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La izquierda disgregada

Fuentes: IPS

Desde el regreso a la democracia en Argentina hace casi 24 años, la izquierda ortodoxa no logró más que una decena de diputados y ahora afrontará las elecciones de octubre en extremo fragmentada y con parte de su discurso en manos del gobierno de Néstor Kirchner.«No somos optimistas para lograr un frente electoral», reconoce ante […]

Desde el regreso a la democracia en Argentina hace casi 24 años, la izquierda ortodoxa no logró más que una decena de diputados y ahora afrontará las elecciones de octubre en extremo fragmentada y con parte de su discurso en manos del gobierno de Néstor Kirchner.

«No somos optimistas para lograr un frente electoral», reconoce ante IPS Patricia Walsh, dos veces candidata presidencial por Izquierda Unida y ex diputada nacional.

«No queremos ni entrar a discutir alianzas que confundan a nuestro electorado», advierte por su parte Jorge Altamira, dirigente del trotskista Partido Obrero (PO), uno de los principales actores de la izquierda local.

Desde 1983, con el fin de la dictadura militar, las expresiones más relevantes del espacio de origen marxista son, junto al clásico Partido Comunista Argentino (PCA), diferentes vertientes del trotskismo, como el PO, el Movimiento al Socialismo (MAS) y sus ramificaciones, el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST) y el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS).

Se suman a este panorama los partidos Humanista (PH, pacifistas), Socialista Auténtico (PSA) y el Partido Comunista Revolucionario (PCR), prácticamente borrado por la sangrienta dictadura de siete años.

Además, la severa crisis iniciada a fines de la década del 90, que culminó en el colapso de diciembre de 2001, dio a luz a Autodeterminación y Libertad (AyL), que se define como «autoorganizado y anticapitalista», con un discurso cercano al anarquismo, fundado por el ex líder del MAS Luis Zamora.

Hubo diferentes intentos, pero el frente electoral más exitoso y de mayor duración en las últimas dos décadas fue Izquierda Unida (IU, sucedáneo del Frente del Pueblo) entre el MAS y el PC, entre fines de los años 80 y comienzos de los 90, y luego entre el MST y el PC, que, sin embargo, apenas superó en varias elecciones el dos por ciento de los votos en el país.

Ese ensayo se quebró en 2005 y para las elecciones de este año no va a existir, según fuentes de los partidos en cuestión.

De cara a los comicios generales de octubre, Zamora ratificó ante IPS no saber si se van a presentar. «Pero no ha cambiado en absoluto nuestra intención de no formar parte de ningún frente electoral entre partidos», aseguró.

Por su parte Walsh, quien se define como «independiente de izquierda», lanzó en noviembre su precandidatura presidencial apoyada por el MST y otras agrupaciones.

«Hicimos un llamado a las otras fuerzas políticas, pues con muchos dirigentes tenemos buena relación, pero no veo muchas chances de que se concrete un frente, lamentablemente», apuntó.

Para Walsh, «los independientes de izquierda en Argentina son muchos más que los izquierdistas partidarios, que a veces no se sienten convocados». Hacia allí orientará sus esfuerzos proselitistas, explicó.

Tampoco Altamira cree en alianzas «con partidos que nos quieren extorsionar». Confía en un «frente con sectores populares, delegados sindicales» y precisó que no va «a repetir errores del pasado que desdibujan nuestra propuesta».

La estrategia del PO en el campo electoral es rechazar de plano tan sólo la posibilidad de dialogar.

A su vez, el PCA ha buscado en los últimos años un acercamiento a partidos de centroizquierda con resultados electorales magros, una estrategia que llevó a la ruptura de Izquierda Unida. Todo indica que este año insistirá en formar un frente, al menos en la ciudad de Buenos Aires, con algún grupo socialdemócrata, extremo calificado en los peores términos por los trotskistas.

Empero, la centroizquierda tiene mucho mayor espacio hoy que la izquierda ortodoxa y una larga tradición en Argentina, que algunos historiadores remontan hasta la aparición de Alfredo Palacios, el mítico líder del Partido Socialista que se convirtió en 1904 en el primer representante de esa corriente en ocupar un escaño en un parlamento de América.

Seis décadas más tarde, Palacios volvería al Congreso legislativo nacional como senador, también por el distrito de la capital argentina.

Expertos atribuyen la tradicional tendencia a la dispersión de la izquierda en Argentina a las dificultades de ubicación en la ciudadanía que les creó el surgimiento del peronismo.

Con cierto vigor en las primeras décadas del siglo XX y de la mano de la inmigración europea, preponderantemente anarquistas o más precisamente anarco-sindicalistas, los jóvenes grupos izquierdistas debieron confrontar con el movimiento político y sindical creado hacia 1945 por el tres veces presidente argentino Juan Domingo Perón, luego llamado justicialismo.

Socialistas y comunistas se enrolaron rápidamente en el antiperonismo, mientras veían que las masas obreras abrazaban con fervor la causa de Perón y las prédicas de su esposa Eva Duarte, más conocida como Evita, quienes concretaron algunas de las iniciativas parlamentarias de la izquierda presentadas décadas antes en el Congreso, en particular leyes y derechos sociales.

Desde entonces, el voto socialista quedó reducido a profesionales universitarios y clase media intelectual, mientras los sectores medios y más sumergidos al igual que los trabajadores industriales mantuvieron hasta el presente una lealtad rara vez quebrantada hacia el peronismo. Fidelidad que sobrevivió más allá incluso de los liderazgos de este movimiento heterogéneo, que han pasado de la derecha extrema, al centro o más a la centroizquierda del arco ideológico, como el que representa hoy el presidente Néstor Kirchner.

Ni siquiera hubo acercamientos decisivos entre las distintas corrientes de izquierda y el movimiento de Perón en los años 70, cuando éste, antes de iniciar su tercera presidencia, de 1973 hasta su muerte el 1 de julio de 1974, llegó a hablar de «socialismo nacional» como sinónimo de justicialismo.

Cierto es que ese intento frustrado de versión izquierdista del peronismo atrajo a cientos de miles de jóvenes, así como también hacia su brazo armado, la guerrilla de Montoneros.

Tras una división de décadas, precisamente a causa de la tolerancia o rechazo al peronismo, el añejo Partido Socialista se unificó en los años 90 y hoy exhibe porcentajes de voto significativos en la ciudad de Buenos Aires y, especialmente, en la oriental provincia de Santa Fe, donde su candidato, Hermes Binner, tiene buenas posibilidades de obtener la gobernación en octubre.

Otras expresiones de centroizquierda en los últimos años fueron escisiones de los grandes partidos Unión Cívica Radical (UCR, socialdemócrata) y el propio Justicialista.

La más significativa de ellas fue el Frente Grande, creado en la década pasada por el disidente peronista Carlos «Chacho» Álvarez, quien llegó a la vicepresidente de Argentina por la Alianza, conformada con la UCR en 1999, para renunciar al año siguiente tras denunciar casos de corrupción en el entorno del entonces presidente Fernando de la Rúa.

El propio De la Rúa, un conservador en filas centroizquierdistas, se vio forzado a abandonar el gobierno en medio de la revuelta popular desatada tras el colapso socioeconómico a fines de 2001, cuando aún restaba la mitad de su mandato de cuatro años.

Parte del legado del Frente Grande, que congregó a disidentes del peronismo, de la misma UCR y a ex comunistas, fue tomado ahora por Afirmación por una República de Iguales (ARI), liderada por la socialcristiana Elisa Carrió.

Fuertemente criticados por marxistas ortodoxos y trotskistas bajo el rótulo de capitalistas, socialdemócratas o «sucursales de los partidos mayoritarios», resulta inimaginable una acuerdo electoral de la izquierda ortodoxa con el ARI, el Partido Socialista u otras variantes centroizquierdistas como el Partido Intransigente (PI).

Lejos quedó el momento más exitoso de la izquierda argentina, cuando en las elecciones de octubre de 2001 rompió todas las barreras, hasta las propias, aprovechando que el gobierno de De la Rúa entraba en su crisis terminal.

Sin una opción de centroizquierda tentadora, en pleno auge de decepción y descarnado escepticismo políticos de los argentinos, los diferentes partidos y frentes de izquierda sumaron esa vez casi 1,5 millones de los 14 millones de votos de esos comicios.

Así la suma de siglas, aunque compitiendo por separado, AyL, IU, PH, PO, MAS, PSA, PTS, PSA alcanzó 28 por ciento de los votos para diputados en el distrito de la ciudad de Buenos Aires. Sólo lograran tres de los 13 legisladores en juego, pese que acumulados hubiera sido el sector más votado.

En 2005, una propuesta aún más dividida entre los partidos de izquierda llevó a que ningún representante llegara al Congreso en las elecciones de renovación parcial, que se realizan cada dos años.

Walsh cree que estos bruscos cambios de tendencia se deben, entre otras cosas, a que «parte del voto independiente de izquierda puede haber confiado en la expectativa que se abría con el gobierno de Kirchner, quien utiliza hipócritamente la cuestión de los derechos humanos, por lo cual esos votos deberían volver a nuestros candidatos».

Kirchner, tras asumir en mayo de 2003, se recostó a posiciones de centroizquierda e hizo de la defensa de los derechos humanos y el castigo de los crímenes de la dictadura una de sus principales banderas.

En concreto, más allá del Congreso nacional, los partidos de izquierda alcanzaron hasta ahora bloques menores en asambleas constituyentes y cuerpos legislativos locales, en especial en los distritos de la ciudad de Buenos Aires, la oriental provincia de Buenos Aires, la central Córdoba y las norteñas Salta y Santiago del Estero.

Pero no todo es oscuro en el panorama de la izquierda. La sombra electoral tiene su contracara en los movimientos sociales, donde ha sabido unirse para ganar un espacio significativo en las cotidianas manifestaciones callejeras y bloqueos de ruta por reclamos diversos. También en ámbitos estudiantiles universitarios.

Lo llamativo es que las mismas agrupaciones, que logran juntos triunfos significativos en el ámbito estudiantil y ganan experiencias sindicales y encabezan tomados del brazo cabeceras de marchas y manifestaciones, no aceptan formar frentes políticos electorales bajo diversas y graves acusaciones cruzadas.