Para la socióloga Maristella Svampa, comparar a la Argentina actual con la de hace tres décadas es un ejercicio inquietante. Son tantos y tan grandes los cambios, que ella cree que no es exagerado afirmar que se trata de dos países diferentes. Sus trabajos de investigación en el campo de la sociología reflejan en profundidad […]
Para la socióloga Maristella Svampa, comparar a la Argentina actual con la de hace tres décadas es un ejercicio inquietante. Son tantos y tan grandes los cambios, que ella cree que no es exagerado afirmar que se trata de dos países diferentes. Sus trabajos de investigación en el campo de la sociología reflejan en profundidad la fragmentación social y la desaparición de los espacios de sociabilidad entre clases que eran típicas de una Argentina que «ya no está -según dice-, aunque nos cueste reconocerlo».
«Kirchner se acuerda del pasado, pero no del presente», dice Svampa. La visión que la socióloga tiene sobre el país está reflejada en su obra, que abarca desde la historia de las ideas argentinas, las mutaciones del peronismo y los nuevos movimientos sociales hasta un análisis y una interpretación más generales sobre lo acaecido en la sociedad argentina en los últimos treinta años.
En su análisis de los extendidos movimientos de protesta social en la Argentina y de sus distintas modalidades de lucha -escraches, cortes de rutas y calles, bloqueos, ocupaciones-, reconoce errores cometidos por las organizaciones de desocupados, pero también sostiene que el resto de la sociedad mostró ante ellos su peor cara: la de los prejuicios clasistas y racistas, el desprecio a los «plebeyos», la intolerancia y la falta de solidaridad con los excluidos.
Pero va más allá: apunta contra Néstor Kirchner, de quien dice que criminaliza y judicializa la protesta social y estigmatiza a los piqueteros. Es decir que lo ataca desde la izquierda justamente por lo contrario por lo que se cuestiona al primer mandatario desde el centro y desde la derecha.
Svampa (Río Negro, 1960) es licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (Ehess) de París. Es profesora en la Universidad Nacional de General Sarmiento e investigadora del Conicet. Ha publicado, entre otros libros, Desde abajo. La transformación de las identidades sociales (2000) y La sociedad excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo (2005). También es autora de una novela, Los reinos perdidos (2005).
-¿Cómo se lleva Kirchner con la protesta social?
-En Kirchner hay un doble discurso. Su defensa de los derechos humanos atiende las cuestiones del pasado, pero no las del presente. ¿Cómo podríamos explicar si no que este gobierno haya asumido como política de Estado la condena de la violación de los derechos humanos durante la última dictadura militar, haciendo avances inimaginables en este campo y, al mismo tiempo, haya sido el gobierno que más impulsó la judicialización y criminalización de las organizaciones de desocupados opositoras? En este sentido, Kirchner continúa con una política instalada en los 90, de reforzamiento de la matriz represiva institucional, visible tanto en el pertrechamiento de las fuerzas de seguridad, destinadas al control de las poblaciones movilizadas, como en la tendencia a la penalización de la pobreza y la protesta.
-¿No cree que la sensación general es exactamente la contraria?
-No se puede hacer un diagnóstico lineal del gobierno de Kirchner, pero, sin duda, las ambigüedades y los dobles discursos constituyen un hilo articulador de su política. Ante las demandas y protestas, el Estado ha respondido con tres mecanismos: primero, la represión; segundo, la «cooptación» o reclutamiento, y tercero, la criminalización. El primero intenta provocar miedo y paralización social; el segundo, dividir a los movimientos sociales con alianzas y ayudas desparejas, y el último, delegar a la Justicia la resolución de los conflictos de índole social. En la Argentina, alrededor de cuatro mil personas se encuentran procesadas por luchar, por participar en cortes de ruta. Procesadas por coacción, sedición, privación ilegítima de la libertad o usurpación.
– ¿Qué opinión le merece el número de piqueteros nombrados en cargos públicos? ¿Cumplen con el requisito de idoneidad que exige la Constitución?
-Pensar que los piqueteros no tienen idoneidad muestra los prejuicios y la discriminación que hay con relación a ellos. Como en cualquier otro campo multiorganizacional, hay dirigentes de todo tipo y calidad.
-¿Qué queda del peronismo en la era Kirchner?
-El peronismo es un fenómeno complejo, que presenta aspectos igualitarios y aspectos autoritarios. Pero cuesta mucho imaginar un peronismo retornando a sus fuentes igualitarias con Kirchner. Más allá de toda la retórica antiliberal, se ha consolidado el modelo asistencial y clientelar.
-¿Cómo fue la distribución del poder en la Argentina de las últimas décadas?
-Luego del derrocamiento de Perón se abrió un período de «empate social» -la expresión es de Guillermo O Donnell-, en el cual los sectores dominantes ya no pudieron afirmar de manera estable y duradera el control de la sociedad. La época registra también la búsqueda, por parte de ciertos sectores de clases medias ilustradas, de una articulación política con las clases populares, fuertemente estructuradas en torno de los sindicatos y la identidad peronista. Esta tentativa de articulación se acaba con el golpe de Estado de 1976. En los últimos 30 años asistimos al final de ese «empate social» y al pasaje a la gran asimetría. La polarización social y los altos niveles de exclusión fueron acompañados por un cambio en el patrón socioespacial, con una acentuación de la segregación. Se fueron multiplicando las villas y los asentamientos, al tiempo que surgieron nuevas formas de autosegregación urbana, ilustrada por los countries y barrios privados, refugio de los ganadores. Este proceso de reconfiguración espacial tiene dimensiones globales, pero no es menos cierto que adopta características propias en nuestro país, porque las nuevas urbanizaciones privadas tienen como protagonistas no sólo a las clases altas y medias altas, sino a las clases medias en ascenso. Por otro lado, porque este proceso encuentra una expresión hiperbólica en ciertas regiones, como el conurbano bonaerense, donde estas nuevas manchas urbanas, verdaderos nichos de riqueza, se incrustan en zonas donde también se expande la extrema pobreza. El panorama se completa si tenemos en cuenta que es también en el conurbano donde se expandieron los nuevos movimientos sociales.
-¿Cuáles, por ejemplo?
-La acción directa -«escraches», cortes de rutas y calles, bloqueos, ocupaciones- se instaló como la forma más efectiva de los que no tienen poder para interpelar a los que tienen poder.
-Lo que se ve de estas organizaciones genera la irritación de quienes necesitan circular por la ciudad y por las rutas
-Las organizaciones piqueteras tienen varias dimensiones. Una es la del trabajo comunitario, que ha tenido muy poco eco en la prensa y cuya importancia suele minimizarse o simplemente desconocerse, a pesar de que han montado numerosos comedores, jardines, salas de salud, bibliotecas y han alentado una variada microeconomía artesanal, que apunta a la subsistencia. En los últimos años, han realizado emprendimientos productivos de envergadura (fábricas textiles) y también cooperativas de construcción de viviendas. En este sentido, los piqueteros realizaron una importante tarea de recomposición de los lazos sociales, al tiempo que abrieron una brecha política en el mundo clientelar peronista. Efectivamente, hay una segunda dimensión, que es la de la acción colectiva, la lucha, la visibilidad en las rutas y calles. Pero lo que la gente ignora es que la acción directa suele ser el último recurso que utilizan las organizaciones una vez agotadas las instancias de negociación o diálogo con el Gobierno.
-¿Qué pasó con la clase media movilizada? ¿Subsiste algo de la consigna «Piquete y cacerola, la lucha es una sola»?
-En el momento de mayor efervescencia, la vinculación entre actores diferentes produjo la ilusión de una articulación política. Pero hoy en día nuevamente vivimos los tiempos de la desconexión, que apuntan a la consolidación de las figuras de ciudadanía típicas de los 90: el modelo del ciudadano propietario y el del consumidor, para quienes tienen recursos, y el asistencial-participativo, para aquellos que no los tienen.