«El 51% piensa que el problema del desempleo es el más importante en Argentina y un 23% cree que los bajos salarios le sigue en importancia. Casi un 50% se autocalificó de ‘nuevo pobre’». (Encuesta Knack, abril 2006) «En hechos de carácter social el Gobierno de Kirchner es de centroizquierda, pero en materia económica es […]
«El 51% piensa que el problema del desempleo es el más importante en Argentina y un 23% cree que los bajos salarios le sigue en importancia. Casi un 50% se autocalificó de ‘nuevo pobre'». (Encuesta Knack, abril 2006)
«En hechos de carácter social el Gobierno de Kirchner es de centroizquierda, pero en materia económica es un gobierno de centro… si uno ve cómo se ha movido… Kirchner, en materia económica no se ha escapado de la ortodoxia, y esperamos que continúe así…tenemos una relación excelente». (Declaraciones de Gabbi, Presidente de la Bolsa, marzo 2006)
«Nos hemos vuelto demasiado humanos para no tener que sentir repugnancia de los triunfos de César». (Goethe)
«En política, nada es despreciable». (Disraelí)
El proceso desconstituyente de Kirchner
Las ceremonias formales que los poderosos organizan para celebrar y dramatizar su dominio son la mejor representación del discurso público, exactamente como quieren ellos que aparezca. El símbolo es un Corsódromo, el lugar en que desfilan comparsas y escolas do samba del carnaval argentino (corso). Una pasarela de 500 metros de largo por diez de ancho, cuenta con sectores Vip, terrazas, sillas y mesas, confortables tribunas con ubicación individual, instalaciones sanitarias, servicios gastronómicos, sonido digital, seguridad, salidas de emergencia, y áreas de estacionamiento. Escenario ideal para un César… Nunca tan simbólico.
En ese escenario la Alianza en el poder, ya no se puede hablar de kirchnerismo puro (asistieron casi todos los caudillos provinciales, sus ministros, los principales intendentes, legisladores y sindicalistas del país, toda la «creme» de la Nueva Clase: en el palco oficial, lo aplaudían desde Moyano hasta Blumberg; integrantes de Madres de Plaza de Mayo, casi todos los intendentes peronistas del conurbano y todos los gobernadores, salvo el salteño Romero, el puntano Rodríguez Saá, el neuquino Sobisch, el chaqueño Nikisch y el catamarqueño del Moral), realizó una puesta en escena con un único objetivo: «soldar» al Jefe con una virtualidad de masas, pero en una escenografía en la cual es el Jefe quien, en su persona, une estado y nación. Kirchner es la encarnación viva y bizca de la ideología y, a través del «Capital-Parlamentarismo», el ejecutor de las acciones necesarias para salvaguardar el propósito íntimo de la Patria. El Jefe, legislador y juez, él es creador de derecho, aunque ya sabíamos que el nacionalismo es siempre un hervidero, un puchero en el que se incrusta cualquier cosa.
La «Nueva Causa Nacional» acredita los tópicos del peronismo: rechazo de los conflictos sociales para re-elaborarlos como cuestiones de estado, nostalgia de una unidad y cerrazón, de tranquilidad y orden autoritarios, una síntesis que promete la defensa del amenazado status social de la clase media baja, sustituir la argumentación por el slogan y la afectividad, reducir los problemas sociales del capitalismo argentino a los efectos de la plutocracia internacional abstracta («las empresas del Primer Mundo»; «hacernos cargo de la lucha por evitar que los países centrales nos parcelen en función de sus intereses»), se estigmatiza al chivo expiatorio. Como decía un famoso manual de lucha política, el arte de un auténtico caudillo popular consiste en no dispersar la atención de un pueblo, sino en concentrarla siempre en un único enemigo. El arte del populismo es el arte de la propaganda: su lenguaje debe ser afectivo e irracional, pues sólo puede justificarse por medios irracionales una sociedad capitalista mezquina e injusta que ya no tiene justificación racional alguna. Ritual y estilo: militancia ordenada y bien pagada, sólo banderitas argentinas, aplausos de plató, represión silenciosa sobre el público real.
El cinismo de Kirchner que llama a esa performance autoritaria, quintaesencia de la manipulación institucional, una «asamblea ciudadana» (sic) (según el PRAVDA, «Página 12», asistieron 65.000 personas, un elogio a la obsecuencia) tan acartonada y teatral como los postizos de la primera dama. Pero el Corsódromo y la Cuestión Nacional es parte de una dinámica, un proceso desconstituyente que refuerza y extiende el estado de excedencia del postfordismo con formas cesaristas, primitivas y cortoplacistas, del régimen. Desviar legítimos rechazos al capitalismo contra grupos e imágenes de enemigos inventados, contra minorías indefensas o países «menores», a la vez que reutiliza la agresión no empleada en el sendero del culto colectivo al Caudillo.
Gualeguaychú es símbolo y ejemplo: una iniciativa espontánea, de masas, que desborda estado y sistema de partidos, que no puede ser manipulada «manu militari», que se enfrenta a los modos tradicionales y burocráticos de la representación, que refleja localmente el instinto de la multitud, es cooptada, subsumida, sofocada, reapropiada y desconstituida por el cesarismo presidencial. Del «¡No a las papeleras!» se pasa a un hito mediático en la larga marcha de la reelección; de la autoactividad de las asambleas se pasa al coro tragicómico de empleados municipales, una Armada Brancaleone de punteros, contratados y ñoquis que aseguren el fiel aplauso. Una modesta y «designada» anti-multutud de cuadros y empleados, con pancartas industriales y horario de trabajo. Un estrado preparado para la autodramatización de las élites de la «Nueva Clase». Un cuadro vivo de burocratismo disciplina desde arriba y control centralizado. Toda la escena es la inversión exacta de la verdadera multitud, toda la escena intenta transmitir un sentido nacionalista de unidad y encuadramiento bajo una autoridad única y decidida, que trasciende la representación de los partidos políticos. De las consignas e ideas-fuerza generadas colectivamente se pasa al marketing electoral del nacionalismo «desde arriba»; los protagonistas de la lucha, los asambleístas, fueron empujados por la fuerza a la parte pobre y muda del histrión espectáculo: toda una metáfora del gobierno de Kirchner.
Pero la anécdota de Gualeguaychú es además un diagnóstico: Kirchner está desconstituyendo todo el proceso de rebelión, resistencia y lucha nacido en diciembre del 2001. Desconstitución superestructural del orden «Capital-Parlamentario», atacando los débiles hilos rojos democráticos de la Constitución del ’94: la representación democrática, la separación de poderes y el garantismo del estado de derecho. El primero es la tendencia oligárquica, ya ahora personalizada y cesarista, además de la verticalización de la representación política. No es un fenómeno argentino: en la mayor parte de los «Capital-Parlamentarismos» es una tendencia: reforzamiento del Ejecutivo y canalización del Legislativo (Parlamento como escribanía o notaría del Presidente).
La versión kirchnerista, a través de las connotaciones populistas y organicistas de la tradición peronista, concibe la democracia burguesa como una elección electoral de una mayoría de gobierno, con la cual el Jefe de la mayoría se identifica automáticamente con la máxima expresión y la más orgánica de la voluntad popular. Kirchner es la respuesta populista a la crisis del estado de partidos que sigue latente desde el 2001. Los populismos de diverso pelaje en Latinoamérica fueron la respuesta del capital a la decadencia y crisis de los diversos «Capital-parlamentarismos», sea Venezuela, Perú, Bolivia o Argentina. El resultado es una involución anti-representativa burguesa, antiliberal, de la democracia política (un órgano monocrático, autista no puede representar la voluntad de un pueblo). Como sabemos, debajo de la retórica «patria y voluntad popular» y su asunción ideológica se esconden los conflictos de clase, que antes eran procesados por el sistema de partidos políticos.
El segundo es más grave: es el proceso de progresiva fusión, confusión y concentración del poder. Hablamos de la reducción bonapartista de la separación entre esfera pública y privada (parte profunda del estado de derecho burgués), es decir: entre poder político y poder económico del capital. Los pasos ya se estaban dando: el primado del mercado sobre la esfera pública, su interrelación, era un dato del «Capital-Parlamentarismo» desde 1994, promoviendo la subordinación-subsunción de los poderes de gobierno a las necesidades de acumulación, surgiendo la alianza mimética entre capital y poderes mediáticos. Lo que caracteriza al kirchnerismo, y lo diferencia de Menem como régimen, es la concentración absolutista en manos de una sola persona de todos los poderes y la maduración de una concepción «propietaria» de las instituciones republicanas. No es la simple subordinación o funcionalidad de lo público a lo privado: se trata de un fenómeno patológico del mundo burgués, que invierte la forma de la representación política como una representación sin vínculo de mandato, sofoca el pluralismo y resuelve el ciclo político con dos modos convergentes de absolutismo: como absolutismo populista de la «mayoría» imaginaria (omnipotencia del Ejecutivo); como absolutismo del mercado (ausencia de reglas al poder económico).
En el discurso de Kirchner lo más importante era lo que no se decía: la puesta en escena no era sólo para los subordinados, sino para la propia clase dominante. Como los dominados se ven siempre obligados a sacar deducciones a partir del texto público del poder que se les ofrece en el discurso público, el Corsódromo tuvo el efecto ideológico adicional de ayudar a unir a la clase dominante, a definir sus propósitos. En el Corsódromo pudimos ver el despliegue teatral de todos estos vicios: verticalización cesarista, concentración bonapartista, confusión y vocación absolutista de los poderes. Piénsese nada más que en la dinámica rutinaria del gobierno por decreto, la descalificación del Congreso, la canalización de la oposición institucional burguesa, las reformas en el Poder Judicial, demolición del derecho constitucional al trabajo, extinción de los derechos sociales, uso arbitrario de las «cajas» del estado, etc. Desconstitución social por «abajo», cooptando, criminalizando, segmentando y reapropiando el movimiento, un tema muy importante que amerita un texto aparte. Lo cierto es que ciertos personajes de la historia van unidos a lugares simbólicos: César muere a los pies de la estatua de Pompeyo; Kirchner cantó el «De Profundis» de la golpeada democracia burguesa argentina en un Sambódromo. Y le aplaudieron con entusiasmo.
Desconstitución: socialización y recomposición
Lo específico de la política de re-estructuración por parte del capital, desde el 2001, en el interior del proletariado consiste en la exasperación de la compartimentación de los sectores del trabajo y en el control, cada vez más bonapartista y autoritario, de las cuotas del salario social. Primero entendamos que la «constitucionalización» de Kirchner, acelerada a partir de las elecciones de octubre de 2005 y que tomaron un cariz de urgencia después del «marzo rojo» de 2006, no es otra cosa que la violencia de la soberanía contra el movimiento, que intenta la clausura del proceso constituyente iniciado en el 2001. Por proceso constituyente del movimiento entendemos el acto de elección, la determinación precisa que abre un horizonte, el dispositivo radical de algo que no existe todavía y cuyas condiciones de existencia prevén que el acto creativo de masas, iniciativa+espontaneidad, no pierda en la creación de una dirección sus características.
Cuando el movimiento puso en funcionamiento su poder constituyente, su propia autodeterminación y sus propias fantasías de vanguardia, se sabe libre y permanece libre. El «Capital-Parlamentarismo» sabe que allí donde hay poder constituyente hay revolución en acto, que existe una relación circular e íntima, que tarde o temprano allí donde hay poder constituyente de las masas hay, tarde o temprano, recomposición de clase, centralización y construcción de grupos dirigentes, que hay revolución latente. Reconstruir fue la tarea, llevada a cabo por Duhalde en lo económico y Kirchner en lo político. Es obvio que en el centro del análisis debe situarse la gestión capitalista del mercado de trabajo: la reestructuración se ejerce de modo privilegiado partiendo de la mala dialéctica entre la mercancía «fuerza de trabajo» y la clase obrera. Las tareas en el sucio establo del capital consistían en que Kirchner recuperara la legitimidad, reconstruyera un bloque histórico roto (una nueva alianza de clases ahora llamada «transversal»), domara a la «aristocracia obrera», cooptara al movimiento de trabajadores negados (desempleados) con un mix de consenso y represión, fijara mecanismos inflacionarios en el gasto estatal y cristalizara la precariedad laboral «ad eternum». El rescate del burgués era imposible sin la deconstrucción de la propia democracia representativa burguesa modelo 1994, sin la constitucionalización del kirchnerismo, este populismo lavado y provinciano, era imposible la estabilización y el rescate de la burguesía argentina.
Por supuesto: la ilusión keynesiana débil que por medio de controles de precios, techo a las demandas salariales de los trabajadores fordistas, intento de regular la circulación, el ciclo, el proceso global del capital, interviniendo sobre los elementos en lucha, intentando colocarse delante, controlando su mediación desde el Ejecutivo, o mejor, prefigurándola continuamente, construían la ilusión peronista de que con ello se habían eliminado una serie de posibles crisis y que ya no había necesidad de recurrir a la violencia recompositiva que llegase de afuera para reestablecer la unidad del ciclo capitalista. La recomposición populista, paralela a la constitucionalización del kirchnerismo como forma de bonapartismo, «salta» en la actualidad: la irreductibilidad de la multitud para convertirse en sujeto de este desarrollo, por el permanente surgimiento de un «trabajo asalariado que procura ponerse como autónomo» (Marx). El populismo de Kirchner es la mistificación de una derrota sufrida en la lucha de clases y el reconocimiento que la independencia de la variable «fuerza de trabajo» es insuprimible por ahora. Indica el fracaso del sistema de partidos (la tan cacareada desaparición de «Su Majestad la oposición» es un síntoma) y la búsqueda de formas cesaristas de lealtad de masas, única salida (quizá la penúltima) para mantener el esquema social de acumulación actual. El efecto «Corsódromo», y lo veremos el 25 de mayo en la «Plaza del Sí al Capital», es un esfuerzo titánico por sobredeterminar un movimiento de masas desobediente, por recuperar unas relaciones de fuerza que se convierten en condición de permanencia del capital. Debe quedarnos calro que toda recomposición de la clase, todo intento de traducir la composición social del movimiento en política revolucionaria implicará, tarde o temprano, la centralización organizativa, la traducción de las nuevas subjetividades en producción d organización.
Uno de lo pilares del régimen: la nueva aristocracia obrera argentina
Una de las patas del régimen de dominio populista es la gestión y rediseño del mercado de trabajo. Un régimen social de acumulación, cualquiera, se basa en todas las instituciones que influyen en el proceso de acumulación. Unas tienen un impacto profundo y general; otras están relacionadas con un eslabón específico del proceso.
El primer eslabón en el proceso de extracción de plusvalor (explotación) es la reunión de los factores necesarios, donde aparece la estructura del mercado de trabajo, que determina la oferta inmediata de trabajo y las instituciones sociales (familia, escuela, ejército, sindicato, etc.) que reproducen la fuerza de trabajo generación a generación. La política de Duhalde y Kirchner ha sido continua y coherente: ahondar la balcanización y segmentación del mercado de trabajo, con registros de aumento de la informalidad que llegan al 500% en pocos años. La segmentación se da horizontal y verticalmente, primero dentro del propio sector fordista: diferenciación entre sectores primarios y secundarios manufactureros, entre centrales y periféricos. La brecha entre trabajo blanco y en negro (informal) atizada por el estado con su política de relaciones industriales, puede llegar al 150% dentro de una misma unidad productiva. Podemos adelantar la hipótesis que Kirchner se sostiene con una alianza con parte de la nueva aristocracia obrera nacida con la devaluación en 2001. Y que el combate del nuevo movimiento tendrá que lidiársela con derrotar este Caballo de Troya del capital. Ya cerradas la mayor parte de las paritarias (negociaciones colectivas), las más vastas de los últimos veinte años, hoy más de la mitad de los 14.127.000 trabajadores del proletariado argentino gana menos de 600 $ por mes (166 €), con lo que el 35% de los ocupados (también recordemos que para el INDEC ocupado es aquel que trabaja al menos… ¡una hora a la semana¡) no cubre el valor de la canasta de indigencia de una familia tipo (es decir: es menos que pobre) y que casi un 70% (9 millones de proletarios) no gana lo suficiente para adquirir la canasta de pobreza familiar. El poder de compra de la clase trabajadora, promedio falso, está un 16,2% más bajo que con el gobierno de la Alianza (1999-2001). Y la mejora nominal no se debió al gobierno de Kirchner, sino a la ofensiva de los trabajadores sindicados fordistas, que lucharon sin descanso durante todo el 2005, intensidad que llegó a su máximo en marzo del 2006. El posfordismo, la nueva relación entre capital y trabajo iniciada por Menem, ha producido un cuadro tal de desestructuración laboral, fragmentación social y precariedad que el 80% de los trabajadores están fuera de la discusión de las paritarias: sólo afectan alrededor de 2 millones de trabajadores privilegiados. Los únicos que han mejorado su situación es la «aristocracia obrera», un sector acomodado, con relaciones fordistas, el estrato superior de la vieja clase obrera, los mejores pagados, mejor tratados y los más «respetados» y políticamente moderados de la masa proletaria. Pero lo han mejorado no sólo sin discutir el «cepo» del 19% (recomendado por el BBVA) sino sin hacer mención a sus compañeros, los trabajadores en negro, o sin imponer condiciones de lucha contra la precariedad al capital. Es lógico: la aristocracia obrera y sus sindicatos es corporativista.
¿En qué consiste la aristocracia obrera? La debemos analizar con seis características diferentes: 1) el nivel y regularidad de sus ingresos; 2) perspectivas de seguridad social; 3) sus condiciones de trabajo; 4) sus relaciones con los estratos superiores e inferiores (la aristocracia obrera se confunde en su nivel de vida con la clase media baja); 5) sus condiciones generales de vida; 6) perspectivas de mejora o estabilización de su condiciones de vida.
El primero es el más importante y con el que contamos información global, aunque insuficiente. En base a los datos del INDEC podemos considerar aristocracia obrera a un 20% de la fuerza de trabajo real, que encabezan sin lugar a dudas los trabajadores de la extracción (minas, gas , petróleo), con un ingreso promedio de 4.316 $, seguidos por los de la actividad financiera con 2741 $ (compárense con la del peón agrícola: 800$). Es tal la segmentación interna, incluso dentro de los trabajadores en blanco, que en un mismo sector productivo la diferencia puede ser de hasta 6 veces por un mismo trabajo. Y lo decisivo es que la diferencia no se debe la la diferencia productiva, como la capacidad de negociación de cada sindicato respecto a los patrones, el grado de atomización del sector y el perfil de calificaciones del convenio laboral. Es decir: el peso de la acumulación salvaje se da sobre los sectores más periféricos y secundarios de la clase obrera fordista (incluídos los estatales) y, en especial, sobre la nueva figura posfordista: el trabajador precario, intermitente, en negro o en condiciones forzadas.
El bloque populista tiene componentes claros: los sectores del capital exportadores y ligados al gasto público, la pequeña y mediana empresa argentina (la burguesía nacional peronista) beneficiada por el postfordsimo y la precarización (el empleo precario y en negro tiene una incidencia del 80% en las pymes argentinas; por ejemplo, en Chile no llega al 50%), la aristocracia obrera fordista y sectores de la vieja y clase media (que lograron recuperar su poder de consumo simbólico y real: la caída de la pobreza se registró, paradoja del peronismo kirchnerista, no entre los descamisados sino entre los sectores medios y medios-bajos).
El kirchnerismo aumentó la brecha salarial y de ingresos entre trabajadores, entre trabajadores fordistas y precarios, entre clase media y trabajadores pobres. Es lógico que las porciones de distribución de la riqueza sean las más injustas de la historia argentina y sólo comparables a las de África o Asia. En los años ’70, años que gustan recordar nuestros muchachos setentistas, la relación de salarios entre el más pobre y el más rico era de ocho veces; hoy con un «País en Serio» es de… ¡treinta y dos! Tal el rompecabezas de la recomposición del movimiento: trabajadores segmentados, trabajadores divididos, el desafío a la nueva izquierda argentina…
Superexplotación: la engañosa batalla de la productividad
La propaganda oficial nos habla desde la ideología del PBI, la producción industrial habría llegado a su máximo histórico, el PBI ya estaría en los niveles de 1998, etc. El Ministerio de Economía relata que durante el 2005 hubo un aumento de los niveles de productividad media por obrero ocupado, con un nivel récord en los últimos 15 años. Los que más aumentaron su productividad fueron: los automotores, el cemento, la siderurgia y metalurgia, y los alimentos y bebidas. Esto significa lisa y llanamente que desde el 2001 estamos viendo el mayor ciclo de superexplotación de la fuerza de trabajo que tengamos memoria.
Pero: ¿qué es la productividad desde la teoría revolucionaria? La productividad del capital consiste en la coacción para conseguir y obtener plustrabajo, para trabajar más de lo directamente necesario, coacción que el modo de producción capitalista comparte con otros modos de producción anteriores, pero que ejerce, que lleva a cabo de una manera más favorable para la producción. Techint o el capitalista de turno, que siempre es una potencia en cuanto personificación del capital, no sojuzga al trabajador mediante ningún poder personal, sino que lo sojuzga en cuanto «capital»; su poder es simplemente el del trabajo materializado sobre el trabajo vivo. Es decir: la productividad del capital es la expresión «capitalista de la fuerza productiva del trabajo social y se manifiesta como coacción para producir plustrabajo (en las formas que ya conocemos: el mismo capital crea el mismo valor con menos trabajo o que un trabajo menor crea el mismo producto con un capital mayor).
La «coacción» extraeconómica está en manos, como todos sabemos, de la «Nueva Clase», los políticos profesionales y el aparato del estado. Adentrémonos en el secreto de la acumulación bajo Kirchner: los costos de la fuerza de trabajo (de los trabajadores fordistas, en blanco) está ahora un 25% más bajo que el que existía en el 2001, diferencia que está en el bolsillo del capitalista. Hoy cada obrero ocupado produce un 19% más que lo que producía en 2002 y produce un 8% más por hora que en 2002. Es decir: no sólo hay plusvalía relativa sino absoluta (horas extras y destajo, el mecanismo clásico de prolongación de la jornada laboral).
Un índice indirecto pero significativo son los accidentes laborales. El año 2005, sobre 5.355.265 trabajadores asegurados, hubo 494.847 accidentes de trabajo, de los cuales 804 fueron mortales, según los datos de la Superintendencia de Riesgos del Trabajo. Así, casi uno de cada 10 trabajadores sufrió alguna lesión laboral. En proporción al personal que emplean, la construcción, la industria y la agricultura fueron los sectores con mayor siniestralidad. Con relación al año 2004, cuando tuvieron lugar 414.559 accidentes, hubo un incremento de casi el 20%, mayor al aumento del 13,5% en el número de trabajadores asegurados o la suba del 10% en el empleo formal o al 9% de crecimiento de la economía. Por eso la proporción de accidentados subió del 8,8 al 9,2%. En la construcción el riesgo de sufrir una lesión laboral aumentó un 17%, en la industria un 9% y en la agricultura un 7%. Esto es el destajo clásico de trabajadores que intentan recuperar su nivel de vida. ¡Y estas cifras sólo se refieren al minoritario sector formal de la clase obrera! Ni hablar de las condiciones de productividad en la burguesía nacional, verdaderos «sweatshop» del siglo XIX, donde el tema de los trabajadores inmigrantes es una pequeña muestra.
Debemos señalar que la productividad en el capitalismo sólo puede crecer si existe una alteración en los medios de trabajo o en sus métodos de trabajo o en ambos a la vez. Tienen que efectuarse una revolución en las condiciones de producción del trabajo, esto es, en su modo de producir y en el proceso laboral mismo. Una modificación en el proceso de trabajo gracias al cual se reduzca el tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de una mercancía, o sea que una cantidad menor de trabajo adquiera la mágica capacidad de producir una cantidad mayor de valor de uso. Es decir: como decía Marx esto es «abatir» el valor de la fuerza de trabajo por medio del aumento compulsivo de la fuerza productiva del trabajo y abreviar la parte de la jornada laboral necesaria para la reproducción de dicho valor. Al capital argentino sólo le quedó revolucionar las condiciones técnicas y sociales del proceso de trabajo, y por tanto, el modo de producción mismo. Las sociales las tenemos a ojos vista: desigualdad récord, precariedad, pauperismo, etc. Este es el motor inmóvil aristotélico que mueve el milagro argentino. Este es el estandarte que porta con orgullo el populismo de Kirchner. Si a esto se le suma el proteccionismo distorsionante de la nueva convertibilidad (el 3 a 1), las superganancias del capital son únicas y extraordinarias, como nunca se vieron desde que volvió la democracia. No es de extrañar los elogios exaltados del presidente de la Bolsa de Comercio, el bolsero escéptico Gabbi y el sano silencio del empresariado más concentrado.
En su obra «Los Biombos», que transcurre en la Argelia colonial, Jean Genet cuenta como unos peones árabes miserablemente explotados matan al capataz europeo cuando su sirvienta descubre que ha estado usando arneses y relleno en su pecho vientre y trasero para darse una apariencia imponente. Una vez reducido a sus naturales dimensiones, los peones dejan de temerle y se rebelan. Una parábola del nuevo populismo: una ideología que trata de impresionar a los débiles, que oculta la desigualdad y que enmascara la más profunda hambruna de plusvalía jamás vista.