Como es sabido, toda escalera está compuesta por múltiples peldaños o escalones. La que voy a describir se caracteriza por tener un único sentido descendente, en analogía a las últimas décadas de involución política, social y económica de nuestro país. La parte horizontal de los peldaños, llamada huella, se continúa con la vertical a 90 […]
Como es sabido, toda escalera está compuesta por múltiples peldaños o escalones. La que voy a describir se caracteriza por tener un único sentido descendente, en analogía a las últimas décadas de involución política, social y económica de nuestro país.
La parte horizontal de los peldaños, llamada huella, se continúa con la vertical a 90 grados, denominada contrahuella. En nuestra escalera, las «huellas» coinciden con períodos socialdemócratas (también llamados populistas o progresistas); en cambio las «contrahuellas» contienen ciclos neoliberales.
En este análisis partiré desde el peldaño más alto de una escalera imaginaria, en una huella ubicada en mitad de la década del 70 del siglo pasado. Para ese entonces los salarios alcanzaron su máximo histórico, alrededor del 50% del PBI. A partir de allí comienza un descenso continuo y, aunque en las huellas por lo general se detiene el descenso, nunca se recupera el nivel socioeconómico anterior, esto sucedió así en todo el tramo de esta escalera descendente, sin excepción.
Así, el «Rodrigazo» y la Dictadura nos arrojó por la contrahuella del primer escalón y redujo casi a la mitad el nivel salarial, sumado a la represión, violaciones a los DDHH y destrucción de la industria nacional.
En 1983, con la vuelta a la vigencia constitucional, se abre un período que podríamos situarlo en la huella del escalón siguiente. Se crea una expectativa esperanzadora, los salarios recuperan algo de lo perdido, pero vuelven a caer hacia el final del gobierno alfonsinista con la hiperinflación, abriendo el camino a otro descenso, por la contrahuella, al gobierno de Carlos Menem. En este período no sólo vuelven a perderse conquistas laborales (al tiempo que disminuyen las condiciones de vida de las amplias mayorías) sino que, además, es liquidado y vendido a precio vil el patrimonio público estatal, fruto del ahorro y trabajo de varias generaciones. Esta contrahuella abarca también al corto paso del gobierno de De La Rúa, continuidad del mismo programa de la «convertibilidad» de Domingo Cavallo.
Esta etapa de escalón descendente fue abruptamente interrumpida por la rebelión popular de diciembre de 2001. Luego de una sucesión de diversos presidentes en corto tiempo (como en un peldaño flojo) se dio paso a la huella del kirchnerismo. Auto referenciada como «la década ganada», y a pesar de varios programas que beneficiaron a las capas más desprotegidas de la población, nunca alcanzó a restablecer los niveles sociales del menemismo. Impulsó los juicios por las violaciones a los DDHH durante la dictadura, favoreció a amplias capas de la población con planes sociales como la AUH y facilitó préstamos familiares a bajo interés. Pero el estancamiento económico de los últimos cuatro años puso un freno a esa política. Terminó el período de doce años con un índice de pobreza cercano al 30% de la población, multiplicando los asentamientos en el conurbano bonaerense. Estas limitaciones causaron su derrota electoral.
Llegamos así a una de las contrahuellas más nefastas de esta escalera, la del gobierno de los CEOs de Macri. Los salarios descienden a los niveles más bajos desde mediados de los 70, consecuencia de la brutal transferencia de recursos desde las capas medias y bajas de la población hacia los sectores más concentrados de la economía, sumando a esto un vertiginoso aumento de la deuda pública y la continua fuga de capitales. Además de la inflación más alta desde 1991, disminuyó el índice de actividad industrial, aumentando el de desocupación y llevando el promedio de pobreza a más del 40%.
Era previsible el rechazo social a este modelo de exclusión social y la derrota en las urnas, abriendo paso a lo que debería ser el tránsito a una nueva huella socialdemócrata o progresista. Pero la profundidad de la crisis, sobre todo por la exorbitante deuda externa, hace dudar de esta posibilidad. Más de la mitad de los ingresos del país se destinan al pago de los intereses de esa deuda y a la fuga de capitales. Mientras no se revierta esta sangría resultará imposible implementar políticas populares que deberían pertenecer a una nueva «huella».
Si imaginamos la escalera en su totalidad, como en una fotografía, vemos que el descenso fue continuo y no se detuvo en ningún escalón.
Las escaleras no se sostienen por sí solas, en general se asientan sobre un sólido eje de material resistente. En nuestro caso, ese sostén está conformado por varios elementos: el reconocimiento de una deuda externa ilegal (fruto de un fabuloso fraude pergeñado en la dictadura), el remplazo de la actividad industrial por la especulación financiera y el extractivismo como principal ingreso de divisas, favoreciendo a multinacionales como Chevron, Barrik Gold y Monsanto. El eje que sostiene este modelo de atraso comenzó en la primer «contrahuella» y continúa hasta el último peldaño.
Es incorrecta la identificación de los gobiernos peronistas con políticas progresistas y de los demás con el neoliberalismo. Esta suposición es desmentida con la «huella» de 1983 (gobierno radical de Raúl Alfonsín) y la «contrahuella» de 1989 con el gobierno peronista de Carlos Saúl Menem.
El progresismo y el neoliberalismo se alternan en gobiernos de distintos signos políticos. Así ocurre en numerosos países del mundo desde la crisis de 1930. Con esta alternancia (keynesianismo y neoliberalismo), las clases dominantes van graduando los ajustes según el ánimo popular, otorgando concesiones sociales y económicas según vean peligrar su hegemonía de poder.
Esto viene ocurriendo sin solución de continuidad y seguirá sucediendo mientras el pueblo no se organice y luche para revertir definitivamente el sentido de esta escalera descendente, destruyendo para siempre el eje que la sostiene.
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