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La guerra de la información

Fuentes: Revista Fusión

En 2000 comenzó la llamada Segunda Guerra del Golfo o invasión de Irak. Para ello EE.UU. se basó en informaciones sobre la existencia de armas de destrucción masiva en este país de Oriente Medio. Luego se comprobó que no era cierto. En manos interesadas, los medios de comunicación se han convertido en máquinas de propaganda […]

En 2000 comenzó la llamada Segunda Guerra del Golfo o invasión de Irak. Para ello EE.UU. se basó en informaciones sobre la existencia de armas de destrucción masiva en este país de Oriente Medio. Luego se comprobó que no era cierto. En manos interesadas, los medios de comunicación se han convertido en máquinas de propaganda que dirigen a los ciudadanos en la dirección prediseñada.

¿Existe la prensa librepensadora, crítica, independiente? Conviene que el ciudadano crea que sí, si no quiere darse cuenta de que las informaciones de las que se alimenta cada día son parciales o están enfocadas en una dirección concreta para conseguir un objetivo determinado. Pero la realidad se empeña en demostrarnos que detrás de cadenas de televisión y prestigiosos diarios hay grandes grupos de poder, con necesidad de ganancias económicas. En la vecina Francia Serge Dassault preside el grupo que lleva su apellido. Bajo este político de derechas se agrupan periódicos como Le Figaro, L’Express o Expansión. En Italia, Berlusconi posee las tres cadenas privadas de televisión más importantes del país. El caso más significativo es Estados Unidos, donde en 2002 se abolieron las normas contra las concentraciones en el campo audiovisual. Desde entonces General Electric ha comprado la NBC, y America Online se ha hecho con Netscape, la revista Time, la Warner Bros y la CNN.

Es lógico pensar que estos gigantes empresariales se mueven en la dirección que marcan sus intereses políticos y económicos, más que por valores periodísticos.

Prensa al servicio de la política

Si la aglomeración de varios medios de comunicación en torno a una persona con unas ideas políticas determinadas o de una multinacional concreta resulta inquietante, todavía lo es más pensar qué puede hacer la prensa al servicio de un gobierno.

Controlar los medios equivale a controlar la información que llega al ciudadano. Las dictaduras lo conocen bien y utilizan sistemáticamente la censura para determinar qué informaciones favorables a los gobernantes han de recibirse y cuál ha de ser el enfoque. En esos casos, las detenciones están a la orden del día, y la información contempla sólo una parte. Pero el siglo XX comenzó a intuir la manera de dirigir la información sin necesidad de censurar. Buena muestra de ello fue la confrontación ideológica entre las democracias occidentales y los totalitarismos. Apoyándose en la prensa, EE.UU. logró colar en las mentes de los ciudadanos animadversión hacia los rojos comunistas de Rusia y China, y cuidadosamente instalar que el american way of life basado en el capitalismo era el modo de vida occidental por excelencia. Mientras, el aparato de propaganda soviético intentaba convencer a los ciudadanos de la superioridad de su sistema.

Esta forma de propaganda y contrainformación sigue utilizándose a día de hoy, pero el refinamiento ha conducido a la desinformación: colar información falsa entre la verdadera, y cuanto más prestigioso sea el medio, mejor. El objetivo ya no es un solo país sino el planeta entero, y la cabeza estratega es EE.UU. De un reciente informe se extrae que tras el 11-S el Pentágono pone en funcionamiento secretamente la Oficina de Influencia Estratégica (OIE) con el objetivo de modelar las opiniones públicas a nivel planetario. El primer plan consistió en una intoxicación masiva de los medios de comunicación a fin de apoyar la guerra contra el terrorismo. En su país el sistema tuvo mucho éxito. Aunque en EE.UU. el Smith-Mundt Act prohíbe campañas de desinformación contra los propios estadounidenses, lo cierto es que la OIE siguió adelante con sus proyectos. Sólo tras revelaciones de la prensa se anunció su desmantelamiento, aunque rápidamente la OIE fue sustituido por el Northern Gulf Affairs Office, con los mismos objetivos.
En un documento recientemente desclasificado y difundido por la National Security Archive, se descubre la estrategia del Pentágono para controlar la información. Firmado por Donald Rumsfeld en octubre de 2003, examina las variadas actividades del Ejército para el control de información y que van desde la guerra electrónica a las operaciones psicológicas, la intoxicación masiva de medios y la guerra a Internet. Una de sus actividades más conocidas fue preparar el terreno para una intervención en Irak, destilando informaciones que vinculaban a este país con el terrorismo internacional y su posesión de armas de destrucción masiva. Para ello no se escatimaron medios e incluso el informe menciona la iniciativa de «desarrollar un sitio web global al servicio de los objetivos de los EE.UU.»

El juego de la información

Probablemente el lector se pregunte qué es realmente lo que se vuelca en los medios de comunicación y con lo que comulgan los lectores sin saberlo. Según Roberto Montoya, uno de los jefes de la sección Internacional del diario El Mundo, «a partir del 11-S, EE.UU. se ha enfrascado en una cruzada muy genérica contra el terrorismo, en la que se engloba al integrismo islámico. Pero lo que no hace es explicar el origen de ese integrismo en el que ha puesto las tintas. Y lo cierto es que los propios talibanes de Afganistán en los años 80 fueron sus aliados para combatir a las tropas soviéticas que ocupaban este país. Entonces EE.UU. les consideró luchadores por la libertad, y Reagan y Bush padre -así como muchos otros países- les dieron apoyo financiero y armamentístico. El propio Bin Laden era en ese momento aliado de este país y de la CIA y lo que hizo fue aprovechar esos muyahidín antes de que se desperdigaran por sus países de origen». Ante estas palabras de Montoya vienen a la memoria más casos en los que EE.UU. vendió al mundo como enemigo, a personajes o países que antes habían sido sus aliados. El mismo caso se repitió con el general Noriega, en Panamá. Durante años fue un aliado y hombre directamente ligado a la CIA, hasta que dejó de ser una persona de confianza. Entonces, en 1989 los marines estadounidenses invadieron Panamá, capturaron a Noriega y lo juzgaron en Florida, donde cumple condena actualmente. Para nosotros el caso más cercano es Saddam Hussein.

«Iraq fue en los años 80 aliado de EE.UU. para combatir Irán -explica Roberto Montoya-. Jomeini era entonces el gran enemigo, el gran diablo y EE.UU. se apoya en Saddam Hussein porque era el único gobierno laico de la zona del Golfo. Cuando dejó de servirle como gendarme mundial, provocó la Guerra del Golfo para desarmarlo y desactivarlo. Y ahí entró toda la propaganda argumentando que tenía armas de destrucción masiva, que después se demostró que era totalmente falsa. Todo es parte de una campaña propagandística que se utiliza mucho en la guerra. EE.UU. la emplea apoyándose en una maquinaria internacional muy compleja, que busca cómo relacionar a los grandes demonios». De las palabras de este experimentado periodista puede deducirse que a menudo es el propio EE.UU. quien ha contribuido a crear el nuevo enemigo, dándole previamente dinero, armas y poder.

El objetivo propagandístico

Según los informes desclasificados, el fin de esta batalla informativa en toda regla perpetrada por EE.UU. es conseguir apoyos a la guerra contra el terrorismo y mejorar su imagen en el mundo, bajo el lema ‘Ganar los corazones y las mentes’. Pero Roberto Montoya afirma que el objetivo real tiene que ver con la política energética estadounidense: «En definitiva, EE.UU. intenta con este tipo de campañas encubrir el objetivo real que está detrás de sus acciones bélicas en el exterior. Y éste es el control de las materias energéticas de Oriente Medio y el Golfo. Así en un momento se intentó derrocar al régimen iraní y luego se derrocó a Saddam. Es decir, se intenta mediante acuerdos conseguir buenas relaciones con los países que tienen el control del oro negro, pero cuando no lo consiguen buscan todo tipo de estrategias, mentiras y demás, para desarmar y poner en el poder a gobiernos dóciles».

Efectivamente, si miramos a Afganistán observaremos que hoy gobierna Karzai, que fue un alto ejecutivo de una empresa energética norteamericana que durante años intentó construir un gran oleoducto y gasoducto a través de territorio afgano. ¿Es su nombramiento casual o premeditado? «A nosotros nos puede costar entenderlo, pero en EE.UU. los intereses petroleros juegan un papel muy importante en su política exterior y sus estrategias. Ellos consideran el petróleo como parte de su seguridad nacional, y prueba de ello es que la mayoría del gabinete de Bush proviene de la industria petrolera, como el vicepresidente Cheney y la propia secretaria de Estado, Condoleezza Rice».

Las inexistentes noticias independientes

Los periódicos y televisiones se surten de noticias internacionales que mayoritariamente provienen de agencias de información, a menos que tengan un corresponsal que sobre el terreno pueda verificar la información. Desde su experiencia, el periodista Roberto Montoya corrobora la dificultad de contrastar noticias: «EE.UU. se apoya en una maquinaria de propaganda muy compleja, que compra cantidad de periodistas y pequeñas agencias de noticias en todo el mundo y eso es algo muy difícil de contrarrestar. Evidentemente cuando facilitan supuestas fotos de satélite mostrándonos armas de destrucción masiva en un país, es muy difícil demostrar que eso no es así. Lo cual tiene un impacto mediático a nivel internacional, ya que todo el mundo rebota esa noticia y eso tiene un efecto para ellos muy útil». El lector se encuentra indefenso ante una información que sólo puede confirmar si encuentra tiempo para contrastarla o dispone de formación suficiente para leer entre líneas el objetivo de una noticia determinada. Sólo nos queda confiar en medios de comunicación honestos y periodistas comprometidos con la verdad. «Las personas especializadas en política internacional no nos contentamos con leer el último teletipo que llega, -puntualiza Montoya-.

Nos fijamos de qué agencia procede la información y tratamos de buscar varias fuentes de cada cosa, pero a sabiendas de que es muy difícil. Hay informaciones de las que uno está convencido que son pura intoxicación mediática pero no tiene pruebas para demostrarlo. Es cierto que no es fácil enfrentarse a una maquinaria semejante de propaganda, no se está preparado y muchas veces los medios de comunicación no facilitamos las cosas más que con un editorial o una columna de opinión. Mediante ello se le hace un guiño al lector para alertarlo de que se fije en ciertas cosas a la hora de leer la noticia, porque el periodista se da cuenta de que si da la información lineal está sirviendo como correa de transmisión a una información que sabe perfectamente que es falsa».