Hace unos días escribí una nota, «Las razones de la clase trabajadora», donde esgrimía las más que sobradas razones que tienen los asalariados argentinos para ejercer el derecho a huelga, publicada por Rebelión. En ella, me basaba en los propios números del Indec intervenido por el gobierno kirchnerista, para ilustrar la agobiante situación que sufren […]
Hace unos días escribí una nota, «Las razones de la clase trabajadora», donde esgrimía las más que sobradas razones que tienen los asalariados argentinos para ejercer el derecho a huelga, publicada por Rebelión. En ella, me basaba en los propios números del Indec intervenido por el gobierno kirchnerista, para ilustrar la agobiante situación que sufren los trabajadores. El escrito mereció una respuesta crítica por parte de Carlos Larriera (CL) en el mismo sitio [1]. Más allá de las consideraciones respecto del texto del mencionado escriba, me parece que en las posturas expuestas se desarrolla el debate principal que hoy trasunta la izquierda en su conjunto: la reivindicación del horizonte socialista por un lado, o la resignación que sólo aspira a humanizar lo inhumanizable: el capitalismo, por el otro. Esto se plasma en lo concreto, en el posicionamiento respecto del gobierno de la señora viuda de Kirchner: la oposición desde la defensa de los objetivos revolucionarios, o el seguidismo vergonzante al «mal menor».
Siempre pensé que cada ser humano tiene derecho a pensar lo que se le antoje acerca de cómo se debe organizar la sociedad. Lo que no se puede defender es la tergiversación de los dichos y mucho menos de los hechos, venga de donde venga esa acción. La nota de referencia se desarrolla en esos ámbitos: el desacuerdo y la tergiversación.
Según mi criterio, ya el título denota la postura claudicante (ideológicamente) de quien la escribe: «La clase obrera como combatiente de vanguardia en defensa de la democracia«, suena a bajada de bandera. No tiene nada que ver este momento del capitalismo en Argentina con el contexto feudal donde y cuando Lenin desarrolló su escrito. El socialismo revolucionario tiene como objetivo el cambio social de raíz, pensando que el rol de la clase obrera debe ser el de vanguardia en la lucha e instauración del socialismo. Larriera da varios pasos atrás respecto de esta visión ideológica.
El compañero empieza mal. Dice en su nota: «Solamente se hará hincapié en algunos conceptos erróneos que desarrollaremos a continuación«. Parece que Larriera tiene «la verdad rebelada» acerca de los «conceptos de la ideología», aunque, creo (no voy a caer en su mismo error), le pifie hasta en el título. Se queja de mi pregunta: «¿Así reparten la riqueza los k?» y plantea algo así como que el gobierno no puede disponer de ella. Tras cartón, declama temerariamente que «Robles cree que el gobierno (kirchnerista) tiene todo el poder«. Eso, además de ser mentira, es subestimación. Quédese tranquilo, compañero: sé muy bien qué clase detenta el poder en el mundo. Y sé muy bien que los gobiernos de las democracias burguesas representan políticamente los intereses de los diferentes sectores que componen la burguesía. Tal como lo hace el gobierno de Cristina Fernandez.
Es el gobierno de CFK el que se vanagloria del «reparto» que hace de la riqueza que producen las fuerzas del trabajo. Entonces… ¿cómo le hablamos al pueblo para decirle que eso no es cierto? Lo mismo pasa con los demás puntos mencionados: «el gobierno no tiene el poder para terminar con el trabajo en negro, o triplicar el salario y la jubilación mínima» dice CL ¡El problema es que el gobierno proclama que sí, y ahí está el engaño al pueblo que hay que desenmascarar! Mientras Larriera piensa en alguna «fórmula mágica» para decir las cosas, los que soñamos con otra sociedad llamamos al pan pan, y al vino, vino, afirmándonos en las contradicciones del sistema para arrancarle la máscara de la mentira. Parece que el compañero desconoce la consecuencia fundamental del modo de producción capitalista: la imposición de una cultura a las clases dominadas. De esta manera, el pueblo cree que el poder está en quien gobierna, que en la democracia gobiernan las mayorías populares, y que sin patrón no hay trabajo. Vivimos en esa cultura, y a partir de ella es que debemos cambiar las cosas.
Larriera escribe confusa y contradictoriamente. Varias veces reconoce la veracidad de los datos exhibidos en mi nota anterior, para en algunos casos contradecirse a sí mismo: primero dice que el gobierno «no reparte», pero luego afirma que «distribuye mejor que lo que se hizo en los 90». Bueno… ¿en qué quedamos? Dice: «Este gobierno lo que publicita, o por lo menos muestra sin poder evitarlo, es que favorece a todos los sectores de la burguesía, incluidas las PYMES, tratando al mismo tiempo de aumentar la distribución del ingreso. Es lo que llama crecimiento con inclusión social, cosa que sólo concreta, por supuesto, en pequeña medida«
O sea que el gobierno publicita una mentira. Pero para Larriera, decirlo es destituyente. O mucho peor: confrontar el discurso del gobierno con la realidad y con las expectativas populares de una vida mejor para demostrar el engaño «es creer que este gobierno es socialista». Una forma de ver las cosas bastante… rebuscada y livianita, por decirlo de una manera suave.
No creemos que este gobierno es socialista, ni siquiera progresista, Larriera: lo que intentamos demostrar es que es imposible lograr una sociedad justa dentro del sistema burgués. No hace falta citar a Lenin o a Marx para darse cuenta de ello.
El problema de CL es que asume el discurso delirante del gobierno, y ve acciones destituyentes en todas las críticas, por más razonables que estas sean. Y no se queda en la temeraria mezcla de la protesta asumida por algunos sectores de la población, con las intrigas que siempre han existido, existen y existirán por parte del poder económico: él va más allá, y habla del peligro de una «dictadura militar»: «¿No hemos estado siempre, desde la izquierda, contra los golpes militares que derrocaban gobiernos democrático- burgueses? ¿No establecimos siempre una clara diferencia entre un gobierno democrático- burgués, y una dictadura militar?» – dice. El peligro de una «asonada militar», creo, que está muy lejano en este país. Claro, montado en semejante delirio, quiere justificar la defensa de la «democracia» burguesa.
Larriera quiere asumir esa defensa, pero se queja de la esencia de lo que defiende: que las corporaciones conspiren para obtener cada vez más beneficios del sistema que ha creado la clase que las dirige, es tan natural como que el pez nade en el agua ¿Qué espera este muchacho? Mucho más, después de un estallido popular como el del 2001, donde tuvieron que «ceder algo para no perderlo todo». Y para hacerles el «trabajo sucio» llegó el kirchnerismo, expresión y síntesis de ese momento de la lucha de clases en Argentina. Ahora que les pasó el temblor, intentan volver por lo que consideran «suyo». CL no entiende que la expresión «menos mala» de la burguesía no sale de un repollo, si no que es producto del nivel de la resistencia del pueblo a ser explotado.
En fin, la respuesta de Larriera es bastante inconsistente, por decirlo de alguna manera. Y además de la medianía ideológica y política, no se priva de la tergiversación. Intenta confundir un «frente político» con una acción reivindicativa, como fue el crisol que se expresó en el paro general de noviembre pasado. Mientras tanto, mira para otro lado ante el abrazo efusivo que el gobierno kirchnerista le concede a una gran parte del Gran Capital, representado fundamentalmente por las corporaciones minera, petrolera, sojera y financiera, los grandes ganadores de las políticas oficialistas. Además, ¿qué autoridad ética tiene para juzgar a la izquierda alguien que avala una administración que tiene como socios-cómplices a Gioja, Scioli, Beder Herrera, Menem, Capitanich, Boudou, De Vido, Corpacci, Alperovich, Insfrán, Closs, Fellner, los Gordos de la CGT, los capomafia intendentes del conurbano bonaerense, Echegaray, Cristobal López, Spolzky, Cirigliano, Taselli, Manzano, Soros, Slim, Peter Munk, Monsanto o la British Petroleum? ¡Y el muchacho tiene el descaro de decir que el paro fue «un acto más de la campaña destituyente del capital concentrado«! Es mucho, Larriera…
Larriera miente. Dice que la clase obrera «no participó del paro», que fueron «pocos gremios» y que «no tenían consignas genuinas», aunque entre ellas estuviera «el salario no es ganancia». Claro, en otro alarde de la «coherencia» que atraviesa toda la nota, después escribe: «No se trata de defender a este gobierno, tampoco de renunciar un milímetro a la independencia de clase, tampoco se trata de postergar cualquier lucha concreta por salarios, contra despidos, trabajo en negro, tercerización, etc, por temor a «desestabilizar» a este gobierno, ni nada parecido«. Parece que, entonces, sí hay razones para protestar, después de todo
Y sigue: «Se trata de que una de las tareas obligatorias de los socialistas revolucionarios es oponerse a todo intento destituyente del capital concentrado«. Hay que decirle a Larriera que hay que oponerse a toda acción del capital concentrado y a los gobiernos que les llenan los bolsillos y que, justamente, favorecen y fomentan esa concentración. Como el kirchnerista
Y termina: «Y sobre todo a ayudar al proletariado a tener la mayor claridad sobre la lucha interburguesa, el rol de cada uno de los sectores de clase, etc., en la lucha de clases actual, y ubicar sus luchas y la forma de sus luchas con la mayor claridad posible en ese marco«
Muy bien: hay que ayudar al proletariado a tener mayor claridad sobre la lucha interburguesa. Lástima que Larriera se queda ahí, y como parte de esa izquierda claudicante, no va más allá, en lo que son los verdaderos preceptos de la ideología revolucionaria: la lucha de clases. La lucha por el poder, única forma de que las clases dominadas dejen de serlo, para modelar un mundo justo, sin miseria ni explotación.
Claro, para eso no hay que leer a Larriera
Nota:
[1] http://www.rebelion.org/
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