Últimamente se ha puesto de manifiesto una situación que está despertando opiniones contrapuestas y en la que me gustaría contribuir a separar la paja del trigo. Me refiero al controvertido tema de los acuerdos con Pekín sobre la ocupación de un sector del territorio patagónico. En primer lugar, creo que una cosa es la presencia […]
Últimamente se ha puesto de manifiesto una situación que está despertando opiniones contrapuestas y en la que me gustaría contribuir a separar la paja del trigo. Me refiero al controvertido tema de los acuerdos con Pekín sobre la ocupación de un sector del territorio patagónico. En primer lugar, creo que una cosa es la presencia de China en nuestro país y otra son los métodos y condiciones en que se están llevando a cabo los convenios. Sobre la presencia china no me caben dudas de que, como tantas otras, se debe a una ineludible y combinada consecuencia de nuestra dinámica histórica y de la del resto del mundo. No voy a opinar, sin embargo, sobre los aspectos formales o contractuales del caso porque exceden a mis conocimientos, pero sí me interesa dilucidar cuáles son algunas de las verdaderas razones que han desembocado en esta situación.
Muchos recordarán sin duda que EEUU creció sobre la base de la cruenta ocupación de colonias francesas y españolas y de parte del territorio mexicano, y, por último, del más grande y boreal de sus Estados, Alaska, adquirido a Rusia en 1867, esta vez sí previo pago de alrededor de unos 7 millones de dólares y posteriormente desarrollado sobre la base del oro y el petróleo. Nuestra Patagonia, heredada del Virreinato del Río de la Plata, también ha sido motivo de codicia, aunque no concretada salvo por parte de Inglaterra en 1833 en el caso de Malvinas y que a partir de entonces estableciera como propias en calidad de Territorio Británico de Ultramar y el del conflicto por el Beagle y sus islas, disputados por Chile y que fue causa de un laudo arbitral del Vaticano.
Sin embargo, no han faltado los ojos que han seguido viendo en la Patagonia un reservorio de tierras casi deshabitadas como potencial objeto de colonización. Tal el caso de la propuesta, que ciertamente solo quedó en ilusorio y efímero proyecto, del líder sionista Teodoro Herlz, quién en 1882 proponía comprar tierras en Palestina o en la Argentina para la creación de un Estado judío, siguiendo precisamente el ejemplo de la compra de Alaska por EEUU.
Tampoco podemos ignorar lo poco que, desde la independencia, ha hecho nuestro país para habitar y desarrollar ese extenso territorio que atesora seguramente ciertas y aún ignoradas riquezas, y que la dinámica de la historia conducirá a su futuro y casi seguro poblamiento o voluntariamente argentino o inversamente para nosotros involuntariamente extranjero. Y de ese «poco hecho» forma también lamentablemente parte la famosa «Conquista del desierto», precedida de la similar, aunque menor, «Campaña de Rosas al desierto» alrededor de 1834 y emprendida con mayor énfasis por el general Julio Argentino Roca en la década de 1970 que derivó en la asignación arbitraria y nepótica de grandes extensiones de tierras a las consideradas «patricias familias argentinas«. (1)
Y aunque hubo alguna visión de futuro (2) acorde con el pensamiento socio-económico político de la época, lo cierto es que el territorio patagónico sigue ostentando una densidad poblacional además de un escaso desarrollo capaces de despertar un fuerte interés ocupacional por parte de naciones que están llegando al límite de sus capacidades territoriales habitables, como sucede especialmente en los países de la cuenca asiática.
Vale la pena recordar que según el último censo (2010) nuestro país tiene un promedio de 14,4 hab/km2 con un total de casi el 40% de la población en el Gran Buenos Aires y un mínimo de 2,2 hab/km2 en la Patagonia. Mientras que China ronda los 142 hab/km2. Pequeño detalle…
De modo que no es extraño que China esté siendo en nuestra Patagonia un adelantado, como lo fueron en su momento los navegantes españoles y portugueses, en búsqueda no solo de recursos naturales sino de espacios vacíos a los que en algún momento pueda acceder, y por ahora pacíficamente por cierto, a solucionar sus problemas de crecimiento demográfico y económico, algo que no es común en un mundo en que los imperios tienden más bien a la ocupación bélica de los territorios que codician casi siempre por razones casi exclusivamente económicas.
Estas reflexiones solo tienen la intención de ver las cosas desde una óptica más global y no simplemente desde el ángulo específico de un determinado gobierno. Creo, en tal sentido, que nuestro futuro estará determinado no solo por nuestro pasado, o por lo que hemos hecho o dejado de hacer, sino por la evolución y el devenir de un planeta que ha ido ocupando progresivamente sus espacios habitables, aún los más inhóspitos, en búsqueda de su supervivencia y de su imparable crecimiento poblacional y al cual ya le están quedando muy pocos lugares disponibles.
Notas:
1) Osvaldo Bayer sostuvo que «es increíble la forma como se repartió la tierra después de la campaña del desierto, fíjense en el resultado que sacamos del Boletín de la Sociedad Rural Argentina fundada en 1868, fíjense que entre 1876 y 1903, en 27 años, se otorgaron 41.787.000 hectáreas a 1843 terratenientes, vinculados estrechamente por lazos económicos y familiares a los diferentes gobiernos que se sucedieron en aquel período, principalmente a la familia Roca». Los documentos que menciona dicen que «sesenta y siete propietarios pasaron a ser dueños de seis millones de hectáreas, entre ellos se destacaban veinticuatro de las familias llamadas patricias, que recibieron entre 200.000 hectáreas (la familia Luro) y 2.500.000 obtenidas por la familia Martínez de Hoz , bisabuelo del que iba a ser ministro de economía de la dictadura militar.
2) Fragmento del Informe Oficial de la Comisión Científica que acompañó al Ejército Argentino respecto de los resultados de la guerra:
«Es evidente que en una gran parte de las llanuras recién abiertas al trabajo humano, la naturaleza no lo ha hecho todo, y que el arte y la ciencia deben intervenir en su cultivo, como han tenido parte en su conquista. Pero se debe considerar, por una parte, que los esfuerzos que habría que hacer para transformar estos campos en valiosos elementos de riqueza y de progreso, no están fuera de proporción con las aspiraciones de una raza joven y emprendedora; por otra parte, que la superioridad intelectual, la actividad y la ilustración, que ensanchan los horizontes del porvenir y hacen brotar nuevas fuentes de producción para la humanidad, son los mejores títulos para el dominio de las tierras nuevas. Precisamente al amparo de estos principios, se han quitado éstas a la raza estéril que las ocupaba».
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.