La lucha en el peronismo bonaerense por la candidatura a senador entre Chiche Duhalde y Cristina Kirchner agitó -por momentos- una sombra sobre la gobernabilidad tan exaltada por los patrones y sus políticos, centralmente por los kirchneristas que presentan a la autoridad presidencial como un atributo incuestionable de su carácter. El temor a la interna […]
La lucha en el peronismo bonaerense por la candidatura a senador entre Chiche Duhalde y Cristina Kirchner agitó -por momentos- una sombra sobre la gobernabilidad tan exaltada por los patrones y sus políticos, centralmente por los kirchneristas que presentan a la autoridad presidencial como un atributo incuestionable de su carácter. El temor a la interna en el PJ parece disiparse. La posible ruptura de lanzas movió el escenario político que hoy aparenta aplacarse para beneplácito de los patrones que viran su interés en ponerle un freno a la lucha de los trabajadores y prefiere un peronismo unido y moderado que actué como garantía de autoridad.
Este primer round en la interna parece que otorgará una victoria a Kirchner que por su alta ponderación en las encuestas obliga a un duhaldismo desgastado, a retroceder. El cacique de Lomas de Zamora cedería la mayoría de la lista de diputados nacionales y la senaduría a los Kirchner y va a concentrarse en el dominio del territorio bonaerense y medirse contra Felipe Solá. Resta ver si el presidente apoyará al gobernador de la provincia o se desentenderá de él y de los «transversales» que lo acompañan dejándolos librados a su suerte.
Lo que está en discusión -aunque ninguno de los bandos está dispuesto a romper- es la continuidad de la coalición de kirchneristas y duhaldistas que hasta el día de hoy conforman el núcleo político sobre el que se basa el actual gobierno. El nuevo elemento político a tener en cuenta es que el kirchnerismo se ha lanzado a consolidarse como liderazgo del peronismo. La lucha interna por su conducción es expresión de las contradicciones que atraviesan a un partido que ha mutado del neoliberalismo a su impugnación verbal en tónica con el estilo K, como una suma de fracciones, que concentran el poder del Estado y se disputan su caja como botín. Como un efecto colateral de la lucha, el discurso progresista del kirchnerismo se disipa y obliga a la «transversalidad» a jugar dentro de la interna peronista.
El cuento de una nueva centroizquierda
En tónica con este giro se ubican figuras de centroizquierda como José Pablo Feinmann y Chacho Álvarez. En la revista Debate1 explican el «desvió táctico» pejotista del proyecto K. Según el primero, «el peronismo lo cubre todo» y por eso tiene «cierta riqueza y movilidad interna» que explica la posibilidad del kirchnerismo de convivir en el partido de Menem y Duhalde, ocupando desde el peronismo el espacio vacío dejado por la centroizquierda. En este punto Feinmann advierte que «Yo le aconsejo obsesivamente que no sea peronista», como forma de «crear algo nuevo». En consonancia, el ex vicepresidente plantea que Kirchner encarna a un peronismo de centroizquierda y que en el mediano plazo con este componente se plantea «un sistema político que mire hacia delante y que se referencie más en las dicotomías entre izquierdas y derechas». Ambos coinciden en justificar la opción táctica de acumular poder político en el PJ como paso inevitable para crear las condiciones «estratégicas» para una nueva fuerza de centroizquierda.
De esta manera, el rescate del PJ y el pacto con el duhaldismo que ha venido llevando a cabo el kirchnerismo es presentado como una necesidad para que, del seno del viejo aparato donde conviven los peores representantes de la mafia política y el neoliberalismo, surja una fuerza política «moderna». Poco importa -para los voceros de la centroizquierda- que el mecanismo elegido para «acumular fuerzas» y derrotar a la «vieja política» y su «corrupción» sea -literalmente- la compra generalizada de voluntades de ex menemistas y duhaldistas y la creación de un aparato clientelar propio. Estamos frente a una nueva confesión, por parte de la pequeñoburguesía progresista que a fines de los ’90 creyó -y constituyó- la Alianza, de su ausencia absoluta de independencia y del fracaso rotundo de la centroizquierda que, antes con De la Rúa y ahora con Kirchner, colaboran en el salvataje del régimen político y sus partidos.
El cuento de una fuerza «nacional» y «popular»
En las tribunas de Felipe Solá se vio posar a los fieles soldados de la causa K, D’Elia, Jorge Ceballos -de Patria Libre/ Barrios de Pie- y dirigentes de la CTA como De Petris. Estos presentan a Kirchner como la expresión de un nuevo nacionalismo que conforma un eje político latinoamericano -con Lula, Chávez y Tabaré- progresista, popular y «autónomo» del imperialismo. Reconozcámosle a este sector una gran carga imaginativa o simplemente una dosis excesiva de cinismo para catalogar de «nacional» y «popular» a quien colabora activamente en la misión imperialista en Haití, llama a la moderación a Chávez y vota las leyes antiterroristas a pedido de Rumsfeld, y que negocia la salida del default hipotecando el futuro del país y el presupuesto del Estado, además de mantener el mayor número de luchadores populares encarcelados y procesados desde 1983 a la fecha. Sinceramente, resulta difícil de explicar y tan solo es una construcción ideológica de corto alcance para hacer digerible el tener que asumir el papel de fuerza militante al servicio de la candidatura de Cristina Kirchner, a la cabeza del PJ bonaerense.
El intento de querer identificar en el kirchnerismo la encarnación de un proyecto de reconstrucción del nacionalismo burgués, choca con la subsistencia de una burguesía entregada tanto como sus representantes políticos al imperialismo.
Fortaleza táctica y crisis estratégica del peronismo
Lo que subyace detrás de la interna peronista es la crisis de hegemonía de la dominación política de la burguesía. El peronismo luego del levantamiento de diciembre de 2001 logró subsistir con Duhalde y recuperó bríos con Kirchner, basado fundamentalmente en la recuperación económica y en un estilo «confrontativo» y de retórica nacional y popular que lo ayudaron a terminar la tarea de desmovilización del movimiento social mediante la cooptación de distintas organizaciones y dirigentes políticos, piqueteros y de derechos humanos e intelectuales progresistas.
De esta forma, el kirchnerismo se presentaba como una nueva fase del transformismo y el instrumento de una reforma desde arriba, que impone un cambio en la relación de fuerzas políticas, como la realización posible de las demandas populares. Fue un reconocimiento del propio PJ de que para conservar las instituciones -y sus posiciones dentro de ellas- había que entronar a lo que se presentaba como el ala «renovadora» de las fuerzas conservadoras con el fin de recomponer el poder político y que no peligre el dominio del gran capital y el imperialismo sobre los destinos del país.
Pero, más allá de unas pocas medidas para poner a tono al régimen político con algunas demandas sociales, hace tiempo que viene quedando al descubierto que ninguna «revolución pasiva» o reforma desde arriba se llevó a cabo. Por el contrario, cada vez más jirones de la fachada progresista del gobierno quedan en el camino. Y aunque en la situación inmediata el peronismo aparezca como todopoderoso y sin oposición política a la vista, los cambios en las relaciones internas del PJ están creando a mediano plazo las condiciones para un reverdecer de una crisis que tiene bases estructurales. El rumbo adoptado por el gobierno va a tender a aumentar las tensiones internas del peronismo cuya fortaleza se muestra precaria a la hora de mantener su unidad y cohesión interna.
Partido de Trabajadores
El levantamiento popular de diciembre del 2001 puso al rojo vivo la crisis de los viejos partidos patronales y señaló la necesidad de que la clase obrera superara al peronismo para imponer una salida a la crisis nacional. Sin embargo, la desorganización, la traición de sus dirigentes sindicales (CGT y CTA) y el terror por la pobreza y la inflación, ubico a los trabajadores a la defensiva y permitió que el peronismo capeara el temporal. Aunque maltrecho, pudo jugar su papel contrarrevolucionario al desactivar el movimiento social.
Al gobierno le está molestando que la tendencia a la recuperación de la clase trabajadora comience a destacar dirigentes combativos y formas democráticas de organización y lucha, ajenas a la burocracia sindical peronista y objetivamente enfrentadas al gobierno. Por eso busca estigmatizar los actuales conflictos como «reclamos que en muchos casos tienen contenidos políticos, partidarios o interesados»2. Temen que la clase obrera se reorganice, coordinando las luchas y politizando sus demandas, sentando bases para que una vanguardia independiente cobre peso y desafíe a la burocracia y al peronismo.
En este sentido, el llamado que desde el PTS venimos haciendo a las organizaciones obreras combativas, a la izquierda clasista y a los luchadores a sostener una campaña por un gran Partido de Trabajadores, independiente de la patronal y sus políticos es una cuestión estratégica para recuperar las organizaciones obreras de manos de la burocracia, preparar la ruptura de la clase obrera con el peronismo y las variantes centroizquierdistas y disputar la base obrera y popular cautiva aún de este partido burgués. Semejante paso adelante de la clase obrera sería un hecho constituyente, ya que implicaría superar la conciliación de clases con que históricamente el peronismo ha moldeado a la clase obrera y sus organizaciones.
La contradicción de la clase obrera peronista fue justamente la de expresar una gran combatividad y oposición al patrón en las fábricas, pero una enorme subordinación a un liderazgo burgués en la política. La conquista de la independencia de clase permitiría liberar las potencialidades revolucionarias que anidan en su lucha y que tendieron a manifestarse en las grandes gestas que protagonizó en el último siglo sin que estas terminen expropiadas o puestas al servicio de un burgués. Hay que recordar que incluso en uno de los momentos más altos de enfrentamiento con el peronismo, cuando en junio y julio de 1975 una huelga general gestada desde las fabricas y establecimientos dio por tierra con el plan Rodrigo y echó al brujo López Rega, la clase obrera careció de una política propia. Por eso, las Coordinadoras Interfabriles de Capital y Gran Buenos Aires que allí surgieron como un proceso de autoorganización generalizada y un embrión de poder obrero, no pudieron desplegarse ante la falta de una dirección independiente y revolucionaria.
Para dar pasos concretos en el camino de la independencia de clase hay que avanzar en el reagrupamiento de los luchadores -como en el Encuentro del 2 de abril-, que fortalezcan una política independiente, las luchas actuales y su coordinación, como se demuestra en los conflictos de Capital Federal. Nuestra propuesta de un Frente de Trabajadores de la izquierda clasista (ver pag. 2), frente a las elecciones, es otro paso a dar en esta senda.
La lucha por un gran Partido de Trabajadores dotado de un programa independiente y revolucionario es hoy un instrumento para potenciar y darle dirección a la reorganización democrática de la clase obrera y su proyección política a la cabeza de la Nación oprimida.
Notas
1 Revista Debate 109. 15/4/2005.
2 Carlos Tomada, Ministro de trabajo. Clarín Digital 21/04/05.
22/4/2005