Debo empezar por decir que esta opinión me interesa bastante más por la posibilidad de que llegue a él que por que esté o no de acuerdo el lector. Al fin y al cabo el asunto ya no es de rabiosa actualidad. A pesar de que se abusa de la palabra increíble, si hay una […]
Debo empezar por decir que esta opinión me interesa bastante más por la posibilidad de que llegue a él que por que esté o no de acuerdo el lector. Al fin y al cabo el asunto ya no es de rabiosa actualidad.
A pesar de que se abusa de la palabra increíble, si hay una particularidad de los tiempos que vivimos ésa es la pérdida de capacidad de asombro. Todo es posible. Especialmente en política y en periodismo. Algo que hace mucho tiempo se hubiera llamado escándalo, hoy es anécdota. Y eso, una tras otra. Creo que, en buena medida, es porque detrás de un obispo hay un político, detrás de un político un obispo, y detrás de un periodista un obispo y un político a la vez. Es decir, que al menos en España, política, periodismo y clericalismo son intercambiables…
Todo esto viene a cuento de que a propósito de la denuncia, la soflama o el panfleto que publicó hace un par de semanas la Asociación de la Prensa de Madrid a través de su presidenta y portavoz (¿o portavoza?) sobre el presunto acoso que algunos periodistas pertenecientes a dicha asociación dicen haber sufrido por miembros de Podemos, vi y escuché la correspondiente homilía de Iñaki Gabilondo acerca de tan colosal incidente.
Pues bien, de este periodista, siempre hasta ayer ponderado y neutral (algo que escasea en estos tiempos en la profesión), me encontré en esta ocasión con un enfoque que a mi juicio fue disparatado. No tanto por la dosis de dgresión respecto al asunto principal al no abordarlo en sus justos términos y hablar de todo menos del vergonzoso formato y contenido del comunicado, como por un corporativismo exacerbado con el que yo no contaba en él. Y luego, por la contaminación ideológica reaccionaria que asimismo le aprecié: otro fenómeno que vengo observando progresivamente en los profesionales de la política y del periodismo, estén o en activo, que frisan los 70 (no tan presente en la ciudadanía común de esa misma edad). Todos disfrutando de una posición boyante y todos carentes de la más mínima flexibilidad mental para examinar las cosas, la vida, la historia reciente de este país y la situación nefasta para millones de españoles, desde un prisma siquiera levemente distinto del que acostumbran los dominadores y sus cómplices, entre los que los políticos y periodistas septuagenarios están.
Y a juzgar por la deriva de su locución en ese video que circula por las redes sociales, parece que éste puede ser el caso del mismísimo y grande Iñaki Gabilondo.
Es más, no conozco a ninguno de los políticos que fueron de relumbrón, salvo las excepciones que hay siempre en todo, que, disfrutando de la vida muelle que proporciona la riqueza o las pensiones suculentas, a menudo excesivamente suculentas, vea en el empuje de Podemos una vía natural de salida a la indignación, a la rabia e incluso el odio que rezuman dos décadas de abusos y de rapiña generalizada a cargo de la clase política con todas las excepciones que se quieran. Y todos los abusos precisamente cometidos al amparo de una Constitución muñida asimismo en su origen con abuso, que se alza como escudo cuando y en lo que conviene a los abusadores y se pisotea en todo lo que les conviene.
Así las cosas, no sólo Gabilondo no defendió la probabilidad de no tener nada que ver Podemos con el objeto de las acusaciones que hizo esa portavoz de la Asociación de la Prensa en nombre de periodistas anónimos, ni cuestionó el modo y estilo de propalar semejante comunicado, sino que destinó todo el tiempo de su alocución a descalificar pedagógicamentee a la cúpula de Podemos por, según él, no saber encajar las críticas. Críticas, por cierto, reducidas al principio al aspecto personal de sus políticos elegidos, luego ampliadas por sus detractores a atribuir a la formación unos propósitos que nada tienen que ver con la regeneración en tantos aspectos de la que tan necesitado está este país, y luego por sus relaciones con otros países latinoamericanos tan resentidos como España por los abusos del establishment estadounidense y de la propia Europa. Y todo porque esa nutrida legión de iconoclastas de Podemos ven comprometida o en peligro su sólida posición económica, social y profesional mucho más que por razones estrictamente ideológicas.
En una palabra, es una pena que un referente de categoría del periodismo como es Iñaki Gabilondo se una a los energúmenos de la política y del periodismo en este enfrentamiento entre la derecha cavernaria y la progresía de las generaciones nuevas y se haya decantado por las corrientes vulgares resistentes a los cambios imprescindibles que requiere España.
Y dada la gravedad, a mi juicio, de dicha deriva, me es indiferente que su actitud se deba a motivos bastardos o espurios, que descarto, o a un reblandecimiento del córtex cerebral en quien, salvo excepciones, ha cumplido los 70…
Jaime Richart es antropólogo y jurista.
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