿Estamos eternamente condenados? ¿De qué árbol prohibido nos hemos alimentado?

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes. http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/es/