Ernesto Villegas es hoy uno de los más connotados periodistas de Venezuela. Socialista por tradición familiar y por convicción propia, su trabajo como comunicador social ha estado siempre asociado a un periodismo veraz, comprometido con las causas sociales y, fundamentalmente, de alta calidad profesional. Actualmente trabaja en prensa escrita, radial y televisiva y sus […]
Ernesto Villegas es hoy uno de los más connotados periodistas de Venezuela. Socialista por tradición familiar y por convicción propia, su trabajo como comunicador social ha estado siempre asociado a un periodismo veraz, comprometido con las causas sociales y, fundamentalmente, de alta calidad profesional. Actualmente trabaja en prensa escrita, radial y televisiva y sus programas y columnas de opinión gozan de unas de las más altas audiencias. Sus entrevistas por el estatal canal 8 -Venezolana de Televisión, VTV- son una referencia obligada en el panorama informativo de la Revolución Bolivariana.
Argenpress dialogó con él a través de su corresponsal en Caracas, Marcelo Colussi.
Argenpress: Hoy día la comunicación social ocupa un lugar preponderante en la construcción de cualquier sociedad. Venezuela, con la Revolución Bolivariana a pleno, no es la excepción. ¿Como ves tú, en tanto periodista, uno de los más connotados periodistas del país sin dudas, este complejo proceso? ¿Cómo entender la relación entre la política comunicacional oficial del Estado, el campo de los medios comerciales -que básicamente son la oposición- y el amplio espectro de los medios de comunicación alternativos?
Ernesto Villegas: Caracterizar al mundo de la comunicación en Venezuela es algo bastante complejo, difícil. Fácilmente se puede incurrir en generalizaciones indebidas; o podemos ver los árboles y perder de vista el bosque, y podemos errar por defecto o por exceso. Pero lo que no hay dudas es que hoy en Venezuela vivimos un proceso que desnuda muchas verdades hasta ahora disfrazadas, maquilladas. Esta era una sociedad que, tal como describieron algunos intelectuales que, por cierto, no eran precisamente de izquierda, vivía en una ilusión de armonía. Era una ficción de consenso. Fue la renta petrolera lo que permitió eso durante años. Aún cuando acumulamos grandes pasivos sociales y hay zonas de Venezuela demacradas por la pobreza, por la miseria más cruda, en términos generales, comparado este país con otros de la región, esa misma renta permitió comprar la paz social y dar una apariencia de armonía. Cuando ocurre el 27 de febrero del año 89, el famoso Caracazo, toda esa mentira social comienza a desnudarse. Ahí es cuando comienzan a salir a flote, a hacerse patentes tantas inequidades que estaban ocultas, disfrazadas. Se destapan entonces intereses, complicidades, conductas elitescas y discriminadoras, una carga racista, todo eso que anidaba en esa supuesta armonía que se vivía. Los medios de comunicación no escaparon a toda esta dinámica. Todo lo contrario: fueron propulsores de ese modelo de injusticia. Desde esos medios y desde los grandes grupos económicos a quienes representan -y acá quizá estoy haciendo una generalización demasiado amplia- se trazaron medidas para controlar y ejercer el poder político. Esos medios contribuyeron al descrédito de la política tradicional, es decir: al ejercicio político entendido de una forma muy particular, que fue la que se ejerció desde el Pacto de Punto Fijo gobernando Venezuela desde el año 1958 siempre en favor de una élite poderosa. De alguna manera puede decirse que los medios de comunicación jugaron también al descrédito de los políticos tradicionales, para ser ellos mismos los que en forma directa se transformaran en factores de poder. Pero resulta que en el medio de eso apareció Chávez. Todo el descrédito de los partidos políticos tradicionales finalmente terminó capitalizándolo Chávez, a partir del famoso 4 de febrero, y no los medios de comunicación y los grupos de interés a los que pertenecen. Además de eso, se da también un problema generacional, dado que hubo generaciones que se prepararon para asumir el poder, o para constituirse como alternativa al poder clásico, pero la llegada de Chávez desplazó a ambas opciones. Es a partir de toda esa situación como podemos entender la reacción de las corporaciones mediáticas ante el fenómeno político que empezó a darse en Venezuela, con el liderazgo de Chávez y con la participación de sectores sociales históricamente marginados.
Esas corporaciones mediáticas, esos hacedores de la opinión pública, le caen encima a Chávez y a todo lo que su figura representa. Y es importante marcar que le caen encima a toda esa propuesta popular un abanico amplio de puntos de vista, un abanico que va desde posiciones de derecha hasta posiciones de izquierda. Parte de la envidia de esa izquierda que está contra el proceso hay que entenderla a partir de eso: es la envidia por lo que efectivamente sí pudo lograr Chávez, todo ese arrastre popular que la izquierda nunca pudo conseguir en sus años de lucha. Además, en el otro espectro, los sectores de la derecha, con posiciones retrógradas y que tenían también el proyecto de tomar el poder político ante el descrédito generalizado de los partidos, ven cómo se les viene abajo su estrategia con la llegada de Chávez y el ascenso de los sectores populares. Todo esto tiene expresión en los medios de comunicación. El fenómeno que en otros países es más o menos matizado, disimulado, aquí en Venezuela es estrafalario. Lo que en otros países es un apoyo sutil a una candidatura o una política editorial en favor de una determinada opción ideológica o política, aquí se deja ver hasta en las páginas de farándula. Es decir que lo que aquí se ve no es algo tan distinto a lo que ocurre en el resto del mundo; pero la diferencia está en los términos estrafalarios y estrambóticos con que aquí se da todo eso. En Venezuela, a partir de la revolución que se vive, la prensa de oposición en general ha perdido el límite entre la información y la opinión. Sabemos que la objetividad absoluta no existe, pero dado lo que esta revolución está moviendo y a partir de lo que simboliza Chávez, en el orden de la comunicación social se ha perdido todo límite, todo recato. Se da lo que yo llamo una «chepacandelización» del periodismo. Digo esto en alusión a la columna de farándula llamada «Chepa Candela» que se dedica sólo a los chismes de la farándula. Ese esquema del periodismo amarillista es el que se ha adoptado para toda la información. Por eso, hoy -desde el campo de los medios comerciales- tenemos básicamente un periodismo de chismes y amarillista del peor gusto.
De todos modos, ante esto han surgido alternativas, como los medios comunitarios. Por ejemplo: Aporrea. En mi programa televisivo yo siempre digo, emulando a un presentador de los años 70 que decía, refiriéndose a unos equipos de sonido: «Si usted no ha escuchado Pionner sólo ha escuchado la mitad del sonido», que aquí en Venezuela el día de hoy «si uno no ha leído Aporrea ha leído sólo la mitad de la noticia». No hay dudas que ese medio se ha convertido hoy en una referencia nacional para conocer la otra cara de la noticia que los medios comerciales no presentan. E incluso aparecen ahí noticias que ni siquiera se ven en la prensa oficial, por lo que, como medio comunitario, es un verdadero referente de capital importancia. De modo que una persona medianamente informada en Venezuela el día de hoy tiene que ver un medio comunitario y alternativo como Aporrea, así no esté de acuerdo con su contenido. Por supuesto, como todos los medios de comunicación, tiene defectos, como también lo tiene el programa que yo conduzco, o como cualquier medio en definitiva, pero definitivamente estos medios alternativos tienen un valor incalculable. Sin dudas, en unos años, cuando se escriba la historia de la revolución bolivariana, Aporrea tendrá un sitial de honor, una relevancia comunicacional. Tal como lo tienen los distintos medios alternativos.
Los medios del Estado están tratando de construir una propuesta alternativa a eso que podríamos llamar «chepacandelización», a ese amarillismo de tan bajo nivel periodístico y tan mal gusto. Lamentablemente muchas veces se sigue incurriendo en lo mismo que se critica; vemos así cómo hay cosas que podríamos hacer y no las hacemos, y cosas que no deberíamos hacer, las seguimos haciendo. No hay dudas que está planteado el debate sobre qué periodismo queremos, sobre los medios de comunicación que necesitamos. Ahora se está definiendo todo eso, sobre la comunicación del socialismo del siglo XXI.
Como periodista yo apuesto por un periodismo nuevo, distinto al de la sociedad capitalista donde la información está signada por su valor de mercancía; y también apuesto por un periodismo distinto al estatal-oficialista que caracterizó buena parte del socialismo que conocimos en el siglo XX.
A.: ¿Cómo construir este nuevo periodismo que vaya más allá de la información-mercancía y que no caiga en el panfletarismo?
E. V.: No tengo una receta. Hay que entrar a discutirlo, y de hecho eso estamos haciendo ahora en Venezuela. Pero sucede que la batalla con el adversario es tan feroz, tan diaria, y más que diaria: es al minuto, que muchas veces no tenemos un instante para detenernos a discutirlo con tranquilidad. Creo que en todo eso hay un reto, un gran desafío. Contamos con una gran intelectualidad, y contamos también con jóvenes periodistas no contaminados con los vicios del periodismo tradicional. Y contamos con los ciudadanos que, sin ser periodistas profesionales, se inclinan por esta área de trabajo desde los medios alternativos y están todo el tiempo debatiendo estas cuestiones. De toda esa rica discusión es que podrá ir surgiendo la nueva propuesta. No hay varita mágica ni receta al respecto. Trato de hacer, dentro de lo que a mí me corresponde, lo que me parece condice más con ciertos principios y valores. Pero creo que nadie tiene claro ya al día de hoy cómo es esa receta. Hay que construirla colectivamente. Creo que lo que vemos en los medios comerciales probablemente no aplique para otros planteamientos, para una nueva sociedad, distinta, con otros valores. Con los medios comerciales, para hacer un mejor periodismo, bastaría que cumplieran con sus propios manuales de estilo. Hay una ley del ejercicio del periodismo así como existe un código de ética, la una impuesta por el Estado, la otra impuesta por nosotros, los periodistas, como gremio. Pero los manuales de estilo son redactados por las mismas empresas capitalistas. Mal que bien, esos manuales sirven, dan pautas; pero hoy están en el cesto de la basura. Por eso creo que en el ámbito capitalista bastaría con que las corporaciones mediáticas respetaran esos mismos manuales que crearon para tener un mejor periodismo, más serio, más profesional. No necesariamente el periodismo de las empresas privadas debe ser amarillista. Hay un periodismo que, aunque ideológicamente no se comparta, puede respetarse, porque se hace con altura. Al menos es un periodismo que no agrede de la forma que vemos que sucede hoy en Venezuela.
Los medios comerciales siempre han sido medios de presión, pero hoy, en muchos casos -no vamos a generalizar, pero sí en muy buena medida- han pasado a ser prácticamente partidos políticos. Hay de todo, obviamente, pero como empresas privadas está en su misma naturaleza el hecho capitalista, la búsqueda del lucro ante todo. Por eso, en la construcción de una sociedad socialista, no puede tomarse a esas corporaciones como aliados francos. Su ética, sus principios no son socialistas, por eso no hay que esperar de ellas más de lo que pueden dar.
A.: Reconociendo que dentro del ámbito estatal hay abierta una discusión en torno al periodismo que se quiere, ¿cómo ves hoy la construcción de esa nueva política comunicacional en el marco de la revolución?
E. V.: Creo que se ha avanzado bastante. De todos modos, sigue habiendo deficiencias estructurales. Diría que nuestra principal fortaleza es también nuestro principal defecto: es una revolución que se tiene que hacer desde el gobierno. Por eso la tendencia a que la información revolucionaria sea vista con ojos oficialistas es muy grande. Por ese motivo no escapamos a los cánones de ese periodismo aburrido oficial. Ese periodismo protocolar, más preocupado por las formas, por el protocolo que por el contenido. Hay que reconocer que tenemos una tendencia a emular la conducta de nuestros adversarios y a confundir el papel del comunicador con el del dirigente partidista o del agitador de masas, que sacrifica la información por una consigna. Encontramos entonces el panfletarismo, el desprecio por la profesionalización de la comunicación, que si bien es un patrimonio de la humanidad y no depende ni de un gremio ni de la universidad, ha tenido un nivel de especialización que no se puede desconocer y echar a la basura. El ánimo fundacional nos mueve a obviar que también hay un acervo del que poder echar mano a la hora de comunicar en un tiempo de transformaciones como el que vivimos en este momento en Venezuela. Esto lo digo pensando mucho en los medios alternativos.
Creo, por ejemplo, que en fragor de la batalla, hemos despreciado herramientas como el reportaje, por ejemplo. O un instrumento como la crónica. Muchos de los recursos periodísticos los hemos sustituido por el fácil expediente de la entrevista. Hoy por hoy tenemos una saturación de entrevistas en nuestros medios.
A.: Venezuela vive una explosión de los medios comunitarios y alternativos a partir de la Revolución Bolivariana. ¿Cómo ves todo este campo? ¿Qué podemos aprender de esto? ¿Qué futuro tiene?
E. V.: Creo que esto tiene una gran potencialidad, y por tanto un gran futuro. Los periodistas no deberíamos resentir el hecho que comunicadores populares se vayan apropiando cada vez más de amplios espacios de la comunicación; por el contrario, es un hecho del que debemos estar felices. Me siento tan colega de los periodistas sin carnet como de los que lo tienen. Lo que sí creo es que, con o sin carnet, hay que dotarse de instrumentos adecuados para un mejor ejercicio del periodismo. Hay una riqueza extraordinaria en el periodismo, y eso hay que conocerlo, hay que aprenderlo, para que no terminemos cepillándonos los dientes con una llave de tubo. Hay cosas que se comunican mejor con una entrevista, y otras con una consigna, otras con un documental, o con una nota histórica. Hay una enorme variedad de recursos para comunicar.
Es importante en este campo alternativo la dependencia que se puede crear con respecto al Estado, que puede ser nuestro mejor aliado, pero también puede ser quien traiga el veneno del financiamiento. Podría pensarse que los revolucionarios en lucha busquen medios revolucionarios de financiamiento, para evitar esa dependencia con el Estado. Ese fenómeno se da, y hay que tenerlo muy en cuenta. No es que ese dinero sea malo, pero podría darse que el financiamiento ate un poco, de partas cortas a las iniciativas.
A.: Sabiendo que esta última pregunta puede dar para un debate larguísimo, ¿cómo entender, por dónde empezar a construir esto del socialismo del siglo XXI?
E. V.: Esa misma pregunta me la hago continuamente yo mismo. Yo vengo de una familia de izquierda, de militantes históricos del Partido Comunista. Por tanto yo estoy aquí reencontrándome con la leche del tetero que tomaba. De todos modos, con toda la autocrítica que debemos hacernos con relación a lo sucedido en el siglo XX y pensando en los nuevos modelos que queremos establecer sin repetir errores, hay que debatir mucho todo esto. En cuanto al ámbito de la comunicación, que es el terreno donde yo me muevo y del que puedo opinar con mayor conocimiento, una nueva sociedad socialista la concibo con un periodismo y con unos medios de comunicación distintos a los de la sociedad capitalista y distintos también a los de las sociedades socialistas que hemos conocido hasta ahora. Estamos demasiado acostumbrados a la crítica libre como para que solo tengamos medios en una sola dirección. Que haya una hegemonía revolucionaria en la comunicación no significa que la misma deba hacerse en una sola dirección, que haya una sola visión para ver las cosas. Si no, no estaríamos construyendo algo diferente, y por eso mismo, además, creo que lo así construido andaría poco.