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Próxima estación: Libertad

John Pilger sobre la propaganda, la prensa, la censura y la resistencia contra el imperio estadounidense

Fuentes: Democracy Now!

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

«La democracia liberal se orienta hacia una forma de dictadura corporativa. Es un cambio histórico, y no se debe permitir que los medios se conviertan en su fachada, sino que hay que convertirlo en un tema popular, ardiente, y sujeto a la acción directa,» dijo John Pilger. «El gran acusador Tom Paine advirtió que si a la mayoría de la gente se le niega la verdad y las ideas de la verdad, era hora de asaltar lo que llamó la Bastilla de las palabras. Esa hora es ahora.» Transmitimos una reciente conferencia del aclamado cineasta y periodista australiano.

Cuando Rupert Murdoch tuvo éxito durante la semana pasada en su intento de adquirir Dow Jones y el Wall Street Journal, el magnate australiano de los medios compró uno de los periódicos más antiguos, más respetados y ampliamente circulados de EE.UU. para su vasto imperio mediático. El conglomerado de medios News Corp de Murdoch posee más de 175 periódicos así como la red de televisión Fox, los estudios 21st Century Fox, varias redes de televisión satelital, MySpace.com, HarperCollins, y mucho más.

Además de acumular un imperio mediático, Murdoch ha sido acusado repetidamente de utilizar sus posesiones en los medios para impulsar su agenda política. En 2003, todos los 175 periódicos de Murdoch apoyaron la invasión de Iraq. Habló con el ex primer ministro británico Tony Blair durante la preparación de la invasión, hay quienes dentro del círculo íntimo de Blair que incluso lo llamaron «el 24º miembro del gabinete [de Blair].»

Después del anuncio de la venta por cinco mil millones de dólares, Murdoch declaró al New York Times que para que el Wall Street Journal permaneciera independiente en su política editorial tendría que producir beneficios saludables. Murdoch dijo: «El primer camino a la libertad, es la factibilidad.»

Ahora bien, uno de los compatriotas de Rupert Murdoch, un australiano que también vive en Gran Bretaña, está en desacuerdo total. John Pilger – el eminente periodista investigativo y documentalista – es un crítico acerbo de los medios corporativos. Pilger comenzó su carrera de periodista hace cerca de medio siglo. Ha hecho más de 50 documentales y es autor de numerosos libros, el más reciente se intitula: «Freedom Next Time: Resisting the Empire» [La próxima vez: Libertad. Resistiendo al imperio].

John Pilger nos habla de periodismo, guerra, propaganda, y del silencio.

TRANSCRIPCIÓN NO EDITADA

JOHN PILGER: El título de esta charla es «Próxima estación: Libertad,» que es el título de mi libro, y el libro debe ser un antídoto para la propaganda que tan a menudo se disfraza de periodismo. De modo que pensé que hoy hablaría de periodismo, de guerra mediante el periodismo, propaganda, y del silencio, y cómo se podría romper ese silencio. Edward Bernays, el así llamado padre de las relaciones públicas, escribió sobre un gobierno invisible que es el verdadero poder gobernante de nuestros países. Se refería al periodismo, los medios. Fue hace casi 80 años, no mucho después de la invención del periodismo corporativo. Es una historia de la que pocos periodistas hablan o saben, y comenzó con la llegada de la publicidad corporativa. A medida que las nuevas corporaciones comenzaron a adquirir la prensa, se inventó algo llamado «periodismo profesional.» Para atraer a grandes anunciantes, la nueva prensa corporativa tenía que parecer respetable, pilares de los círculos dominantes – objetiva, imparcial, equilibrada. Se establecieron las primeras escuelas de periodismo, y se tejió una mitología de neutralidad liberal alrededor del periodista profesional. Asociaron el derecho a la libertad de expresión con los nuevos medios y con las grandes corporaciones, y todo el asunto fue, como dijera tan bien Robert McChesney: «totalmente espurio.»

Porque lo que el público no sabía era que para ser profesionales, los periodistas tenían que asegurar que las noticias y la opinión fueran dominadas por las fuentes oficiales, y eso no ha cambiado. Si se estudia el New York Times en cualquier día dado, y se comprueban las fuentes de las principales historias políticas – del interior y del extranjero – se establecerá que están dominadas por el gobierno y por otros intereses establecidos. Es la esencia del periodismo profesional. No sugiero que el periodismo independiente haya sido o sea excluido, pero es más probable que sea una excepción honrosa. Piénsese en el papel que Judith Miller jugó en el New York Times en la preparación de la invasión de Iraq. Sí, su trabajo se convirtió en un escándalo, pero sólo después de haber tenido un fuerte papel en la promoción de una invasión basada en mentiras. Sin embargo, el chacharreo de fuentes oficiales e intereses creados de Miller no fue tan diferente del trabajo de numerosos periodistas famosos del Times, como por ejemplo el celebrado W.H. Lawrence, que ayudó a ocultar los verdaderos efectos de la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima en agosto de 1945. «No hay radioactividad en la ruina de Hiroshima,» fue el título de su informe, y era falso.

Hay que considerar cómo ha crecido el poder de ese gobierno invisible. En 1983, 50 corporaciones poseían los principales medios globales, la mayoría de ellas estadounidenses. En 2002 había disminuido a sólo 9 corporaciones. Actualmente son probablemente unas 5. Rupert Murdoch ha predicho que habrá sólo tres gigantes mediáticos globales, y su compañía será uno de ellos. Por cierto, esta concentración del poder no es exclusiva de EE.UU. La BBC ha anunciado que expandirá sus emisiones a EE.UU., porque cree que los estadounidenses desean el periodismo de principios, objetivo, neutral, que hace famosa a la BBC. Han lanzado BBC America. Habréis visto su publicidad.

La BBC comenzó en 1922, justo antes de que la prensa corporativa comenzara en EE.UU. Su fundador fue lord John Reith, quien creía que la imparcialidad y la objetividad constituían la esencia del profesionalismo. Ese mismo año los círculos gobernantes británicos estaban asediados. Los sindicatos habían llamado a una huelga general y los conservadores estaban aterrados ante la posibilidad de que una revolución estuviera en marcha. La nueva BBC vino a rescatarlos. Bajo extremo secreto, lord Reith escribió discurso antisindicales para el primer ministro conservador Stanley Baldwin y

los transmitió a la nación, mientras se negaba a permitir que los dirigentes sindicales presentaran su caso hasta que terminó la huelga.

Así se estableció un modelo. La imparcialidad era ciertamente un principio: un principio que era suspendido cada vez que los círculos gobernantes se sentían amenazados. Y esa forma de actuar ha sido mantenida desde entonces.

Tomemos la invasión de Iraq. Hay dos estudios de las informaciones de la BBC. Uno muestra que la BBC otorgó sólo un 2% de su cobertura de Iraq al disenso contrario a la guerra – 2%. Es menos que la cobertura contraria a la guerra de ABC, NBC, y CBS. Un segundo estudio de la Universidad del País de Gales muestra que en la preparación para la invasión, un 90% de las referencias de la BBC a armas de destrucción masiva sugería que Sadam Husein realmente las poseía, y que como consecuencia obvia Bush y Blair tenían razón. Ahora sabemos que la BBC y otros medios británicos fueron utilizados por el servicio secreto de inteligencia británico MI-6. En lo que llamaron Operación Atractivo de Masas, agentes del MI-6 colocaron historias sobre las armas de destrucción masiva de Sadam, como ser armas ocultas en sus palacios y en búnkeres subterráneos secretos. Todas esas historias eran falsas. Pero no se trata de eso. Se trata de que el trabajo de MI-6 era innecesario, porque el periodismo profesional por sí solo habría producido el mismo resultado.

Escuchemos al hombre de la BBC en Washington, Matt Frei, poco después de la invasión. «No cabe duda,» dijo a los televidentes en el Reino Unido y en todo el mundo, «que el deseo de llevar el bien, de llevar valores estadounidenses al resto del mundo, y especialmente ahora a Oriente Próximo, está especialmente vinculado al poder militar estadounidense.» En 2005 el mismo periodista elogió al arquitecto de la invasión, Paul Wolfowitz, como alguien que «cree apasionadamente en el poder de la democracia y en el desarrollo desde la base.» Fue antes del pequeño incidente en el Banco Mundial.

Nada de esto es anómalo. Las noticias de la BBC describen rutinariamente la invasión como un error de cálculo. No ilegal, no no-provocado, no basado en mentiras, sino un error de cálculo.

Las palabras «error» y «desatino» son moneda corriente en las noticias de la BBC, junto con «fracaso» – lo que por lo menos sugiere que si el ataque deliberado, calculado, no provocado, ilegal, contra un Iraq indefenso hubiera tenido éxito, todo habría sido perfecto. Cada vez que escucho esas palabras me recuerdo del maravilloso ensayo de Edward Herman sobre la normalización de lo impensable. Porque eso es lo que hace el lenguaje estereotipado de los medios y para eso ha sido elaborado – normaliza lo impensable; la degradación de la guerra, las extremidades amputadas, los niños mutilados, todo lo que he visto. Una de mis historias favoritas sobre la Guerra Fría tiene que ver con un grupo de periodistas rusos que visitaban EE.UU. Durante el último día de su visita, su anfitrión les pidió sus impresiones. «Tengo que decirle,» dijo el portavoz, «que nos sorprendió ver después de leer todos los periódicos y de ver la televisión día tras día que todas las opiniones sobre todos los temas cruciales son las mismas. Para lograr ese resultado en nuestro país enviamos a los periodistas al Gulag. Incluso les arrancamos las uñas. Aquí no tenéis nada de eso. ¿Cuál es el secreto?»

«¿Cuál es el secreto? Es una pregunta que raras veces es formulada en las salas de prensa, en los colegios mediáticos, en las revistas de periodismo, y sin embargo la respuesta a esa pregunta es crítica para las vidas de millones de personas. El 24 de agosto del año pasado, el New York Times declaró en un editorial: «Si hubiésemos sabido entonces lo que sabemos ahora de Iraq la guerra habría sido detenida por el clamor popular.» Esta sorprendente admisión decía, en efecto, que los periodistas habían traicionado al público al no realizar su trabajo y al aceptar y amplificar, y hacerse eco de, las mentiras de Bush y su pandilla, en lugar de desafiarla y denunciarla. Lo que el Times no dijo fue que si ese periódico y el resto de los medios hubieran denunciado las mentiras, hasta un millón de personas seguirían en vida. Es lo que cree ahora una serie de importantes periodistas de los círculos gobernantes. Pocos de ellos – han hablado conmigo al respecto – no lo dirán en público.

Irónicamente, comienzo a comprender cómo la censura funcionó en sociedades así llamadas libres cuando informó sobre las sociedades totalitarias. Durante los años setenta filmé secretamente en Checoslovaquia, que entonces era una dictadura estalinista. Entrevisté a miembros del grupo Carta 77, incluyendo al novelista Zdenek Urbanek, y me dijo: «En las dictaduras tenemos más suerte que ustedes en Occidente en un aspecto. No creemos nada de lo que leemos en los periódicos y nada de lo que vemos en la televisión, porque sabemos que son propaganda y mentiras. A diferencia de ustedes en Occidente. Hemos aprendido a ver detrás de la propaganda y a leer entre líneas, y a diferencia de ustedes, sabemos que la verdad real es siempre subversiva.»

Vandana Shiva lo ha llamado conocimiento subyugado. El gran periodista investigativo irlandés Claud Cockburn lo puso correctamente cuando escribió: «No creas nunca nada hasta que sea oficialmente desmentido.»

Uno de los estereotipos más antiguos de la guerra es que la verdad es la primera víctima. No es así. El periodismo es la primera víctima. Cuando terminó la Guerra de Vietnam, la revista Encounter publicó un artículo de Robert Elegant, un distinguido reportero que había cubierto la guerra: «Por primera vez en la historia moderna,» escribió, «el resultado de una guerra fue determinado no en el campo de batalla, sino en la página impresa, y sobre todo en la pantalla de televisión.» Responsabilizó a los periodistas por perder la guerra al oponérsele en sus informaciones. El punto de vista de Robert Elegant se convirtió en la opinión general en Washington y sigue siendo así. En Iraq, el Pentágono inventó al periodista empotrado porque creía que la información crítica había causado la pérdida de Vietnam.

La verdad fue todo lo contrario. En mi primer día como joven periodista en Saigón, visité las oficinas de los principales periódicos y compañías de televisión. Noté que en varios había un tablero de anuncios sobre el que había horripilantes fotografías, en su mayoría de cuerpos de vietnamitas y de soldados estadounidenses levantando orejas y testículos cortados. En una oficina había una fotografía de un hombre que era torturado; sobre la cabeza de los torturadores había un globo de historieta cómica con las palabras: «te voy a enseñar a hablar con la prensa.» Ninguna de estas fotos fue publicada alguna vez o incluso transmitida a las agencias. Pregunté por qué. Me dijeron que el público nunca las aceptaría. En todo caso, publicarlas no sería objetivo o imparcial. Al principio acepté la lógica aparente del asunto. Yo también había crecido con historias de la guerra buena contra Alemania y Japón, ese baño ético que había limpiado al mundo anglo-estadounidense de todo mal. Pero mientras más permanecía en Vietnam, más me daba cuenta de que nuestras atrocidades no eran casos aislados, ni eran aberraciones, sino que la guerra en sí era una atrocidad. Esa era la gran historia, y pocas veces constituía una noticia. Sí, las tácticas y la efectividad de los militares fueron cuestionadas por algunos excelentes periodistas. Pero nunca se utilizaba la palabra «invasión.» La palabra anodina utilizada era «involucrado.» EE.UU. estaba involucrado en Vietnam. La ficción de un gigante bien intencionado, que hacía disparates, atascado en un cenagal asiático, era repetida incesantemente. Se dejaba a los denunciantes en casa la tarea de decir la verdad subversiva, gente como Daniel Ellsberg y Seymour Hersh, con su exclusiva sobre la masacre de My-Lai. Había 649 periodistas en Vietnam el 16 de marzo de 1968 – el día en el que ocurrió la masacre de My-Lai – y ni uno solo de ellos informó al respecto.

Tanto en Vietnam como en Iraq, políticas y estrategias deliberadas han rayado en el genocidio. En Vietnam, el desposeimiento forzado de millones de personas y la creación de zonas de libre fuego; en Iraq, un embargo impuesto por EE.UU. que duró todos los años noventa como en un sitio medieval, y mató, según el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, a medio millón de niños bajo la edad de cinco años. Tanto en Vietnam como en Iraq, se utilizaron armas prohibidas contra civiles como experimentos deliberados. El Agente Naranja cambió el orden genético y ecológico en Vietnam. Los militares lo llamaron Operación Infierno. Cuando el Congreso lo descubrió, fue rebautizada con el nombre más amistoso de Operation Ranch Hand [Operación Ranchero], y nada cambió. Es más o menos la misma manera como ha reaccionado el Congreso ante la guerra en Iraq. Los demócratas la han condenado, la han rebautizado, y la han alargado. Las películas de Hollywood que vinieron después de la Guerra de Vietnam, fueron una extensión del periodismo, de la normalización de lo impensable. Sí, algunas de las cintas criticaban las tácticas de los militares, pero todas tenían cuidado de concentrarse en la angustia de los invasores. La primera de esas películas es considerada ahora como clásica. Es «The Deerhunter» [El cazador], cuyo mensaje era que EE.UU. había sufrido, EE.UU. estaba afligido, muchachos estadounidenses habían hecho lo posible contra bárbaros orientales. El mensaje era tanto más pernicioso, porque fue transmitido mediante una brillante dirección y actuación. Tengo que admitir que es la única película que me ha hecho manifestar a gritos en protesta dentro de un cine. Se dijo que la aclamada cinta de Oliver Stone «Platoon» [Pelotón] era contraria a la guerra, y que mostraba atisbos de vietnamitas como seres humanos, pero también destacó sobre todo al invasor estadounidense como víctima.

No iba a mencionar «The Green Berets» [Boinas verdes] cuando me senté a escribir esto, hasta que leí el otro día que John Wayne fue la estrella del cine más influyente que haya vivido. Yo vi «Boinas Verdes» con John Wayne como estrella un sábado por la noche en 1968 en Montgomery Alabama. (Estaba allí para entrevistar al entonces malafamado gobernador George Wallace). Yo acababa de volver de Vietnam, y no podía creer lo absurda que era esa película. Así que estallé en carcajadas, y no paraba de reír. No duró mucho antes de que el ambiente alrededor mío se enfriara considerablemente. Mi compañero, que había sido un Freedom Rider [viajero por la libertad] en el sur, dijo: «¡Salgamos lo más rápido posible de aquí y corramos como si el diablo nos persiguiera!»

Nos persiguieron todo el camino hasta nuestro hotel, pero dudo que alguno de nuestros perseguidores haya sabido que John Wayne, su héroe, había mentido para no tener que combatir en la Segunda Guerra Mundial. Y sin embargo el engañoso modelo para imitar de Wayne envió a miles de estadounidenses a su muerte en Vietnam, con la notable excepción de George W. Bush y Dick Cheney.

El año pasado, en su aceptación del Premio Novel de Literatura, el dramaturgo Harold Pinter hizo un discurso que marca un hito. Pregunté por qué, y lo cito: «La brutalidad sistemática, las atrocidades generalizadas, la implacable represión del pensamiento independiente en la Rusia estalinista fueron bien conocidas en Occidente, mientras que los crímenes estatales de EE.UU. sólo fueron registrados superficialmente, para no hablar de documentados.» Y a pesar de ello la extinción y el sufrimiento de innumerables seres humanos en todo el mundo pueden ser atribuidos al poder incontrolado de EE.UU. «Pero,» dijo Pinter, «No se sabría. Nunca sucedió. Nada nunca sucedió. Incluso cuando estaba sucediendo no estaba sucediendo. No importaba. No interesaba.» Las palabras de Pinter fueron más que surrealistas. La BBC ignoró el discurso del dramaturgo más famoso de Gran Bretaña.

He hecho una serie de documentales sobre Camboya. El primero fue «Year Zero: the Silent Death of Cambodia» [Año cero: la muerte silenciosa de Camboya]. Describe el bombardeo estadounidense que fue el catalizador para el ascenso de Pol Pot. Lo que Nixon y Kissinger comenzaron, Pol Pot lo completó – los archivos de la CIA por sí solos no dejan dudas al respecto. Ofrecí «Year Zero» a PBS y lo llevó a Washington. Los ejecutivos de PBS que lo vieron se horrorizaron. Murmuraron entre sí. Me pidieron que esperara afuera. Uno de ellos terminó por aparecer y dijo: «John, admiramos su filme. Pero nos inquieta que diga que EE.UU. haya preparado el camino para Pol Pot.»

Dije: «¿Cuestionan la evidencia?» Había citado una serie de documentos de la CIA. «Oh, no,» respondió. «Pero hemos decidido invitar a un árbitro periodístico.»

Ahora bien, el término «árbitro periodístico» podría haber sido inventado por George Orwell. De hecho lograron encontraron encontrar a uno de sólo tres periodistas que habían sido invitados a Camboya por Pol Pot. Y por cierto votó contra la película, y nunca volví a oír de PBS. «Year Zero» fue emitida en unos 60 países y se convirtió en uno de los documentales más vistos en el mundo. Nunca fue mostrado en EE.UU. De las cinco películas que he hecho en Camboya, una fue mostrada por WNET, la estación de PBS en Nueva York. Creo que fue transmitida a cerca de la una de la mañana. Sobre la base de esa única emisión, cuando la mayoría de la gente estaba dormida, me dieron un Emmy. Qué maravillosa ironía. Mereció un premio, pero no un público.

La verdad subversiva de Harold Pinter, creo, fue que hizo la conexión entre el imperialismo y el fascismo, y describió una batalla por la historia sobre la que casi nunca se informa. Es el gran silencio de la era de los medios. Y es el corazón secreto de la propaganda de hoy. Una propaganda tan vasta en su alcance que siempre me sorprende que tantos estadounidenses sepan y comprendan tanto como lo hacen. Hablamos de un sistema, desde luego, no de personalidades. Y a pesar de ello, mucha gente piensa actualmente que el problema son George W. Bush y su pandilla. Y sí, la pandilla de Bush es extrema. Pero mi experiencia es que no son más que una versión extrema de lo que ha sucedido antes. Durante mi vida, más guerras han sido comenzadas por demócratas liberales que por republicanos. El que se ignore esta verdad es una garantía de que continúen el sistema de la propaganda y el sistema del comienzo de guerras. Hemos tenido una subsidiaria del partido demócrata gobernando Gran Bretaña durante los últimos diez años. Blair, aparentemente liberal, ha llevado a Gran Bretaña a la guerra más veces que cualquier primer ministro en la era moderna. Sí, su compinche actual es George Bush, pero su primer amor fue Bill Clinton, el presidente más violento de fines del Siglo XX. El sucesor de Blair, Gordon Brown también es un devoto de Clinton y Bush. El otro día, Brown dijo: «Los días en los que Gran Bretaña tenía que disculparse por el Imperio Británico han pasado. Deberíamos celebrar.»

Como Blair, como Clinton, como Bush, Brown cree en la verdad liberal de que la batalla por la historia ha sido ganada, que los millones que murieron en las hambrunas impuestas por Gran Bretaña en la India imperial británica serán olvidados – como serán olvidados los millones que han muerto en el Imperio Estadounidense. Y como Blair, su sucesor confía en que el periodismo profesional está a su lado. Porque la mayoría de los periodistas, conscientemente o no, están condicionados para ser tribunos de una ideología que se considera no-ideológica, que se presenta como el centro natural, como el fulcro mismo de la vida moderna. Ésta podría ser la ideología más poderosa y peligrosa que hayamos conocido porque no tiene fin. Es liberalismo. No niego las virtudes del liberalismo – lejos de eso. Todos nos hemos beneficiado. Pero si negamos sus peligros, su proyecto sin fin, y todo el poder absorbente de su propaganda, negamos nuestro derecho a la verdadera democracia, porque el liberalismo y la verdadera democracia no son lo mismo. El liberalismo comenzó como un dominio exclusivo de la elite en el Siglo XIX, y la verdadera democracia nunca es transmitida por las elites. Siempre hay que combatir por ella y luchar por ella.

Una importante participante de la coalición contra la guerra United For Peace and Justice, dijo recientemente, y la cito: «Los demócratas utilizan la política de la realidad.» Su punto de referencia histórico liberal fue Vietnam. Dijo que el presidente Johnson comenzó a retirar tropas de Vietnam después de que un Congreso demócrata comenzó a votar contra la guerra. No es lo que sucedió. Las tropas fueron retiradas de Vietnam después de cuatro largos años. Y durante ese tiempo EE.UU. mató a más personas en Vietnam, Camboya y Laos con bombas que las fueron muertas en todos los años precedentes. Y es lo que está ocurriendo en Iraq. Los bombardeos se han duplicado desde el año pasado, y no se informa al respecto. ¿Y quién comenzó con los bombardeos? Bill Clinton lo hizo. Durante los años noventa, Clinton hizo llover bombas sobre Iraq en lo que fueron llamadas eufemísticamente «zonas de no vuelo.» Al mismo tiempo impuso un sitio medieval llamado sanciones económicas, matando como ya mencioné, tal vez a un millón de personas, incluyendo los documentados 500.000 niños. Los medios dominantes no informaron sobre casi ninguna parte de esta carnicería. El año pasado un estudio publicado por la Escuela Johns Hopkins de Salud Pública estableció que desde la invasión de Iraq 655.000 iraquíes han muerto como resultado directo de la invasión. Documentos oficiales muestran que el gobierno de Blair sabía que esa cifra era verosímil. En febrero, Les Roberts, autor del informe, dijo que la cifra era igual a la cifra de muertes en el estudio de la Universidad Fordham sobre el genocidio en Ruanda. La reacción a la estremecedora revelación de Roberts fue el silencio. Lo que puede haber sido el mayor episodio de asesinato organizado en una generación, en palabras de Harold Pinter: «No sucedió. No importa.»

Mucha gente que se considera de izquierdas apoyó el ataque de Bush contra Afganistán. Se ignoró que la CIA había apoyado a Osama Bin Laden, que el gobierno de Clinton había apoyado secretamente a los talibán, incluso dándoles informaciones a alto nivel en la CIA, es virtualmente desconocido en EE.UU. Los talibán fueron asociados en secreto del gigante petrolero Unocal en la construcción de un oleoducto a través de Afganistán. Y cuando se recordó a un funcionario de Clinton que los talibán perseguían a las mujeres, dijo: «Podemos vivir con eso.» Existe una evidencia convincente de que Bush decidió atacar a los talibán no como resultado del 11-S, sino dos meses antes, en julio de 2001. Esto es virtualmente desconocido en EE.UU. – en público. Como la escala de las bajas civiles en Afganistán. Que yo sepa, sólo un periodista de los medios dominantes, Jonathan Steele del Guardian en Londres, ha investigado las víctimas civiles en Afganistán, y su cálculo es de 20.000 civiles muertos, y eso fue hace tres años.

La continua tragedia de Palestina se debe en gran parte al silencio y a la connivencia de la así llamada izquierda liberal. Hamas es descrito repetidamente como juramentado a destruir a Israel. El New York Times, Associated Press, el Boston Globe – escoja lo que quiera. Todos utilizan esa línea como un descargo de responsabilidad, y es falso. Nunca se informa que Hamas ha llamado a un cese al fuego de diez años. Lo que es aún más importante: que Hamas ha pasado por un cambio ideológico histórico en los últimos años, que equivale a un reconocimiento de lo que llama la realidad de Israel, es virtualmente desconocido; y que Israel está juramentado a destruir Palestina no se puede mencionar.

Hay un estudio innovador de la Universidad Glasgow respecto a la información sobre Palestina. Entrevistaron a jóvenes que ven las noticias en la televisión en Gran Bretaña. Más de un 90% pensaba que los colonos ilegales eran palestinos. Mientras más miraban, menos sabían – la famosa frase de Danny Schecter.

El silencio actual más peligroso tiene que ver con las armas nucleares y la vuelta de la Guerra Fría. Los rusos entienden claramente que el así llamado escudo de defensa estadounidense en Europa Oriental está diseñado para subyugarlos y humillarlos. Sin embargo las primeras planas en este país hablan de que Putin comienza una nueva Guerra Fría, y se guarda silencio sobre el desarrollo de un sistema nuclear estadounidense completamente nuevo llamado Reemplazo de Armas Confiables (RRW por sus siglas en inglés), que apunta a borrar la distinción entre la guerra convencional y la guerra nuclear – una ambición albergada desde hace tiempo.

Mientras tanto, Irán es debilitado, y los medios liberales juegan casi el mismo papel que jugaron antes de la invasión de Iraq. En cuanto a los demócratas, basta con considerar como Barak Obama se ha convertido en el vocero del Consejo de Relaciones Exteriores, uno de los órganos de propaganda de los antiguos círculos gobernantes liberales de Washington. Obama escribe que aunque quiere que las tropas vuelvan a casa: «No debemos excluir la fuerza militar contra adversarios antiguos como Irán y Siria.» Escuchen esto del liberal Obama: «En momentos de gran peligro en el siglo pasado nuestros dirigentes aseguraron que EE.UU., a través de los hechos y por su ejemplo, dirigieron y exaltaron al mundo, que defendimos y luchamos por la libertad ansiada por miles de millones de personas más allá de sus fronteras.»

Esto es lo esencial de la propaganda, el lavado de cerebros, si queréis, que se cuela a las vidas de cada estadounidense, y de muchos de nosotros que no somos estadounidenses. De la derecha a la izquierda, de los laicos a los creyentes, lo que tan poca gente sabe es que en el último medio siglo, los gobiernos de EE.UU. han derrocado a 50 gobiernos – muchos de ellos democracias. Al hacerlo, treinta países han sido atacados y bombardeados, con la pérdida de innumerables vidas. Atacar a Bush está muy bien – y es justificado – pero en cuanto comenzamos a aceptar la seducción atractiva del baboseo demócrata sobre resistir y combatir por la libertad buscada por miles de millones, se ha perdido la batalla por la historia, y nosotros mismos somos silenciados.

¿Así que qué deberíamos hacer? La pregunta formulada a menudo en reuniones en las que he hablado, incluso en reuniones tan bien informadas como las de esta conferencia es en sí interesante. Mi experiencia es que la gente en el así llamado tercer mundo raramente presentan esa pregunta, porque saben qué hacer. Y muchos han pagado con su libertad y sus vidas, pero sabían qué hacer. Es una pregunta que muchos en la izquierda democrática – no demócrata – todavía tienen que responder.

La información real, la información subversiva, sigue siendo el poder más potente de todos – y yo creo que no debemos caer en la trampa de creer que los medios hablan por el público. No fue verdad en la Checoslovaquia estalinista y no es verdad en EE.UU.

En todos los años en que he sido periodista, nunca he visto un aumento tan rápido de la conciencia pública como actualmente. Sí, su dirección y forma es poco clara, en parte porque la gente ahora siente profundas sospechas ante las alternativas políticas, y porque el Partido Demócrata ha logrado seducir y dividir a la izquierda electoral. Y sin embargo esta creciente conciencia pública crítica es tanto más notable si se considera la pura escala de adoctrinamiento, la mitología de un modo superior de vida, y el actual estado de miedo fabricado.

¿Por qué el New York Times lo confesó todo en ese editorial del año pasado? No porque se oponga a las guerras de Bush – basta con mirar la cobertura de Irán. Ese editorial fue un raro reconocimiento de que el público comienza a ver el papel oculto de los medios, y que la gente comienza a leer entre las líneas.

Si Irán es atacado, es imposible predecir la reacción y la agitación. La seguridad nacional y la directiva presidencial de seguridad interior dan poder a Bush sobre todas las facetas del gobierno en una emergencia. No es improbable que la constitución sea suspendida – las leyes para hacer una redada de cientos de miles de así llamados terroristas y combatientes enemigos ya están preparadas. Creo que el público comprende esos peligros, porque ha cambiado mucho desde el 11-S, y mucho desde la propaganda que vinculó a Sadam Husein con al-Qaeda. Por eso votó por los demócratas en noviembre pasado, sólo para ser traicionado. Pero necesita la verdad, y los periodistas debieran ser los agentes de la verdad, no los cortesanos del poder.

Creo que un quinto poder es posible, el producto de un movimiento del pueblo, que controle, analice, y contrarreste a los medios corporativos. En cada universidad, en cada colegio mediático, en cada sala de noticias, los profesores de periodismo, los propios periodistas tienen que preguntarse sobre el papel que juegan ahora en el derramamiento de sangre en nombre de una objetividad falsa. Un movimiento semejante dentro de los medios anunciaría una perestroika de un tipo hasta ahora desconocido. Todo esto es posible. Es posible romper los silencios. En Gran Bretaña la Unión Nacional de Periodistas ha pasado por un cambio radical, y ha llamado a boicotear a Israel. El sitio en la Red Medialens.org ha llamado por sí sólo a la BBC a rendir cuentas. En EE.UU. espíritus rebeldes maravillosamente rebeldes pueblan la Red – no puedo mencionarlos a todos aquí – desde International Clearing House de Tom Feeley, a Znet de Mike Albert, a Counterpunch online, y el espléndido trabajo de FAIR. La mejor información sobre Iraq aparece en la Red – el valeroso periodismo de Dahr Jamail y reporteros ciudadanos como Joe Wilding, que informó sobre el sitio de Faluya desde el interior de la ciudad.

En Venezuela, las investigaciones de Greg Wilpert rechazaron gran parte de la virulenta propaganda que apunta ahora contra Hugo Chávez. No hay que equivocarse, lo que está detrás de la campaña en Occidente por cuenta de la corrupta RCTV es la amenaza que representa la libertad de palabra para la mayoría en Venezuela. El desafío para el resto de nosotros es arrancar este conocimiento subyugado de la clandestinidad y llevarlo a la gente de a pie.

Hay que apurarse. La democracia liberal se mueve hacia una forma de dictadura corporativa. Es un cambio histórico, y no hay que permitir que los medios sean su fachada, sino que sea en sí un tema popular, ardiente, y sometido a la acción directa. El gran acusador Tom Paine advirtió que si a la mayoría de la gente se le niega la verdad y las ideas de la verdad, era hora de asaltar lo que llamó la Bastilla de las palabras. Esa hora es ahora.

http://www.democracynow.org/article.pl?sid=07/08/07/130258