Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos
Los medios de comunicación estadounidenses han emprendido una importante campaña para eliminar la cada vez mayor oposición popular a la guerra en Afganistán utilizando una propaganda sesgada acerca de las atrocidades de los talibanes para ocultar el carácter asesino de la intervención estadounidense. Tras empezar con la portada de la revista Time, que mostraba a una mujer joven mutilada por su marido talibán, el ataque mediático se centra ahora en el asesinato de diez trabajadores de ayuda médica cometido el pasado viernes en la provincia de Badakhshan, al noreste del país. Seis de las diez personas eran ciudadanos estadounidenses.
Sin lugar a dudas, ambos acontecimientos son terribles tragedias humanas. Pero se están utilizando de la manera más cínica para intimidar al pueblo estadounidense para que acepte que la guerra de Afganistán continúe de manera indefinida, en un momento en el que una clara mayoría de la población considera ahora la guerra con hostilidad y es partidaria de una rápida retirada estadounidense.
El número del 29 de julio de la revista marcó el inicio oficial de la campaña, con la foto de portada de una mujer joven a la que le habían cortado la nariz y las orejas por haber intentado huir de su marido, acompañada de un titular en el que se afirmaba que esta atrocidad es «Lo que ocurre si abandonamos Afganistán». El mensaje político era inequívoco: quienes defienden la retirada de las fuerzas estadounidenses están condenando a las mujeres afganas a una matanza.
El director ejecutivo [de la revista] Rick Stengel daba la siguiente explicación ante el [posible] desagrado de los lectores por el hecho de que la revista publicara esa imagen horripilante: «Pensé que la imagen es una ventana a la realidad de lo que está ocurriendo (y de lo que puede ocurrir) en una guerra que nos afecta e implica a todos nosotros. Prefiero enfrentar a los lectores con la forma de tratar a las mujeres de los talibanes que ignorarlo. Prefiero que la gente conozca esta realidad mientras piensa sobre lo que Estados Unidos y sus aliados deberían hacer en Afganistán».
Sin embargo, es justo hacer otra pregunta: ¿por qué el director de la revista Time no publicó en portada una fotografía de alguno de los miles de hombres, mujeres y niños afganos inocentes asesinados por los bombardeos aéreos, misiles, artillería y proyectiles estadounidenses? Podía haber elegido la escena de Kunduz, en la que 140 personas fueron incineradas en un único bombardeo que incendió un tanque de gasolina. O la fiesta de boda en la provincia de Nangarhar, al noreste, en la que las bombas y los misiles hicieron saltar en pedazos a 47 personas, incluyendo a la joven novia. O las 90 personas tiroteadas desde helicópteros estadounidenses durante un funeral en la provincia de Herat. O cualquiera de los cientos de asesinatos individuales, a pequeña escala, de civiles que se detallan en los documentos recién publicados por WikiLeaks.
Hay suficientes de estas víctimas del imperialismo en Iraq y Afganistán para llenar las portadas de las revistas estadounidenses en las próximas décadas. Pero las gigantes corporaciones que controlan los medios de comunicación no están acostumbradas a informar al pueblo estadounidense acerca de las atrocidades que se han cometido en su nombre. Su tarea es manipular a la opinión pública en interés de las políticas decididas por la aristocracia financiera y sus representantes políticos, y están trabajando duro en esta tarea.
La portada del Time también es una mentira a otro nivel. El horrible trato dado a las mujeres bajo los talibanes (y en sentido más amplio, también bajo el régimen de Karzai respaldado por Estados Unidos), es él mismo producto de la intervención estadounidense en Afganistán en el curso de tres décadas. Los gobiernos de Carter y Reagan trataban de movilizar a la oposición a un régimen respaldado por los soviéticos en el que, al menos en las zonas urbanas, las mujeres habían mejorado sustancialmente sus derechos, su educación y su situación social. Los muyaidines surgieron de los elementos más de derecha del mundo islámico, financiados por Arabia Saudí, fueron adiestrados por la CIA en técnicas terroristas y enviados a Afganistán. Entre ellos estaba el futuro dirigente de al-Qaida, Osama bin Laden.
El gobierno de Estados Unidos fomentó y difundió deliberadamente una versión del fundamentalismo islámico que, aparte de un puñado de estrechos aliados de Estados Unidos como la monarquía saudí, entonces no tenía un amplio apoyo. Cuando los señores de la guerra muyaidines cayeron en una guerra civil después de la retirada soviética, el ejército paquistaní, con el respaldo de Estados Unidos, promovió a los talibanes como sustitutos de más confianza. Así, los talibanes, como al-Qaida, son como un monstruo de Frankenstein, surgido en el curso de la lucha de la Guerra Fría contra la URSS, que se ha vuelto contra su creador.
El asesinato de los misionarios médicos en Badakhshan se ha convertido ahora en el foco de saturación de la cobertura mediática. Muchos hechos básicos de la masacre siguen siendo inciertos, incluyendo la afiliación de los asesinos. Se ha sugerido que en realidad estaban implicados bandidos motivados por el robo, a pesar de que se haya afirmado que los responsables eran talibanes. La mayoría de los demás encontronazos entre trabajadores de ayuda occidentales desarmados y fuerzas insurgentes han dado como resultado el secuestro para exigir rescates y por razones de propaganda, y sólo unos pocos han acabado en asesinato, aunque se les ha dado amplia publicidad.
Sin embargo, sean cuales sean las circunstancias exactas, estas atrocidades son una consecuencia absolutamente inevitable de una guerra de contrainsurgencia emprendida por un Estado imperialista armado con un arsenal aplastante contra un enemigo arraigado en una sociedad tribal que ha resultado ferozmente hostil a ocupantes extranjeros.
La mayor parte de la cobertura de los medios estadounidenses se centró incialmente en los trabajadores individuales de ayuda médica, en el mucho tiempo que llevaban trabajando en Afganistán, en el triste impacto sobre sus familiares y colegas, pero han empezado a explotar el hecho para promover la guerra. Un periódico sensacionalista neoyorquino publicó su reportaje bajo un gigantesco titular de una sola palabra, «SALVAJES», estableciendo consciente o inconscientemente una relación entre la política estadounidense en Afganistán y el intento de exterminio de los estadounidenses originarios en el siglo XIX.
El gobierno de Obama empezó a sacar sus esperadas conclusiones políticas del hecho el domingo con la publicación de unas declaraciones de la secretaria de Estado Hillary Clinton en las que denunciaba el «despreciable acto de violencia gratuita» que revelaba la «retorcida ideología» de los talibanes y reafirmaba la determinación de su gobierno de prevalecer en la guerra, que ahora cumple casi nueve años.
Como es característico, el Wall Street Journal sacó las conclusiones más explícitas y reaccionarias del hecho en un editorial del lunes titulado «El método talibán», y calificaba los asesinatos de «especialmente notables como una educación en la naturaleza de nuestro enemigo».
«Los asesinatos son una ventana abierta a la amenaza a la que se enfrentan cada día miles de afganos si osan cooperar con el gobierno afgano», continuaba el Journal. «Los asesinatos y desfiguraciones (corte de orejas o brazos) son una táctica de guerra, diseñada para hacer más difícil al gobierno recoger datos de inteligencia y prestar servicios para ganarse a la población».
Tehis ignora el bien conocido hecho de que la mayoría del pueblo afgano se opone a la ocupación encabezada por Estados Unidos de su país y al corrupto gobierno títere impuesto por Washington en Kabul. Además, la maquinaria de guerra de alta tecnología operada por el Pentágono inflige mucho más daño a los cuerpos de sus víctimas sin que los bien pagados reaccionarios de las oficinas editoriales estadounidenses derramen ninguna lágrima.
The Journal concluye: «El principal propósito estratégico estadounidense en esta guerra es la defensa propia negando un santuario de al-Qaida. Pero nuestra causa incluye también el imperativo moral de impedir la victoria de unos radicales islámicos que les daría carta blanca para mutilar y asesinar a miles de inocentes».
Esto combina la mentira que fue la base original para la invasión de Afganistán -la guerra como venganza por los ataques terroristas del 11 de septiembre- con las razones «morales» y «humanitarias» que los medios estadounidenses están propagando ahora tan diligentemente.
En su explicación de por qué Time publicó su foto de portada, el director ejecutivo Stengel hace una reveladora referencia al hecho de que «la muy publicitada publicación por parte de WikiLeaks de los documentos clasificados ya ha desencadenado el debate acerca de la guerra». Una razón fundamental de la furiosa hostilidad hacia WikiLeaks es que esta pequeña organización basada en Internet ha roto la autocensura practicada por la vasta máquina mediática controlada por las corporaciones.
Quienes desempeñan el papel de tomar decisiones (los directores de los principales periódicos y revistas, los ejecutivos, productores y presentadores de los principales canales de televisión) son muy conscientes de la naturaleza de la guerra en Afganistán. WikiLeaks no fue una revelación para ellos. En su deliberada supresión de la brutalidad de la guerra estadounidense desempeñan un papel fundamental para posibilitar los crímenes del imperialismo.
Fuente: http://www.wsws.org/articles/2010/aug2010/pers-a10.shtml
rCR