A lo largo de la Historia los poderosos, para someter el resto de las personas, siempre han recurrido a una instancia absoluta: Dios, Logos, Padre, Ley, Razón, el Individuo, la Humanidad, la Ciencia, el Lenguaje… Dependiendo de a quién sirviera, la filosofía ha ido creando o destruyendo esos absolutos: ya fueran sistemas religiosos formales o […]
A lo largo de la Historia los poderosos, para someter el resto de las personas, siempre han recurrido a una instancia absoluta: Dios, Logos, Padre, Ley, Razón, el Individuo, la Humanidad, la Ciencia, el Lenguaje… Dependiendo de a quién sirviera, la filosofía ha ido creando o destruyendo esos absolutos: ya fueran sistemas religiosos formales o constructos ideológicos. «Dios ha muerto»; «hay que matar al Padre»; «es el fin del logocentrismo»; «es el fin del antropocentrismo», «es el sueño de la Razón…». Tras el ocaso de estos ídolos, el último gran Absoluto que queda por derrocar es el de la Información. Y quizá sea tiempo de admitir que la información ha muerto.
«La información lo es todo, en la guerra como en la paz, en la política como en la economía. El Poder no se funda, en la Francia de 1799, en el terror, sino en la información». Estas palabras del escritor Stefan Zweig en su obra Fouché, el genio tenebroso (1929) nos pueden dar una idea de en qué medida, desde hace siglos y hasta las recientes filtraciones de Wikileaks y de Edward Snowden, el Poder se sirve de un ídolo llamado Información para someter a los demás. Si en nombre de Dios se han cometido crímenes, no menos crímenes se cometen en nombre de la información.
La Información es desde hace al menos dos siglos el nuevo Absoluto. La Información se reviste de los atributos de una religión positiva que cuenta con su casta de sacerdotes. Predicadores cuyo Evangelio es el de la digitalización de libros, la ‘liberación’ de bases de datos y la construcción de una Gran Biblioteca Universal; en definitiva, en una nueva utopía soteriológica.
Este tipo de credos sustitutorios, ‘metarreligiones’ o ‘antiteologías’, como las llama George Steiner en Nostalgia del absoluto (1974), buscan llenar «el vacío central dejado por la erosión de la teología». Más concretamente Steiner se refiere a cómo la «descomposición» hace unos 150 años de «una doctrina cristiana globalizadora había dejado en desorden, o simplemente había dejado en blanco, las percepciones de la justicia social, del sentido de la historia humana, de las relaciones entre la mente y el cuerpo, del lugar del conocimiento en nuestra conducta moral».
Hegel escribe la frase «Dios ha muerto» en su Fenomenología del Espíritu, en 1807. Nietzsche retoma esa sentencia en La gaya ciencia, en 1882. Para llenar ese vacío, la ausencia de Dios, que ya se presentía desde hacía décadas, surgieron en parte las ideologías, pero también se apeló a otras instancias sustitutivas que ya hemos enumerado: la Razón y su variante lingüística -el Logos-, el Individuo, la Humanidad, la Historia, la Ciencia, el Lenguaje… La filosofía ha demostrado el flanco débil de todas estas nociones, su condición de relatos entre otros relatos, es decir, no sólo su ‘relativismo’, sino también su ‘relatividad’.
Y la última máscara de lo Absoluto, el último Gran Relato, se llama ‘Información’, que escribimos así, en mayúscula, para resaltar su carácter teológico. La Información es al conocimiento lo que la escritura es a la memoria. Platón en Fedro pone en boca de Sócrates estas palabras al respecto de la escritura: «Es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan [las letras], al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos».
Lo mismo ocurre con la Información: quien la posee lo hace extensivamente, almacena millones de ‘terabytes’ y se preocupa sólo por que sea posible hallar en esa ingente cantidad de datos un fragmento concreto, de ahí el reinado de Google o de cualquier buscador. Pero cada vez a menos gente le preocupa conocer intensivamente esa información y poder forjarse una imagen a partir de su contenido. El contenido da igual, porque lo que confiere poder no es emplear la información, sino simplemente poseerla. «No he visto tal película, pero la tengo. No he leído tal libro, pero lo tengo. No he inspeccionado tus declaraciones de Hacienda, pero las tengo…». Cuanta más información se posee menos se conoce. De ahí que lleguemos a la paradoja de que quien más información tiene, menos sabe. O dicho de otra manera: quien tiene dos relojes que marcan aproximadamente la misma hora nunca sabrá exactamente qué hora es.
La Información ha muerto por saturación y ha perdido efectividad. Por eso, las grandes exclusivas periodísticas, los grandes discursos, las grandes narraciones modernas, son flor de un día y no generan cambio. A medida que ha aumentado la extensión y el acceso a la información, ha menguado proporcionalmente su intensidad. La situación es parecida a la que describe Poe en La carta robada (1884). La acumulación de datos y su accesibilidad no nos va a salvar. Aquello que buscamos, el único conocimiento que necesitamos y que podría salvarnos, está disponible y accesible desde hace siglos, como lo estaba la carta del relato de Poe, carta que, precisamente por ser evidente y estar accesible junto a otras muchas cartas, pasaba desapercibida.
Fuente original: http://www.lamarea.com/2013/10/29/la-informacion-ha-muerto/