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Información y libertad

Fuentes: Rebelión

Los conceptos de información y libertad han estado siempre inseparablemente unidos. Se afirma con razón que la democracia no es imaginable sin que los ciudadanos se formen una opinión y se informen adecuadamente. Si se les da a estos conceptos un contenido real, es evidente que no puede haber democracia participativa sin participación en el […]

Los conceptos de información y libertad han estado siempre inseparablemente unidos. Se afirma con razón que la democracia no es imaginable sin que los ciudadanos se formen una opinión y se informen adecuadamente. Si se les da a estos conceptos un contenido real, es evidente que no puede haber democracia participativa sin participación en el proceso de información. El conocimiento más amplio posible de los acontecimientos, estados de cosas, sus relaciones, opiniones y tendencias preceden a la formación de opinión.

Esto no deja de ser, claro está, una hipótesis que, por el momento, prescinde de las diversas influencias y condicionamientos a que está sometido todo ciudadano que pretende formarse una opinión, adquirir las informaciones que le son necesarias para conocer su entorno, orientarse y actuar racionalmente sobre él para dominarlo y ponerlo a su servicio. En el ámbito de la información y la comunicación es muy acertada la información de los clásicos de que libertad es el conocimiento de la necesidad. Las demandas, por parte del Tercer Mundo y de la UNESCO, de un Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación, estrechamente vinculado a un Nuevo Orden Económico Mundial, tal vez sean la concreción más palpable de ese postulado. La libertad de información, entendida, no sólo como libertad de expresión, sino sobre todo como libertad de acceso a las informaciones y conocimientos necesarios para el desarrollo individual y colectivo, puede considerarse como uno de los derechos fundamentales del

hombre. Y si se miran las cosas de cerca puede constatarse que, como ocurre con otros derechos humanos, tampoco éste se cumple plenamente, ni siquiera en las sociedades llamadas democráticas y desarrolladas. En la mayoría de los países, la información, tal como aquí se entiende, sigue siendo una necesidad radical, esto es, una necesidad que sólo se puede satisfacer mediante una transformación radical, revolucionaria, de las estructuras dominantes de la sociedad actual.

Cierto, la Constitución española, una de las más avanzadas en este sentido, todo hay que decirlo, recoge en su artículo 20 el derecho a la libertad de expresión. Este artículo reconoce y protege, entre otros, el derecho «a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción», así como «a comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier medio de difusión». Esto, que ya es algo, resulta insuficiente si se analiza su concreción en la vida y la praxis cotidiana de la inmensa mayoría de los ciudadanos. ¿De qué sirve el reconocimiento formal de este derecho si se carece de medios para llevarlo a cabo? ¿Quién dispone de medios para comunicar y difundir su opinión? ¿Quién tiene acceso a la información y al conocimiento para formarse una opinión adecuada sobre el estado de las cosas? ¿Cómo informan los medios actuales? ¿Qué significa hoy libertad de información?

A nuestro juicio, no se trata de meras preguntas retóricas. Tal vez se entiendan mejor si se penetra un poco en la problemática que plantea la relación entre información y libertad, una vez que se tenga cierta comprensión y claridad de estos conceptos.

En términos generales se entiende por información la transmisión de conocimientos y saber sobre hechos y relaciones (estados de cosas) de unos seres humanos o grupos a otros. En el lenguaje corriente, y en un sentido más estricto, se entiende como transmisión de hechos nuevos, de noticias. El informe de la Comisión Internacional de la UNESCO (Informe MacBride) define la información así:

«Acopiar, almacenar, someter a tratamiento y difundir las noticias, datos, opiniones, comentarios y mensajes necesarios para entender de un modo inteligente las situaciones individuales, colectivas, nacionales e internacionales y para estar en condiciones de tomar las medidas pertinentes.»

El proceso de la génesis, elaboración, transmisión, recepción y asimilación de esta información es lo que se denomina proceso de información.

La génesis, la existencia y el efecto de la información están estrechamente vinculados a la actividad social, práctica, creadora, de los seres humanos. Los procesos sociales de adquisición y transmisión de conocimientos constituyen, en la práctica social humana, dos aspectos diferentes de un mismo proceso: la regulación de la transformación del entorno natural y social conforme a determinados objetivos y finalidades.

La información presupone, pues, desconocimiento. Pero para ser comprendida y asimilada debe ser reducible, es decir, debe remitirse a cierto nivel de conocimiento o de conciencia. Se supone que la información socialmente válida y eficaz mejora y amplía ese nivel de conocimiento, que reduce la ignorancia.

Al desconocimiento y al conocimiento relativos corresponde una información relativa. Según la teoría del conocimiento la experiencia adquiere significado al poder ser comparada o no con las formas ya existentes, resultado de acciones y experiencias anteriores. De donde se deduce que una experiencia es informativa cuando comunica algo que no era conocido pero sí interpretable.

La información social comprende conocimientos y noticias utilizados en la esfera de la vida social. Comprende, pues, la información que circula dentro de la sociedad y pasa por la conciencia humana. El ser humano es esencialmente un ser social y, por tanto, pertenece a una determinada sociedad, nación, colectivo, clase, etc. De ahí que la información social lleve consigo las huellas de las relaciones culturales, nacionales, de clase y otras, así como las trazas de las necesidades e intereses de los individuos y colectivos a que se refiere y que hacen uso de ella. La información social se refiere sobre todo a las relaciones entre personas y a sus interacciones mutuas, a sus necesidades e intereses. Constituye el tipo más elevado de información porque deriva de la práctica y no puede existir fuera de ella. Asimismo, al reflejar las relaciones e interacciones sociales, que constituyen la forma más variada y compleja de conocimiento, dominio y transformación de la realidad, es el tipo más alto de información, así como por ser su contenido el producto y el resultado del pensamiento lógico, es decir, del tipo más activo y elevado del reflejo de la realidad.

La transformación del entorno natural y social, el perfeccionamiento de la organización social y la mejora de las condiciones de vida y de trabajo dependen en gran medida de la información que se ponga a disposición de las masas trabajadoras y de la población en general. De aquí se deriva la necesidad de la misma. La satisfacción de esa necesidad implica la adquisición de conocimientos cada vez más amplios a cerca de los complejos sociales, técnicos, científicos e ideológicos. En estas circunstancias hay que aumentar las respectivas corrientes de información vinculadas a la adquisición y transmisión de conocimientos. La información insuficiente no sólo se traduce en obstáculos y perturbaciones a la hora de resolver tareas, sino también a la hora de desarrollar la iniciativa de los trabajadores y de la población.

Una de las cuestiones cardinales que cabe plantearse acerca de la sociedad actual es si el ciudadano medio está correctamente informado, si recibe demasiadas informaciones o, o por el contrario, demasiado pocas, si sus intereses informativos responden o no a las necesidades actuales de información, en suma, si recibe información suficiente para orientar sus acciones en el sentido de perfeccionar la organización social y mejorar su calidad de vida.

A juzgar por lo que la inmensa mayoría de la gente prefiere leer en la prensa, oír en la radio y ver en la televisión o el vídeo, lo que se desea son informaciones «agradables»: el espectáculo que ofrece la vida y el ocio ostentativo de la alta sociedad y de los «populares» o las peripecias de la vida privada de los políticos. Dicho en una palabra: entretenimiento. Entretener significa compensar durante un rato las debilidades y carencias emotivas y sentimentales o intentar ocultar las angustias crecientes de la vida cotidiana (evasión). El entretenimiento apela a los déficits emocionales que todo el mundo tiene de vez en cuando y se esfuerza por equilibrar. De esto vive la industria del entretenimiento. Lo que persigue con informar acerca de la historia y la vida de los demás es que la mayoría de la población se olvide la propia.

En consecuencia, una de la tareas principales que se plantea es exigir de los informadores y de los medios que fomenten el interés informativo de la población. Es un hecho demostrado que cuanto más se lee, más se quiere leer, cuanto más se sabe, más se quiere saber. Querer información significa, sobre todo, querer saber la verdad sobre sí mismo y sobre los demás, estar dispuesto a hacer el esfuerzo necesario para aumentar el caudal de informaciones sobre el entorno para conocerlo mejor, dominarlo y, de este modo, alcanzar cotas más altas y amplias de libertad.

En la sociedad de libre cambio, la información es una mercancía más, y, como tal, tiene un valor de cambio determinado por las correspondientes leyes del mercado Las noticias se producen, se venden y se compran como otro artículo cualquiera. Esto significa que se produce lo que se vende, lo que resulta rentable y da beneficio a los dueños de los medios de producción informativa. La industria de la información es hoy una de las industrias punta, una de las más concentradas y monopolizadas y, asimismo, una enorme fuente de beneficios, no sólo económicos directos sino también indirectos.

Pero la información tiene también, como mercancía y como producto del trabajo humano, un valor de uso. El cometido de las fuerzas progresistas en este terreno estriba en analizar cómo transformar el valor de cambio de la información en valor de uso enriquecedor y emancipador de sus usuarios y consumidores, en hacer que la información sirva a los intereses de éstos y no a los de los poseedores, vendedores y comerciantes de la misma, o a los de los burócratas que la utilizan en beneficio propio y no en el de la inmensa mayoría de la población.

«Informar», o mejor aún, informarse, se entiende aquí en sentido activo. Hacemos algo para adquirir conocimientos. Si no lo hacemos nosotros, son otros los que se esfuerzan y asumen la tarea de preocuparse, con más o menos intensidad, por nuestras opiniones y de influenciarlas, esto es, de in-formarnos, de formarnos en. Se trata de los representantes de todo un conglomerado de instituciones in-formadoras, desde las iglesias y las escuelas hasta la publicidad, pasando por la prensa, la radio, la televisión, el cine, la música comercial, y los organismos privados y políticos que cultivan eso que se llama relaciones públicas o creación de imagen. Las autoridades están obligadas por ley a proporcionar a los ciudadanos las informaciones necesarias. Es decir, no sólo existe el derecho a informar, sino también a ser informado. Por lo que la libertad de información rige tanto en activa como en pasiva.

Por otro lado, la libertad de información no sólo debe pensarse hoy día como libertad de expresión, sino que debiera incluir también la libertad de retener ciertas informaciones y de rechazar otras. La cláusula de conciencia o la defensa de los consumidores ante el número creciente que se dirigen a y pretenden ocuparse de nosotros tienen importancia en este sentido, por ejemplo.

Efectivamente, los conflictos en torno al principio de libertad de información se centran hoy en dos problemáticas principales. Tras el advenimiento de la democracia cabe preguntarse, desde el punto de vista jurídico, hasta que punto puede reforzarse el uso de la libertad de expresión mediante acciones simbólicas y colectivas. El derecho a la libertad de expresión mediante la palabra, el escrito y la imagen se amplía con el gesto y el comportamiento. Manifestaciones, procesiones, ocupación de calles, carreteras, vías del tren o bocanas de puertos, ¿forman o no parte de este derecho? El jurista lo tiene difícil, y cuando lo reprime suele invocar los derechos de terceros. La censura empieza desde el momento mismo en que se comienza a distinguir entre formas permitidas y prohibidas de expresión y comunicación. Claro que el recurso a estas formas extremas de expresión colectivas se da cuando se carece de otros medios, esto es, cuando se padece privación, o cuando se han agotado las vías normales, es decir, normadas, impuestas. Como lo habitual y convencional no llama la atención, se recurre a lo extraordinario y especial, a las formas extravagantes. ¿Están estas cubiertas por la libertad de expresión?

El otro tipo de conflictos que genera la libertad de información se refiere a la disposición de los datos personales por los organismos políticos y privados y al acceso a los bancos de datos. La cuestión radica en los límites a la publicación de datos que afectan el derecho a la intimidad, el derecho a la autodeterminación informacional como concreción del derecho general de la personalidad. El desarrollo de la personalidad exige interactuar de una forma autónomamente responsable con el entorno, con la sociedad, mediante la participación, recibiendo y compartiendo comunicaciones. Participar se entiende aquí como ser y formar parte de, tener y tomar parte en, cooperar. La red de comunicaciones que así surge, permite estimar las valoraciones y representaciones que, a su vez, determinan las expectativas de los otros. Es decir, nuestra relación será libre en tanto en cuanto esté libre de sospechas y temores. Y, viceversa, estamos cohibidos mientras no sepamos lo que los otros saben de nosotros. La sociedad que se fundamenta en lo que se sabe y lo que se puede saber, esto es, lo que puede ser información para otros, es una sociedad de la incertidumbre, de la inseguridad, de las sospecha, de la desconfianza, del individualismo y de la insolidaridad.

Lo que últimamente se elogia como «sociedad de la información», y que tal vez habría que llamar «sociedad informatizada», tiene que ser necesariamente una sociedad de temores y angustias. Y eso porque la acumulación cada vez mayor de datos individuales está a disposición de unos pocos, mientras los muchos que los han proporcionado no tienen acceso a ellos. Ese cúmulo de datos y de información permite a los pocos utilizarlos en beneficio propio en detrimento de los muchos. La llamada «sociedad de la información» es así todo lo contrario de una sociedad abierta, sino más bien una sociedad del saber secreto de quienes disponen de los datos y de la información. El «kowledge gap» aumenta de día en día.

La oferta de informaciones con las que nos formamos nuestra imagen del mundo se basa hoy en los conocimientos, obtenidos vía sondeos y estudios de audiencias, de lo que nos gusta ver y oír. Pero apenas se investiga como se forman y quién determina los gustos. La producción diaria de información está orientada a las grandes masas de consumidores. Se produce en serie, de forma simplificada, estereotipada, lo que tiene una salida fácil y rápida. Las manifestaciones de los políticos, en especial las de los partidos dominantes, siguen los mismos principios de los estrategas del mercado y demás poderosos.

Los conocimientos comprenden también los datos intrapsíquicos que se suponen carentes de interés general y de referencia social. Pero como el ser humano surge literalmente a través de la comunicación, esto es, de la relación social, no hay datos sin referencia social, ni siquiera en los sueños. Hace tiempo que la publicidad comercial, la industria del reclamo, dirige a sus víctimas a través de los sueños. La sociedad de la información eleva potencialmente la heterodeterminación. Lo que es factible se hace sin que exista protección real ante los abusos. La llamada sociedad de consumo ofrece numerosos ejemplos a este respecto, incluidos, claro está los de la industria de medicamentos.

Las enormes inversiones que se requieren para enviar señales que transportan significados tienen su propia economía. El gasto de señales para la comunicación individual se reduce a medida de que aumenta el número de consumidores y la cantidad de comunicaciones que hay que llevar a un espacio en un tiempo determinado. La consecuencia es que se abrevian las comunicaciones. Cuanto más breves y simplificadas, tanto mayor su alcance y tanto más rentable la inversión. Es el principio por el que se rigen los medios de difusión masiva (Pross). De donde se deduce que las enormes inversiones que exige la técnica actual de los medios, necesitan grandes cantidades de consumidores para que resulten rentables. Para ganarse estas grandes audiencias, las informaciones tienen que ser lo más ambiguas posibles, es decir, poco informativas en el sentido de poco reducibles a la experiencia y la vida cotidiana de sus consumidores. Esta es la práctica de la industria del entretenimiento, o de la tensión, como la llama el poeta austríaco Hermann Broch. No reduce la ignorancia, esto es, no amplía el conocimiento, sino que explota los déficits emocionales de una sociedad generadora de angustias. Tal vez valga la pena citar este párrafo de Broch:

«Es muy característico que en todo el mundo donde se establecen formas de economía intensiva con sus enormes tensiones de competencia, que éstas se trasladen también a sus horas de ocio (sencillamente porque el hombre ya no puede vivir sin tensión). Espiritualmente, por así decirlo, este estado de cosas ha conducido a la poderosa industria de la tensión, cuyo modesto antecesor fue la novela policíaca, y que se sigue extendiendo como cine, radio y televisión, mientras que en el ámbito físico ha tomado su salida el deporte moderno con sus tensiones específicas de records. Nacido así de la economía, este «espíritu deportivo» (competitivo, V.R.) que penetra todas las esferas de la vida, y no en última instancia la política, se vuelve a aplicar a la economía, donde se traduce también en adoración de los records y del éxito».

Nos comunicamos porque tenemos carencias. La información compensa nuestra falta de conocimientos, y el entretenimiento, nuestros déficits emocionales. Cuanto más insegura es la información, el nivel de conocimientos, tanto más necesaria es la diversión para liberarnos, aunque sólo sea por un rato, de las preocupaciones, angustias, desconfianza y malestar que genera el desconocimiento.

Libertad de información no significa hoy que seamos libres para informarnos cuando, donde y de lo que queramos. La libertad de información es un postulado, ser libre es otra cosa. El desarrollo tecnológico incontrolado complica aún más las relaciones comunicativas. Y como el gasto técnico tienen que amortizarlo el gran número de consumidores, el ciudadano haría bien en informarse sobre las condiciones estructurales a las que está sometido. La sociedad difama, descalifica, discrimina y explota a los impotentes e ignorantes.

Si queremos realizar nuestra libertad de información hay que tener en cuenta, como dice el comunicólogo alemán Harry Pross, que, suponiendo el acceso a los medios y su jerarquía, existen al menos cinco clases de política informativa:

1) Se difunde información para ampliar el conocimiento.

2) Se retiene información para preservar la ignorancia.

3) Se reparte información para suprimir otras informaciones.

4) Se canaliza información para equilibrar el nivel informativo entre los informadores y ciertos receptores

5) Se reprime la información mediante comunicación que no amplía el conocimiento porque los contenidos de ésta

a) no son reducibles.,

b) no son relativizables a la situación, a la «red de relaciones», al entorno (Umwelt) del receptor, o dicho de otro modo, que no afectan su «realidad», que no puede hacer nada con esas comunicaciones.

A la libertad se accede mediante la adquisición de los conocimientos necesarios para actuar y dominar el entorno en cooperación y solidaridad, para ser dueños de nuestro destino y no apéndices de un mercado que sólo beneficia a unos pocos.

Vicente Romano es catedrático jubilado de Comunicación Audiovisual de la Universidad de Sevilla (España) y miembro activo de Rebelión, Tlaxcala y Cubadebate.