Por más que, de un buen tiempo a esta parte, el tema integración se ha tornado recurrente, poco o nada ha modificado la figura de que siendo tan próximos -con una geografía e historia comunes de por medio-, permanecemos distantes y ajenos, pues seguimos mirándonos con ojos de extranjeros que nos impiden conocernos y reconocernos.Más […]
Por más que, de un buen tiempo a esta parte, el tema integración se ha tornado recurrente, poco o nada ha modificado la figura de que siendo tan próximos -con una geografía e historia comunes de por medio-, permanecemos distantes y ajenos, pues seguimos mirándonos con ojos de extranjeros que nos impiden conocernos y reconocernos.
Más allá de la falta de voluntad política que ha caracterizado a los fragmentados procesos integracionistas, en tal situación pesa el hecho de que prácticamente no se ha considerado la importancia de la comunicación en tanto factor articulador clave para el reencuentro y la solidaridad de las nacionalidades involucradas, que implica el reconocimiento de un destino común por encima de rivalidades reales o forjadas. En los planes oficiales se suele reducir la comunicación a relaciones públicas o marketing, y en el mejor de los casos a la transmisión de información.
La historia de América Latina y el Caribe se presenta marcada por el «divide para reinar» implementado por los colonialistas de ayer y del presente para imponer su dominio, tanto por las armas como por el discurso. De ahí que el lenguaje del colonizador, mediado por las elites criollas, ha logrado que en el imaginario colectivo de nuestros países sea común la sospecha, la descalificación, la rivalidad, cuando no la enemistad, frente a los vecinos, o bien la indiferencia y el desconocimiento respecto a los más distantes.
Últimamente, estas elites, con la mirada fija en el norte, sistemáticamente han pregonado que no tiene sentido mirar a los lados porque tan solo conlleva a juntar nuestras pobrezas para retroceder, cuando de lo que se trata es de no perder el tren que va en dirección al primer mundo, acatando los dictados de éste -en el círculo vicioso que mantiene la dependencia económica, política, social y cultural-.
En esta dinámica pesa cada vez más el sistema de información y comunicación del establecimiento -por la creciente importancia de este sector-, conformado precisamente bajo los parámetros de subordinación y dependencia. Es así, por ejemplo, que la información que recibimos de los demás países de la región (y del mundo en general) proviene de agencias de prensa y medios masivos transnacionales. Y no se diga de la programación que vehicula la «industria del entretenimiento», bajo predominio made in USA.
Desequilibrios
Hace 26 años esta realidad fue develada muy documentadamente en el Informe MacBride (Un solo mundo, voces múltiples), la herencia más significativa del proyecto del Nuevo Orden Mundial de
Este breve recordatorio es para destacar la urgencia de reactivar y actualizar el debate que animó al NOMIC -por las implicaciones nacionales y regionales-, debido a que los desequilibrios señalados entonces no solo que se mantienen sino que se han profundizado por la implantación de políticas de liberalización y desregulación, sobre todo en materia de telecomunicaciones, orientadas a eliminar cualquier regulación o espacio estatal que pudiera interponerse a la expansión transnacional y a sus dinámicas de concentración.
En este escenario, los grandes medios de comunicación domésticos, consciente o inconcientemente, han perdido los papeles en materia de integración. En un estudio sobre el tema, María Nazareth Ferreira constata: «La actuación de los media continúa siendo uno de los grandes obstáculos para la integración de América Latina: el sistema instalado en el cuadro de la modernización de la región tenía como principal objetivo integrar los pueblos en proyectos de educación formal y no formal, en políticas de comunicación de los diferentes gobiernos, cuya principal función ha sido desinformar y alienar, a través de la manipulación y la distorsión de la información sobre y para América Latina. Otro sería el resultado de las tentativas de unidad e integración de la región si América Latina pudiese contar con TV, radio y periódicos progresistas, autónomos, con agencias de información y de noticias, en fin, todo el complejo que componen los modernos media, a servicio de la información y concientización de sus problemas internos. Si fuese posible revertir la participación de los media, la tarea de la integración se vería facilitada».
Agenda a construir
Los procesos de integración en curso prácticamente se han circunscrito a gobiernos y empresarios. Pero parecería que se abren nuevos rumbos por los cambios que registra el mapa político en la región, en cierto sentido inédito, por la presencia de mandatarios que en mayor o menor medida proclaman autonomía respecto a la agenda trazada desde Washington, en tanto han sido apuntalados por movimientos sociales, quienes justamente vienen reconstituyendo su tejido organizativo -agredido por las dictaduras y las políticas neoliberales- para salir de la invisibilidad y proyectarse políticamente.
En efecto,
En este marco, es desafío de los movimientos sociales insistir para que este proceso de integración potencie el diálogo y, consecuentemente, habilite los canales y espacios de reencuentro y fraternidad entre pueblos. Vale decir, para que contemple seriamente la cultura y la comunicación en tanto dimensiones para avanzar en el entendimiento solidario y fraterno que es indispensable para romper con la historia de subordinación y dependencia.
En este sentido, se impone el reconocimiento y valorización de los aportes de las sociedades y sus expresiones organizadas para propiciar acercamientos y estrechar lazos de solidaridad entre pares, que es lo que realmente está permitiendo el gran reencuentro de nuestros pueblos. Y, por tanto, los aportes de las sinergias de las redes sociales y ciudadanas con las redes de comunicación.
Ante la importancia adquirida por la comunicación en el mundo contemporáneo, es un imperativo democrático y ciudadano que este proceso coloque como uno de sus fundamentos constitutivos el Derecho a
En esta línea, igualmente se torna indispensable formular una estrategia de cooperación específica para los ámbitos de la información, comunicación, cultura y conocimiento, contemplando acuerdos para potenciar las redes regionales de información y comunicación pública y ciudadanas, con un sentido de equidad respecto a los medios de comunicación.
Cabe destacar que en esta perspectiva existen indicios de avances, como es la creación de
Pero también existe un importante proceso integrador animado por una serie de expresiones sociales y ciudadanas que, confrontando al imperio del libre mercado, postulan que «otra comunicación es posible». De ese empeño hacen parte redes y coordinaciones de agencias y medios de comunicación alternativa, de radios y TVs comunitarias y regionales, de blogs y sitios de Internet, de video y cine social, de observatorios de medios, etc. Un sector estratégico para el cambio y la integración -en tanto alientan procesos participativos que permiten forjar ciudadanía y la apropiación de la comunicación como un derecho-, que, sin embargo no es contemplado en los planes oficiales.
Igualmente destaca la acción que vienen impulsando los gremios de periodistas con vocación integracionista como parte de sus luchas por rescatar el carácter de servicio público de la comunicación.
Además, en el mismo sentido se inscribe el involucramiento cada vez mayor de movimientos y organizaciones sociales cuya agenda de luchas incorpora la democratización de la comunicación, reconociendo su creciente importancia estratégica, como condición fundamental que permita «equilibrar las reglas de juego» en este ámbito, a fin de poder disputar sentidos y proyectos de sociedad.
Otro componente fundamental para avanzar en esta perspectiva es el vínculo con investigadores y el mundo académico. En el proceso por la democratización de la comunicación que tuvo como referente la propuesta del Nuevo Orden Mundial de
Parafraseando la proclama «sin democratización de la comunicación, no habrá democracia», ahora podemos decir que un proceso de integración que no se sustente en la democratización de la comunicación podrá ser cualquier cosa, menos de integración.