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V Encuentro Mundial de Corresponsales de Guerra

La guerra mediática, pieza esencial de la política imperialista

Fuentes: Rebelión

Las guerras de agresión, las guerras de expansión, han dado mucha importancia siempre, desde hace siglos y cada día de forma más sofisticada, a cómo utilizar los medios de comunicación para venderlas, para camuflar ante la opinión pública el interés real perseguido con esas guerras. Desgraciadamente gran parte de la opinión pública mundial -incluyendo en […]

Las guerras de agresión, las guerras de expansión, han dado mucha importancia siempre, desde hace siglos y cada día de forma más sofisticada, a cómo utilizar los medios de comunicación para venderlas, para camuflar ante la opinión pública el interés real perseguido con esas guerras. Desgraciadamente gran parte de la opinión pública mundial -incluyendo en ella a la del mundo desarrollado, la que se cree bien informada- es a diario víctima de esa guerra mediática sin saberlo. Sus valores, sus opiniones, en muchos casos son alterados como consecuencia de esa versión manipulada y deformada que recibe y sobre la cual a menudo no cuenta con otra información alternativa. Los medios alternativos se encuentran con falta de recursos y soportan todo tipo de hostilidad para poder hacer llegar su versión al gran público, para hacer conocer la otra cara de tantas informaciones.

El periodista belga Michell Collon, que tiene dos libros publicados sobre el tema, «Attention medias» y «Postcriptum», dice algo que parece muy simple, muy conocido, pero que en realidad es clave: Dice que si a la gente, a la opinión pública en general, aquellos que van a lanzar una guerra le dijeran la verdad, los verdaderos objetivos que se persiguen y la cantidad de muertos y destrucción que se va a provocar, una gran parte no los apoyaría. Y da este ejemplo sobre la Guerra del Golfo contra Sadam Husein en 1990-91. Habla de qué hubiera pasado si, por ejemplo, a la sociedad norteamericana y a la de cualquiera de los países que participaron en su coalición, le hubieran hecho la siguiente pregunta: «¿Está usted de acuerdo con que se mate a millares de iraquíes para conservar el control del petróleo?». Sin duda que un sector seguiría pensando que estaría más que justificada la guerra, pero muchos, previsiblemente la mayoría, no secundaría sin embargo tan frívolamente los discursos belicistas como se ve a menudo.

Y sin duda si hay una potencia que ha dado gran importancia a la guerra mediática desde su propio nacimiento como país independiente para vender sus guerras imperiales, ha sido Estados Unidos.

La política exterior de Estados Unidos es sujeto de informaciones constantes en los medios de comunicación de masas de la mayor parte del mundo. Como nunca antes en la historia de ese país, lo que decida hacer a nivel internacional la Administración de turno, tanto en el plano político propiamente dicho, como en el terreno militar, en el campo económico, comercial y financiero, en el área medioambiental o científica, o en la cultural, tendrá inevitablemente consecuencias en todo el mundo. Esto es mucho más notorio, indudablemente, desde el fin de la Guerra Fría.

Como demuestra toda la historia de ese país, no difiere decisivamente el hecho de que el inquilino de la Casa Blanca sea un demócrata o un republicano. Desde el propio nacimiento de EEUU como república, unos y otros han llevado a cabo guerras de rapiña y agresión en todo el mundo, en aras, en definitiva, de un interés común, el de los propios Estados Unidos y sus multinacionales. Lo comprobamos día a día en este siglo XXI, pero podemos encontrar los precedentes desde siglos atrás.

Ambos partidos, que se alternan en el poder, han coincidido en dar mucha importancia a la propaganda de guerra, a la guerra mediática. La utilización de los medios de comunicación como arma justificatoria de la guerra y de las restricciones incluso a las libertades democráticas de los propios ciudadanos estadounidenses, ha jugado un papel clave en toda la historia del Imperio norteamericano y representa un papel fundamental en la cruzada mundial lanzada por Estados Unidos desde el 11-S.

En la era de la comunicación globalizada, de Internet y los periódicos on line, el ya de por sí importante papel que ha jugado la propaganda en toda guerra, adquiere una dimensión mayor.

La guerra mediática le permite al Gobierno de EEUU hacer no sólo que buena parte de su población dé por válidas las categorías con las que divide al mundo entre buenos y malos, entre el Bien y el Mal, entre terroristas y demócratas o luchadores por la libertad. No es sólo eso, le permite también ejercer gran influencia en todo el mundo, a través de la gran maquinaria que pone en marcha, con la complicidad, activa o pasiva, de los gobiernos de muchos otros países. EEUU ejerce influencia en órganos internacionales tan significativos como la ONU, la OTAN, el Banco Mundial, el FMI, la OEA, la UE y muchos otros, alcanzando, por extensión, a gran parte de la población mundial.

Habría que recordarle al emperador Bush que, paradójicamente, la primera vez que se utilizó en el continente americano el término de terrorista que tan a menudo él usa, fue precisamente contra los independentistas de las colonias que luchaban contra el yugo inglés en el territorio que hoy día es Estados Unidos.

El término terrorista ha sido manoseado, deformado, interpretado de forma distinta según quién lo hiciera e incluso quitando y poniendo ese calificativo según las épocas y la oportunidad, como veremos luego.

Chomsky ha recordado que la utilización de la propaganda para justificar la participación en los conflictos bélicos, en el caso de Estados Unidos, se remonta a 1916, durante la Administración del demócrata Woodrow Wilson, considerado, paradójicamente, antiaislacionista y a favor de la Sociedad de Naciones, el embrión de Naciones Unidas. Veamos lo que dice Chomsky de él en su libro publicado al menos en España con el elocuente título de Cómo nos venden la moto: «La población [norteamericana] era muy pacifista y no veía ninguna razón para involucrarse en una guerra europea (la I Guerra Mundial); sin embargo, la Administración Wilson había decidido que el país tomaría parte en el conflicto. Había por tanto que hacer algo para introducir en la sociedad la idea de la obligación de participar en la guerra». «Y se creó una comisión de propaganda gubernamental, conocida con el nombre de Comisión Creel, que, en seis meses, logró convertir una población pacífica en otra histérica y belicista que quería ir a la guerra», añade Chomsky, «y destruir todo lo que oliera a alemán, despedazar a todos los alemanes, y salvar así al mundo».

En esa comisión Creel, que llevaba por cierto ese nombre porque uno de sus cerebros era el periodista George Creel, participaban los entonces secretarios de Guerra, de Marina y de Estado de Estados Unidos. Recuerdo a todos que estamos hablando de 1916. El objetivo de ese comité era vender la guerra al público estadounidense. Uno de los medios fundamentales que se utilizó en aquel momento fue el cine. El analista Albarrán de Alba, que escribió mucho sobre ese tema, dice: «Esa fue en realidad la primera oficina gubernamental de propaganda estadounidense, pero también la primera oficina de censura gubernamental, misión que cumplió celosamente a lo largo de la primera gran guerra».

En el libro de Chomsky que citaba, éste hace un recorrido histórico sobre los grandes momentos de guerra propagandística en Estados Unidos, destacando la campaña contra Cuba por parte de otro presidente demócrata, John Fitzgerald Kennedy [la famosa Operación Mangosta], actualizada, con variantes, una y otra vez, por parte de las distintas administraciones norteamericanas.

Sobre la gran maquinaria mediática montada contra Cuba por EEUU desde el triunfo de la Revolución, en 1959, hasta la fecha, se han publicado muchas cosas, hay numerosísimas pruebas de ello.

Sin embargo, es bastante menos conocido un hecho que recoge Albarrán de Alba en un excelente artículo llamado «La guerra mediática», publicado en el portal Sala de Prensa, para periodistas latinoamericanos. Veamos este párrafo suyo: «La difusión de imágenes de la guerra como parte de la oferta de infoentretenimiento en los horarios estelares de la televisión, a la que el mundo pareciera acostumbrado hoy, ni de lejos es un fenómeno que haya nacido con la CNN y la globalización de la información. La primera intervención militar filmada fue la invasión a Cuba, en 1898. El reportaje de la Vitagraph se llamó Fighting with our boys in Cuba (Combatiendo con nuestros muchachos en Cuba)».

Este autor, Albarrán de Alba, cita también otro hecho que tuvo lugar durante la guerra de Cuba de 1898, tras la cual se puede decir que el imperialismo comienza una carrera desenfrenada de intervenciones militares en el mundo y más específicamente en América Latina, en lo que llamó su patio trasero. El párrafo en cuestión dice así: «La necesidad gubernamental de control de la prensa no es gratuita, dada su capacidad de influencia, tal y como lo entendió el gobierno estadounidense a finales del siglo XIX, cuando una campaña orquestada en los periódicos sensacionalistas de William Randolph Hearst, encabezados por el New York Journal, obligó a la invasión militar de Cuba en 1898. Hearst había enviado a un reportero y a un dibujante a La Habana; éste último, Frederic Remington, telegrafió a su jefe pidiéndole autorización para regresar, pues no había nada que informar. ‘Todo en calma. No habrá guerra’, le explicó a Hearst. La respuesta del empresario periodístico es célebre: «Ruégole se quede. Proporcione ilustraciones, yo proporcionaré la guerra».

Hearst no se equivocaba, tenía muy buenas fuentes, se codeaba con las más altas esferas del poder, y su influencia fue cada vez mayor desde el seno de la poderosa American Newspapers Publishers Association, que reunía a los grandes empresarios de medios de comunicación, un organismo con cada vez más vínculos con el Ejecutivo estadounidense. No me resisto a la tentación de citar de nuevo este artículo de Albarrán de Alba, que ilustra ejemplarmente cómo nació un medio de comunicación tan normal hoy día y tan influyente como es la radio, ligado directamente al Gobierno de Estados Unidos, a sus fuerzas armadas y sus poderosas multinacionales. Dice así: «Al finalizar la Primera Guerra Mundial, fue la Armada estadounidense la que convenció a la Casa Blanca de que agrupara a las grandes empresas que explotaban las nuevas tecnologías «estratégicas» de la época. Así nació la RCA (Radio Corporation of America), en 1919, que se repartió el sector de radio y telecomunicaciones con la General Electric, la American Telegraph & Telephone y posteriormente la firma Westinghouse. En el consejo de administración de la naciente RCA, un representante de la Casa Blanca ocupaba un asiento. Hasta 1919, la radio era considerada un «arma de guerra» en todo el mundo, y consecuentemente no existían emisiones privadas. Con el paso del tiempo, y mediante la adquisición de estaciones de radio y televisión, RCA se convirtió en lo que hoy es una de las cuatro principales cadenas estadounidenses: la NBC (National Broadcasting Company)… bajo control corporativo de la General Electric«.

Como todos sabemos Internet fue también originariamente, un sistema de comunicación militar de las fuerzas armadas de EEUU hasta que, por supuesto, se vio también, al igual que con la radio antes, que ese medio podía ser explotado con fines comerciales. Aunque, como vemos, cuando se quiere bloquear a un país como se hace desde casi 45 años con Cuba, EEUU y sus multinacionales muestran hasta qué punto sabe usar el boicot tecnológico, y así se esfuma de un plumazo la supuesta democracia de Internet.

La colega y amiga cubana Rosa Miriam Elizalde ha escrito en Cubadebate, Juventud Rebelde y Rebelión, los más claros y documentados artículos sobre el tema, explicando detalladamente cómo se realiza el boicot para que Cuba no pueda acceder con las mismas condiciones que otros países a Internet, haciendo así añicos esa versión de EEUU de que es el Gobierno de Cuba el que no quiere que su población pueda contar con un acceso masivo a Internet.

Rosa Miriam nos recuerda, por ejemplo, en la serie de artículos que ha escrito sobre el tema, cosas como éstas: «Aunque Cuba estaba en condiciones de enlazarse a la red internacional desde finales de los 80, no fue hasta julio del 1994 que el Departamento del Tesoro autorizó la transferencia de datos e información a la nación caribeña desde servidores norteamericanos. Esto realmente se pudo concretar en 1996, pero hoy los cubanos aún no pueden conectarse a Internet a la velocidad que quieren, ni contratar de manera independiente a canales y proveedores en Estados Unidos, país que controla tanto los registros de dominios como los principales nodos de acceso internacional. Cada vez que se intenta añadir un nuevo canal a Internet, la contraparte estadounidense debe obtener la licencia apropiada del Departamento del Tesoro de Estados Unidos. No es un secreto -y sin embargo esto tampoco suele aparecer en la prensa-, que la Isla paga a precios de oro la conexión internacional vía satelital, porque Estados Unidos ha bloqueado toda posibilidad de enlazar a la Isla con el cable submarino, y prácticamente la capacidad de navegación del país se contrata a tres empresas, dos de ellas norteamericanas y la tercera, subsidiaria del nodo principal ubicado en EE.UU.»

Rosa Miriam Elizalde nos recuerda igualmente que «desde hace años la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC, según sus siglas en inglés), adscrita al Departamento del Tesoro, mantiene una vigilancia estricta para impedir que los ciudadanos norteamericanos utilicen la web como pasarela para cualquier transacción electrónica que pueda beneficiar a una institución cubana, dentro o fuera de la Isla. Hasta el momento, el Departamento del Tesoro a través de la OFAC ha regulado los vínculos de los norteamericanos con 13 empresas de Cuba o vinculadas a la Isla, desde que Bush anunció el endurecimiento de las acciones contra el pueblo cubano en el 2003 y que entraron en vigor en el 2004. A esto se añaden decenas de sitios dentro y fuera de Estados Unidos, que suelen impedir a los usuarios que navegan desde Cuba la descarga de páginas o soportes gratuitos, internacionalizando en la Red el bloqueo norteamericano. Si un navegante desde un punto de la red cubana entra ahora mismo en la página de www.telemundo.com o www.telefonica.es, por ejemplo, automáticamente los sistemas le advierten que ‘…las leyes de Control de Exportación de los Estados Unidos prohíben la exportación de cierta información técnica y programas de computadoras a ciertos territorios. Ningún programa de este sitio puede bajarse o exportarse a un nacional o residente en Cuba…’

Es decir, no sólo los cubanos no pueden acceder a las tecnologías norteamericanas, con todas las consecuencias que esto supone, sino que las leyes estadounidenses, arrogándose su capacidad extraterritorial, se extiende mucho más allá de sus fronteras, con la complicidad de compañías, instituciones y gobiernos soberanos que jamás aparecen en la prensa denunciados por crímenes de lesa expresión».

Y sobre la guerra mediática contra Cuba podríamos seguir hablando y hablando, como por ejemplo, de cómo se utiliza la revista Forbes para asegurar que Fidel Castro es uno de los hombres más ricos del planeta, dado, claro, que le atribuyen sin ningún empacho, ser el dueño de prácticamente todas las empresas y bienes públicos del propio Estado. También podríamos recordar cómo hace pocas semanas se reveló con nombre y apellido de qué manera trabajaban para el Gobierno de EEUU contra Cuba 10 periodistas cubanos desde Miami.

Podríamos hablar del terrible acoso mediático existente desde hace años contra el presidente Hugo Chávez, dentro y fuera de Venezuela, tratando de transmitir la idea de que es un dictador, sin decir, evidentemente, que es el presidente en ejercicio que se ha sometido a más contiendas electorales ganándolas por amplio margen. Tampoco dicen que fue el propio Chávez el que introdujo una cláusula en la Constitución bolivariana inédita en el mundo, aquella que establece que a mitad de mandato, si hay un número considerable que lo reclaman, el presidente acepta someterse a referéndum para que los ciudadanos puedan revalidarlo o echarlo del poder.

Podríamos hablar del cerco mediático, de las mentiras y miedos que introdujo EEUU en Brasil entre la población y sobre todo en los mercados financieros durante años acerca de los terribles riesgos que supondría un triunfo de Lula. Podríamos denunciar cómo esto se repitió y se repite en Bolivia frente a Evo Morales, desde que tuvo la osadía de anunciar la nacionalización de los hidrocarburos, o lo que es lo mismo, de pensar antes que nada en los intereses de su pueblo. Y así podríamos seguir con el acoso mediático contra cada uno de los dirigentes de izquierda o progresistas que ven que pueden llegar al poder en América Latina y sumarse a ese Eje del Bien que ya representan Cuba, Venezuela y Bolivia, y al que previsiblemente se una Nicaragua y otros países.

Pero todas estas mentiras, esta utilización de la guerra mediática, de la manipulación, de la perversión del lenguaje, no se da sólo en esas áreas geográficas, EEUU las usa en todo el mundo.

Chomsky sostiene que cuando el «lobo feroz» (la URSS) desapareció, hubo que buscar otro, y que fue precisamente Bush senior quien presentó por primera vez a inicios de los 90 como el sustituto del demonio rojo al terrorismo y los llamados estados canalla, encarnándolo ya entonces en primerísimo lugar por Sadam Husein.

Sin embargo, los gobernantes de EEUU nunca ha utilizado otro término relacionado directamente con el de terrorismo y que sí se ha acuñado en América Latina después de sufrir tantas dictaduras militares sangrientas aupadas al poder, financiadas y armadas precisamente por el Imperio. ¿Cuál es ese término?: Terrorismo de Estado.

¿Porque no es acaso Terrorismo de Estado, Terrorismo de Estado planetario el instigar durante toda su existencia como Imperio golpes militares en todo el mundo?

¿Qué es si no Terrorismo de Estado planetario el haber apoyado, entre otros, a terroristas como Posada Carriles, que cometió tantos atentados contra Cuba, con decenas de muertos a sus espaldas y que hoy es protegido por la Administración Bush, con el silencio cómplice de la llamada comunidad internacional?

¿No son acaso terrorismo las guerras preventivas, las terribles matanzas de civiles en Afganistán e Irak, llamadas eufemísticamente daños colaterales?

¿No es Terrorismo de Estado acaso la práctica que lleva a cabo la CIA en todo el mundo, de secuestros de sospechosos de pertenecer a Al Qaeda, a quienes traslada en aviones civiles camuflados a países aliados para torturarlos con total impunidad?

¿No es Terrorismo de Estado la tortura a los prisioneros en Afganistán, Irak, Guantánamo, una práctica legal de la tortura que acaba de ser refrendada hace días por las dos Cámaras de EEUU?

Es precisamente la guerra mediática, la perversión de los términos mismos que se utilizan, los que no hace aparecer esto ante la opinión pública mundial como lo que es : Terrorismo de Estado, aplicado a nivel planetario, gracias a la complicidad y sumisión de tantos países.

La perversión es tal que se ocultó desde el 11-S que los dos primeros enemigos contra los que se lanzó EEUU, presentándolos como los grandes demonios del mundo, los talibán y Al Qaeda, a los cuales más tarde seguiría el régimen de Sadam Husein, dos décadas atrás eran sin embargo considerados por EEUU como aliados.

Los talibán, como miles de muyaidines provenientes de distintos países, fueron reclutados, financiados, entrenados y armados por EEUU y otros países occidentales, en alianza con Arabia Saudí, Pakistán y otros países árabes, para que combatieran a las tropas soviéticas en Afganistán. Y sí, las derrotaron, pero hubo en ese momento algunos de sus líderes, como Bin Laden, que aprovecharon esa experiencia de lucha precisamente, ese hermanamiento de sangre de más de 100.000 combatientes islámicos de distintos países, para sentar las bases de una red terrorista internacional, Al Qaeda. Como sabemos, Al Qaeda quiere decir en árabe precisamente eso, La Base. Hoy no sólo EEUU sino el mundo entero paga las consecuencias de aquella política, de esa visión cortoplacista..

Y otro tanto podríamos decir de Irak.

Salvo raras excepciones, los más influyentes medios de comunicación norteamericanos (y una parte no despreciable de los europeos) fueron cómplices a la hora de ocultar que Sadam Husein había sido hasta poco antes de que se lanzara contra él la Guerra del Golfo de 1991, apoyado militarmente de forma abierta y masiva por EEUU, buena parte de los países de Europa occidental y por la propia URSS durante la cruenta guerra que libró Irak contra Irán. Es que en esa época el puesto de demonio, de enemigo número 1, era el régimen de los ayatolás iraníes y no el laico Sadam. El ayatolá Jomeini, quien con su revolución islámica derrotó al servil sha Reza Pavhlevi, quien aseguraba hasta entonces la defensa de los intereses occidentes en el Golfo. Donald Rumsfeld, el actual jefe del Pentágono, visitaba entonces a Sadam en Bagdad como enviado para la zona de Ronald Reagan.

Por eso se olvidó a la mayoría de los medios recordar a sus lectores, radioescuchas y telespectadores, que buena parte de esas armas químicas utilizadas por Sadam contra la oposición kurda, había sido suministrada precisamente por esos aliados extranjeros con los que contó durante toda la década de los 80.

Como parte de la campaña mediática y de propaganda contra Sadam, a partir de su invasión de Kuwait el 2 de agosto de 1990, los mandos del Pentágono se ocuparon de presentar al ejército iraquí como «el cuarto ejército más poderoso del mundo», asegurando que tenía potentes misiles nucleares, búnkeres en el desierto donde se escondían miles de tanques y todo ello apoyado por supuestas fotografías de satélites, aviones espías y detallados gráficos. En realidad, ya meses antes de que Sadam invadiera Kuwait había comenzado con fuerza la intoxicación, la guerra mediática típica preparatoria de la guerra.

En abril de ese año, casi cuatro meses antes de que Sadam invadiera Kuwait, los servicios de Inteligencia británicos y el FBI aseguraron que la aduana británica había detectado intentos de Sadam por abastecerse de detonadores sofisticados, que serían utilizados en bombas nucleares. Días más tarde, el 2 de mayo de 1990, las televisiones de todo el mundo nos mostraban también unos grandes tubos que decían haber interceptado también en Reino Unido y que serían utilizados, supuestamente, para construir el cañón más grande del mundo. Fue parte de la escalada que se venía contra Sadam. Luego pocos conocerían el fin de aquella historia alarmista, que en realidad esos supuestos detonadores atómicos no eran tales, sino, como recuerda Michell Colon, condensadores eléctricos para la Universidad Tecnológica de Bagdad. Y del gigantesco cañón nunca se volvió a hablar.

La suerte de Sadam estaba echada antes de que invadiera Kuwait. El no lo entendió así, creyó en la palabra de la embajadora de EEUU, cuando le aseguró que su país no actuaría si él decidía invadir Kuwait. Y cayó en la trampa.

Y son precisamente matanzas de civiles chiíes cometidas supuestamente en aquellos años 80 en que Sadam recibía tantos apoyos internacionales, por las que ahora fue juzgado en un juicio totalmente parcial y condenado a la horca. Y todo el mundo dice que está muy bien la sentencia y se desentiende de cualquier responsabilidad por haberlo apoyado.

La compleja y gigantesca maquinaria mediática que se puso en marcha ante la Guerra del Golfo, en 1990-91, no tenía precedentes, superaba y perfeccionaba enormemente lo ya realizada por EEUU en sus numerosísimas intervenciones militares directas en América Latina, las últimas de las cuales fueron en Grenada, en 1983, y en Panamá, en 1989. También fue mucho más perfeccionada que la que tuvo lugar antes, tanto durante la II Guerra Mundial, como en la guerra de Corea (1950-53); en la de Vietnam (1961-75), Camboya, y un largo etcétera.

En la base militar de Dahran, en Arabia Saudí, donde Estados Unidos estableció el mando central de las operaciones de la coalición multinacional contra Sadam Husein durante la Guerra del Golfo de 1990-91, cientos de enviados especiales de medios de comunicación de todo el mundo recibían uniformemente ese tipo de información en los diarios briefing que ofrecían militares norteamericanos. Esa era prácticamente la única información con que se contaba, por lo que en casi todo el mundo las noticias que se repetían machaconamente era la versión oficial del Pentágono.

Bagdad, sin los medios ni la capacidad mediática de EEUU, no llegaba más que a hacer conocer al mundo su propio recuento de cómo iba la madre de todas las batallas, a través de unos burocráticos y también poco creíbles comunicados que sólo hablaban de victorias.

Eso sí, la CNN transmitía on line diariamente imágenes nocturnas de las balas trazadoras que surcaban el cielo, disparadas por las poco eficaces baterías de defensa antiaéreas iraquíes. Eran imágenes que llegaban a millones de hogares y hasta bares de todo el mundo, en directo. Michell Collon reproduce en uno de sus libros la frase de un periodista indio en un artículo en el que expresaba con gran ironía la situación: «Tome una copa y mire cómo arde Bagdad».

Fue sólo una vez ya terminada la operación Tormenta del Desierto cuando saldría a la luz pública una de las tantas manipulaciones llevadas a cabo por la CNN. Para ilustrar una información sobre la voladura de pozos de petróleo kuwaitíes por parte de las tropas de Sadam en su retirada del emirato, la cadena americana recurrió a aquellas famosas imágenes de cormoranes empapados en petróleo, que ocuparon muchas primeras planas en todo el mundo. En realidad, luego se sabría, cuando se difundieron las imágenes, que esos cormoranes debían llevar ya muertos varios años, porque pertenecían a otros hechos, a otro conflicto bélico, al de la guerra Irán-Irak. Esta manipulación de la imagen dio una idea más de hasta qué puntos espectadores del mundo, y no sólo ellos, también muchos medios de comunicación, podían estar absorbiendo diariamente información totalmente intoxicada, manipulada.

En el caso de la guerra contra los talibán y Al Qaeda, sin embargo, Estados Unidos se encontró con un inesperado obstáculo: la tecnología, los adelantos en materia de comunicación que tan bien sabe utilizar, también podían ser usados en su contra.

Equipos de televisión y radio podrían transmitir on line a cualquier parte del mundo dando su propia versión de los hechos. Los enviados de prensa escrita podían hacer otro tanto a través de sus ordenadores portátiles conectados a un teléfono satelital.

Y, algo muy importante, a la CNN le aparecía un competidor muy duro, Al Yazira, a la cual luego se sumaría Al Arabiya.

El propio Osama bin Laden podía hacer llegar a todo el mundo sus propios mensajes. La cadena de televisión qatarí Al Yazira, se convirtió en una herramienta vital no sólo para el mesiánico líder de Al Qaeda, sino también para que todo el mundo árabe pudiera tener una visión alternativa de lo que estaba pasando.

Pocos días después de iniciarse en octubre de 2001 los bombardeos de Estados Unidos contra el régimen talibán de Kabul, ya Washington daba por seguro que Bin Laden y sus lugartenientes habían quedado sepultados debajo de las bombas o que estaban en plena huida. Pero ahí se produjo la primera aparición de Bin Laden, acompañado de tres de sus principales colaboradores, a través de un vídeo filmado en una zona montañosa, en la que dijo aquella amenazadora frase: «Juro a Dios que Estados Unidos no vivirá en paz hasta que la paz reine en Palestina. Nunca volverá a saber lo que es la seguridad hasta que nosotros no sepamos lo que es la seguridad». Se especuló en ese momento con que el mensaje hubiera podido ser grabado incluso antes de que se iniciaran los ataques de EEUU, pero a ese primer vídeo siguió otro y otro y otro, retransmitidos casi íntegramente inicialmente por la CNN y otras importantes cadenas de televisión norteamericanas.

Bin Laden ya había conseguido su objetivo: su mensaje estaba siendo difundido no sólo en árabe a numerosos países a través de Al Yazira, sino que era su propio gran enemigo, EEUU, el gran Satán, el que a través de sus principales medios de comunicación le estaba ayudando a multiplicar la repercusión de sus mensajes.

La Casa Blanca comprendió que tenía que hacer algo. Por ello decidió, a través de Condoleezza Rice, apelar al sentimiento patriótico de los medios de comunicación, pidiendo, especialmente a las cadenas de televisión, que no reprodujeran más esos vídeos transmitidos por Al Yazira, argumentando que ellos podrían contener «mensajes cifrados» dirigidos a los seguidores de Al Qaeda en los cinco continentes.

Ruper Murdoch [el gran magnate de la comunicación, australiano nacionalizado en EEUU] fue el primero en acoger favorablemente ese reclamo del Gobierno, asegurando que todos sus medios vetarían tales vídeos, en aras del «deber patriótico».

Pocos días después, Washington volvió a cambiar de táctica y negoció con la cadena de televisión qatarí para que entrevistara y difundiera entrevistas con miembros del Gobierno de Estados Unidos. Así, negociaron ser entrevistados por Al Yazira tanto Colin Powell como Condoleezza Rice y Donald Rumsfeld. EEUU descubría repentinamente que su Gobierno no tenía buena imagen en los países árabes, en el mundo musulmán, y que nunca se había dotado de buenos medios de comunicación para llegar a ellos. La Voz de América estaba ya desde hacía años totalmente desacreditada. En cuestión de días, el Estado otorgó a la mayor cadena radiofónica estadounidense, la Westwood One, de capital privado, una primera ayuda de 30 millones de dólares para lanzar una programación de noticias y música las 24 horas del día en los países árabes más importantes.

Convencido de que los riesgos con Al Yazira seguían siendo muy grandes, a pesar de las entrevistas a miembros del Gobierno pactadas, Bush terminó dando marcha atrás nuevamente, «recomendando» de forma nada sutil a los medios de comunicación de EEUU que limitaran al mínimo la cobertura de los vídeos, audios y comunicados de Al Qaeda.

Varios de los grandes medios de comunicación norteamericanos pasaron a autocensurarse drásticamente. En el caso de la CNN, su dirección emitió una circular interna (firmada por Walter Isaacson) instando a sus enviados especiales que cubrían la guerra de Afganistán, así como a los presentadores y analistas de la sede central, a minimar toda información relativa a los «daños colaterales» producidos por los bombardeos americanos y a enfatizar siempre que éstos eran sólo represalias por los terribles atentados que había sufrido en su propio territorio Estados Unidos el 11-S.

La Fox, de Rupert Murdoch, se convirtió en la cadena de televisión norteamericana más belicista. The New York Times llegó incluso criticar a la Fox por su falta total de objetividad para informar sobre la guerra. «No habrá dream team de abogados para tí, chaval», llegó a decir el presentador de la FoxNews John Gibson en cámara, dirigiéndose a Bin Laden, y su veterano periodista Gerardo Rivera, enviado a Afganistán, aseguraba a los televidentes que si se cruzaba alguna vez en el camino del líder de Al Qaeda, no dudaría en «meterle dos tiros».

Otro periodista estrella de la Fox, Bill O’Reilly, dijo en su programa en referencia a Afganistán y los «daños colaterales»: «Se trata de un país primitivo. Los alemanes fueron responsables por Hitler. Si no se levantan contra los talibán…deben morir de hambre. Punto». Esta última frase textual de Bill O’Reilly, la citaba en un artículo del 25 de septiembre de 2002, titulado «Informativos marciales para una nación en guerra», mi querido compañero y amigo Julio Anguita Parrado, muerto el 7 de abril de 2003, a las puertas de Bagdad, cuando cubría la guerra como enviado especial del diario El Mundo de España.

Por su parte, el veterano presentador de televisión Dan Rather daba muestra de su carácter neutral y objetivo seis días después del 11-S, cuando durante el «talk show» de David Letterman dijo con lágrimas en los ojos: «George Bush es el presidente. Tan sólo tiene que decirme dónde alistarme».

La BBC recordó el 4 de octubre de 2001, pocos días antes de que se iniciara la guerra contra los talibán, que»Estados Unidos no es el primero en sentirse agraviado por la cobertura que ofrece Al Yazira, que, en el pasado, ha provocado las iras de Argelia, Marruecos, Arabia Saudí, Kuwait y Egipto, por conceder espacio en sus transmisiones a los disidentes políticos».El emir de Qatar confirmó que EEUU había protestado muchas veces por sus transmisiones y que no sólo había hecho la Administración Bush «junior» sino gobiernos norteamericanos anteriores.

El hecho de que Al Yazira fuera ya desde hacía cinco años reconocida como una cadena de innegable profesionalidad, con una gran implantación en el mundo musulmán y que fuera la única que tenía corresponsales fijos en Afganistán, ha impedido que Bush pudiera lograr desacreditarla por transmitir, también, exclusivas sobre Al Qaeda. Muchos olvidan que fue gracias a la cadena qatarí que el mundo entero pudo ver las imágenes de los talibán destruyendo los Budas gigantes de Bamiyán.

En Afganistán, el Pentágono, preocupado por la irrupción en escena tanto de las televisiones árabes como de corresponsales de televisión, radio, diarios y revistas de todo el mundo, con capacidad para transmitir a millones de personas en tiempo real, hizo uno y mil esfuerzos para intentar atajar ese fenómeno. Así fue que al inicio de la guerra decidió comprar, por ejemplo, los derechos en exclusiva de las fotos del satélite privado Ikonos, propiedad de Space Imaging, que vendía imágenes a diferentes medios informativos, después de que a través de ellas se vieran los terribles efectos de los «daños colaterales» provocados por sus bombardeos entre la población civil.

Los derechos de compra fueron incluso retroactivos, según aseguraba The Guardian, para evitar que algunos medios pudieran utilizarlas como material de archivo para ilustrar reportajes.

A pesar de hechos como ese, y de la abrumadora campaña mediática lanzada por Washington, la uniformidad de la información que hubo en la Guerra del Golfo de 1990-91, se rompió. Ante ese fenómeno inesperado, Bush amplió en EEUU los frentes de su guerra mediática.

Desde poco después del 11-S se prohibió la transmisión por radio de numerosas canciones que transmitieran algún tipo de mensaje de protesta, por inofensivo que fuera, como se instó formalmente a los productores, distribuidores y directores de la industria de Hollywood a alimentar el patriotismo. James Korris, directivo del Institute for Creative Technolgies (ICT), un departamento de la Universidad de Southern California financiado directamente por el Pentágono, mantuvo varias reuniones y videoconferencias con cineastas para asegurarles que tendrían todo el apoyo institucional necesario si hacían películas siguiendo el guión de la Casa Blanca.

Estados Unidos no cejará en su empeño por controlar la información, por intoxicar y manipular, y seguirá dedicando cuantiosos recursos para ello.

Aunque es verdad que la tecnología ha permitido abrir el abanico de la información y que también los medios alternativos tienen cada vez más influencia, todo esfuerzo es poco para enfrentar la gigantesca maquinaria propagandística del Imperio, que se renueva constantemente. Por ello, todo periodista y profesional de los medios de comunicación en general, con ideas progresistas, no puede bajar la guardia. Seguirá viéndose obligado a redoblar sus esfuerzos para aportar una información independiente y objetiva, aprovechando hasta el último resquicio, hasta la última rendija que el sistema deje abierta, si con ello se puede contribuir a llegar a más y más gente cada día.