Imaginemos por un momento que en una televisión privada como es «La Sexta», en cada tertulia diaria entre periodistas y entre periodistas y políticos, en el espacio «Al Rojo Vivo», o en el de «La Sexta Noche» de los sábados, en los que invariablemente está presente un tal Marhuenda, periodista marcadamente neoliberal y monárquico a […]
Imaginemos por un momento que en una televisión privada como es «La Sexta», en cada tertulia diaria entre periodistas y entre periodistas y políticos, en el espacio «Al Rojo Vivo», o en el de «La Sexta Noche» de los sábados, en los que invariablemente está presente un tal Marhuenda, periodista marcadamente neoliberal y monárquico a machamartillo, estuviese en su lugar otro periodista no ya de pensamiento comunista sino simplemente partidario de un modelo productivo diferente… Imaginémoslo y comprobaríamos hasta dónde saltarían las chispas; chispas como las que aunque no se vieron, saltaron cuando los dueños de «La Cuatro» (la otra cadena hermana en ideología) proscribieron, postergaron o sencillamente neutralizaron a otro periodista, Jesús Cintora, de «Las mañanas de la C…» y, por lo que se ve, apartado de todo otro programa similar. Y eso que este periodista era simplemente ecléctico, y lo que le diferenciaba de otros de la «competencia» consistía en que en su programa daba más oportunidades a personajes incisivos y críticos hacia el gobierno y el partido del gobierno que los aludidos de «La Sexta» donde esos mismos personajes eran más sutilmente embridados.
Porque en efecto, ese tal Marhuenda es el «vigilante mayor» de los programas mencionados de «La Sexta», donde vive permanentemente «estupefacto», según su propia expresión, y donde, con la anuencia del moderador, exige a los demás que no le interrumpan aunque a él le permita éste que no deje apenas terminar con sosiego su alegato al oponente; un tipo que emplea más tiempo que nadie en exhibir sus reiterativos y mitinescos argumentos y cuya rotundidad hace más mentirosas por ello mismo sus divagaciones; un tipo que se conoce que necesita de la visible licencia que le otorgan sus patrocinadores (si no es que -lo más probable- se la apropia por su afinidad con ellos), para salir de la estupefacción. Y todo, con la condescendencia de ese moderador elegido por los dueños de «la casa» a la medida de su mentalidad… que es lo mismo que decir que el que paga manda.
No podemos imaginar, como digo al principio, que en la misma cadena televisiva un periodista de ideología comunista, socialista o simplemente progresista marcase los tiempos e impregnase un programa de televisión con sus peroratas y monsergas. Eso se lo puede uno imaginar si los dueños fuesen de la misma ideología de ese imaginario periodista, y además tuviesen la misma desvergüenza que lucen en este asunto los propietarios de «La Sexta». Aquí, en este detalle, está en cierto modo el quid…
En todo caso, en tan desiguales debates por el fondo y por la forma, y por encima de las algarabías que ordinariamente se presencian con el fin de abrirse paso cada cual en cada intervención, lo que sobresale por encima de todo lo demás, generalmente ya cansino, es asistir al protagonismo de ese periodista «estupefacto» y escuchar sus cantinelas.
…Y luego algunos nos dirán que en España existe más libertad de expresión que, por ejemplo, en Venezuela (donde la mayoría de los medios está en manos de la oposición) o que en ninguna otra parte del mundo…
Sin embargo, a España le queda todavía mucho recorrido para ser un país respetable y serio, y no sólo una taberna o un balneario para los de fuera. Y cuando digo España, quiero decir gobernantes, pero principalmente los medios de información (salvo los que no han tenido más remedio que refugiarse en las redes sociales eliminados de las subvenciones y sin financiación), tan lejos todavía de los verdaderos valores del periodismo informativo pero sobre todo del «formativo». Pero si queremos avanzar, es preciso tener a toda hora presente que no es posible que un país se desarrolle y evolucione socialmente si, sin haber pasado antes por una depuración concienzuda de una dictadura cuya sombra se alarga hasta hoy mismo, los dueños del dinero son también los dueños de los principales medios de comunicación, y en buena medida también los dueños del poder político…
Jaime Richart, Antropólogo y jurista.
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